Mi primer download

El maravilloso mundo de la descarga

por Quintín

But to live outisde the law, you must be honest, Bob Dylan

Ante todo, gracias por la ayuda. Hasta el momento llegaron 159 comentarios a la entrada anterior con sugerencias e indicaciones sobre series. Este nuevo mundo es algo abrumador. Lo primero que se me courre es que si viera una sola temporada de todas las series que aquí se mencionaron, no tendría tiempo para ninguna otra actividad por el resto de mi vida. Estamos frente a un fenómeno muy particular.

 

 

Entre las consideraciones teóricas sobre la cultura de masas (un tema que me parece mucho más impenetrable que algunos capítulos de Twin Peaks) y las enumeraciones de títulos, una idea me resultó particularmente útil. Es un concepto simple, pero nunca lo había pensado y explica en parte la adicción que producen las series. Una formulación elemental podría ser la siguiente:

Las series son compañía

En varios de los comentarios se menciona la importancia de que las series se prolonguen con el tiempo, de que convivamos con los personajes, de que esperemos los cambios de la nueva temporada. Eso haría pensar que las series se consumen como el fútbol, que nunca se acaba y donde cada torneo se inicia con una cuota de esperanza y un elenco (parcialmente) conocido. Un perfeccionamiento de esta idea figura en el notable blog de Hernán Casciari, del que alguien copió en LLP su defensa de Los Sopranos. Según ese argumento, las series serían una forma de arte que tiene la posibilidad de superar al cine porque el punto débil de este último es la brevedad. La duración de cada serie y la perduración en el tiempo permite la construcción de personajes más ricos y una empatía de sentimientos mucho más plena con el espectador. Si bien un personaje de cine puede llegarnos al corazón (desde Ethan Edwards hasta ET), convivir con él genera una gama de emociones distinta a partir de un conocimiento íntimo de su biografía. Es otro orden de magnitud en la presencia de los caracteres de ficción en nuestra vida. Aunque, después de todo, esto lo sabían los espectadores de El Show de Dick Van Dyke o de La familia Falcón hace cuarenta años. La diferencia, diría tal vez Casciari, reside en la calidad, lo que lo lleva a afirmar que Los Sopranos es “una de las obras maestras más extensas de la historia contemporánea.” La elocuente frase que sigue redondea el argumento:

Estamos habituados a cuadros inolvidables que observamos en diez minutos, a novelas magistrales que leemos en seis días, a películas mágicas que disfrutamos en dos horas. Pero no estábamos acostumbrados a una obra maestra que nos atravesara el cerebro, y el corazón, durante ocho años enteros.

Luego, el argumento de Casciari se hace más enfático pero se debilita un poco:

El New York Times tomó hace tiempo una posición arriesgada pero certera: “The Sopranos —publicó el periódico— es tal vez la mayor obra de la cultura popular estadounidense de los últimos 25 años”. No se habló de la mayor serie de televisión. Ni siquiera se habló de la más grande propuesta audiovisual contemporánea. En la frase “cultura popular” quedaron englobadas todas las formas posibles del arte.

Por un lado, no recurriría al NYT como referencia cultural ni como árbitro del gusto. Pero tampoco le atribuyo sentido alguno a la expresión “cultura popular”. ¿De qué se habla aquí? ¿De que Los Sopranos es mejor que, digamos, Harry Potter? ¿Que los Rolling Stones? Hace algunos años, Silvia Schwarzbock escribió en El Amante que Los Simpson eran “un milagro intelectual”. Pocas veces me enojé tanto con esa revista. ¿Un milagro intelectual como qué?, sigo pensando. ¿Como Shakespeare? ¿Cómo Miles Davis? ¿Cómo Peter Capusotto? Así como en esta época es de rigor decir que “la crítica a la televisión es reaccionaria”, es de mal tono hacer esos cuestionamientos, y cuando se nombra a Los Simpson es obligatorio acompañar con una reverencia. Me he divertido con los Simpson, cómo no, he admirado su ingenio, su acidez, su tono alegre. Pero si ese es el máximo de sofisticación artística al que podemos asistir estamos en problemas. Y eso se nota, sobre todo, al cabo del tiempo de seguirlos.

Creo que aquí interviene un factor esencial en la apreciación de este tipo de obras: la identificación. Mucha gente piensa que Los Simpson, Seinfeld o Los Sopranos, “nos retratan”, conocen los resortes de nuestra conducta, nuestros secretos deseos, nuestras debilidades: son nuestro verdadero prójimo, nuestros compañeros en este complicado mundo de hoy, como no lo son ya Madame Bovary o Carlitos Chaplin. Es una idea del arte basada en el mimetismo con la época, en el reflejo, no muy alejada de la que permitía hacer creer que Rolando Rivas taxista representaba a los argentinos. El argumento de Casciari es, en todo caso, que se trata de otro nivel de profundidad y de excelencia:

Esta serie ha sido más necesaria que el mejor libro, más potente que la mejor escultura, más arriesgada que el mejor cine, más sutil que la mejor partitura que se haya podido componer en aquel país (y en casi todo el planeta) en el último cuarto de siglo. (…) La obra de David Chase es un cuchillo que desmenuza la condición humana y pone contra las cuerdas la moral de nuestro tiempo.

Hay quien me ha aconsejado no perder el tiempo con Los Sopranos. Pero tanto panegírico me intriga y es una de las series a la que pienso dedicarle una mirada. Por ahora, al menos, no quiero incurrir con las sitcom. Es un género que no me resulta placentero en general, aunque me cause ocasionales risas. Pero debería ver Seinfeld aunque sea una vez. La otra zona que me causa enorme desconfianza, en parte por las advertencias que me formularon algunos lectores, es (perdonen si mezclo) la de Lost, CSI, Heroes, 24 y Dr House. Una vez vi unos minutos de CSI (no sé en cuál de sus variantes): me aburrí con su picadillo de situaciones y me horroricé con la amanerada fealdad de sus imágenes. Tampoco quiero insistir demasiado con las policiales inglesas. He visto mis capítulos de Prime Suspect, que Jorge García solía tener en su altar personal. Pero es demasiado británica para mí: sordidez estereotipada que simula profundidad, mirada sobre el mundo torvamente desencantada, cierto tufillo religioso y sacrificial como fondo. Sí, Helen Mirren es una buena actriz. ¿Y qué?

Decidí entonces empezar por The Wire, de la que unos cuantos lectores hablaron a favor y nadie en contra, tal vez porque no se dio hasta ahora en la Argentina, o eso creí entender. También voy a intentar con Los Sopranos, no voy a descartar de antemano Lost, 24 y Battlestar Galactica y trataré de espiar algunas series menos conocidas que también recomendaron los amables lectores (me gustaría hacer una lista completa). De todos modos, y con los prejuicios que acabo de exponer, fue muy útil y muy ameno seguir el intercambio de opiniones. Y creo que queda en la suma de los comentarios una guía muy útil y plural sobre el tema.

Y ahora, vayamos al problema práctico. Porque también aprendí acá que las series se pueden ver directamente (si son nuevas) o, de lo contrario, adquirir legalmente, adquirir ilegalmente o bajar de internet. Aquí en SC no hay donde comprar una temporada de una serie. El videoclub es uno de los lugares peor surtidos del hemisferio sur. Los precios del hemisferio norte (Amazon, etc.), a su vez, son completamente prohibitivos para nuestro presupuesto. En cuanto a las ventas piratas, hace unos meses compré en la esquina tres DVD por diez pesos. Una ganga. Pero cuando fui a ver The Black Book, la película duraba media hora menos que el original y los subtítulos eran erráticos y disparatados. Fue un pésimo negocio. De modo que aprovechando la presencia en SC de Diego Brodersen, pude tomar un curso acelerado de downloading. Paso a comunicar los resultados.

De entrada, Brodersen me sugirió no usar el famoso e-mule, sino otros programas “más veloces”. Intentamos con uno llamado Bit Torrent que no anduvo y luego probamos con el Azureus, que resultó muy gauchito. Rápidamente localizamos la primera temporada de The Wire y empezamos a bajarla. Va a tardar unos cinco días. La noticia es chocante y muestra que el mundo de la descarga requiere paciencia y método, lo que casi me descalifica para ingresar en él. Broder me explicó, además, que la calidad Divx con la que bajará The Wire no es la misma que si uno compra la caja. Por otra parte, nuestro reproductor de DVD no lee Divx, de modo que, para grabarlo y verlo en el televisor hay que convertirlo. Por lo tanto, a lo cinco días que demorará la bajada de la serie, hay que agregarle 13 horas (aproximadamente una por cada capítulo) para la conversión y la copia.

La parte buena de este asunto es que la web está llena de maravillas, de películas que uno siempre quiso ver y/o que nunca llegaría a ver de otra manera que descargándolas de internet. Broder recomendó dos sites muy exclusivos de donde se baja cine de autor. Uno es este y el otro es este. Pero en ninguno pude entrar: se requiere invitación, y no de cualquier usuario, sino de uno que califique para enviar invitaciones. Una frustración total. En cambio, pude asociarme a un tercero, muy bueno pero dedicado solamente al cine asiático del que Brodersen es un gran especialista. En estos lugares la calidad es óptima, formato DVD. Fuimos entonces por una rareza, Sex Jack (1970), de un director de culto llamado Koji Wakamatsu (jamás lo había oído nombrar). La pusimos a grabar y al día siguiente estaba lista para ver, siempre que uno la pudiera copiar a un DVD. Eso hicimos con un aparato que trajimos de EE. UU. hace unos meses y que seguía en la caja sin abrir. En un cuarto de hora, la película estuvo lista en su DVD correspondiente (tengo que comprar un marcador, además).

Pero déjenme que les cuente Sex Jack, que vimos en cinemascope blanco y negro y subtitulada al inglés. La calidad de la imagen es óptima (Diego me aconsejó grabar en la velocidad más lenta que permitía la máquina, en este caso 4x). Al principio, se ven escenas documentales, típica de las luchas en los 60 entre los estudiantes japoneses y la policía. Los estudiantes hacen la famosa “serpiente”, una masa humana increíblemente abigarrada que avanza viboreando. Luego de un rato, vemos a los protagonistas, pésimos actores e integrantes de una célula marxista a la que la represión ha dejado aislados de sus camaradas. El grupo discute la táctica a seguir y temen ser traicionados por fracciones adversarias del movimiento. En algún momento se enfrentan con dos policías, hay un tiroteo y cuatro integrantes de la célula, tres hombres y una mujer, quedan encerrados en un departamento. Sigue con las consignas revolucionarias hasta que uno de los hombres decide acostarse con la mujer con la excusa de la solidaridad revolucionaria. Esto ocurre delante de los demás, que recitan consignas políticas. Cuando acaban, la mujer grita algo así como “Hasta la victoria siempre”. Luego, los otros camaradas se suman al ejercicio revolucionario y se turnan con la chica. Allí hay una elipsis hasta la mañana siguiente, cuando todos se despiertan. En ese momento le digo a Brodersen en broma. Van a decir “¿Qué hacemos?” y otro va a contestar “Cojamos un rato más”. Dicho y hecho. Un quinto personaje se suma luego al cuarteto, un adolescente que se dedica a hacer los mandados y se niega a participar en las sesiones de sexo. Después de un rato de lo mismo, aparece otra chica con novedades. Allí mismo descubren que es virgen. Pero la violan lo mismo. Se arma así una gran orgía, que Wakamtsu filma con planos secuencia entre rebuscados y virtuosos. En algún momento, incluso, la película vira a color y dura así uno cinco minutos. Luego hay una especie de epílogo en el que el muchacho mata a los otros a tiros. Al final (la película era corta, unos 70 minutos) no salíamos del asombro. El término más apropiado que se nos ocurrió para describir la experiencia es el de nuestro primer film pornográfico marxista-leninista.

Como les decía, en la web hay cosas increíbles. Ahora mismo estoy bajando Masculino-femenino de Godard, que nunca vi, y Fixed Bayonets de Fuller que ídem. Pero para no olvidarme de las series, también bajamos el primer capítulo de una flamante, Breaking Bad, que al supremo especialista Casciari le sonaba que podía venir bien. Al comienzo, unos tipos con máscara, muy ridículos, van en una camioneta en el desierto de no sé donde. Chocan y uno baja en calzoncillos. Todo era muy grotesco y no entendí ni medio. No seguí viendo: el de las series es un mundo ancho, pero también siendo ajeno. A todo esto, la bajada de The Wire va por el 46% y los comentarios de la entrada original ya suman 171.

Foto: Flavia de la Fuente