Comentario Katchadjian

Llegué a este libro casi por casualidad. Ya me había resignado a no poder encontrar El criminal y el dibujante, la esquiva última novela de César Aira, cuando en el mostrador del la librería Eterna Cadencia alguien se identificó como el corredor de la editorial Spiral Jetty. Me abalancé sobre él y le exigí que me vendiera el libro de Aira, a lo que no pudo menos que acceder y, de yapa, le compré otros dos libros recientes del sello: Poemas Wiki de Luis Espinosa y este Mucho trabajo, de Pablo Katchadjian. Cada uno me costó diez pesos. Es que no se trata de libros con lomo, sino de cuadernillos de unas pocas páginas abrochadas y envueltas en un sobre de celofán.

Así fue como algunos días después de llegar a casa me decidí a abrir esos sobres. De Katchadjian había leído hace poco ¿Qué hacer? y un cuento para el proyecto Mental Movies (de ambos hablé elogiosamente en esta nota de Perfil).

Katchadjian es un vanguardista. Entre sus obras anteriores se incluyen El Martín Fierro ordenado alfabéticamente que consiste exactamente en eso (los versos del poema ordenados alfabéticamente) y algo que se llama El aleph engordado, que supongo que opera sobre Borges. De modo que me daba curiosidad saber lo que vendría dentro del sobre de Spiral Jetty (la editorial es vanguardista desde el nombre), pero nunca se me ocurrió que me iba a encontrar con la primera página que abre esta nota. Cuando la vi solté una carcajada porque inmediatamente asocié esa letra hiperminúscula, que ni con anteojos podía descifrar, con el título del libro. Mucho trabajo era leer en esas condiciones y asocié la broma con ese lugar común de la alta vanguardia que supone del consumidor de arte un trabajo tan dedicado como el del productor.

Pero a esa altura no sabía si en esos puntos negros desparramados en la página había un texto en prosa, digamos una novela o un ensayo, (como en los microgramas de Robert Walser, genialidades escritas en trozos de papel usado) o se trataba de la repetición eterna de la misma frase, de una de esas muestras tipográficas con texto simulado. Para averiguarlo tomé una lupa, pero no salí de dudas. Recién con la ayuda de una segunda lupa pude reconstruir el primer párrafo:

Una noche de calor, caminando por la calle distraído y un poco alterado, luego de un brindis con socios de la empresa en el que mi jefe se había dedicado a pasearme por todo el salón con su mano apoyada en mi nuca, choqué contra una vieja y la tiré al suelo. Apenas recuperé el equilibrio me agaché para ayudarla y estaba levantándola cuando sentí una patada en las costillas. Era un viejo, su marido, defendiéndola. Por el dolor solté a la mujer, que volvió a caerse y el viejo, furioso, me empujó con tanta fuerza que me caí para atrás, me golpeé la cabeza contra el suelo y quedé semiconsciente, tirado…

De modo que allí había algo, aunque no estaba seguro. Para terminar de aclararlo, le pedí a Flavia que fotografiara la página y que la editara en la computadora para que pudiera leerla. No quedó muy fácil de leer, pero esta mañana Flavia completó la tarea y tuve disponibles las ocho páginas que componen Mucho trabajo. Efectivamente, se trata de una novela escrita en 2008 y narrada en primera persona por un protagonista masculino de 27 años, un aspirante a escritor llamado Juan Ernesto. También es una novela de juvenil, de iniciación, con componentes fantásticos y de misterio, con aventuras sexuales y reflexiones sobre el mundo del periodismo y la literatura. Algo, digamos, como Sobre héroes y tumbas en cuanto al género (hasta tiene túneles que pasan debajo de Buenos Aires y utilizan misteriosas organizaciones secretas) pero sin ninguna alusión histórica, política o cultural precisa. También es una novela kafkiana, construida sobre la alternancia de lo absurdo, lo realista, lo cotidiano y lo ominoso, en la que el protagonista ignora lo que los temidos poderes esperan de él. Es una novela obsesiva, sinuosa, despareja, pero finalmente lograda y hasta fascinante. Como pocas entre sus contemporáneas pone en evidencia el estatuto del intelectual resignado a entregar su autonomía a alguna especie de mafia (por supuesto, entre las candidatas figura la que regula el trabajo cultural) o a sucumbir en la miseria y la marginalidad como el resto de su clase. Es una novela muy política justamente por la falta de política, lo que permite ahuyentar tanto las excusas como las manifestaciones de cinismo.

Pero esto lo llegaría a saber unas seis horas más tarde. De hecho, en esas ocho páginas se jibariza lo que sería una novela de más de doscientas (hay unos 55.000 caracteres por página). La impresión que uno sufre cuando se da cuenta de ello no es menor y la decisión de leerla a pesar de la incomodidad del formato suena un poco a desafío. De hecho, el gesto de Katchadjian está encaminado, me parece, a poner de manifiesto ese enorme trabajo que supone leer una novela hoy, una novela de un escritor argentino más o menos desconocido, que en el fondo es un objeto tan abstruso como esta miniatura que aleja radicalmente a los lectores por el procedimiento de invisibilizar el texto. La literatura ha alcanzado un estadio, parece decir Katchadjian, en el que las novelas son casi invisibles.

En particular, una novela como Mucho trabajo. En ese sentido, hay un momento del libro en el que Ernesto escribe una reseña para un suplemento cultural. Es sobre una novela que le gusta mucho de un escritor primerizo pero a instancias del editor rebaja los elogios (“para no quedar mal”). Cuando la reseña se imprime, una mano anónima ha convertido la tibia aprobación en reproche y ha agregado un párrafo contra la literatura de vanguardia. La anécdota parece sugerir que si Mucho trabajo hubiera sido publicada de un modo convencional, su destino hubiera sido el de esa primera novela cuyo autor siente que su carrera literaria está más o menos terminada por ese tratamiento del medio, tan concesivo con los nombres famosos y tan reticente con los recién llegados.

Un gesto como el de la publicación de Spiral Jetty resulta menos caprichoso que necesario. Como todo acto legítimo de vanguardia, llama la atención sobre el objeto pero cuestiona al mismo tiempo el mercado en el que ese objeto se juzga y se evalúa. Pero también hay una zona de gran ambigüedad en el planteo. ¿Es esta edición de Mucho trabajo una invitación a descubrir la novela (e incluso una forma de marketing con pocos recursos) o una declaración de que la novela bien podría no existir y nada cambiaría? Y allí creo que la cuestión se pone más interesante. Porque se podría argumentar que, finalmente, una novela se deberá sostener por sí misma en el largo plazo a pesar de las dificultades iniciales para su circulación. Pero a esta altura no sabemos si tal cosa es cierta o apenas una falacia de la industria editorial para imponer subterráneamente la idea contraria: la de que solo lo que es bien vendido sobrevive. Por eso es tan interesante la paradoja inversa que crea Mucho trabajo, que se propone como una novela que no se puede leer y solo por eso puede ser leída. Es que, a pesar de todo, el trabajo es mucho pero está hecho y la novela está ahí: escondida, puesta entre paréntesis como si ese estado anómalo, fantasmal, fuera el único modo de evitar un fracaso inevitable sin renunciar a la escritura.

Q

2 respuestas to “Comentario Katchadjian”

  1. Engordarhumo Says:

    Un texto valiosisimo el de Katchadjian igual que tu nota. Si no se puede leer es que no se puede leer. Porque buscar lo que no hay, si no existe. A leer a otros autores

  2. Ferran Says:

    Cuando voy a la modesta biblioteca de mi barrio me asombra ver la cantidad de libros que hay allí y que yo jamás he leído. Si sumásemos los libros que hay en el conjunto de las bibliotecas nacionales, nos saldrían cifras millonarias. Según la reciente investigación de Google Books, metida en plena tarea de cruzar bases de datos de librerías, bibliotecas, editoriales, catálogos y registros internacionales y locales, una vez depurada la lista, evitando repeticiones, se ha llegado a determinar que existen en el mundo 129.864.880 libros diferentes. Según datos conocidos cada año se publican en España más de 70.000 títulos. La proliferación de libros publicados debe responder al relato profético de Mujámmad por el que un hombre para ser un hombre tiene que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Visto hoy queda algo machista, pero se escribió así. Y menos mal que en buena parte del mundo aún hay una buena parte de la población que muere sin haber aprendido a escribir.
    Si pensamos en cuántos libros somos capaces de leer durante toda la vida, entenderemos que desde el punto de vista del negocio editorial y de las necesidades vitales de escritores y poetas la cosa esta difícil. Por eso, en un mundo dominado por el marketing publicitario cada vez más alejado de la cultura, se me antoja justificado el numerito de Pablo Katchadjian al que te refieres. Katchadjan es un vanguardista y experto kafkiano que con una literatura construida sobre la alternancia de lo absurdo, lo realista, lo cotidiano y lo ominoso (algo más propio de finales del siglo XIX) ha conseguido ser noticia excitando a los herederos de Borges y a partir de ahí editoriales que le publiquen, lectores que intenten leerle y gente inteligente como tú que escriba artículos sobre él.

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