Todo lo que maté (parte 16)

por Hernán Firpo

Cambié natación y recuento de venecitas por el dentista. Es un intento o simplemente ocurrió. Vengo a lo de Sandra una vez por semana. Al principio fue una urgencia: conducto. Después, Sandra descubrió algunas caries, nada serio, pero hay caries acá y acá. Cinco turnos, pedite. Cinco que terminan siendo diez o doce porque arreglar dientes es algo que se hace de a poco, con mucha paciencia, y entre el conducto y las caries resulta que estoy en esta sala de espera. La doctora está atrasada.

Me da vergüenza decirlo porque algunos pueden pensar que mi boca está hecha mierda. Antes me daba vergüenza decir que iba a terapia y ahora es al revés: digo que voy a terapia pero en realidad vengo al dentista. Hoy es preferible estar loco que confesar alguna enfermedad periodontal. Un día de fines de junio, una mañana, Sandra me pasó un espejito de mano y me hizo ir hasta el fondo de la cuestión.

¿Ves? ¿Esa es la muela que te impide el crecimiento de la de juicio? Bueno, esto ya se está pareciendo más a una boca.

Ella era muy maternal, muy del diminutivo. Germi. “Así que podemos ir terminando”, me informó, yo todavía boca arriba, el cuerpo culebreando el sillón.

No le expliqué a Sandra que para mí las temporadas terminan en diciembre. Tampoco, Sandra, quise decirte que había decidido reemplazar la pileta por el dentista porque, obvio, ibas a decirme: ¿qué tiene que ver la pileta con el dentista?

Y sí, Sandra, tiene mucho que ver. Muchísimo. Iba a tener que decirte: pensalo Sandra, pensalo bien. La pileta es deporte y el deporte es salud. ¿Y la risa qué es? ¿Qué crees que hago acá y en Farmacity comprando cepillos de cerda suaves con terminación curva? ¿Por qué te crees que sé todo sobre cepillos de dientes? ¿Por qué te crees que sé que el primer cepillo de dientes lo creó un emperador chino en 1498?

A ver, Sandra, ¿en qué siglo llegaron los cepillos de dientes a Occidente? Vengo por la risa. Osho dice algo así como que la vida es una broma cósmica que hay que comprender a través de la risa. Sandra, nada de “podemos ir terminando”. Se comprobó que los enfermos de cáncer tienen una mayor resistencia si se ríen, si están mejor de ánimo.

Quiero preparar mi sonrisa para volver a ser un chico de 36 horas de vida, un recién nacido que le sonríe a sus papis. Quiero fabricar endorfinas con una mueca de película. Quiero reír de frente y de perfil, con molares y con dientes trituradores. Una sonrisa mercadotécnica, todo terreno, poderosa.

Terapia y dentista para una redecoración de interiores. Y Coffea, florcitas de Bach, Sandra. ¿Viste Sandra que cuando nos reímos el cerebro segrega endorfinas? Bueno, quiero segregar y aquí estoy con la Sandra que todos necesitamos para aliviar el dolor. Este es el sillón, este es mi sillón, el sillón  que anduve buscando tanto tiempo.

A veces iba y hablábamos de implantes dentales. Hay un tratamiento de reemplazo de piezas que imita la naturaleza –me dijo a cuento de futuras renovaciones.

¿Estamos hablando de odontología implantológica?

Exacto. Es un tratamiento muy avanzado. Fijate que los implantes dentales –y me muestra fotos de un “antes” y un “después”- tienen un aspecto original.

¿Pero se ven las fijaciones metálicas de las prótesis?

Para cuando vos las necesites, la ortodoncia ya habrá desarrollado un sistema más que revolucionario. La odontología avanza más rápido que la medicina cardiovascular.

En septiembre y octubre, Sandra me recibía con café sin azúcar. Yo había abandonado el azúcar por completo. Té sin azúcar, mate sin azúcar, y si tomaba gaseosa, light, por favor. Tampoco aguas saborizadas porque es más de lo mismo, me decía Sandra, y yo lo respetaba a rajatabla y le trasmitía las enseñanzas a mi hijo.

Sandra me daba clases de cómo cepillarme diente por diente. Me hablaba de la importancia de los Oral B, el hilo dental y los buches con Plax. El Plax tiene flúor. ¿De qué gusto aconsejás? Es lo mismo, lo importante son los dos buches diarios, a la mañana y a la noche. Un minuto cada buche.

En noviembre hablamos sobre la pérdida del hueso oral. En un pizarrón dibujó la cavidad y me explicó que puede ser el resultado de diferentes tipos de traumatismos o, más frecuentemente, de la pérdida de los dientes naturales. Un diagnóstico de pérdida del hueso oral indica que alguien ya no tiene hueso donde se ha provisto que haya. Ajá. Marisa, la ayudante, se sentaba al lado mío y escuchaba. A fines de noviembre llamé, como todos las semanas, y Marisa me dijo Sandra tenía la agenda completa y en diciembre se toma vacaciones. Así que nos vemos el año que viene, me saludó Marisa, Feliz Año. Felicidades. Felicidades para vos y mandale un beso grande a Sandra.

Hoy soy esto: un hombre amable, humilde y agradecido, que tiene una sonrisa saludable y cordial. O saludable. O cordial. O sincera. U ocasional. Ya no sonrío más con los labios apretados y cada tanto me dejo llevar por la carcajada.

Hola, al portero, al vecino en el ascensor. “Hola” o “buen día”, “buenas tardes”. La boca se estira levemente hacia los laterales, en una simetría de nariz estanca. Mueca de rutina laboral, de compañeros del oxígeno en oficinas y afines. También reconocida como mímica Buster Keaton: labio inferior domina a labio superior. Presión leve.

Risa 3: Con amigos de toda la vida. De lejos abrir los ojos hasta lograr un expresionismo que empate el Grito de Munch, pero en una representación de felicidad atormentada, si se me permite el oxímoron. Los ojos redondos, decretando las cejas para arriba. Control, Alt, F3. Calculando los riegos de hipermetropía del interlocutor, abrir los brazos en V. En V de Victoria, de alegría y de “nos ve”. A menos de un metro, apuntar a la mejilla entrecerrando los ojos, entregándome mansamente al flujo del cariño mutuo.

Risa 4. A mi hijo. La cara se ensancha, la boca se abre, los brazos se abren en V –primero, proyectándose hacia el cielo y luego hacia adelante en un movimiento estético sobre el eje, las piernas que se acuclillan, los brazos atenazantes.

Risa 5: la más corporal de todas. No respeta estados de ánimo y siempre debe ser igual, terminando con un beso. Los niños son como los perros. Las hábitos intachables hacen la felicidad.

Con mi hijo también puede aparecer una sonrisa inclasificable que nace de un conglomerado gestual menos estudiado. Es entonces cuando pienso que dos potencias se saludan: él, su “ello”, sus cinco años y un registro antisocial, higiénico, preservado y sanitario. Yo: asombro de lo establecido, moral y tradición en efímera retirada.

Caminé hasta el final del pasillo. La puerta que estaba enfrente.

Cuarto “D” de dedo.

Dos, tres cerraduras y una alarma.

¿Siii? –una voz finita.

Ah, señora, soy el vecino nuevo…. –una voz gruesa, la boca que se estira levemente hacia los laterales en un equilibrio de nariz estanca.

¿Siii?

Ah, señora, soy el vecino nuevo…. –otra vez la voz gruesa, preparada, la boca que se estira levemente hacia los laterales en un equilibrio de nariz estanca.

¿Cómo se vería por la mirilla?

¿Siii?

Ah, señora, soy el vecino nuevo…. –otra vez la voz gruesa, preparada, la boca que se estira levemente hacia los laterales en un equilibrio de nariz estanca.

Sentí que por fin destrababa la puerta. Los metales pesados cayendo de a uno, las llaves que giran casi al unísono como si la mujer tuviera más de dos manos. Entonces sí, una señora rubia, con el pelo más alto que largo que me dispensa su sombra. Marge Simpson envejecida había cambiado su color de tintura. Una cadena firme separaba el marco de la puerta. Yo tenía veinte centímetros para meter las palabras y una sola oreja para escuchar.

Señora, mucho gusto, soy el nuevo vecino.

Sí.

La molestaba porque quería saber sobre el funcionamiento del edificio. Me mudé ayer (creo que dije “funcionamiento” o dije “actividad” del edificio)

¿Cómo dice?

Me mudé ayer y quería saber sobre el funcionamiento del edificio.

¿Qué quiere decir m`hijo?

Sobre la casa, los horarios para sacar la basura…

¿Joven, usté es del “E”?

Sí, “E” de Ernesto, el nuevo vecino. Me mudé ayer a la tarde.

Empecé a monologar con una oreja. Con un lado. Con un ojo que pestañeaba mucho. Con una boca tapada por la madera de la puerta. Con un cabello más alto que largo, más blanco que rubio.

¿Usté es el del departamento “E”?

Dije “ayer”, dije “flete”, dije que me había mudado a la hora de la siesta, dije perdón por haberme mudado a la hora de la siesta.

Mire, ahora estoy un poco ocupada. Después, mañana o pasado, le explico lo de la basura. ¿Usté me dijo que quiere saber el horario en que se saca la basura, ¿verdad?

Sí, cuando pueda, me cuenta. No se preocupe. Cuando pueda me toca el timbre para lo que necesite. Yo soy el nuevo, el del departamento “E” de Ernesto.

Mucho gusto Ernesto.

Mucho gusto…

***

Los amigos son una segunda existencia. ¿Por qué decís eso? No sé, habría que preguntárselo a Vila Matas. Igual me gusta más lo que dice Millas: después de los 40, sólo tenés voluntad para relacionarte con vecinos.

Tras la convención queda el sacrificio y el lastre; las ideas de tradición y los conceptos inaugurales sobre la lealtad.

Bueno, este muchacho Raffo también tiene algo que decir al respecto y lo explica bastante bien cuando se refiere a los amigos residuales que sólo se soportan. Pero Vila Matas pone a la amistad y a la presencia de un círculo de seres queridos, por encima del deseo que provoca un buen libro. El dice “cualquier libro”, y yo no sé, no sé en qué estará pensando mi querido Vila Matas, pero supongo que nos va a correr por derecha con la nostalgia de los 36 billares y dejo de leerlo.

Oí: Jover es mi amigo y es uno que empezó a leer de grande cuando se dio cuenta de que ya era tarde para hacer nuevos amigos y que sus elecciones habían sido las incorrectas. El refugio, entonces, fueron las letras, después las palabras, después las oraciones y después las hojas. Al principio, él decía hojas. Leí dos hojas, leí veinte hojas. Después la colección de letras, oraciones y páginas. Por fin había llegado el libro a su vida.

Empezó de grande Jover. Me lo dijo una vez: “Sé que me estoy perdiendo algo”. Así. En la mano tenía una recopilación de cuentos de Osvaldo Soriano. En una personalidad obsesiva y compulsiva como la de mi amigo Jover, la lectura es una línea de fuga. Debe estar podrido de algo que no sabe qué es pero que seguramente nos incluye; o sea, incluye a los amigos. Yo, cuando él quiere, lo acompaño al cine. Vamos, le digo sin más. A veces vamos al cine “a ver algo”, como las viejas chotas que iban al Village, y a veces vamos a ver una película.

Un sociólogo dice que las salas tienen entre un diez y un quince por ciento de público cautivo. Jover y yo somos parte de eso. ¿Qué dan en el Cinemark?

Jover me dijo que la oscuridad de un cine es uno de los lugares más seguros del mundo. “Invisibilidad y ficción, el mejor remedio”. Mirá cómo habla ahora. A Cool le molesta que Jover diga estas cosas. Le molesta que tire sus dictámenes que suenan a fijas burreras. Y le molesta que ahora lea filosofía y  puede ahorrarse diez  “boludo” diarios.

La oscuridad y la ficción ahora son papas fritas a caballo. Hace rato que lo esencial dejó de ser invisible a los ojos. Fue una linda fantasía que nos ayudó a crecer, todo muy lindo, pero Tamara Di Tella hace rato que hizo mierda a Saint-Exupéry.

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Foto: Javier Legris

4 respuestas to “Todo lo que maté (parte 16)”

  1. Estrella Says:

    Muy bueno! Me hiciste reír!
    ¿Leiste Experiencia, de Martin Amis? Referencias constantes a su dentadura y a sus visitas al dentista. Él mismo se define como un «lisiado oral» y cuenta que también son miembros del club Nabocov y Joyce, y no me acuerdo quién más.

  2. janfiloso Says:

    Jamás hablaría con un dentista, mi depresión y mi miedo al torno bloquean mi cerebro y finalmente el habla.

  3. La hora Says:

    Conozco a ese Jover, mozo emblema de El Taller, el bar que marcó una época en el corazón de Palermo

  4. dario Says:

    me hiciste acordar que tengo que ir al dentista, patético!

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