Una mirada sobre The Cabin in the Woods
por Quintín
Me gustó The Cabin in the Woods (o La cabaña del terror). De hecho, escribí una nota para Perfil donde la elogio. Me parece una película inteligente, que plantea un juego elegante y refinado a partir de la historia del género de terror que como las buenas películas de terror despliega metáforas que invitan a interpretaciones múltiples, incluso contradictorias. Leonardo D’Espósito, por ejemplo, escribió para El amante una larga reseña en la que destaca los aspectos religiosos de la película, mientras que a mí me parece esencialmente atea y, creo que los dos podemos justificar nuestros juicios.
The Cabin in the Woods cuenta cómo un grupo de cinco universitarios van a pasar un fin de semana en el bosque y la excursión resulta una trampa: en realidad son los personajes de un reality show cuyos espectadores —y operadores— integran una organización clandestina que monitorea los acontecimientos pero también los manipula para provocar la muerte de los protagonistas. Entre los miembros del equipo de los villanos hay un novato, un negro que se apellida Truman en evidente referencia a The Truman Show, cuyo dispositivo utiliza The Cabin in the Woods. Truman es de algún modo el centro moral de la película y con él hay un problema.
Los campos del Bien y del Mal están absolutamente claros. Los jóvenes son los buenos y aunque no sean perfectos y entre ellos haya diferencias (la película establece que encarnan respectivamente a la puta, el atleta, el erudito, el loco y la virgen) son héroes generosos, valientes y solidarios. Los operadores son los malos, no solo porque su objetivo es asesinar, sino porque su vida es abyecta. Degradados en su mundo subterráneo, apuestan sobre el devenir del reality, y no para ver si alguien se salva sino cómo van a morir sus conejos de indias. Todo el personal está encanallecido sin distinción de jerarquías, desde los jefes a los empleados de limpieza. Pero Truman vacila. No quiere apostar, le parece raro que la gente muera impunemente, no se siente cómodo en su puesto. Hasta que la película llega a su momento decisivo. Todos sus compañeros están absortos frente a una pantalla viendo cómo los cobayos tienen sexo pero Truman se niega a ver, se aparta y sale de cuadro. Sin embargo, su figura ingresa de nuevo a él y pasa a ser uno más de los voyeuristas. A partir de allí, la película da un vuelco y, aunque esa escena no tenga efecto sobre la trama, Truman se dejará cooptar por la corporación que lo emplea y está al servicio del Mal.
Pero yo tengo un problema con Truman. En primer lugar ese plano me parece demasiado ostensible y la transformación moral del personaje también. Es como si el director quisiera mostrarlo, hacerlo evidente. Y ese no es el estilo de la película, en general mucho más sutil, con acciones y metáforas mucho más fluidas. Pero, además, esa idea de que no hay escapatoria para los ciudadanos comunes, que solo los héroes pueden pelear la batalla termina dibujando una nota de sospecha. ¿Qué nos está diciendo con tanta insistencia el Drew Goddard? ¿No está ejerciendo sobre sus personajes el mismo tipo de manipulación que los operadores ejercen sobre las víctimas de la cacería humana? ¿No le está dando a Truman, como hacen los operadores, posibilidades de elegir que son en realidad falsas? Esa puesta en abismo es el corazón de The Cabin in the Woods y su verdadera definición moral: somos todos pecadores, fallamos cuando somos puestos a prueba y en consecuencia estamos condenados. Pero, como la condena que pesa sobre los perseguidos, la que cae sobre Truman está formulada por alguien en concreto, por ese dios menor que es el guionista y que trabaja del mismo modo en que lo hace el equipo que planea la masacre y la controla. Goddard controla a Truman de un modo que excede el juego limpio y utiliza la cámara como esclava de esa prepotencia. En eso se parece a sus villanos. Cuando en una narración la libertad se insinúa en un alma, hay que dejar que ese alma la siga albergando. De lo contrario, el fascista es el escritor o el cineasta. De todos modos, hay que decir que The Cabin in the Woods retoma sobre el final su apuesta por las hormonas juveniles, por el valor y la pureza y recupera su carácter de combate artúrico con el Bien encarnado en quienes no tienen miedo porque la vida recién empieza para ellos.
Hace tiempo que acaricio la idea de demostrar una especie de teorema por el cual cada película tiene una especie de punto fijo, un momento en el que lo que ocurre delante de la cámara es, si no idéntico, al menos homólogo a lo que ocurre detrás de ella, donde lo que sucede entre los personajes no es más que la duplicación simbólica de lo que hace el cineasta con sus materiales. Buscar ese momento en cada film sería entonces el punto de partida de la crítica y su condición de posibilidad, la única manera de no caer en lo arbitrario, que es lo que cada vez me molesta más cuando leo lo que se escribe sobre cine. Pero todavía no lo tengo del todo claro. Lo que intento decir, acaso, es que siento que perdemos el tiempo discutiendo sobre interpretaciones cuando podemos hablar de matemática.
Foto: Flavia de la Fuente
enero 29, 2013 a las 6:11 pm
señor quintin.
admiro su pensamiento y su manera de explicar el cine.
como nadie sin duda.
no se animo nunca a filmar o escribir un guion. o si?
reciba toda mi admiracion.
enero 29, 2013 a las 6:25 pm
Interesante interpretación. No le había prestado mucha atención al personaje de Truman pero sí, indudablemente le cabe la tarea de ser el «centro moral» de la historia.
También me copó el teorema y me gustaría que acometieras la empresa de demostrarlo. Sería enriquecedora aunque fallara.
enero 29, 2013 a las 6:33 pm
Yo te creo todo. No es una película «atea» porque los «dioses» están dentro de la película. Es atea -sí, lo creo- respecto del mundo del espectador.
Ese plano que vos decís, ya que hablás de matemáticas, me hizo acordar al «teorema del perro peludo» http://www.neoteo.com/el-teorema-del-perro-peludo , que es una linda explicación respecto de por qué hay tantas áreas ciclónicas como anticiclónicas, por ejemplo. Y siguiendo el isomorfismo matemático, digo que la tesis a demostrar -y tengo una especie de explicación al respecto pero la veo engorrosa y poco elegante- es que todo film cuyo tema es la representación y la manipulación solo puede concretarse con un plano o momento ostensiblemente manipulado (que a veces «rompe» el tono o el tenor de la película y a veces la explica y le provee la clave de mirada -odio usar «lectura» para una película).
No sé, fijáte. Yo no pude con Análisis II y pasé a Letras, vos tenés más cancha para las demostraciones.
Abrazo.
enero 29, 2013 a las 6:38 pm
Sí, ese podría ser un enunciado. Va por ese lado. Hay otro teorema ahí: todo film sobre la representación establece un juego infinito de mundos que se representan en cadena. Pero me pierdo cuando lo pienso. Es como cuando hay dos espejos enfrentados o cuando la cámara toma un espejo. Son cosas que me rayan, como el viaje en el tiempo.
Abrazo
Q
enero 29, 2013 a las 7:44 pm
Pensaba en eso, en los espejos enfrentados. Que no se pueden filmar sin un truco.
enero 29, 2013 a las 8:18 pm
Estoy de acuerdo que hace falta un nuevo límite a las interpretaciones en la crítica de cine. El reclamo de Sontag («Contra la interpretación») era brillante («la función de la crítica debiera consistir en mostrar cómo es lo que es, incluso qué es lo que es, y no en mostrar qué significa») , pero quedó viejo. Ella pedía «en lugar de una hermenéutica, una erótica del arte» Hoy, pienso, abundan «eróticas del arte», pero hay pocas críticas que digan qué son y cómo son las películas.
enero 29, 2013 a las 11:07 pm
Qué extraño que te haya gustado o al menos interesado esta película… Para mí es un artefacto audiovisual armado para el deleite de la críctica «sagaz», que rápidamente se siente interpelada con detalles tan «inteligentes» como ponerle «Truman» a un personaje de una película que tiene un aire de familia con The Truman Show. ¡Buenísimo! Para mí está todo pensadito y filmadito como para que se pueda decir esto y aquello sobre el film (sobre todo mucha sanata metafísica) y todos contentos…
Saludos,
L.
enero 30, 2013 a las 1:51 am
No sé, Juan. Yo veo que en la Argentina muchos críticos han revertido a dos clases de textos: el propecto medicinal («esta película contiene escenas de violencia, indicada para quienes quieren tiros, puede causar fastidio e irritación») y el contenidismo rancio («estar a favor de esta pelicula es estar del lado de los buenos»). Me parece que tenemos que volver a dar la batalla por la erótica que nos creímos ganada. Y después vemos.
enero 31, 2013 a las 2:51 am
no recuerdo tanto para decidir si atea o lo contrario, y la pereza me gana para argumentar o revisarla pero… no vale «banana»? :D
enero 31, 2013 a las 1:30 pm
…si otros elogian a Joss Whedon quintin desprecia/ningunea/desconoce esos elogios, a todos los implicados, a todos los participantes en el dialogo, en fin, a todo el mundo. Solo cuando el expresa los elogios estos tienen valor.
Conducta ridicula, salvo para infantes y adolescentes perturbados.
enero 31, 2013 a las 2:04 pm
No logro entender lo que dice este tipo, aparentemente un justiciero de la crítica que te exige que leas a no se sabe quién.
Q
enero 31, 2013 a las 7:44 pm
No sé si cambia en algo pero no es correcto decir que se trata de un reality show.
Es una transmisión por circuito cerrado. En un reality show se autoriza el voyeurismo, uno es un canalla por el solo hecho de asomarse al reality.
En este caso la película parece querer decir que ser canalla es una elección, de allí el personaje de Truman.
febrero 1, 2013 a las 4:01 pm
Pero resulta que los «malos» lo hacen con un motivo que muchos podriamos terminar aceptando, no?
febrero 3, 2013 a las 10:24 pm
En mi interpretación no se trata de un reality show. Yo lo veo como una especie de «fábrica de peliculas de terror», más epecificamente, la fábrica hollywoodense. Por eso también se muestra lo que pasa en Japón, con una presencia fantasmal al estilo «The ring», y se habla de Suecia, donde dicen que había esperanzas (tal vez en refencia a «Let the Right One In») pero dicen que «no se puede confiar en los suecos».
Las personas que vigilan y hasta hacen apuestas sobre el rumbo de la acción hacen su trabajo: velar por que se cumplan las reglas de todas la películas del género. Por eso en un momento de la pelicula aparencen los hombres lobos, los fantasmas y los vampiros, entre muchos otros clásicos monstruos de la peliculas de terror. Están guardados para a parecer según el rumbo que tome la historia.
Desde este punto de vista, los dioses a los que hay que complacer con el sacrificio de los jovenes no es otra cosa que el público.
febrero 3, 2013 a las 10:57 pm
Me gusta esa interpretación. Pero son los viejos los que sacrifican a los jóvenes. Lo bueno de la película es que da para interpretacione contradictorias pero, sobre todo, que es un gran disparate.
Q
febrero 10, 2013 a las 2:00 pm
Lo de los viejos sacrificando a los jóvenes es -para mi- la mejor interpretación que le cabe a The cabin in the woods.
El dichoso filicidio, tan bien analizado por Arnaldo Rascovsky.
Rascovsky (1907-1995) sostenía que las instituciones humanas reiteran conductas filicidas ancestrales en cada generación y las perpetúan en forma encubierta. Destacaba que la variante filicida histórica más constante y eficaz era la guerra. Ésta encubre la persistencia del filicidio ancestral y lo ejecuta simbólicamente en el cuerpo de infantería, el más sacrificado del campo de batalla. En este homicidio disfrazado de heroísmo se basa la amedrentación letal al resto de los jóvenes (hijos). La guerra constituye la institucionalización de la primitiva matanza y aterrorización de los hijos, con la concomitante negación-idealización de los perseguidores reales, los padres, simbolizados por la Patria. El grito bélico: ¡Viva la Patria! («Vivan los Padres»), oculta la realidad siniestra: «Mueran los hijos».
Pero además, Rascovsky profundiza su elaboración al sostener que el «pecado original» de la hominización y la culpa que da origen a la sublimación cultural, se originan en el filicidio y no en el parricidio. Esta afirmación equivale a sostener que el filicidio es «el» crimen humano primario, que se ha mantenido oculto, negado y reprimido a través de toda la Historia.
Según él, si nos remontamos al proceso de hominización y a los orígenes de la cultura, el Filicidio no sólo precede sino que es la causa del Parricidio, una tesis metapsicoanalítica argumentada con extraordinaria erudición y, por lo tanto, muy difícil de refutar. De hecho, no ha sido refutada, ni siquiera discutida, lo que equivale a una demostración indirecta, ya que «el que calla otorga».
Saludos!
febrero 11, 2013 a las 6:45 am
Es un poco de todo eso. Y siguiendo la teoría de Jorge, la película parece retomar aquel enunciado de La industria cultural según el cual los géneros son menos una manera de ordenar las películas que a los espectadores; son la forma de establecer un orden prefijado por el mercado pero supuestamente librado a la elección del espectador (los jóvenes de la cabaña supuestamente «pueden elegir», pero todos los caminos los llevan al mismo lugar: la muerte). El género ( en su aspecto más puro, menos híbrido) puede entenderse como un rompecabezas en donde todas las fichas encajan. Ese es el orden minucioso que debe manterse en The Cabin… para que el mundo no se destruya y, a su vez, las víctimas también deben ser puntualmente catalogadas para que funcione el ritual. Así lo nota el personaje del fumón (único factor que altera la matriz del orden) los protagonistas comienzan a actuar como estereotipos (típicos de determinadas películas mainstream): la puta, el deportista, el estudioso etc. De ese modo también aparecen catalogados los bichos en las múltiples cubículas. Los dioses de las profundidades solo pueden mantener el orden, el sistema, si los personajes/víctimas cumplen las espectativas de lo que se espera de ellos. El fumón pasa a representar entonces esa idea de que la identidad debería ser la negación de aquello que los demás quieren que seamos; es la única forma de destruir el orden que el mercado ya ha fijado y hace de la vida como un supermercado.