Intrascendencias (136)

Innes

por Quintín

Si la primera parte de ¡Hamlet, venganza! festejaba el palacio de la literatura, la segunda introducía dudas sobre los personajes, el texto, la situación y el propio estatuto del libro, al que le daba incluso una connotación gay. La tercera (nunca vi algo así en una novela policial) representa otro cambio radical en el tono y el eje. Ahora predominan la racionalidad y el humor. El libro se dedica a construir y desbaratar hipótesis sobre el culpable de la muerte de lord Auldearn y hace trabajar en ellas al policía Appleby, al escritor de policiales Gott, a un par de especialistas más y a las mujeres que hasta allí estaban en segundo plano pero serán decisivas a la hora de descubrir la verdad.

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Innes insiste en burlarse de la novela de detectives de varias maneras. Se ríe de Sherlock Holmes, y de su «arcilla de Loamshire», es decir del conocimiento detectivesco que permite identificar al asesino por indicios materiales. También de Poirot, a quien la más esnob de las aristócratas sugiere traer para resolver el caso («hay un detective muy bueno, cuyo nombre no recuerdo; un extranjero bastante presuntuoso, pero, según dicen, digno de confianza»), de la policía oficial («al inspector Mason no lo acobardaban las perogrulladas») y de su propio alter ego Gott, quien propone una solución aparentemente acertada (pero que resulta no serlo) y recibe esta crítica:

Usted ha creado una argumentación magnífica, o por lo menos un efecto magnífico; pero algunas personas dirían que podría haber hecho lo mismo con otra media docena de sospechosos.

Y eso es lo que pasa en la novela, que hay un momento en el que parece que el asesino puede ser cualquiera de los personajes y por cualquier motivo. Sin embargo, creo que ¡Hamlet, venganza! es una cumbre del género policial. Y creo que lo es por la exactitud de la observación que hace Malloch, el erudito literario que tiene la costumbre de aportar precisión a cada tema que toca. Cuando Appleby dice: «estamos frente a un criminal con mucha imaginación», Malloch le responde:

Esta es una conjetura gratuita, inspector. Digamos un criminal con cierta fantasía.

La diferencia es crucial. Los criminales, los policías y los malos escritores pueden tener fantasía. La imaginación, en cambio, es una cualidad de los artistas. Innes se da el lujo de utilizar una extrema racionalidad en el relato, de someter el caso a continuas recapitulaciones y a hacer funcionar todo tipo de hipótesis. Pero esa es la habilidad de Gott. La suya, en cambio, es imaginar que todo aquello está por debajo del juego literario de capas superpuestas y de espejos entre la realidad, la ficción y la historia de la literatura, entre los múltiples niveles de ficción y realidad que abarcan desde las claves de la representación de Hamlet a las galletas robadas de la despensa, pasando por la crítica a toda la literatura policial hasta entonces, esa literatura policial que estaba en la conversación popular de esos años.

De pronto, recuerdo que fue mi padre quien me transmitió su entusiasmo por la novela policial. Había nacido en 1911 y en los treinta, cuando Innes comienza a escribir su serie de Appleby, leía los policiales de antes de la segunda guerra (Conan Doyle, S.S. Van Dine, Edgar Wallace, Agatha Christie, Ellery Queen…) es decir, el policial a la inglesa, antes de la ficción hard boiled, más o menos lo mismo que leía Borges, repertorio que siempre marcó sus comentarios sobre el género. Mi padre, como Borges, ignoraba o despreciaba la novela negra. Recuerdo que solía evocar a Sherlock Holmes mediante la exclamación «Trichinopoly», la marca de cigarros que fuma el asesino de Estudio en escarlata. Mi padre era médico y eso de los indicios seguramente lo subyugaba por su relación con el diagnóstico en su profesión. «Trichinopoly» decía mi padre como una contraseña cómplice cuando me veía leyendo policiales.

Pero Innes —lo dice dos veces— no cree en indicios porque la evolución de la novela policial ha descartado la «arcilla de Loamshire», como señala con ironía Appleby:

Está usted atrasado en esa clase de literatura, señor. Esos relatos tienen siempre un giro psicológico en la actualidad.

Eso es lo que dice Borges sobre Innes, que su novela es psicológica. Pero se equivoca (me temo que Borges no era un buen lector de policiales, los leía con demasiados dogmas), porque la clave del misterio de Seamnum Court no la proporciona una intuición psicológica sino que lo hacen un detalle fáctico y la casualidad.

Sin embargo, hay otro factor en juego, del que se habla poco en los comentarios del género, y es el siguiente. La novela policial de enigma, el whodunit, se basa en una superchería y es que el lector dispone de los mismos elementos para descubrir al culpable que el detective. Y eso es completamente falso: no hay ninguna igualdad de condiciones, ya que el lector es manipulado como el autor quiere. Sin embargo, uno puede encontrar al asesino, mejor dicho saber quién es porque ha descubierto un hueco, no en sus declaraciones a la policía sino en el propio entramado de la novela. Es decir, uno se puede dar cuenta de cuál es el personaje que el autor sabe culpable y tiene que tener con él un tratamiento particular, porque mientras que va a tratar de que los inocentes parezcan sospechosos, el culpable debe ser descartado por inocente (claro que puede haber juegos de segundo o tercer grado, que el culpable aparezca como tal para después tener una coartada falsa, etc.) y eso es muy difícil. Porque el culpable tiene que estar a la vista, debe tener un papel aparente en el drama pero su lugar suele ser, por así decirlo, un poco resbaladizo. Muchas veces advertimos quién es el culpable porque esta ahí y en la economía del relato no puede servir para otra cosa que para serlo. Innes es más sutil, pero de todos modos me di cuenta de quién iba a ser el culpable al principio (lo dije en la primera entrada), aun antes de que se cometiera el asesinato y sin que hubiera ninguna pista material ni psicológica. Se trataba de un personaje que tenía algo indefiniblemente raro. Después, la novela fue y volvió, hasta que al final llegó el momento de desenmascararlo.

Es decir, que el lector de una novela de enigma no puede jugar el juego que le propone el narrador porque será una y mil veces burlado; pero si puede jugar a descubrir las maniobras del autor frente a los personajes, identificar ese morbo, esa pulsión que lo llevó a crear ese asesino particular. Y eso, cuando se trata de un policial verdadero, no escrito rutinariamente, suele estar a la vista inevitablemente. En un buen whodunit, el asesino se deja descubrir porque el escritor ha puesto algo especial en él, ha resuelto que el mal se encarne en ese y no en otro personaje.

Por último, hay que decir que Innes tira una pista suplementaria que está al nivel del lenguaje, porque el apellido del culpable se menciona justo cuando se habla sin nombrarlo de Sherlock Holmes y sus pistas decisivas. Creo que Innes lo hace a propósito, pero de todos modos es muy curioso que la pista esté en el significante, que vaya directamente del autor al lector sin pasar por el detective. Me acaba de salir una propaganda de la Feria del Libro. Mejor dejo aquí.

Foto: Flavia de la Fuente

Una respuesta to “Intrascendencias (136)”

  1. Yupi Says:

    Me vas a obligar a volver a mi casa natal y leer de nuevo la novela. Se nota que a Borges le debe de haber gustado bastante, porque en Los mejores cuentos policiales incluyó un cuento de Innes, «La tragedia del pañuelo», que tiene los mismos elementos de teatro dentro del teatro.

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