Todo lo que maté (parte 12)

por Hernán Firpo

Cualquier pelotudo puede tener una discoteca en su ipod. Agarro Double Platinum de Kiss, el vinilo que guardo con los vinilos que me hacen acordar todos los años que tengo, y apoyo mi mano derecha sobre el relieve del arte de tapa: Juro por Gene Simmons y Kiss Army que nunca más voy a bajarme ni una sola canción. Juro que nunca más voy a hablar bien del Partido Pirata sueco, por más que hayan conseguido una banca en el parlamento. Juro sobre Gene Simmons que no volverán a señalarme en la cuadra del copyleft y que jamás de los jamases descargaré un disco. Lo juro Gene.

Y esta crisis me ocurre justo cuando empezaba a creer que acumular y conocer eran sinónimos. Juré sobre Simmons, sobre Peter Criss, sobre Paul Stanley y sobre Ace Frehley. Y seguí jurando un rato largo encima de Artaud y encima de Treinta Minutos de vida, del amigo Moris. Juré sobre mi identidad de clase media que alguna vez, antes de que el dinero fuera casi todo, se enorgullecía de sus bienes educativos, nuestro orgullo de clase.

Rasputin para millones. La sociedad del entretenimiento como piedra basal de una resistencia que no admite leyes de mercado sino sustracción.

El vinilo fue lo mío hasta que Luis Alberto Spinetta me obligó a ir detrás de la  tecnología. En 1995 editó Fuego Gris, solo en cedé, y yo tenía mi bandeja Talent más un reproductor de casetes. Fui a Libertad, conseguí una compactera chiquita, el discman, caminé hasta Corrientes y compré Fuego gris. Siempre llegué último al progreso. Me cuesta mucho la idea de avanzar. Avanzar es tener expectativas, algo que me pone al borde de la frustración. Mejor no proyectar, me digo, y nunca aprendo nada. Soy punk, señora, ellos se inventaron el not future porque les pasaba lo mismo que a mí: eran unos cagones de mierda.

***

Sobrevolemos este relato con el altísimo.

Gracias, si, soy el narrador omnisciente y esta vez vengo para contarles que ahora faltan 18 días.

Menos de un mes para que él empiece a tener una ex mujer.

Por el momento es así. Cuando ella habla con el mecánico dice “explíqueselo a mi marido”. Y le pasa el teléfono.

Para el resto de las cosas no es más su marido. Pero tampoco su ex.

Al menos, no se le oye llamarlo de esa manera. En cambio sí un grandísimo hijo de puta o un infeliz o un egoísta de mierda o directamente un grandísimo hijo de puta infeliz y egoísta de mierda. Uno al que le regaló los mejores años de su vida.

Bastante seguido le dice “piojo resucitado”. Se lo dice antes de advertirle cómo va a arrepentirse de lo que le hizo. Y también le dice que ella no es ninguna punk y que tiene el futuro asegurado y que sus padres están en esta tierra para socorrer a la cría.

Y voy a vivir de rentas, le grita, no con maldad, sino con esa clase de astucia que las mujeres se permiten antes de la pérdida de conocimiento.

Después de años de besos seguidos de abrazos varoniles, mi suegro me alarga su mano derecha. Está parado saludándome como a un gendarme y si llama por teléfono y contesto no me pregunta nada. Nunca más qué me pareció la Selección o qué libro le puedo recomendar. Tampoco menciona la posibilidad de hacer un asadito. Nada de nada. Si está su hija y chau, hasta luego. Después de años de tratarme como a un hijo más, mi suegra dejó de decirme Germi. Ahora me dice Germán.

Hola Germán, cómo te va, ¿está Nati?

Migue no sabe nada. A Migue hay que cuidarlo y para eso vamos a ir a ver a un especialista en matrimonios que se separan.

“Counceler se llama, te lo dije mil quinientas veces”.

Es como un psicólogo que nos va a contar de qué manera hay que explicarle a un chico que sus padres se van a separar.

Natalia habló con un abogado al que se le dice abogado. Los abogados le gustan mucho: si yo digo algo inconveniente que pueda alterar sus planes, es posible que me convide un discurso reglamentario y lleno de incisos.

Me dice: Migue va a vivir conmigo

Y no quiere volver a escuchar más que le hable de tenencia compartida.

Migue es lo más importante. Lo dice mi futura ex mujer, mi suegra y mi suegro. Mis futuros ex. Mi suegra no quiere que ni se me ocurra hablar de alquilar la casa: Migue tiene que seguir viviendo donde vive.

Natalia me lo tira como al pasar. “Mis viejos dicen”. “Mi papá dice”. Su papá, mi futuro ex suegro, siente adoración por Migue, su nieto primogénito. Adoración no es una palabra mía. Es una palabra que usa Natalia cada vez que quiere expresar lo que su papá siente por mi hijo.

En estos días, la adoración por Migue es algo que se repite bastante seguido y la frase me suena fea, intimidatoria. Como si Natalia quisiera decirme que Migue tiene un padre y, por las dudas, tiene otro.

***

Silvia no me quería medicar. Yo no sabía cómo explicarle que a mí nunca se me pasa.

Yo acumulo, Silvia, almaceno.

Que yo somatizo. A los ocho aprendí lo que quería decir somatizar. Era el único niño del planeta que podía decir de corrido la palabra somatización.

¿A ver?

Somatización.

Qué bien, decía mi mamá. Qué bien, decía mi papá. Venía mi tía. Mirá lo que dice

Yo: “somatización”.

¡Qué bien!

Y papi asentía apuntando con el mentón. A los ocho yo tenía una respiración cortita y cuando estaba nervioso, más cortita; y cuando estaba renervioso de prueba de matemáticas, la respiración se resumía más, se me iba, se me hacía silábica.

Gracias al asma aprendí a deletrear. Esa es la verdad. Yo decía somatización y sé que fui el primer niño del planeta que supo separar en sílabas la palabra somatización.

Después, aprendí a separar en sílabas la palabra hipocondríaco. La hipocondría fue mi primera creación artística.

Asma, me dijeron.

Dos sílabas.

¡Muy bien!

A los 12, teniendo asma y ventolín, arranqué con estreñimiento, también conocido como constipación.

Aplaudía cons-ti-pa-ción.

Cuatro sílabas.

¡Muy bien!

Y me constipaba cuando estaba nervioso. Después tuve asma cuando había humedad y mis padres escucharon la recomendación de llevarme a vivir a las sierras. A mamá no le desagradaba la idea. Yo los sentía hablar en la sobremesa. Mami insistía en que papi pidiera un traslado a la sucursal de Córdoba. En el fondo, a mami no le desagradaba tanto tener un hijo con asma: ella siempre se preocupó en la justa medida. Cuando me despertaba de noche, agitado, pálido, ella corría al baño y me preparaba baños de vapor. Cuando no, pensaba que su hijo, de alguna manera, yo andaba tras los pasos del Che Guevara.

Mami decía que el doctor había dicho, y papi decía que tampoco era para tanto.

Papi: “Un poco de jadeo no hace mal”.

A veces contestaba otra cosa: “Algo hay que tener”.

Mami mencionó como la pasar el caso del Che Guevara, porque el Che tenía asma y sus papás priorizaron la salud del chico. Un chico estimulado, aunque asmático, es un chico apto para la revolución.

Cuando no tenía asma por la humedad, me constipaba o me salía una erupción en la piel. Ahora, Silvia, por alguna razón, no duermo.

Y me sigo constipando, y trajino con el ventolín, y evito el arroz chino, y me sale la erupción aunque uso una crema de almendras carísima y homeopática.

Silvia me pregunta por mis sueños y yo no sé bien si lo que le cuento lo soñé o lo pensé. “El estado de vigilia es fronterizo”, me dijo mi ex, y si salía de la boca de mi ex, psicóloga matriculada, consultorio en el bulevar Charcas, suscripta al mensuario de Alternativas congnitivas y profesional full time, se trataba de un Lacan en estado de máxima pureza.

Ella sabía todo sobre tu meta lenguaje. Le gustaba decir mucho “enunciación” o “manifestación”. Si se te había caído el vaso de agua, nunca era torpeza sino “síndrome de torpeza”, un mal enraizado en la genética familiar. Fijate tu papá, decía, él siempre anda con las camisas y los pantalones manchados de café, leche, caldo, mayonesa, tinta, algo. Ella era capaz de leer posturas y actitudes. Muy curioso viniendo de alguien casi completamente impedido de leer un par de páginas de cualquier libro sin bostezar.

Pero hemos cambiado nuestros hábitos de lectura, me dijo. Ya no leemos como antes. Estamos hartos de la sopa de letras. Ahora descubrimos otro abecedario.

¿Cuál?

El lenguaje del cuerpo. Vos estás atrasado en todo, pero si te gustara realmente leer deberías saber aprender algo sobre el lenguaje del cuerpo. “Cómo digo lo que digo”. Ese tipo de libros tenés que leer si te interesara la literatura. La verdad está escrita en nuestros ojos, en nuestras posturas, cuando cruzamos los brazos. ¿No oíste hablar de semántica gestual vos? ¿Viste que cuando discutimos cruzás los brazos? Bueno, esa es una coraza. Cuando hablamos sólo una pequeña parte de la información que obtenemos procede de las palabras. Se estima que entre un 60 y un 70 % de lo que comunicamos lo hacemos a través del lenguaje no verbal. De los gestos, las apariencias, las miradas, posturas, lo que te decía: cuando te cruzás los brazos, la expresión, la forma en que locutás tus palabras.

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Foto: Javier Legris

4 respuestas to “Todo lo que maté (parte 12)”

  1. janfiloso Says:

    si mi mujer me dijera que yo «locuto» palabras, me divorcio seguro …

  2. hilario ascasubi Says:

    yo tengo el casete de Fuego gris.

  3. Laura Says:

    Momentos memorables? El asma infantil y Kiss.

  4. dario Says:

    muy bueno, buenisimo, gracias!

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