La banalidad del bien

Publicada en Perfil el 13/3/16

por Quintín

Me llega Los incapaces de Alberto Montero (Temperley, 1954), uno de los libros más originales que haya dado la literatura argentina reciente aunque, paradójicamente, se basa en otro autor. El narrador habla de «estas, mis maneras bernhardianas de hacerme de la palabra escrita, y a través de estas, mis estrategias asociativo-analíticas de confesar, y de confesarme, y, entonces, de real-izar y real-izarme, novelísticamente hablando» y a lo largo de cuatrocientas páginas utiliza el estilo rumiante y furioso de Thomas Bernhard, potenciado por la ausencia de un punto seguido en toda la novela. Los incapaces desgrana el discurso en primera persona de un psicoanalista de sesenta años, desesperado y con veleidades de escritor, anclado en el conurbano bonaerense para complacer los deseos de su padre y su hermano a quienes amó y odió como a nadie.

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El protagonista se llama T. Monroe, anagrama de Montero, y se expresa en una especie de castellano neutro que remite al doblaje centroamericano, en el que se llama «barbacoa» al asado y en el que las expresiones locales como «un pueblo de mierda» vienen seguidas de la muletilla «como dirían en Clayburg». Clayburg es el lugar donde nació Monroe y al que volvió a vivir después de un tiempo en Kellner, un eufemismo por Buenos Aires: la cartografía de la novela está compuesta exclusivamente de nombres ingleses. Monroe habla una y otra vez (de todo se habla una y otra vez en Los incapaces) de una serie de novelas autobiográficas inconclusas de la que Los inútiles sería la culminación, el ingreso a una anhelada carrera literaria o el preámbulo del suicidio. Montero escribe en la tradición de Bernhard como también lo hace Castellanos Moya en El Asco, Thomas Bernhard en San Salvador, pero sus reticencias lo emparentan más bien con las de Matías Alinovi en La Reja, cuya prosa verseada revela la misma dificultad para escribir sobre el Gran Buenos Aires si no es con subterfugios que eludan el abrazo del oso del naturalismo: desde El matadero, los escritores argentinos siguen fascinados y horrorizados con la barbarie bonaerense desde una civilización que no hace pie.

También me llega La introducción, la última novela póstuma de Fogwill, cuyo amable salvajismo fue siempre urbano y se ejerció desde el horizonte altamente racionalista de la elite profesional y cultural porteña. A diferencia del absurdo Monroe, el envarado Fogwill no fue un marginal que aspiraba a entrar de algún modo en el castillo de la respetabilidad intelectual con las herramientas de la plebe estudiosa y La introducción es representativa del lugar desde el que escribió. Al principio, el libro parece un homenaje a Aira, con su gigantesco y fantasioso gimnasio termal en Flores y con sus disquisiciones sobre los laberintos de la mente; después se vuelve más típicamente fogwilliana, con sus diatribas contra el aborto, sus burgueses con veleidades deportivas y la minuciosa descripción de la performance del protagonista en su workout. Pero el tramo final, dedicado al amor de una pareja irregular y a una elegíaca despedida de los momentos de contemplación que van más allá del placer y del dolor, es de una enorme belleza. Poder evocarla es el mayor privilegio de los escritores de la civilización, la alquimia que transforma la banalidad de la vida.

Foto: Flavia de la Fuente

12 respuestas to “La banalidad del bien”

  1. Maria C.Reiriz Says:

    Quintin :Leí la novela de Fogwill y coincido con tu evaluación. La parte final es de una belleza conmovedora. ¿ Porque se habrá dejado seducir tanto, a lo largo de su vida, por la sorpresa vana y la experimentación que envejece?. Siento que perdimos algo cuando leo el tramo final.Debió, quizás, transitar siempre esa senda. Aunque no me siento con autoridad para juzgarlo.
    Leí también la novela de Vargas LLosa, Cinco Esquinas. Me pareció muy floja, producto del facilismo y del oficio. Innecesaria desde todo punto de vista. Casi diria vulgar. Un abrazo y buena semana

  2. Josefina Delgado Says:

    Hay excelentes escritores argentinos. Que publican hoy. Son muchos y están un poco mezclados. Estoy escribiendo una nota sobre mis preferidos.

  3. Yupi Says:

    No hay forma de hacerle decir a un español parrilla y asado, que son cosas distintas. Lo peor es que enseguida arman una charanga y cantan La barbacoa de Georgie Dann. Se extraña a Fogwill. Lo traigo acá haciéndonos quedar bien con los españoles, entre otras cosas. Desde luego se equivoca. No son brutos: son totalmente incapaces para la abstracción, que es justamente la desgracia argentina.
    http://www.youtube.com/watch?v=Ui6m1IrvCjs

  4. burzaco Says:

    El Fogwill canchero y pedante es una postura que nunca entendi. Imagino que se divertia con las audiencias que tenia en cada caso. Muchos artistas tienen algo así como dobles comportamientos, en publico dicen una cosa o aparentan algo que en en su trabajo no esta, no se, los Fogwillogos , que aclaren el tema.
    Después esta el tema ¨España¨, todavía estamos con el cliche de ¨brutos , hay de todo , como en todos lados. Habria que releer la historia del Arte Española, y ver que hay sobre esas calificaciones, solo pensar en la pintura me asusta.

  5. Yupi Says:

    Justamente. Burro como un pintor, recordaba Duchamp. Picasso fue un genio, pero tuvo que llegar un francés para escribir la teoría final. Lo cierto es que los españoles no son aficionados al pensamiento abstracto. Vila-Matas es considerado raro, y no digamos un Sánchez Ferlosio, rarísimo. Creo que a eso se refería, con su mesura habitual, Fogwill.

  6. lalectoraprovisoria Says:

    Hay un argentino, Patricio Pron, que considera que Sánchez Ferlosio es un chanta y que Fresán es sublime. Quiero decir, hay de todo.

    Q

  7. Yupi Says:

    Patricio Pron es inimputable, como la señora Bibiloni de Bullrich. Más vale que el bartoleo sociológico es una desgracia quizás mayor que el psicoanálisis, pero existen los rasgos comunes. Por ejemplo, la literatura argentina viene de Borges. No puede negarse. Igual me animo a decir que somos más teóricos que los españoles en general, bastante más.

  8. Yupi Says:

    Lo que acaba de pasar recién excede incluso a la Argentina. Estaba escuchando en directo el debate del congreso cuando de pronto se cortó el audio y apareció la voz de un señor anónimo. Nos felicitó a los usuarios online por participar de este momento histórico, alabó nuestra conciencia política y se despidió instándonos a seguir así para no caer en manos «de esta manga de atorrantes». Gracias internet por existir.

  9. FedericoR Says:

    «Invulnerable a la realidad», la señora de Bibiloni… ¿Vieron que Kodama se juntó con la nieta de la señora de Bibiloni para hacerle un homenaje? El odio une a la gente.
    Y Fogwill es de esa gente que hace mal en morirse.

  10. FedericoR Says:

    Acá la nota del affaire Kodama-Bibiloni.
    http://www.lanacion.com.ar/1846723-bioy-casares-alcanzado-por-una-venganza-artistica

  11. Yupi Says:

    El japonés es vengativo (“el negro es leguleyo”, decía Borges). Ahí Kodama demuestra que no entiende nada de literatura ni quizás de ninguna otra cosa. La señora Bibiloni, como todos los demás, son personajes de un libro, y ellos mismos sabían que era así. “Por una frase ingeniosa la sacrifican a una”, repite a cada rato Emma Risso Platero. Casi mejor que las de Bibiloni son las mínimas intervenciones de Tito Bullrich, desesperado por acallar los dislates de su mujer: “Borges, ¿un poco de agua? ¿Más uvas?”.

  12. FedericoR Says:

    La tentación, Yupi, la tentación. ¿Iniciar ahora mismo una tercera lectura del Borges es mucho?

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