C’est la pensée

Acerca de Evasión y otros ensayos de César Aira

por Yupi

César Aira es el mejor ensayista (y el más malévolo) que ha dado el país desde Borges. Noto que esta sentencia es fácilmente refutable. Alcanza con que alguien diga: “No, César Aira no es el mejor ensayista (ni el más malévolo) que ha dado el país desde Borges”. Para darle solidez a la frase tendría que explicarla, fundamentarla, someterme al terrible suplicio de remontar los efectos, como mínimo definir qué entiendo por la palabra “ensayo”, y no quiero hacerlo. Basta. Me cansé. Si a esta altura un lector no comprendió que Aira es el mejor ensayista, no lo comprenderá nunca más. No hay problema. Se puede vivir muy bien sin ese conocimiento y sin ningún conocimiento. Por lo demás, la literatura no es un campeonato. Que Aira sea el mejor, el segundo o el décimo ensayista es algo externo a la literatura, que lo decidirán otros, en otra parte, justamente en un ensayo, que es lo que no quiero escribir.

65.perrito

 

Abro el recién publicado Evasión y otros ensayos, miro el índice. Como si estuviera poseído por el espíritu de mi madre, mi primer impulso es dirigirme a las oficinas de Mondadori, preguntar por el editor del libro y ahí nomás exigirle explicaciones (mi madre lo habría hecho). Está todo mal. No porque los textos elegidos sean malos, al contrario, todos son buenos y aun brillantes, pero apenas si dan una vaga idea de Aira como ensayista. Una idea parcial, segmentada. Enseguida recapacito y me digo que seguramente el responsable de la selección habrá sido el propio autor. Peor todavía. ¿Qué puede saber un autor de su obra? ¿Cómo no consultó con alguien? Yo mismo podría haberle facilitado una antología de sus textos de no ficción. Pero creo que eso tampoco cambiaría nada. Me doy cuenta de que el problema no está en el antólogo, ni en el índice, sino en esas dos palabritas… no ficción.

Luis Chitarroni, luego de una meditación de unos treinta años, observó que en la Argentina el ensayo literario no existe y que el caso de Aira es difícil de clasificar. Supongo que quiso decir que Aira en sus ficciones interpola ideas, reflexiones, y que en sus ensayos interpola la ficción. Es cierto. De su obra podría entresacarse un Manual de narratología dispersa. ¿Eso es algo difícil de clasificar? ¡En el país de Borges! Cuentan que Aira cuando era estudiante quiso exponer en un examen una teoría heterodoxa sobre Borges, los profesores le llamaron la atención y Aira se levantó y se fue. Aquí hay una punta para desenredar la madeja. Borges había predicado la perfección y había entregado textos perfectos, cerrando el camino por ambos extremos. La solución que encontró Aira fue fijar a la perfección en el pasado (en el mismo Borges) y trasladar el resto a otro campo, el único que quedaba libre: Francia y la novela. Pero las novelas son largas, ripiosas, interminables. Además, ya están hechas. Mejor algo a medio camino. Ni cuento ni ensayo, novelitas. Queda por delante la verdadera obra maestra, el trabajo de convencer a todos de que 70 páginas o aun 10 páginas forman una novela, pero eso está en el futuro del pasado. Todavía hay que retroceder más en el tiempo.

Imaginemos que Aira va caminando por Pringles a la hora de la siesta. Es una típica tarde de verano en el pueblo. Viento norte, calor desértico, en la calle ni un alma. De repente, Aira se encuentra con dos vecinas, digamos, las de Landoni, las chicas de la librería, y les dice: “La literatura es aquello necesario para transformar el mundo en mundo”. No hace falta imaginar más porque ya sabemos cuál será la reacción de las vecinas: “¿Eh? ¿Qué dice este muchacho? ¿La antología surrealista que le vendimos lo habrá enloquecido? Pobre, tan joven…”. Ahora, la tentación obvia de cualquiera, por ejemplo de los guionistas de El ciudadano ilustre, sería mirar la escena desde arriba y atribuir a los palurdos del pueblo la frustración de un artista; es decir: lo último que haría Aira a la hora de escribir. En su sistema formal Aira es Aira y es también las señoritas de Landoni. No podría ser de otra manera, puesto que pasó en el pueblo toda la niñez y la adolescencia, que para un escritor es toda la vida. La literatura sale entera de la infancia, eso es inamovible. Sólo cambian los centros de gravedad. La transformación, el final de una época y el comienzo de otra, que antes se buscaba en el arte, ahora quedó a cargo del testimonio directo, la memoria, el reportaje. Aun así queda un último salto hacia atrás.

Cerca de Pringles hay una estación de trenes abandonada que se llama El pensamiento. Allí se afincaron los abuelos de Aira, allí nació su madre y allí la familia pasó todos los veranos. La historia del nombre de la estación es muy curiosa. El dueño de las tierras que rodean la estación era un hombre casado y sin hijos. Un día los indios le llevaron la mujer en un malón. Tiempo después Roca hizo una feria de cautivas con todas las mujeres que se habían llevado los indios y el hombre encontró a la suya con un indiecito en brazos. Ese indiecito fue su único heredero. Estudió en Francia, se casó con una francesa y juntos regresaron a vivir a la estancia. Pero la francesa era depresiva. Tenía días en que no hablaba, la mirada perdida en la llanura. Cuando él le preguntaba qué le pasaba, ella repetía por toda explicación: “C’est la pensée…”. Es el pensamiento… El pensamiento que una vez adentro crece como una laguna malsana invadiéndolo todo. Y el ensayo literario es antes que nada un pensamiento de principio a fin, cercado y deformado por los fantasmas sonámbulos de la ficción, como lo supo la francesa aindiada, como lo probó Borges, como lo prueba este último libro de Aira.

 Foto: Gabriela Ventureira

6 respuestas to “C’est la pensée”

  1. La Novia de Troll Says:

    Yupi presidente!! (Don Cesar ya declino el cargo) :)

  2. FedericoR Says:

    Maravilloso, Yupi. Casi me paro a aplaudir cuando habla del ciudadano ilustre, esa exaltación de la pedantería y el desprecio. (Fue Aira el que dijo que la novela debe ser «una marea de amor»).
    Tarde o temprano van a editar unos «ensayos completos», porque a dios gracias siempre aparece uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, y cada tanto embocan uno necesario.

  3. Yupi Says:

    A la salud del César.
    http://www.youtube.com/watch?v=oWbYufhJaEU

  4. ericz Says:

    ¡Los pensameños existen! Están en El bautismo y ¿no fueron un invento de Aira? Que raro.
    El bautismo es de lo más recomendable. Trabaja un caballo de tiro, siempre a cargo de un sulky. ¿Cómo se llama el caballo? Sulky

  5. Yupi Says:

    Es como Clarke, el personaje de La liebre, que por supuesto nació en el condado de Kent. Así no nos van a dar el Nobel ni en mil años. El bicho volando de la apertura de El bautismo es para aplaudir de pie. Esa novelita es oscura como un cuadro oscuro, parece escrita a la acuarela. Raro en Aira, que tiende más bien al dibujo, como su venerado Baudelaire.

  6. ericz Says:

    Un pichiciego, de cajón.

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