Westinghouse, no existís

Pesadillas pequeñoburguesas

por Flavia de la Fuente

A principios de marzo me ocurrió una pequeña tragedia doméstica: se me rompió el lavaplatos. Les juro que no es un problema menor, porque ese aparato es el mejor amigo de la mujer. Por suerte, se había terminado la temporada de visitas, porque si ese no hubiese sido el caso, me habría suicidado y no estaría contándoles esta historia.

En un principio me lo tomé con calma. Pensé que, dado que estábamos sólo Q y yo, no era tan grave lavar y secar los platos. Sin embargo, al cabo de un par de días, harta ya de secar y lavar, decidí vencer la fiaca y llamar al service oficial de Westinghouse, la marca de mi lavavajilla descompuesto. Me daba fiaca porque soy fiaca. Y también porque me imaginaba lo que me esperaba, horas de hablar con máquinas o con personas que actúan como máquinas. Pero la realidad superó a mi imaginación más pesimista.

Prosigamos. O empecemos. Vencida la fobia al teléfono, llamé al servicio oficial de Westinghouse y me dijeron que tenían que saber exactamente de qué numero de modelo se trataba, ya que Westinghouse no existía en la Argentina, que, en realidad, todos los productos Westinghouse los fabricaba Frávega. Pero que, a su vez, no era tan simple, porque había varias fábricas que fabricaban Westinghouse para Frávega y, dependiendo del famoso número de serie, ellos me iban a indicar cuál iba a ser el fabricante que me tocaba en suerte. Porque cada fabricante tenía a su cargo modelos distintos y, en consecuencia, repuestos distintos. O sea, que había que dar justo justo en el service Westinghouse que coincidiera con mi caduco lavavajilla de casi 5 años.

Triste por esta complicación, decidí ver si podía resolver algo “no oficial” en la costa. Me daba fiaca también llamar a un técnico para que sacara el lavaplatos de su sitio y se fijara el número de serie. Así que antes de hacer ese esfuerzo que me requería Frávega, me dirigí con nuevos bríos a una gran tienda de electrodomésticos en San Clemente donde me confirmaron que nadie en la costa hacía service de Westinghouse y me repitieron que Westinghouse era Frávega. Mi gozo en un pozo. Mas como me seguía dando una fiaca tremenda el trámite de sacar el lavaplatos, fijarme el número y después enviarlo a Buenos Aires, decidí hacer un nuevo cambio de táctica.

Con un poco de suerte, tal vez consiguiera un hombre hábil, voluntarioso, bien intencionado, siempre hay alguien así, y que, además, fuera inteligente, entendiera de lavavajillas y me consiguiera los repuestos necesarios para la reparación de mi Westinghouse. En esta dirección iban mis pensamientos una tarde de marzo. Así que, llena de optimismo, les pregunté a los dueños de Compactronic si existía un service de lavavajillas de otras marcas en San Clemente. Me dijeron que sí, que por supuesto, que fuera a la calle 16, esquina 4.

Me subí de nuevo al auto y me dirigí llena de insensato entusiasmo hacia la 16 y 4. Seguía soñando con que me encontraría con un noble y modesto artesano que me diría que podría arreglarlo si yo le tenía paciencia, porque, seguramente, le iba a llevar un tiempo tratar de conseguir los repuestos, dado que no era él el service oficial de Westinghouse.

Me bajé del auto y fui a hablar con el técnico de lavavajillas sanclementino. “Buenos días, señor. Me dijeron en Compactronic que usted es el técnico oficial de lavavajillas de Drean y Whirpool… Mire, ya sé que usted no es el técnico de Westinghouse, pero quizás pueda ayudarme a reparar mi lavavajilla.” El hombre, cansado de la temporada, les recuerdo que estábamos en pleno mes de marzo, me preguntó: “¿Qué le pasa a su lavavajilla?” “No seca y ahora empezó a lavar mal”, le respondí. “Ah. Ni idea. Yo no conozco lavavajillas que sequen. Siempre trabajé con lavavajillas que solamente lavan.” La verdad que todavía no sé si el tipo me tomó el pelo o qué. Yo tengo lavaplatos desde hace unos 15 años y nunca escuché hablar de lavavajillas que no sequen. Lo miré aterrorizada y me fui del local casi al borde del llanto. Si el deseo del hombre era que me fuera rajando, lo logró. ¿Cómo le iba a dejar mi máquina a un hombre que pensaba que los lavavajillas no secaban?

Llegué a casa triste y abandoné el tema por unos días. Eran los tiempos felices en que nadaba todos los días en el mar. Para olvidar mis penas, nadé casi una horita en el mar mirando el atardecer y me olvidé rápidamente del problema del lavaplatos.

El tiempo fue pasando y nos fuimos a Buenos Aires para ir al Bafici. Antes de irme, le pedí a Pita que llamara a un plomero para que desconectara la máquina y se fijara atrás el número de serie, así a la vuelta tenía un problema resuelto.

Pasó abril. Terminó el Bafici, fuimos a España y volvimos a San Clemente. Después de unos días de tranquilidad, decidí volver a ocuparme del asunto del service, esta vez, munida de los datos correspondientes. Pita había cumplido su tarea y había averiguado que mi máquina era un White Westinghouse ds76AF.

Muy orgullosa por ser la poseedora de toda la información, llamé al service oficial de Westinghouse en Mar del Plata. Me atendió una señora muy gentil que me anunció que ellos eran el service oficial de Whirpool y Ariston, nada que ver con Westinghouse. Que no podían hacer nada por mí, que tenía que llamar a Frávega, me repitió que Frávega era el único fabricante de Westinghouse en la Argentina y los únicos que tenían los repuestos. En fin, que me repitieron lo que ya sabía.

Respiré profundo, me tomé un whisky con hielo y me resigné a llamar al servicio técnico de Frávega y a hablar con su conmutador. Después de esperar un rato, escuchar la musiquita y las 10.000 opciones del menú, me atendió un señor muy amable quien me preguntó si tenía la factura con el número de cliente o algo así. Le dije que no, que el lavaplatos me lo había regalado mi mamá hace unos 5 años y que había tirado la factura. Pero que, en cambio, yo tenía el número de serie, ese que figura atrás de la máquina. Esta información no pareció interesarle en  lo más mínimo. Ni siquiera le decía nada. “Si tiene 76 es que…” La verdad es que no sé qué mascullaba, pero finalmente me dijo: “Le recomiendo que llame al service oficial de Westinghouse en Mar del Plata. Le dije que ya lo había hecho y que me habían informado que sólo se ocupaban de Ariston y Whirpool. “No puede ser. Es nuestro service oficial. Dígame a qué teléfono llamó.” Le contesté: “Llamé al (0223) 154988873”. “Qué raro. Es el mismo teléfono y a mí me figura como que ese es el service de Westinghouse. ¿Por qué no prueba con el service oficial de Buenos Aires? Ya mismo le paso el teléfono.”

Me pasó el teléfono del service porteño. Me tomé otro whisky, prendí un pucho y llamé al nuevo número de teléfono del service oficial de Westinghouse. Esta vez, me atendió un señor displicente que me dijo: “¿Y qué le pasa a su lavavajilla?” Le contesté que no secaba y que no lavaba bien. “Mire, la verdad es que le conviene comprarse uno nuevo. Vea, si lo manda, lo miramos y seguro que le cuesta una fortuna. O imagine si lo arreglamos, se lo enviamos y no anda bien. Y tiene que ir y venir quinientas veces. Le va a costar carísimo entre fletes y honorarios de servicio técnico. No, no le conviene arreglarlo. Tírelo y cómprese uno nuevo.”

El tipo me mató, pero decía la verdad. Y no demostró el menor intento de ayudarme. Un cliente en la costa le parecía algo infernal. Estaba en una situación sin salida. Se me estaban agotando las ideas.

Esa misma tarde, vino un plomero a casa a reparar un caño. Le conté la historia de mi pequeña odisea con los service de lavavajillas. El hombre, muy contento, me dijo que en Mar de Ajó había un señor que reparaba esas máquinas. Me puse muy contenta y lo llamé. Me atendió el señor Crivelli y me dijo que, lamentablemente, él solo arreglaba productos Drean o Whirpool. Que lo sentía mucho, pero que otra vez comprara esas marcas y él me las iba a arreglar con gusto.

Desasosegada me puse a hablar del tema con Q. Era el mediodía. Por unanimidad decidimos deshacernos del viejo lavaplatos y comprarnos en cuotas uno nuevo. Pero, antes de hacer nada, debíamos asegurarnos de comprar una marca que tuviera service en la costa, no sea cosa que nos vuelva a pasar lo mismo dentro de cinco años o antes.

Contenta con la nueva decisión, decidí volver a llamar al Sr. Crivelli de Mar de Ajó y preguntarle dónde debía comprar el lavavajilla y cuál era su marca preferida, dado que deseaba contar con su servicio técnico en el futuro. A las 17 horas, llamo a Mar de Ajó y me atiende otra persona. Le pregunto si arreglan lavavajillas y me contesta directamente que no, que no arreglaban lavavajillas de ninguna marca. “Pero…”, le dije. “Esta mañana me dijeron que eran el service de Drean y Whirpool.” Y el tipo me retrucó: “Lo siento. Le repito. Acá no arreglamos ningún lavavajillas.”

Fin de la historia.

Y comienzo de mi ataque de furia. Ahora me quiero comprar un lavavajilla y no sé cuál comprarme. Ya no se trata de que alguien me arregle el famoso Westinghouse, sino que alguien me asegure que existe el service oficial de alguna marca en la costa y que ese servicio técnico sabe, efectivamente, arreglar esas máquinas, o que vio alguna vez en su vida una máquina de esas que lavan y secan.

Hoy ya me tomé tres whiskies. Entre el bicentenario y el lavavajilla no doy más de los nervios. Y para colmo no me animo a nadar en el mar frío. Creo que sería la solución para mis problemas. Si no, a este paso, me voy a convertir en una alcohólica perdida. Estos problemas ridículos me dan claustrofobia. No puede ser que las cosas sean así. Y lo peor es que acá no hay con quién hablar. Uno está solo, completamente aislado y, cuando intenta hablar con alguien, lo miran como si fuera un loco porque quiere arreglar un maldito lavavajilla. “¿A quién corno se le ocurre tener un aparato de esos?”, parecerían exclamar todos al unísono. Es un capricho pequeñoburgués. “Que te lo arregle Magoya, boluda”. Es así. Así de agresivo, así de ineficiente.

En Buenos Aires, en cambio, todo esto se arregla en medio minuto o en medio día o en un día o en una semana. Pero se arregla. También hay que aguantarse las máquinas telefónicas y todo eso, pero, finalmente, el servicio técnico viene. Puede que no venga la primera vez, pero uno reclama y al segundo intento aparecen. Ya me pasó con el lavavajilla porteño. Se llama a quien corresponda y hacen lo que tienen que hacer. Y te cobran lo que quieren, pero lo arreglan.

Acá simplemente te sueltan la mano. Los service no son service. Los que venden los electrodomésticos saben que tienen un service que no es un verdadero service. Y la gente del pueblo parece aceptar esa situación como si fuera normal. Es todo muy raro. En la costa, hay tipos cobrando por hacer el service a las grandes empresas y no prestan ese servicio sin hacerse ningún problema. Y es así. Y si no te gusta, volvete a vivir a Buenos Aires donde hay de todo. Esto no es una gran ciudad, replican con mirada torva.

Hoy me enojé con mi vecina Pita, que para colmo, puso la bandera argentina en su ventana para festejar el bicentenario. Le contaba a Pita esta situación y me miraba como si todo fuera de lo más normal. Casi parecía orgullosa de que en la costa todo fuera tan complicado. “Yo entiendo que acá la medicina sea precaria porque los hospitales no tienen dinero para el equipamiento”, le decía yo a Pita, “pero que los encargados del service de estufas o de lavavajillas no sepan arreglar nada me parece demasiado.” “Es así”, me repetía una y otra vez la buena mujer. “Ellos cobran y no dan ningún servicio. Se abusan de la empresa que los contrata. Para tener buenos servicios tenés que vivir en otro lugar. Solo en las grandes ciudades hay de todo. Los pueblos son así.” En fin, que me agarré un berrinche tremendo que solo se me calmó caminando 10 kilómetros por la playa.

Superé el berrinche. Ah, y lo de los whiskies y puchos era en joda. Lo que pasa es que estoy leyendo a Chandler. Y siento todo el tiempo la voz de Bogart y no se me va de la cabeza la imagen de Lauren Bacall fumando y chupando todo el tiempo. Pero, volviendo a la realidad, sigo con el problema de arreglar o comprar mi maldito lavavajilla. ¿Alguna idea?