Diario primaveral (IV)
por Yupi
Lunes
P., argentina, 29 años, doctora, recién casada y recién llegada con la intención de quedarse a vivir. Una situación que se repite invariable. La conocí en la puerta de casa por pura casualidad. Conversamos un rato. Le pregunté si era de Buenos Aires. Contestó: “De las afueras”. Una respuesta rara, quizá no muy rara, pero tampoco la habitual. Me dio su nombre de pila y comenté en broma que era muy argentino. Dijo con timidez: “Es más que eso”. La chica resultó ser descendiente de Manuel Belgrano, y no una descendiente lateral o lejana, sino en línea directa. No hizo falta que me mostrara ningún documento porque lo confirmaba con su sola presencia. El mismo corte de cara, los mismos ojos. Durante un tiempo quedé en blanco. La única pregunta que venía a mi mente era: “¿Por qué yo?”. ¿Será un mandato del cielo? ¿Estaré llamado a una empresa blanquiceleste que ignoro? Es como si todo lo actuado desde 1810 sólo fuera un prólogo y miles de argentinos se prepararan en el extranjero para la verdadera Revolución de Mayo. No sé cuál podría ser mi función en esa segunda patriada, quizá la de volver coronado de Inca, como proponía el pobre Manuel, y esta chica vino a comunicármelo. Ni qué decir tiene que en unos minutos me resumió toda su vida. Es la primera persona de su familia que se va a vivir fuera de la Argentina. Previsiblemente, el padre no tomó la noticia con alegría, pero ella de todas formas hizo la valija. Intuyo que su decisión fue un modo de romper con una endogamia inerte que viene reciclándose intacta. Quiere cursar los tres años de la especialidad de su carrera y mientras tanto ganarse la vida como pueda. Es una criollita fina, de piel blanca y pelo claro, linda, agradable, sin rastro de afectación. Veremos cómo sigue.
Martes
Me quedé pensando en la expresión de la chica sobre “las afueras” de Buenos Aires, como si Puente Saavedra fuera un lugar remoto, o incluso el campo. Puede ser que la haya oído muchas veces en su casa como parte de relatos antiguos. Recién encontré esta descripción de un viaje desde el centro de capital hasta el barrio de Belgrano hacia 1880:
Una tarde de primavera, mi tío, que ya había comenzado a sentir el peso profundo de la tristeza, me invitó a que lo acompañara en carruaje hasta Belgrano. La tarde era bella y tibia; el río estaba claro y sereno como un cristal, y cuando los caballos comenzaron a trotar por el camino de Palermo, mi compañero comenzó a reanimarse con el aire puro del campo y la tranquilidad de la tarde. (Lucio Vicente López, La gran aldea –Un viaje a Belgrano)
El párrafo está escrito con bastante descuido, adjetivos en pares (bella y tibia, claro y sereno), repetición de verbos (comenzado, comenzaron, comenzó), pero refleja la idea que se hacían en esa época del aire puro, la tranquilidad, el campo tendido; es decir, Cabildo y Juramento.
Miércoles
No debe haber un ejercicio de humildad más implacable que el estudio de la historia de la literatura. Uno queda aturdido, como si lo despertaran de su infatuación con un mazazo. Dante, probablemente el poeta más grande todos los tiempos, y Shakespeare, el mayor genio salvaje de la literatura, no fueron bien leídos fuera de sus países hasta muchísimo tiempo después de publicadas sus obras. “Estimo altamente”, le escribe Voltaire a un amigo italiano, “el coraje con el que te has atrevido a decir que Dante era un loco y su trabajo un monstruo. Se encuentran entre nosotros personas que se esfuerzan en admirar imaginaciones tan estúpidas y bárbaras”. Qué decir de este dictamen. No fue hasta bien entrado el siglo XIX que Dante y Shakespeare tomaron posesión de la mente europea, posiblemente por medio de las conferencias de Coleridge, que revolucionaron la crítica literaria de la época. En el 1800 Shakespeare era un poeta inglés, o a lo sumo inglés y alemán, y Dante un poeta exclusivamente italiano. Para el resto del mundo eran exóticos. Recién a partir del 1900 se convirtieron en poetas universales. En términos históricos, hace un ratito. Tal vez esa sea la función de los escritores realmente grandes, la de hacerse cargo de todos los demás y otorgarles el reino del sueño y la esperanza de inmortalidad. Queda por saber cómo será el futuro. El escenario probable –que todo sea traducido en imágenes– favorece la hipótesis.
Jueves
N., 41 años, argentina, casada, una hija. La morocha argentina. Despierta, resuelta. Llegó hace tres meses, agotada por las preocupaciones y los bandazos de nuestra economía, y contra todo pronóstico en poco tiempo consiguió un trabajo bastante bueno. Es la típica mujer que no sólo saldrá adelante sino que logrará un buen pasar en todos los sentidos. Por lo pronto, no puede creer que la hija –una adolescente de 17– se mueva sola por la ciudad sin que ella deba estar pendiente de su seguridad. En Lomas de Zamora, su barrio, cada salida de la chica parecía una operación comando. Es evidente que cruzó el océano más por la hija que por ella misma. La chica, por su parte, está contentísima con la mudanza. Todo es nuevo para ella, y a su edad un abanico de posibles aventuras. No se parece a la madre. Es más bien rubia, de cuerpo elástico, bien proporcionado. Tiene la belleza fresca de la juventud. Quiere ser diseñadora de moda. Qué glorioso es ese momento en que uno puede ser cualquier cosa. La posibilidad, no la realización. Los dioses griegos cuando querían castigar a alguien hacían realidad sus sueños.
Viernes
Aniversario de la muerte de mi padre. Ya más de la mitad entre mi nacimiento y ahora. De hecho a partir de aquel día empezó a vivir en mí otra persona: la libertad se abrió paso. Para ser exacto debo decir la libertad después de la libertad, al borde de la anarquía, porque nunca tuve el más mínimo reproche que hacerle a mi padre en ese sentido ni en ningún otro. Cada vez que leo la Carta al padre de Kafka –una carta de abogado, según el autor– quedo perplejo ante sus acusaciones, además de parecerme uno de los mayores alegatos en contra de los hijos. “El padre de Kafka era muy bueno”, reconoció Max Brod, sucinto. Pedirle que además de bueno fuera un analista capaz de entender la naturaleza ultrasensible de su hijo, un poeta a quien no terminaron de entender los críticos más brillantes del siglo XX, era pedir mucho más de lo que un padre puede dar de sí mismo. Como todos los judíos de entonces que debían sobrevivir en un medio hostil, los padres de Kafka ponían una voluntad casi adamantina en la educación y deseaban que sus hijos obtuvieran una posición social como un arma de defensa. Franz, el clásico niño mimado, honestamente no podía menos que comprender ese modesto sueño familiar. Por suerte también tuvo el buen juicio de no entregar nunca la famosa carta.
Sábado
El entretenido Diario del conde Harry Kessler, mecenas, curador y crítico de arte descendiente de la casa Hohenzollern, una de las más antiguas de Alemania. Transcribo una entrada al azar, por ejemplo, esta de agosto de 1930:
Desayuno en la embajada de Francia con la duquesa de Gramont, una hija de Pauline Metternich bastante tosca y no muy aristocrática, Etienne de Beaumont y Chanel, la famosa costurera, de la que Beaumont me dijo que había pagado 17 millones de francos en impuestos el año pasado. Según parece, es amiga de un anciano que le ha legado toda su fortuna. Cuando le dije al viejo Hutten-Czapski que la costurera estaría en nuestra mesa casi se negó a sentarse, pero al agregar: ‘Es una mujer que pagó 17 millones de francos en impuestos el año pasado´, se calmó un poco y aceptó entre resoplidos.
Una anécdota perfecta. Los millones a cambio de la falta de abolengo. Definir a Chanel como “la famosa costurera” es una buena malicia, y la negativa del viejo a sentarse a su lado ya parece directamente de Gombrowicz. ¡Qué no pensarán aun hoy de un argentino! Tal vez se asombren de que uno no sea un indio con plumas. “Aquí donde no hay nobles, ni siquiera una aristocracia del dinero comme il faut”, se queja Mansilla en alguna parte. Si pudiera decidir sobre las veladas de la nobleza europea invitaría a Mirtha Legrand sólo para oírle comentar con su tono inconfundible: “¿Ustedes saben lo famosa que yo soy en mi país?”. Tomá.
Domingo
Llena tu cabeza de folk. La balada no pertenece a las formas de arte elevado, como la épica, la tragedia o la oda pindárica. Es simple y no compleja como el soneto. No forma parte de la aristocracia del verso sino que es popular, por no decir plebeya, en sus asociaciones. Resulta fácil de escribir y en su forma métrica más común es apta para cantar. Es tan sencilla que todo el mundo puede entenderla y compartirla. Va directo como una flecha al sentimiento, rasgo que la vincula con el golpe bajo, cuando no abiertamente con el chantaje y la extorsión. Sus limitaciones, aun en manos de un artista como Coleridge, son evidentes. Pertenece a la poesía menor. Si el Dr. Johnson pudiera regresar de las sombras y leer nuestra literatura reciente, uno de sus primeros comentarios probablemente sería: “Señor, tiene demasiadas baladas”.
Foto: Lisandro de la Fuente
abril 5, 2021 a las 1:19 pm
El destino sudamericano que lo persigue estimado! Un historiador grande,y famoso de reconocida lengua viperina, dedico sus últimos días a Belgrano. Sin piedad.
Hablemos mejor del baladista cándido y humilde (aires de familia con nuestro Belgrano? me dejo llevar…) que reconoce la simpleza de su oficio: hacer de nuevo lo viejo. Quizá otra manera de reconocer que Jesús Franco tuvo razón: La Gente no entiende Nada!
Salut!
abril 5, 2021 a las 1:22 pm
falle el curso youtube links, chit!
Video a partir del minuto 5 sec 26.
Sdos!
abril 5, 2021 a las 1:55 pm
Novia, no me diga que usted también está enrolada en la legión del “Ay, qué lindo”. Basta de eso, por favor. No sé en qué punto podríamos encontrarnos. Pruebo con algo.
http://www.youtube.com/watch?v=_ABs79qXl_8
abril 5, 2021 a las 2:10 pm
Que maravilla. No lo conocía. Busco el disco. (Supongo que es posterior al «Construcción» de Chico B, con esas orquestaciones del infierno. Que mesmísimo al Morricone le daba el entusiasmo!)
Casi me olvido. Cómo me hizo reír con el sufrido padre de K. Cuánta razón, siempre pensé lo mismo. Imagine al nene que mira el suelo y dice: «El verdadero camino pasa por una cuerda, que no esta tendida en el vacío sino casi a ras del suelo. Parece mas bien destinada a hacer tropezar que a ser recorrida». Pobre hombre.
abril 5, 2021 a las 2:36 pm
Yupi, ¿es usted el cónsul? Merecido.
¿Qué tan blanquitos eran los criollos? Capaz que poco, capaz que Don José de San Martín era un simple oscuro andaluz sin rastros de guaraníes.
Conocí a los descendientes de Moreno, y portando un cuarto de sangre franco alemana eran de color firme, como le oí decir a un paisano que vive en un pueblo de mil habitantes pero el santo temor a ser cancelado le llegó. Digan después que no existe la globalización.
abril 5, 2021 a las 5:04 pm
Novia. No, el disco es muy anterior. Diez años antes como poco. Con respecto al niño Franz… En una carta a Milena, creo (mientras estaban en pleno romance): “Fui como un desconocido que te conocía muy bien”. Qué hacer con una persona así.
Ericz. En el colegio primario un descendiente de Moreno, también oscuro, me dio clases de baile criollo. Ojo que sé zapatear y bailar el pericón. Hace unos días le decía a un amigo alemán que si intercambiáramos la población alemana y la argentina, en diez años la Argentina sería una superpotencia. Replicó: “No creo. Los alemanes se harían argentinos”.