Diario intermitente (14)

por Quintín

11 de junio

Murió Ornette Coleman. Me entero por un tuit de Slate, la revista online que anuncia un artículo que se llama The man who freed jazz. Hay mucho material interesante en Slate, aunque la revista hace un culto de la corrección política. No escuché mucho a Coleman. Pongo Spotify y elijo The shape of jazz to come, un disco de 1959 con Don Cherry, Charlie Haden y Billy Higgins, del que leo que fue muy innovador en su momento. Es difícil darse cuenta hoy, porque el sonido de Coleman forma parte de lo que oímos a diario y, además, era un músico profundamente melódico. No suena tan distinto del hard bop, ni siquiera de Charlie Parker. Claro que soy un ignorante. Raro me sigue resultando Sun Ra, aun el de esa época. O Cecil Taylor. Me resulta un disco amable, casi convencional.

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Hoy me perdí leyendo una entrevista de Patricio Zunini a Daniel Guebel en el sitio de Eterna Cadencia donde habla de las obras de teatro que está poniendo y de su último libro, Las mujeres que amé. Guebel pasa de la teología al psicoanálisis y no puedo seguirlo. Tal vez pueda leer una novela que hable de Jesús o de la esquizofrenia, o un ensayo sobre esos temas, pero me cuesta leer un texto que explique la literatura desde allí. Me parece todo un error, un disparate. Igual tengo que leer este libro que me envía señales tan amenazantes.

En un comentario de la entrada anterior, alguien pregunta por Hombres del ocaso, la primera novela de Anthony Powell que editó Fiordo. Soy un fanático de Powell desde que leí Una danza para la música del tiempo, su novela compuesta de otras doce, publicadas entre 1951 y 1975 y que ocupan cuatro gruesos tomos de Anagrama. Aunque solo leí el primer capítulo y es veinte años anterior a su obra más famosa, Hombres del ocaso es puro Powell: una narración morosa pero incisiva, enormemente fluida (lo de la música para la danza del tiempo es un comentario auto-crítico perfecto) ambientada en la intersección de la clase alta británica con el medio intelectual y artístico. Hay un rubro en el que Powell es el campeón mundial, aunque tenga contendientes serios como Tolstoi y Proust: la descripción de una reunión social en la que circulan muchos personajes. Aquí empieza con el encuentro de dos personajes en un bar (un club, en realidad), al que se van agregando una decena que se emborracha mientras circula entre las mesas y la barra. La pandilla se prepara para asistir a una fiesta, que tendrá lugar en el capítulo siguiente. Y en las fiestas, Powell alcanza su cénit. Para responder directamente la pregunta: sí, adelante con Hombres del ocaso.

Termina el disco y pongo el siguiente de Coleman, Change of the century (1960) con la misma formación sin piano. Cuando estoy frente a una colección de discos o de libros, no puedo evitar la compulsión a seguir el orden cronológico. Me siento incómodo de otra manera. Al final me pasa como a los cursos de historia en el colegio, que nunca llegaban al siglo XX. En este caso, no lograré seguir a Coleman hasta el XXI.

Una de esas compulsiones me ataca con Simenon, con las novelas de Maigret. Durante un tiempo compré todas las que conseguí y empecé a leer desde la primera. Después las dejé un tiempo y, cuando volví, empecé otra vez por Pietr, el Letón. Y luego, otra vez más. Así fue como no avancé nada. Pero el otro día tuve la necesidad imperiosa de leer un Maigret y decidí que ya era hora de dar el salto. Forzando mi neurosis, decidí empezar por el número 30 (son más de noventa), ya que calculaba haber leído las anteriores. Resultó Maigret y los aristócratas, que en realidad se llama La première enquête de Maigret, es decir su primer caso, cuando todavía era secretario de una comisaría de barrio. La novela empieza el 15 de abril de 1913, por lo cual se han cumplido más de cien años desde que Maigret empezó a pasearse por ahí. Leí la mitad del libro, que es un poco embrollado (probablemente por una traducción muy mala) y permite acompañar una vez más al personaje por las tabernas con sus bebidas, comidas y olores. Tal vez esa variedad de boliches de todas clases sea lo más inolvidable de la serie.

El olor era único. Aquello tal vez se debiera a la trampa que se abría en el suelo y que comunicaba con la bodega. Una especie de aliento ácido, mezcla de sidra y de calvados, vieja barrica, humedad, ascendía de allí a la vez que otros olores procedentes de la cocina.

Hay un pasaje que me sorprendió, en el que se cuenta que Maigret, que estudió medicina y terminó de policía, hubiera querido en realidad ocuparse de una profesión que no existe: «regulador de destinos».

De muy joven, en su pueblo, había tenido la impresión de que muchas personas no estaban en su sitio, que tomaban un camino que no era el suyo, solo porque no sabían. Y se imaginaba a un hombre muy inteligente, muy comprensivo, sobre todo, a la vez médico y cura, por ejemplo, un hombre que comprendería a la primera hojeada el destino de los demás.

No sé si Simenon habla de estas ideas de Maigret en otra parte. Probablemente sí. De todos modos, me alegro de que Acantilado esté traduciendo de nuevo todo Simenon (publicaron diez novelas en un par de años, faltan solo unas 180). Algún día me gustaría leer algo sobre el antisemitismo de Simenon, sobre sus posiciones filonazis y sus ideas políticas en general. No es algo de lo que se suela hablar demasiado. El párrafo que transcribí recién lo acerca de algún modo a Céline.

Tercer disco de Ornette Coleman, This is our music (1961), esta vez con Ed Blackwell en batería. Coleman toca el saxo alto de plástico y Don Cherry una trompeta de bolsillo. Blackwell se hace notar más que Higgins y me parece que es el disco más lindo de los tres que vengo escuchando.

Avancé con la lectura de La poética del asunto, el libro de Federico Merea de Blatt y Ríos, al que apenas me había asomado la vez pasada. Son cuentos breves que no se parecen entre sí. Las narraciones son en primera, segunda o tercera persona, los ambientes son de clase media y un poco antiguos, pero muy variados. Aunque la obsesión de Merea es el lenguaje y el libro es una verdadera aventura, como si cada frase fuese una combinación excéntrica, un experimento sutil, que no se supone que se note como tal. Empezando por el título, porque «poética» y «asunto» no son palabras que se usen juntas, pertenecen a ámbitos del lenguaje diferentes. Cuando Merea las incluye en una oración completa en la página 34, la anomalía se nota menos. De pronto, aparecen pasajes como este, para contar lo que ocurre al abrir el tacho de basura:

El olor golpeó con cierta demora, con parecida distancia de relámpago a trueno. Creo que mi olfato también reconoció algún cítrico añejo, pero no hubo confirmación visual. Tiré la planta. Solté el pedal lo más rápido que pude para suprimir la fuente emisora.

En un momento pensé que estas líneas un poco rebuscadas obedecían a cierta torpeza en la escritura, pero después me di cuenta de que estaban bajo absoluto control y eran un efecto humorístico, parte del juego constante de extrañamiento que practica Merea. Merea puede dedicar una página a dejar constancia de que los amigos que juegan al pool dicen uno «tronera» y otro «buchaca» para referirse a los agujeros en la mesa de billar. Tal vez esa diferencia sea lo que evita que la amistad se profundice. Es como «poética» y «asunto».

Mi padre, que de joven había jugado al snooker, decía «tronera»; como yo nunca jugué al billar en ninguna de sus formas, no me vi en la necesidad de usar una palabra para eso. Pero recuerdo que fue a un compañero de Molinos Río de La Plata (donde trabajé unos tres meses en negro como programador de computadoras) al que por primera vez le escuché decir «buchaca». No recuerdo el nombre pero sí que jugaba bien al fútbol y que una vez lo dirigí en el club Bunge y Born en Vicente López.

En el cuento sobre los amigos que juegan al pool, Merea escribe que uno de ellos hace digresiones en sus relatos, pero que las pronuncia en voz más baja, como para que se note que no son parte del discurso principal. Salgo a medias de mi propia digresión, para decir que entre mi padre y aquel compañero de trabajo, entre los troneristas y los buchaquistas hay un muro lingüístico, que también es social y genealógico, y que es invisible pero enorme. Oh, professor Higgins, por qué no te tenemos entre nosotros.

Pausa para almorzar. Cuarto disco de Ornette Coleman en Spotify (faltan en el medio casi una década y una docena de álbumes, una verdadera lástima): New York is Now! (1968) con Dewey Redman en saxo, Jimmy Garrison en bajo, Elvin Jones en batería (ambos acompañantes habituales de Coltrane) y el cantante Mel Fuhrman. Coleman toca también la trompeta y el violín. Sigo con la impresión de que hacen una música básicamente agradable, menos transgresora del jazz tradicional que útil para demostrar que el free jazz no fue un cambio tan radical como se dice. Tal vez unos discos más adelante…

Es bueno el libro de Merea. Es original, está cuidadosamente construido y sugiere cierto misterio sobre el autor, sobre sus intenciones. Mientras lo leía pensaba que repartía equilibradamente el deseo de que el lector lo admire con el de que lo disfrute. Esa idea llevaría a una clasificación de los libros entre disfrutables y admirables. O incluso a la posibilidad de que se los evalúe en cada rubro. Por ejemplo, Balzac sería más admirable que disfrutable, Dumas más disfrutable que admirable. Las novelas policiales sacarían un mejor puntaje en el rubro disfrutables y las experimentales en el rubro admirables. Recapacito y pienso que la idea es bastante trivial. Sin embargo, uno intuye que Merea prefiere que el lector lo pase bien y que su maestría quede en segundo plano, más que a la inversa.

¿Y qué pasaría con el libro de Lolita Copacabana que comenté el otro día? Es raro: no parece que intente provocar demasiado placer ni tampoco una admiración incondicional. Es como si el libro se impusiera renunciando a sus efectos, lo que le da buena parte de su encanto. Sin embargo, hay otro factor a considerar aquí: que el libro esté pensado para ser apreciado y elogiado en cierto círculo, cierto ambiente y descartara su lectura a quienes no ha elegido de antemano. Pero ¿conviene renunciar al libro si uno no pertenece a ese círculo, como se advierte tras un par de páginas? Tal vez sea al contrario y penetrar en ese territorio minado del que uno no tiene las claves sea el verdadero desafío para el lector común. Como si el más alto placer de la literatura, de la música y del arte en general fuera el aprendizaje que ofrecen, un aprendizaje eterno y sembrado de dificultades.

El último tema del disco de Ornette Coleman se llama «We now interrupt for a commercial» y sí es bastante bochinchero, sin melodía y con los instrumentos disonando. Es distinto al resto. Tal vez será este el camino de Coleman más adelante.

Anoche recordé algo sobre el libro de Copacabana, que se llama Alexandr Solzhenitsyn. Un pasaje me llamó la atención, lo dejé para volver a mirarlo y después me olvidé, aunque me alcanzó más tarde. En la página 52 se cuenta que una de las protagonistas, que cumple tareas comunitarias en el Jardín Botánico por manejar alcoholizada,

toma una pequeña piedra blanca de cráteres porosos y punta afilada, y escribe con letra temblorosa en el piso de cemento verde «SHARASHKINA KONTORA».

¿Qué es eso de «sharashkina kontora», que parece ser una clave? Googleo un poco y resulta que lo es. La expresión tiene que ver con los laboratorios secretos de Stalin en los que trabajaban científicos y técnicos internados en el Gulag quienes, transferidos a las oficinas científicas, vivían mejor que en los campos comunes. De ellos habla El primer círculo, la novela de Solzhenytsin. El grafiti alude, elíptica e irónicamente, a la similitud de esos zek con la situación de la mujer en esa prisión soft. Y esto nos lleva a preguntarnos si la literatura del futuro no incluirá necesariamente el uso de una computadora para ampliar el campo de la lectura, una especie de caza del tesoro, impracticable antes del Google: cuántas personas pueden reconocer una cita semejante sin ayuda electrónica. De todos modos, es muy sorprendente que alguien tome El primer círculo como referencia y como centro de una ficción argentina en estos días. Aunque sea en broma.

Hoy empieza la Copa América. Probablemente escriba sobre los partidos.

Foto: Flavia de la Fuente

14 respuestas to “Diario intermitente (14)”

  1. Yupi Says:

    Hubo un antes y un después de la entrada masiva del pool. Antes se jugaba al billar de carambolas, sin troneras, y el que era lo suficientemente bueno, al casín, en medio de un perfecto silencio, sólo se oía el choque de bolas. Después el juego pasó a segundo plano y todo fue pool, cerveza y videos musicales.

    Bien por la copa América. Con vista al 2018 ya tendrían que jugar Rulli de arquero y Kranevitter de centrojás como mínimo, pero es tal la desesperación por ganar algo que jugarán los mismos de siempre. Leo que el técnico ecuatoriano manda a Juanito Cazares al banco. Amargo.

  2. Johny Malone Says:

    Está muy buena la charla que tuvieron en su momento Ian Fleming y Simenon. El belga aparece ahí como alguien que está más allá de todo. Cuenta que en un momento de bloqueo creativo, va y de la nada abofetea a su mujer. Ella, que estuvo con ellos en esa charla, comenta el incidente como si fuera una variante de planchar camisas. Era gente de otra densidad.

  3. Yupi Says:

    Termino de leer una entrevista a James Ellroy en La Nación. Me reí de principio a fin. Su discurso es cincuenta por ciento cháchara, treinta por ciento embuste y veinte por ciento de la más condenada autopose. Me pregunto si no habrá llegado el momento de que las editoriales dejen de organizarles rondas de entrevistas a sus autores.

  4. Gastonazo Says:

    Q te agradezco que hayas dedicado un párrafo (largo) del diario para responderme sobre Powell. Un honor. ¡Que caso extraño el de Powell.! La mayoría de sus contemporáneos (Green, Waugh, Amis, etc), coincidían en que era un genio, escribió un libro monumental que lo emparenta con Proust, era venerado en la academia, fue editado al español por la siempre taquillera Anagrama…y sin embargo fuera de Inglaterra se lo menciona tan poco….De cualquier manera, adelante con Hombres del ocaso.
    A propósito de Ellroy, yo también leí la entrevista, y otra que le hicieron en Ñ, y el tipo me pareció un pelotudo, o por ahí yo venía buscando otra cosa; tiene tanta fama de ser otro de esos diseccionadores implacables de las zonas más oscuras de la sociedad americana y bla bla blabla…lo creís más inteligente. ¿Alguien que pueda decirme si como escritor al menos es más interesante? saludos,

  5. lalectoraprovisoria Says:

    Sobre Ellroy: nunca me convenció, es como un guiso demasiado cocinado. Tampoco lo leí tanto. Ahora, un escritor policial que dice despreciar a Chandler… Es como cuando leí que Cormac McCarthy desprecia a Proust. Me dije: hay algo que no está bien con este tipo.

    Q

  6. Yupi Says:

    Ingenuo. Rápido. Incorrecto de segunda mano. Al modo “Kim Bassinger es idiota y Russell Crowe un genio”, cosa que puede ser cierta, pero no por los motivos que él daría. A años luz de Hammett y Chandler. No hay el menor rastro de poesía en sus libros, ni casi de imaginación. Ignorancia literaria enciclopédica. Desconoce si Lamartine es un restaurante, un escritor o una marca de calcetines. En algún momento de su vida sufrió y se nota. Esto lo vuelve respetable. Parece buen tipo. Es probable que esté loco.

  7. Don nadie Says:

    Q, es que justo te saltaste su álbum que dio nombre al género en 1961. Supone una revolución no solo por incluir doble cuarteto sino también por la forma de ensamblar distintas melodías en una mientras los músicos improvisan (https://en.wikipedia.org/wiki/Harmolodics). Eso si, sin perder nunca el sentido del blues, algo que si harían posteriormente discos como el «A Love Supreme» de Coltrane o el «Machine Gun» de Brotzman, también dos clásicos del free.

    https://en.wikipedia.org/wiki/Harmolodics

  8. Don nadie Says:

    Upss, quise decir Ascension en vez de A Love Supreme

  9. lalectoraprovisoria Says:

    Don Nadie. ¿Cuál es el disco que me salteé? Yo escuché solo los que había en Spotify. Gracias.

    Q

  10. Don Nadie Says:

    Este

  11. lalectoraprovisoria Says:

    Gracias de nuevo.

    Q

  12. Yupi Says:

    Murió Renán. Para mí desde las primeras películas de Manuel Antín fue el muchacho de Buenos Aires por excelencia. Cometió el error de su vida al filmar la película del Mundial 78, que nadie le perdonó. Para resacirse se propuso filmar una obra maestra. Durante muchos años estuvo obsesionado con filmar El sueño de los Héroes. Bioy le previno: “Me parece difícil”. Siguió adelante con la película. No quise verla, quizá porque sospeché que se necesitaba un talento superior al suyo para lograrla. La crítica fue rigurosa y para él seguramente definitiva. Sin embargo, creo que no será olvidado.

  13. lalectoraprovisoria Says:

    Yupi, hoy te citan en Ñ, pero no te voy a decir dónde.

    Q

  14. Christian Rodriguez Says:

    Me gusta Slate, aunque me satura un poco ese diseño rimbombante, como que te patea los ojos. Y exageran con los títulos gancheros, son demasiado mendigos de clics berretas. Ahora, lo que sí me encanta es el podcast «Slate culture gabfest». Es un podcast sobre cultura pop, general, en el que hablan de películas, libros, música, etc, y lo hacen muy bien, son tres, la crítica de cine, la editora de Slate, y un chabón medio pretencioso pero con opiniones jugosas. Si sacás a pasear el perro o te gusta caminar por la ciudad con los auriculares puestos, es un excelente podcast. Y el tipo habla un inglés exquisito, son entretenidos, y hacen muy buenas recomendaciones hacia el final. No sé qué pomo tiene que ver, pero ahí voy: ahora hay como una edad de oro de los podcasts, los yanquis entendieron bien cómo hacerlos, y cómo diferenciarlos de una audición de radio (el podcast se escucha con auriculares sí o sí, y por lo tanto funciona mejor cuando parece meterse directamente o hablar directamente desde adentro de tu cabeza). Hay muchos podcasts grosos, yo que ya me cansé un poco de las series, y que los libros a veces me resultan anodinos, me doy una panzada de excelentes podcasts. No los recomiendo acá porque no tiene un pomo que ver, mi comentario ya es demasiado divergente. En fin…

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