Primeras Páginas (96), respuesta

La casa de Matriona / Incidente en la estación de Kochetkova de Alexandr Solzhenitsyn

por Quintín

Alguna vez leí parte del Archipiélago Gulag y me impresionó mucho, aunque tal vez no haga falta leerlo para convencerse de que fue uno de los libros fundamentales del siglo XX; publicado en 1973, después de él no hubo más excusas para defender el estalinismo y el sistema soviético. Pero aunque es casi imposible no reconocerle al autor su contribución a la lucha contra el terror y el silencio, pesa sobre él la leyenda de que no fue un gran escritor, ni siquiera un escritor bueno. Los ataques a la calidad literaria de Solzhenitsyn vienen de la izquierda, pero también de fuentes tan poco sospechosas de progresismo como Nabokov, quien lo consideraba un escritor menor cuyo talento no estaba a la altura de sus denuncias. He oído decir muchas veces que poco se puede rescatar de la obra de Solzhenitsyn además de Un día en la vida de Iván Denisovich y alguna página aislada del resto. La publicación de estas dos novelas cortas y el ritmo de lectura que impone este disparatado proyecto de las Primeras Páginas hizo que debutara con mi primer Solzhenitsyn completo, aunque lo abordé cargado de prejuicios a pesar de la admiración que siempre me despiertan los héroes solitarios.

El resultado fue superior a mis expectativas. Es cierto que hay en los textos (publicados en 1963) un aire antiguo, una solemnidad del siglo XIX y una impronta dostoievskiana (aunque Solzhenytsin pensara bastante como Tolstoi), ese tremendismo ruso, ese carácter extremo de los personajes y las situaciones (Nabokov detestaba por eso a Dostoievsky y quería a Tolstoi), más la carga adicional del inevitable mensaje político. La casa de Matriona es una especie de epílogo a Denisovich, narrado por un prisionero liberado del Gulag que en 1956 se va vivir a una aldea remota. Incidente en la estación de Kochetovka, a su vez, puede ser el prólogo de Denisovich: es la historia de un soldado que en 1941 cae por error en las garras de la burocracia concentracionaria. Ambos, de todos modos, son historias que no transcurren en los campos y que dan cuenta del mundo civil en la Unión Soviética en pleno estalinismo e inmediatamente después de la muerte del tirano.

Matriona es la pintura de un lugar y un personaje ciertamente inolvidables, una anciana que vive sola cerca de la miseria absoluta en una casa en la que sus hijos murieron sin llegar al año y el marido desapareció en el frente. El narrador, un profesor de matemática (doble del escritor, que en un lugar semejante escribió el Denisovich tras ser liberado) que se aloja en la casa, describe las las noches bajo el techo de Matriona :

De noche, cuando Matriona dormía ya y yo trabajaba en mi escritorio, el intermitente y precipitado murmullo de los ratones por detrás del papel de la pared quedaba amordazado por el rumor sostenido, unísono e incesante de las cucarachas que se agitaban tras el tabique con un runrún similar al de un océano distante. Pero logré acostumbrarme, porque no cabía en él malicia ni doblez. Ese murmullo era su mismo vivir.

Creo que solo desde el misticismo de Solzhenytsin es posible convencerse de que vivir rodeado de ratas y cucarachas puede tener un costado espiritual. Pero La casa de Matriona intenta convencer al lector de algo todavía más estrafalario: de que esa vieja miserable es en realidad una santa y representa lo que todavía queda en pie del alma rusa.

De una generosidad sin par con parientes, vecinos y funcionarios, Matriona es explotada por todos ellos sin que se le ocurra proferir una queja. La anciana se expresa incluso en un dulce y arcaico ruso que los lectores originales tuvieron problemas en comprender y que el traductor trató de convertir en un castellano precario pero diferente y, tras un gran esfuerzo, logró algo de su imposible objetivo. El traductor Enrique Fernández Vernet es también autor del epílogo, que me dejó bastante perplejo. Vernet traduce cada elemento del relato en un símbolo y así, la terrible muerte de la anciana atropellada por un tren se convierte en una metáfora del martirologio de Cristo. La madera que la rodea es la de la cruz, los dos parientes deshonestos que la acompañan son los dos ladrones bíblicos y hasta la muerte de Matriona en las vías —dice literalmente Vernet— es su via crucis.

Nunca logré interesarme en este tipo de interpretaciones que hacen del crítico el recolector de los símbolos que el escritor ha sembrado. En el cine, siempre me irritaron esos ejercicios a los que se entregan Angel Faretta y sus discípulos, sobre todo cuando se trata de leer las Escrituras en la pantalla. Pero, en este caso, debo reconocer que aunque leí y aprecié el texto sin ninguna de esas referencias, me admira que mi lectura sin resonancias, que atribuye cada suceso a la lógica de la narración en sí, sea compatible con las asociaciones de Vernet y hasta soy capaz de pensar que Solzhenytsin tejió paralelamente ambos registros sin forzarlos.

De todos modos, es notable cómo la novela se las arregla para pintar ese cuadro apocalíptico, ese pueblo en el que lo más sórdido de la mezquindad y el primitivismo campesino se asocia con la implacable expoliación que el comunismo practicó en la campaña rusa hasta reducir a sus habitantes a seres sin luz, olvidados de su idioma, de sus canciones, de su cultura y de la alegría del trabajo.

Solzhenytsin era un reaccionario. Pero el final de La casa de Matriona es de una fuerza capaz de hacer honor a sus ideas y a su propio sufrimiento:

Incomprendida, abandonada incluso por su marido, había enterrado seis hijos, pero no su buen carácter; hermanas y cuñadas la tenían por una extraña, por ridícula, porque trabajaba como una tonta para los demás sin pedir nada a cambio, y a la hora de su muerte no había hecho acopio de enseres, sólo había tenido una cabra blancuzca, un gato paticojo, unos cuantos ficus.

Habíamos vivido todos junto a ella sin comprender que era precisamente ella la persona justa sin la cual, como en el dicho, no se tendría en pie la aldea.

Ni la ciudad.

Ni nuestra nación entera.

El segundo relato, Incidente en la estación de Kochetkova, es inferior al primero. El protagonista es el joven teniente ingeniero Zotov, un comunista convencido a quien pese a su deseo reiterado de pelear en el frente, le asignaron el control de una encrucijada ferroviaria. Allí sufre por el desastre organizativo, la corrupción y la falta de fervor militante de sus colegas y de los aldeanos, mientras intenta terminar El capital y seguir siendo fiel a su esposa. Pero por exceso de celo y por sus hábitos de burócrata termina arrestando —y seguramente enviando a la muerte— a un pobre soldado que es actor, fue testigo de otra época y perdió el tren por un error. Zotov tiene un buen corazón y simpatiza con su inesperado huésped, pero la desconfianza hacia los seres humanos inculcada por el sistema lo termina convirtiendo en un verdugo bueno, una categoría indispensable en el sistema del terror.

Incidente tiene la estructura de una obra de teatro, con gente entrando y saliendo al despacho de Zotov, pero habría sido en su momento una película de David Lean a lo Zhivago, una gran producción donde los trenes —con su ruido asociado al intenso tráfico de mercaderías y hombres uniformados— compiten por la atención del espectador con dramas íntimos que reflejan el cruce de deseos pero también el sufrimiento de la guerra y la represión política. Hasta puedo imaginar filmadas algunas escenas del libro, la bruma, la constante lluvia y el humo de las locomotoras. Creo que Solzhenitsyn también se imaginaba ese escenario cuando escribía y su texto es el testimonio perfecto de que la literatura realista del siglo XIX y el cine tradicional de Hollywood a mediados del XX expresaban una misma visión del mundo. Hoy son ambos una reliquia a su modo, pero una reliquia cuyo poder sentimos todavía.

8 respuestas to “Primeras Páginas (96), respuesta”

  1. hl Says:

    Puedo acordar con que la escritura de Solzhenytsin es de un escritor menor, es impactante el primer capítulo del Archipielago Gulag y es un desmonte de la estructura del stalinismo y una buena obra Un dia en la vida de Ivan Denisovich, pero tanto Pabellon de cancerosos como El primer circulo, novelas que leí con cierto interes pero en suma son tediosas y bastantes largas. retornaré a Solzhenytsin con estas dos obritas.

  2. Fabian Says:

    ¿La «leyenda» de que es un mal escritor? En lo que a mí respecta, no he dejado de leerlo, y lo que ha escrito durante el poscomunismo me ha convencido de que además es bastante pelotudo.

  3. Faustino Says:

    «Solzhenitsyn es un mal novelista y un estúpido. Una combinación perfecta para alcanzar un éxito enorme en Estados Unidos» (Gore Vidal).

  4. lilia Says:

    Curioso que una reseña sobre un libro breve de un escritor considerado menor traiga tantas resonancias. Será por el peso de la literatura y la historia dramática rusas o porque Q lee e informa trayendo tantos matices y connotaciones. No sé. Quisiera no perder de vista a Solzhenitsyn, aunque Nabokov me mande al frente como lectora menor. Y Gore Vidal es muy simpático pero tampoco él es un fenómeno, eh.
    «Matriona es la pintura de un lugar y un personaje ciertamente inolvidables.» Soy muy anticuada, muchas veces para mí eso es suficiente y sobre todo que alguien intente mostrar lo que quedó o pasó con lo que llamamos ‘el alma rusa’. Luego, bienvenidos los Nabokov.

  5. lalectoraprovisoria Says:

    Gore Vidal ha tenido bastante éxito también, lo que lo califica como estúpido y mal novelista, que por otra parte es lo que Truman Capote pensaba de él. Debo confesar que a mí Vidal nunca me inspiró la menor confianza.

    Q

  6. Guiasterion Says:

    Estimado Q:

    Excelente crítica de los textos de Solzhenytsin, unos de los escritores imprescindibles del siglo XX, un artista que supo refugiar su yo en el pasado tanto en el plano estético como en el de las ideas. Cada cual, mejor dicho cada espíritu independiente, resiste como puede al totalitarismo. A mí me dio un poco de perplejidad también la interpretación jungniana (por lo de los arquetipos) del epílogo, pero el traductor hizo un buen trabajo, me parece, en líneas generales. La erótica de la obra no se pierde.

    Si me permiten los amigos, saldré en defensa de Gore Vidal, un autor que en algún momento intenté agotar, vaya a saber por qué. En principio, no se tome muy en serio sus reprobaciones; como a Borges, Nabokov o Fogwill, a Vidal le encantaba ser arbitrario o polémico. Todos tenemos, al fin y al cabo, nuestros caprichos. El norteamericano ha escrito algunos libros muy ingeniosos y divertidos en terrenos tan resbalosos como la ciencia ficción (Kalki y Mesías), la novela histórica (Imperio, La invención de una nación), la novela de aventuras (En busca del rey), y las memorias (La ciudad del pilar de sal). Me parece que pertenece a la estirpe de los Wilde o los Maclaren-Ross, escritores que danzan con elegancia espumosa sobre la superficie de las cosas. Aristócratas del pensamiento y la expresión. Hace unas semanas, La Nación publicó una espantosa entrevista a Vidal, le hicieron decir tonterías, al pobre hombre ya no le carbura bien el bocho, está gagá. Me dio muchísima pena.

    Saludos y no se pierdan los alfajores Merengo en Santa Fe; los más ricos de la Argentina, sin dudas (todos tenemos caprichos).

    G.B.

  7. lalectoraprovisoria Says:

    Estimado Belcore, gracias por su contribución. Me obliga a leer a Gore Vidal, aunque no estaba en mis planes. Un saludo cordial.

    Q

  8. Vuvuzelo Says:

    No leí la entrevista a Gore Vidal. El es del ’25, creo, ya está mayor. Pero sí es un tipo interesante: más allá de cierto candor que tienen los norteamericanos, es un observador agudo, es más que un mero provocador. En su biografía se mezclan figuras del poder, de Hollywood, de la literatura; una vidurria bastante entretenida. En uno de sus últimos libros hace un recorrido por todas las intervenciones militares de los yanquis en todo el mundo en defensa de las libertades de los pueblos oprimidos, como si tratara de explicar a sus compatriotas por qué les tienen bronca en tantos lugares del planeta.

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