El tercer pasajero

A cien años de la primera publicación de Franz Kafka

por Yupi

Sueño que voy en subterráneo con mi hija al cumpleaños de una amiga. Es un sueño realista, que reproduce en detalle los hechos del día anterior. Para acortar el viaje abro un libro que tengo en la mano, los Diarios de Kafka, y leo una entrada al azar. Como sucede con algunos escritores, el azar cambia de naturaleza, la parte incluye el todo. Es una anotación de mayo de 1914:

Cada noche, desde hace una semana, viene el huésped de la habitación vecina a luchar conmigo. No lo conocía y tampoco he hablado hasta el momento una sola palabra con él. Intercambiamos únicamente algunas exclamaciones, lo que no puede llamarse «hablar». Con un «bueno», se inicia la lucha; «¡miserable!», gime de vez en cuando alguno bajo la garra del otro; «toma» es la expresión que acompaña un golpe por sorpresa; «¡basta!» significa el fin, aunque aún seguimos combatiendo unos instantes. Casi siempre vuelve a saltar incluso desde la puerta al centro de la habitación y me da un golpe que me tumba. Luego, desde su habitación, a través de la pared, me grita «buenas noches».

Por algún motivo, el párrafo me conmueve. Siento que toca el fondo de la literatura. No sé bien dónde ubicar la eficacia de la escena, su extraña independencia, y me temo que no sería fácil ubicarla porque todo está vuelto en contra del reconocimiento. Que figure en un escrito autobiográfico no hace más que exacerbar el problema. Parece una escena de cómic. La gratuidad de la lucha, el laconismo del diálogo, la plasticidad de la acción, le dan un aire de pizarra infantil. Puedo ver a los dos hombrecitos (por ejemplo, los hombrecitos que dibujaba Kafka) trabándose puerilmente noche a noche en esa pelea de suma cero. Son figuras saltarinas y nítidas, recortadas sobre un efecto de sombra-luz, o de percepción-movimiento.

Es curioso. A poco que se piensa en la literatura, o en el arte, aparecen los pares. Kafka: “La literatura es juego y desesperación”. Esta frase generalmente se interpreta, vía Kierkegaard, como el anhelo de Kafka por dar con la salvación de su alma, pero también puede leerse como una queja por no encontrar la combinatoria exacta. Y sin embargo la encontró. De hecho la encontró de un modo tan exacto que clausuró la literatura moderna. A partir de él, la construcción quedó del lado del lector, de donde no se ha movido en el último siglo.

Me distraigo con la idea de un artículo que relacione a Kafka con inventos aparecidos durante su vida, tomando un número discreto de elementos. Digamos, tres: la lavadora automática; el cine; la aspirina. El primero llevaría a los mecanismos de postergación y la burocracia. El segundo, a la índole de los personajes kafkianos. Finalmente el tercero a su biografía, los dolores de cabeza, la aversión a los ruidos, el insomnio, y por último la enfermedad y la muerte. Bien pensado, sería un lindo texto, y un procedimiento no muy distinto al que inventó Raymond Roussel. (Incidentalmente, algún día tenía que llegar, mi frase favorita de Roussel: “Daniel esperó hasta último momento caerle simpático a los leones”).

En Kafka la escritura siempre se presenta como un mecanismo que remite a sus condiciones de posibilidad, y éstas remiten al origen. La forma hace retroceder el sentido cada vez más hasta dejar sin efecto a la primera causa. De ahí la multiplicación de interpretaciones teológicas sobre su obra, derivada de la evidencia de que la literatura ya está hecha. La literatura es ese límite en el cual ya no dice nada. En América hay una escena en que el narrador se asombra de un ascensorista que se limita a usar el ascensor, sin acceder jamás al interior de la máquina. Lleva bastante tiempo en el empleo, y nunca vio el motor, ni las poleas, ni otra pieza interna. Sólo conoce el botón que lo pone en funcionamiento.

En una de sus últimas cartas Kafka se describió a sí mismo como “extraterritorial”. La palabrita hizo camino. Según parece, Kafka la habría tomado de Kracauer, quien a su vez la había tomado de Simmel. Difícil asegurarlo. Kafka era abogado, y muy bueno, resulta natural que la adoptase del derecho. Lo respalda el propio sistema literario, cuyo gambito central es desarrollar un pequeño conjunto lógico sobre un fondo de absurdo total. Su principio jurídico favorito: “No hay delito ni pena sin ley”. En Kafka no hay delito, pero hay pena, y nadie conoce la ley, pero hay culpa. “La culpa es siempre indudable”, informa el oficial de En la colonia penitenciaria. Kracauer decía que las ficciones de Kafka son “novelas de aventuras invertidas”.

El adjetivo kafkiano se ha maleado tanto que califica cualquier cosa, todas las cosas, lo que debe de ser otro mérito de la potencia artística de Kafka. Aquí podría haber una clave para ilustrar el malentendido de los hombrecitos. La escritura opera siempre entre una realidad histórica y las palabras, no entre el lector y una realidad eterna. Sucede en presente, es algo que se hace (escribir es lo contrario de pensar). Los dos campos se atraen y se rechazan sin llegar nunca a una yuxtaposición. El intento de hacerlos coincidir mediante la ensoñación de la lectura está destinado al fracaso, pero esa certeza lo vuelve un juego que vale la pena jugar.

“Es un niño escribir”, escribió un kafkiano certificado. La imagen tiene doble fondo. Ciertamente es lícito decir, como decía Nimzowitsch de las partidas de ajedrez, que la escritura es como el organismo de un niño, en proceso de desarrollo. Los padres pueden ayudarlo a desarrollarse, pero no pueden crecer en lugar del niño. Ocurre que en el escritor confluyen las dos figuras. El escritor está antes, en los preliminares, los balbuceos, las evoluciones, y está después, en lo creado de la creación. Es el padre de la criatura, y también la criatura.

De pronto, no sé dónde estoy. Me perdí en mis pensamientos y no puedo reconocer la estación de destino. ¿Será el averno? ¿El significado que se quedó sin significante? Los pasajeros caminan por el andén como autómatas, indiferentes a todo. La angustia me paraliza. ¡Quiero que venga mi papá! Pero mi padre murió hace… Quedo mudo, rígido, congelado en un abismo de terror. Soy una estatua de miedo. Es el fin. Sabía que llegaría alguna vez, y llegó. Mi hija me arrastra como puede hacia la escalera mecánica y partimos alegremente al cumpleaños.

21 respuestas to “El tercer pasajero”

  1. Roger Malquerer Says:

    A veces resulta triste regresar a las aficiones de la juventud. Los ensayos de Stevenson son cada vez mejores, su ficción ha perdido demasiado. Cómo me ha dolido por ejemplo esa explicación teórica, tan completa y abundante para una novela corta, del curioso mal de Jekyll/Hyde. A veces una novela corta es demasiado larga, y una larga es casi precisa. Lo cierto es que Stevenson desapareció de mi pensamiento como una triste pompa de jabón, cuando vino a mi memoria la transparencia y brevedad brutal de un relato inigualable de Kafka: «Manos».

  2. Roger Malquerer Says:

    Añado una cosa: me pareció hermoso tu ensayo…

  3. janfiloso Says:

    Bravo Yupi ¡Bienvenido!

  4. equidna Says:

    Roger Malquerer. ¿Hay un link a ese relato, Manos?

  5. Yupi Says:

    Gracias Roger. Stevenson… Creo que Kipling dijo que él podía pasar un examen sobre toda la obra de Stevenson. ¡Esos eran gauchos, canejo!
    Hablando de lo cual: hola Janfi y Equidna. Quiero pensar que los viejos parroquianos de LLP no abandonaron el rancho. Miéntanme si es necesario.

  6. lalectoraprovisoria Says:

    Estoy pensando seriamente en expulsar a quienes hablan mal de Stevenson. Lean Master of Ballantrae y me cuentan.

    Q

  7. Luis Says:

    Que bueno el relato. Me gusta la idea de ampliar el número discreto de inventos y buscar otras relaciones.
    Para otro sueño.

  8. Deckard Says:

    Bien, Quintin. Por lo menos muestre la tarjeta amarilla a quienes faulean al gran Stevenson. Hay que reconciliarse con el Gran Narrador leyendo «Travels with a donkey…». Yupi: excelente nota. No se anima a hacer una breve hagiografia de Robert Walser, ese gran maestro del maestro?

  9. alejobostero Says:

    Paso a saludar al amigo Yupi y a los anfitriones. En algún momento voy a tener que hacer una monografía sobre Kafka y el tema de las invenciones me interesó bastante. Ladrón que avisa es ladrón gentil.

  10. Montañés Says:

    Qué bueno su regreso, Yupi. Siempre es grato leerlo.

    Después de tanto tiempo ausente, su reaparición se merece un brindis.

  11. Roger Malquerer Says:

    Yo no vi ninguna tarjeta amarilla. Además, soy fiel al Stevenson ensayista, y en cierto modo al narrador, pero solamente por «El dinamitero», «La puerta del Sire de Maletroit» y «El club del suicidio». Más allá no apuesto nada por este escritor cordial, pero mediano… Ojo, medianía no es mediocridad… El Stevenson que escribió el ensayo sobre el perro es sencillamente un genio.

    El cuento de Kafka que menciono, lamentablemente no está en el internet. Es más, no sé si exista en español. Lo leí en Inglés y pertenece a la serie de escritos que se publicaron póstumamente. El fragmento de diario que menciona Yupie también se transformó en cuento, con un título enigmático: «El estudiante». No mencioné a Stevenson arbitrariamente, porque «Manos» es, en cierto modo, una pieza brevísima que reposa sobre el tema de la dualidad.

    Pero bueno, como dice el buen Vila Matas, ya suenan hace tiempo las campanas de Praga…

  12. saint-jacob Says:

    …Hermoso texto, Yupi… ahora bien… ¡no empiece con la radio Provisoria, Montañés! (já já)…

  13. Yupi Says:

    Hola a todos y gracias. Stevenson tiene la feliz desgracia de que los lectores lo quieren, y eso tapa lo demás. Un caso raro. Fue de los poquísimos escritores a quien Henry James, que en ese punto era más refinado que una modista, trató de igual a igual. Otra curiosidad: Kafka no lo leyó, o por lo menos eso dijo.

    Saint jacob: temí lo peor. Por favor controle las ráfagas. Por cierto, ¿dónde está Mulder?

    Montañés, socio y amigo. Sin más, una perla del arcón.
    http://www.youtube.com/watch?v=_1YsFgDaEeo

  14. lilia Says:

    ¡Qué alegría! Estupendo, Yupi.

  15. Montañés Says:

    Saint-Jacob, no se preocupe. No se desatará la tormenta. En todo caso, siempre amaina. Todo gesto supone un riesgo, pero el efecto dominó tiene el límite de su propia granja.

  16. Estrella Says:

    Un gustazo la vuelta de yupi. Subrayo (como siempre) varias líneas, porque más allá del qué, el cómo de yupi me deleita.

    Vaya escena esa, la de ir con una niña de la mano y perderse en vericuetos y pensares.

    Saludos a todos!

  17. Yupi Says:

    Hola Lilia y Estrella, gracias por pasar. Busqué una cantante para saludarlas pero ninguna me pareció a la altura, así que vuelvo a las fuentes. La piu grande. El presentador la trata como si estuviera manipulando una bomba.
    http://www.youtube.com/watch?v=zkJY3fcjYyc

  18. FedericoR Says:

    Uno de los grandes misterios de esta manera de sociabilidad que llamamos internet es ¿dónde leo más cosas de Yupi?
    Hace poco leí «Aventuras de un cadaver» en vieja traducción argentina de Fabril, y me hizo muy feliz…

  19. janfiloso Says:

    Yupi, una mina grande grande se responde solo con una mina picola, picola … http://www.youtube.com/watch?v=TZ5Zwrcvvaw

  20. lilia Says:

    ¡Gracias, Yupi! Mina… cuántos recuerdos. Y gracias a Janfi por responder, yo no podría (aparte ya me olvidé cómo enlazar).

    Yupi, tu escrito me desvela… ese sueño… esos campos que se atraen y se rechazan, como los hombrecitos… ¡ay!

  21. Yupi Says:

    Federico: gracias. Por ahora no hay nada que encontrar, lo aseguro. Calculo que en unos mil años podría darle un texto que valiese la pena. Usted es muy generoso y amable, y se lo agradezco de verdad.

    Janfi y Lilia: hace poco estuve con un amigo italiano de mediana edad, o sea un chico como nosotros, y terminamos entonando el pomodoro ante el asombro general. Otra perla para la medianoche. El sordo, le decían en el barrio.
    http://www.youtube.com/watch?v=U85Eeh1_hcc

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