Discusiones insoportables

Fecha once del Clausura (primera parte)

por Quintín

En estos días, la discusión futbolística en LLP se ha internado en caminos poco gratos. A poco estuvimos de reproducir esas polémicas de oficina basadas en “mi cuadro es mejor que el tuyo”, en las que no importa si el que habla pateó alguna vez la pelota y solo se trata de hacer engranar al que perdió el fin de semana. Pocas cosas me irritan tanto como esos intercambios que terminan en la frase “ustedes son un cuadrito” o “nosotros ganamos todas las copas”. Pero sin llegar tan lejos, buena parte de lo escrito en los comentarios versó sobre el gusto futbolístico de cada hinchada, como si la estética tuviera colores y camisetas, como si los hinchas de Midland no soñaran con que su equipo juegue alguna vez como el Santos de Pelé. Me aburren profundamente esas disquisiciones, esa especie de sociología del hincha de tal o cual, en las que los interlocutores se afanan por demostrar que los suyos tienen un discernimiento del buen juego del que los otros carecen. Esa gente no quiere convencerse de una obviedad absoluta: que no hay ningún rasgo genético ni cultural que defina a un hincha de River de uno de Boca, a uno de Excursionistas de uno de Cambaceres. (Eso sí, los de Racing tienen algo raro, pero supongo que es por el sufrimiento permanente y ya se les va a pasar; antes no eran así).

Dante Panzeri era un gran fanático y defensor de la Máquina de River, el equipo de Rossi, Moreno, Pedernera, Labruna, Loustau y en el que después jugaron Walter Gómez y Sívori entre otros. Supongo que ver jugar a ese equipo, que por lo que dicen marcó una cima del fútbol argentino, educó el gusto de sus simpatizantes que de allí en adelante no quisieron resignarse a que el fútbol no les ofreciera un placer de ese calibre. Pero Panzeri era hincha de Boca y esa es una de las moralejas del cuento. Cuando yo empecé a seguir a River, allá por el año 63, esa idea de que River debía jugar buen fútbol seguía presente entre los hinchas más veteranos. Sin embargo, en esos años de sequía, en los que River no ganó nada y tampoco jugó bien la mayor parte del tiempo, los hinchas querían (queríamos) que saliera campeón a cualquier precio, aun al de olvidarnos de la Máquina (sobre todo cuando no la habíamos visto). De todos modos, mi educación futbolística de esos años pasó por ir a ver a otros cuadros, desde el impetuoso Racing del 66 al arrollador San Lorenzo del 68, del Lanús de los albañiles, al Independiente de Bochini o al Huracán de Houseman, que me entretuvieron hasta que llegó el River de Didí, paso previo pero indispensable de las gran cosecha de títulos posterior. Pero todo se dio mezclado. Y nadie puede decir que el viejo recuerdo de la Máquina siga influyendo. Años buenos con años peores, abundancia de cracks con sequías prolongadas, años de suerte con otros de malaria. Ningún equipo mantuvo su supuesta tradición demasiado tiempo. El mejor Boca que vi, por ejemplo, fue el de Rogelio Domínguez, que nunca salió campeón de nada. Tal vez esta parrafada sea una excusa para consolarme porque este River, destruido casi irreversiblemente por la administración Aguilar, está a punto de pelear por el descenso. Pero tampoco es la muerte de nadie. Miren qué bien que juega Estudiantes, que no hace mucho pasó por la B.

Estudiantes. Otro paseo del Pincha, que le ganó sin esfuerzo a Godoy Cruz. Incluso, da la impresión de que el punto débil de Estudiantes es que cuando gana no necesita transpirar: domina el juego y los goles llegan de una manera u otra, incluso como producto de dos casualidades como ocurrió ayer. De ese modo, no se sabe qué puede pasar si el partido se complica.

Verón. Verón volvió a jugar muy bien, luciendo su elegancia y su toque. No sé si dio algún mal pase y es un placer ver cómo sabe lo que va a hacer con la pelota antes de recibirla y cómo le da el destino justo, en largo o en corto, por arriba o de rastrón. Ahora, compararlo con Riquelme es desproporcionado, propio del Chavo Fucks. Uno es un director de orquesta brillante pero el otro compone la música.

Revisión. El Club Atlético Huracán pide ser sacado de la lista negra de los equipos que garantizan mal fútbol. Invoca dos causas. Una es que, por segunda vez consecutiva, después de abrir el marcador atacó con contragolpes poderosos en los que metió mucha gente cerca del área rival. Y por segunda vez le dio resultado. La otra razón es que apareció un tapado: Gino Clara. Debe ser el único delantero con vocación de wing del fútbol argentino. Flaco, desgarbado, narigón, veinte años, intenta desbordar cada vez que recibe la pelota y tiene muy buen manejo. Un jugador muy raro al que vale la pena mirar con atención. Ganó fácil Huracán, mientras el comentarista Lewandowski describía con acierto el desmoronamiento de Central.

Pregunta. ¿Por qué vi Racing – Newell’s? Sí, supongo que por la morbosa tentación de que perdiera Racing. Pero ni eso ocurrió. Russo va reduciendo los delanteros en cada partido, pero lo de Newell’s fue absolutamente patético: arranco temeroso y metió más y más cambios defensivos, aun cuando iba perdiendo. Sensini ganó el premio al técnico más cobarde de la semana. Ah, fueron los mejores minutos que jugó Castromán en Racing. Hasta participó en el gol y todo. Lo que se me escapa es por qué Perfumo insistía en decir que no fue offside con la imagen gigante y detenida del gol de Racing que parecía confirmar lo contrario.

Foto: Flavia de la Fuente