Las pelis del Bafici (7)

Los salvajes de Alejandro Fadel

por Quintín

Fui a ver lo que, antes de la primera función de prensa, se suponía la gran película argentina de este Bafici. Así como el año pasado era El estudiante, esta vez le toco ese lugar a Los salvajes. Con El estudiante tengo mis diferencias, pero es una película interesante, elaborada y pertinente. Con Los salvajes ocurre lo contrario: el rumor previo no estuvo ni remotamente a la altura de las expectativas. No sólo es una mala película: es infantil, chapucera y autocomplaciente.

Cinco presos jóvenes escapan de una cárcel en medio del campo y se dirigen a un lugar incierto, bajo el mando de un líder violento. Los salvajes empieza un poco como Pizza, birra, faso, haciendo escuchar ese lunfardo pobre, parecido al habla de los jugadores de fútbol que el cine argentino ha convertido en su segunda naturaleza. Pero la travesía en medio de la nada de los personajes se va apartando del realismo y de otros ejemplos de films de pibes chorros con mucho músculo que se limitan a hablar y consumir drogas. Lo que Alejandro Fadel quiere contar es algo mucho más grande que una fuga: es una historia mística con transformaciones, epifanías, revelaciones, encarnaciones y ritos paganos, condimentada con una profusión de muertes inútiles y violentas, combates fuera de campo con jabalíes y momentos eróticos que remiten a Bonnie and Clyde.

El director Alejandro Fadel tiene ambiciones cósmicas y panteístas como Malick, pero también quiere ser Glauber, quiere ser Favio, quiere volver a las fuentes del cine latinoamericano, aunque más bien frecuenta el territorio del peor Reygadas y del truculento Larraín. Su cine sin un verdadero relato fílmico, cargado de símbolos y alegorías se acerca a la historieta, a su registro adolescente, a los ritos de iniciación de sus héroes, a sus personajes que llevan al límite la voluntad de poder y la masculinidad y hasta se apropian del alma de las bestias feroces.

Fadel, con sus halcones, su cámara que se eleva al cielo, sus planos burdamente pictóricos y su música grandilocuente se parece a sus criaturas y resulta un pequeño Conan del cine: alguien dispuesto a arrasarlo todo, a renegar de cierta tradición de pudor y economía que caracterizó al cine argentino independiente para imponer el vale todo propio de un infante educado artísticamente entre otros infantes. La propuesta podría inaugurar una era de maximalismo en las imágenes y los significados, construir un cine que se reduzca a la pura prepotencia. Si esto no ocurre ahora, es porque Los salvajes es demasiado fallida.