Tres taxis y la yapa

por Quintín

Ayer estuve en Buenos Aires y me tocó tomar tres taxis. Dos de ellos me convencieron de que la Argentina se está poniendo muy difícil.

En el primero, subí y me encontré con una bandera argentina colocada detrás del asiento del acompañante, es decir frente a los ojos del pasajero. Nunca había visto algo así. La escena se completaba con una radio que pasaba propaganda oficial y repetía la conferencia de prensa de Sabbatella. El taxista, un hombre mayor, no me dirigió la palabra en todo el viaje. Se limitó a mirar hacia adelante y a cumplir en silencio su acto de intimidación.

El segundo taxista, un joven de mirada torva, era de la variante locuaz. Empezó hablando mal de Macri, diciendo que él era más bien de Ibarra, Sabbatella y Filmus. De allí pasó a relatar que había leído un libro en el que se explicaba aquello de Braden o Perón y cómo esa circunstancia se parecía a la de este presente. “No quiero un poder paralelo como el de Clarín”, repetía, pero la atribución de culpas a los muchachos de Magnetto alcanzaba proporciones extraordinarias, aun para un kirchnerista. El tipo se confesaba lector de Tiempo Argentino, declaraba que Timerman y Abal Medina “le gustaban” y que Boudou había sido difamado injustamente. La mejor parte vino al final, cuando ya estábamos llegando a la terminal de ómnibus. “¿Qué pasa con los billetes de Evita, por qué no circulan?” preguntó y pasó a responderse: “Esa es otra maniobra de Clarín, es evidente. Inventaron que no son buenos, que no sirven”. Me quedé un poco perplejo y le dije que por más poder que tuviera Clarín, no estaba entre sus posibilidades impedir la circulación de moneda. La respuesta fue genial: “Entonces será porque no hay tanta inflación y no se necesitan tantos billetes como dicen”. Me bajé del auto muy impresionado por haber viajado con un zombi. Pero más me impresionó pensar que se trataba de un zombi adoctrinado, programado para endilgarle ese discurso delirante a los pasajeros. No era casualidad que el tipo partiera de elogiar a Ibarra, Filmus y Sabbatella: sus controladores suponen que hablarles a los habitantes de la CABA de los muchachos antiperonistas es lo más fácil para que terminen aceptando el resto de las patrañas oficiales. Me pregunto dónde se imparten los cursos de zombi.

En el medio, hubo un tercer taxista, pero era de otra clase. Hablamos todo el viaje de River, de su aciago presente y de su glorioso pasado. Recordamos detalles del campeonato del 75, el que llegó después de los 18 años de sequía. El pibe no lo había vivido, pero lo conocía por boca de su padre, que lo había llevado a la cancha y lo había hecho hincha millonario. Fue una conversación muy agradable. Hoy se me ocurrió pensar que la diferencia entre este taxista y los dos monstruos era que el muchacho tenía un padre al que lo unía una relación de afecto y de quien había heredado tanto el oficio como la pasión deportiva. Los otros, en cambio, eran huérfanos. O, que es lo mismo, hijos de la locura y del rencor. Su padre bien podría ser el Estado.

Esa idea volvió a pasarme por la cabeza cuando llegué a San Clemente y me enteré de que desde hace unos días, en las calles principales del pueblo hay dos adolescentes uniformados por cuadra, que forman parte de una supuesta guardia urbana municipal. Sus funciones son apenas decorativas y cobran 5500 pesos en la mano de diciembre a marzo. Es interesante saber cómo fueron reclutados. Hace quince días hubo una proyección del documental sobre Kirchner. A los que concurrieron, el Gobierno del Partido de la Costa les ofreció el trabajo que hoy tienen. El Padre Néstor, el padre Estado, el Padre Stalin. Hacia eso vamos.