Escritores chilenos (3)

María José Viera-Gallo: huida y vuelta a casa

por Quintín

Maria José Viera-Gallo nació en 1971 en Santiago, hija de futuros exiliados, en particular de un padre que sería luego senador y ministro de la Concertación. Vivió gran parte de su vida fuera de Chile, antes y después del regreso. Aunque no es sino parcialmente autobiográfica, Memory Motel corresponde a sus años de adulta en Estados Unidos. Narrada en primera persona, la novela es el monólogo que acompaña, con avances y retrocesos en el tiempo, el doloroso divorcio en el extranjero de Agata, la protagonista, y su intento más bien fallido de adaptarse a la vida americana en Williamsburg, Brooklyn, rodeada de hipsters y latinos, de artistas y solitarios de diversa índole.

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Memory Motel es muchas cosas a la vez (¡cuántas!) pero promueve una curiosa divisoria de aguas ideológica, que ilustraré con dos reseñas que toman partido ferviente por y contra la novela a partir de la identificación o el rechazo de mundo de Agata. La reseña adversa —despectiva, hiriente— es de Patricia Espinosa, alguien a quien sus tuits identifican como una especie de inquisidora de izquierda de la crítica chilena. Espinosa demuele la novela como un arcaico melodrama del siglo XIX, literatura de «mujeres onderas que desfallecen ante la ausencia de un hombre» y decreta que Agata (por no decir María José) es una esnob cuya piscología corresponde a los 15 años y que como «chica desarraigada, bien educada, políglota y de gustos refinados» y condición acomodada «se desliga de cualquier compromiso social o memoria política».

La reseña favorable es de Alberto Fuguet, y parece un desagravio de la anterior que empieza así: «Lo que años atrás pudo ser un atentado contra la esencia de nuestra propia cultura, hoy parece no escandalizar a nadie. Más bien, al revés. Que la nueva novela liminal-fronteriza-border-híbrida de María José Viera-Gallo esté ambientada en NY (en Williamsburg, el barrio de los jóvenes hipsters) no molesta, sino más bien es uno de sus puntos a favor.» Fuguet, conocido escritor y cineasta, comparte con Agata los años de vida en el extranjero, identifica en ella su propio gusto por el pop y decreta que, lejos de ser un arcaísmo, «Memory Motel es un libro contemporáneo y muy-al-día acerca de gentes descentradas pero no a la deriva, distímicas [¿qué será eso?] pero no suicidas, lo que le da al libro una cosa urgente y real.» Pero además le hace proclamar al libro lo que parece la estrategia artística de Fuguet: «Viera-Gallo crea, acaso sin querer, un manifiesto generacional adelantado que, desde el dolor e incluso el asco, llama a parar con las poses, a dejar de querer ser las nuevas Patti Smith y volver a casa.»

Si Espinosa le critica a Viera-Gallo su falta de compromiso con la memoria y la realidad chilena, Fuguet le exige que «vuelva a casa», frase un poco enigmática que más bien parece alentar a la autora a que se instale en Chile y les grite a sus contemporáneos que los niños burgueses, políglotas y de gustos refinados tienen derecho a la literatura y, sobre todo, a una literatura que prescinda de la política y dé por saldadas las deudas con el pasado, que termine con la obligación de originar todo proyecto estético en el tiempo de la dictadura, un peso que ciertamente se sigue sintiendo, aunque atenuado, sobre la literatura y el cine chilenos de hoy.

Pero Memory Motel se niega a convertirse en ese manifiesto que Fuguet le reclama —una especie de actualización del grupo Mac’Ondo en el que él participó— y, en cambio, pelea denodadamente por sostenerse en un territorio que no es el de la frivolidad sin culpa sino el de la huida, el de la necesidad de escapar tanto de la patrulla ideológica de la izquierda como al propósito de establecerse en los territorios igualmente confortables de la literatura «literaria», con sus convenciones juveniles y autobiográficas. De hecho, Memory Motel es la historia de una huida —y en buena medida del fracaso de esa huida— como dispositivo para construir a un autor.

La novela tiene un núcleo emocional doloroso y se plantea como un exorcismo: Agata sufre el abandono de Igor, su marido, un artista plástico que la llevó a Estados Unidos. Allí Igor tuvo éxito y la dejó por otra mujer, pero también para vivir entre sus colegas y participar de las ceremonias del establishment artístico gringo. La historia de Memory Motel (aunque no se narra en orden cronológico) comienza cuando Agata e Igor se conocen en una fiesta en Santiago y él le propone que se vaya con él a Nueva York a probar fortuna. Agata es de una clase social superior, tiene una vida aparentemente tranquila, pero acepta la propuesta. Viera-Gallo no dirá nunca por qué Agata lo hizo y sobre ese silencio se construye la novela, que empieza con esta cita de Proust:

El verdadero viaje se hace en la memoria.

La frase puede entenderse de muchas maneras, pero una novela que invoca a Proust sabe que el amor, el amor a secas, autoevidente, no puede invocarse como motor de la conducta: si algo diferencia a La recherche de un novelón es que Proust muestra que bajo esas cuatro letras se ocultan los impulsos más heterogéneos y contradictorios. Viera-Gallo no desmenuza, como Proust, el amor de Agata por Ivan, su objeto de deseo: más bien lo esconde, lo deja olvidado, nunca dirá por qué hizo el viaje y de ese modo lo convierte en productivo. Solo se ocupa de algo que Proust también pone en el centro de su obra: el insoportable dolor de dejar de ser amado por alguien de condición social inferior. De todos modos, en Memory Motel casi no se habla de Igor, solo de sus gestos cada vez más distanciados y de su arribismo. Y aunque la narradora dice que se niega a criticarlo, no hay ninguna pista que nos indique por qué siguió a ese hombre que no es ni tierno ni generoso y cuyo talento es incluso discutible. De Igor solo hay en la novela unas pocas huellas:

Es raro cómo dejó de amarme. Fue tan rápido. Fulminante. Y con esa misma rapidez me va a olvidar. Lo sé. ¿Pero no es Proust el que dice que somos lo que olvidamos? Y si es así, ¿en qué se va a convertir Igor a través de su olvido? En realidad Proust no me enseñó nada. Ni siquiera terminé de leerlo. Fue mi hermano. Cuando murió, me di cuenta de que las personas que quisiste nunca se van del todo. Se quedan escondidas en rincones insospechados. (…) Hay que haber perdido a alguien para saberlo, e Igor nunca ha perdido nada, al contrario, solo ha sumado cosas en su vida: novias, autoestima, trabajo, dinero, méritos, amigos, reconocimiento… Cuando le pregunté si había algo mío que rescataba, me dio una respuesta escolar: Me enseñaste muchas cosas. Me reí sola. ¿Desde cuándo el matrimonio era un seminario. Hubiera preferido no enseñarle nada, ni siquiera a dormir siesta sin sentirse culpable…

De todos modos, la estructura de esa pareja es demasiado cómoda para Agata: Igor es el que se aventuró en el mundo del arte mientras que ella ocupa un lugar secundario, de acompañante. Y lo mismo ocurre con el trabajo: Agata es traductora en una empresa de productos medicinales: allí está sobrecalificada pero no aspira a algo mejor, a un trabajo de traducción literaria, por ejemplo. En una de las duplicaciones recurrentes en la estructura de la novela, Agata pierde el trabajo poco antes de que Igor la abandone y el desenlace está igualmente anunciado sin que ella lo advierta. Pero el doble fracaso, laboral y afectivo es el que hace posible la escritura: allí es cuando Agata se pone en marcha y también cuando Viera-Gallo se pone a narrar. En ese punto es donde la autora y su criatura se superponen: en la búsqueda de una expresión y, al mismo tiempo, de una interpretación del mundo circundante y de su lugar en él.

Ese vacío generará la literatura de Memory Motel, una novela abigarrada, llena de lenguas, personajes, situaciones, lugares, marcas, canciones y afectos organizados según líneas contradictorias, que avanza entre lágrimas y epifanías. El libro es la historia de la depresión de Agata y de su cura, por así decirlo, durante seis meses. La novela termina cuando deja de ser necesaria porque Agata es de nuevo una mujer que está detrás de un artista y retoma, en cierto modo, el lugar perdido en el mundo. En el medio, cuando ese orden tradicional y patriarcal que no admite demasiadas palabras se rompe, irrumpe otro, que es el de la soltería y la literatura.

Hablaba antes de duplicaciones y, efectivamente, hay varias en el libro. En el momento crucial de la novela, cuando está por producirse el desenlace, Agata envía dos cartas: una con los papeles del divorcio y otra con la traducción de un texto que su hermanito autista escribió, en un idioma propio, antes de morir. Entender ese texto va en paralelo al proceso de comprensión de su entorno y ambos enigmas se resuelven al mismo tiempo. Pero el tema de la fraternidad, que parte del amor de Agata por su hermano incomunicado, es importante en el libro como contrapeso de la relación de pareja. Frente al lacerante e inefable amor por Igor, la novela expone una serie de relaciones de su personaje con distintos hombres y estas se caracterizan por la cercanía, la generosidad y la camaradería perdidas en el matrimonio. Así aparecen Trevor —el misterioso compañero en la soledad—, Steve —el amigo gay—, Johnny —el amante ocasional,— o Zang —el testigo de confesiones. Los dos órdenes afectivos se superponen y compiten: el orden del matrimonio y el orden de la hermandad: mientras uno tiene la dimensión de la ley, de lo inevitable, el otro tiene la de lo incierto y de algún modo de lo utópico. Mientras ese combate subterráneo entre dos órdenes sostiene la novela, esta salta entre temas pop y locaciones neoyorkinas en un español que suena a veces americano, a veces chileno, incluso dominicano y hasta argentino (o al menos eso me pareció).

Si hubiera que elegir un género para Memory Motel, diría que es un folletín romántico, pero con una textura literaria original y viva. Hace unos días vi en el Bafici una película chilena llamada Joven y alocada, que también es un folletín en primera persona del femenino, también está viva y poblada de peripecias, de elementos pop, de canciones románticas; una extraña película que habla por momentos el dialecto trash de la telenovela pero muestra al mismo tiempo el profesionalismo que está alcanzando el cine chileno y que proviene en parte de un desprejuicio respecto el arte bajo. Cuando llegaron los títulos, descubrí que Viera-Gallo era la autora de una de las cinco versiones del guión. Se nota que en la película hubo varias manos y al resultado le falta un punto de vista, la mirada autoral que sí tiene Memory Motel, pero comparte con la novela la voluntad de probar hasta dónde se puede llegar con la escritura si los prejuicios se reemplazan por la imaginación.

Gracias a Twitter, tuve otras noticias recientes de Viera-Gallo, cuyas intervenciones allí respaldan la candidatura de Bachelet, a diferencia de otros amigos chilenos a los que la Concertación les resulta más bien mersa (creo que se dice fome en chileno) desde la izquierda. En estos días María José (hay más Viera-Gallo en la política chilena y en Twitter: el Senador y también la hermana Titi, funcionaria cultural) publica en la revista Capital una curiosa entrevista a la productora Javiera Parada. Parada es hija de un militante comunista asesinado por Pinochet, también largamente exiliada, que se había decidido a trabajar para el comando de campaña de Bachelet hasta que renunció horas después de publicado el reportaje. No entiendo las sutilezas del tema, que pasa por la negativa de la Concertación a celebrar primarias, pero observo que Parada (que dedica la entrevista a sostener con entusiasmo que puede convencer a los de su generación de alinearse con Bachelet antes de perder la convicción ella misma) y Viera-Gallo comparten un mismo dilema para los integrantes del mundo de la cultura y el espectáculo de su país: cómo pararse en un lugar que no sea el de los viejos clichés de los políticos de carrera y que no se reduzca, por otro lado, a descubrir refugios y coartadas cool y prescindentes mientras se desarrolla la vida profesional. Dicho de otro modo, cómo se hace para no ser el cínico personaje de No, la autocelebratoria y despectiva película de Pablo Larraín y tampoco servir al verticalismo que los patriarcales partidos políticos chilenos siguen imponiendo a derecha e izquierda. Memory Motel no habla de otra cosa que de ese dilema y de las dificultades para escapar de él. La vuelta a casa sigue siendo complicada.

Foto: Flavia de la Fuente

2 respuestas to “Escritores chilenos (3)”

  1. Josefina Says:

    La tengo que leer.

  2. Javier Says:

    No leí el libro en cuestión. Pero cada vez que leo algo sobre intelectuales chilenos, me queda una sensación, que no me suele quedar con intelectuales del resto de latinoamérica. Me queda la sensación de que están permanentemente en guardia para demostrar que están intelectualmente al día y en la vanguardia. Que ellos la tienen muy clara, y que pueden hablar de igual a igual con un sueco o un noruego, pues en temas de cultura y costumbres están muy lejos de poder ser identificados con la idea de una sociedad estratificada y con fuertes rasgos de pasado colonial español. Y que ese estar en guardia permanente, descubre que no se creen su propia impostura. No sé, es una sensación nomás, como cualquier otra.

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