Todo lo que maté (parte 11)

por Hernán Firpo

Trabajo con recursos medidos por no decir mediocres. El discurso está en un orden sistemático y legal. La experiencia no me arrastra porque hemos aprendido que la norma es como un umbral. Aunque sea, la viña de la experiencia en términos surrealistas. Nada del otro mundo, che. Preferiría hablar de la aceptación material de una clase de búsqueda. Voy entendiendo mientras escribo.  Necesito una relación, un enlace que me permita seguir adelante.

A Dieguillo la emoción se le sube a las mejillas y a las palabras. Y puede escribirlo así, mejorando la agitación con oraciones cortas, con la respiración de Saer. El hace ficción porque, mínimo, deber tener un problema con la realidad. Pero no todos tenemos su capacidad ficcional; no es fácil lograr que las palabras alcancen y cuando las palabras son una falta tendrías que llamarte Cacho Fontana para que un vocabulario de 150 contraseñas logre convertirte en ícono popular.

Buscamos el teléfono de Cacho Fontana y quedamos en vernos.

¿Cómo hizo usted?

“Yo soy un hecho excepcional, pibe”.

Todo bien, ¿pero cómo hizo un hombre que llegó hasta sexto grado para convertirse en un referente?

”Es que hay gente que habla de la universidad de la calle y lo único que hizo fue caminar por una cortada. Yo empecé a enriquecerme porque le di lugar a mi intuición (otra vez la intuición). La enseñanza tiene un rival enorme: la intuición. De nada vale la cultura si uno no tiene ese don. Hugo del Carril no manejaba la cámara como Chabrol. Leonardo Favio, menos”.

Esto es pulsar como dejar una huella de caracteres. Hasta acá, 120.370.  Estoy harto. Podrido. Voy  a escribir con Levrero y lo estoy leyendo a través de mi estado de ánimo. Con Levrero voy a entender todo lo que me pasa. El me lo cuenta a mí y yo, a ustedes. Soy Levrero por un rato porque me siento  cortito, frágil, chiquito. No me da ni para salir de este departamento. Soy una persona con computadora.

“Otra vez vos, Albornoz, ¡por favor, che! ¡no seas tan fronterizo Albornoz! Ya probaste —tronaba en mi cabeza—. La literatura no hizo nada para merecer esto. ¡Dejala en paz, Albornoz!”, me rogaba esa especie de demonio.

Pero otra voz provocaba el terco deseo de escribir. Era una voluntad mecánica que manejaba mi mano.

No las ideas. La mano, ¿se entiende?

Como Albornoz, sólo soy alguien delante de la PC. He aquí un tipito con dedos flexionados tratando de escapar de su representación dolorosa. Lo que Germán y Ernesto sin Hache le cuentan a la homeópata que les receta Rescue Remedy para momentos de duelo. Un frasco de Rescue Remedy y un Román Albornoz siempre a mano.

Lo lamento, te lo juro, lo siento de verdad: me gustaría estar haciendo otra cosa. Si pudiera caminar unas cuadras y sentarme en el bar donde siempre hay alguien con quien repartir la soledad…

Si pudiera sentarme a leer, a mirar por la ventana, a contar los balcones del edificio de enfrente. Si quisiera fumar o tomar o drogarme o masturbarme o llamar a un montón de gente por teléfono…

La disciplina es para escritores profesionales. La ficción es una cuestión de fe. Entonces, ¡vamo’ los pibes a recorrer los campos de concentración de la literatura! Desobediencia civil, acciones extraparlamentarias, justicia ideal. ¡Arriba esas palmas, che!: preferimos el camino de la lectura y a marcar a Levrero con un color verde esperanza. ¡Arriba esas palmas Haroldito Bloom! ¡Arriba esas palmas vos, boló, y a la mierda con la angustia de las influencias! Eeeessssa… ¡arriba las palmas, puto, y que los enclenques hablen de literatura y hagan equilibrio de sinónimos!

***

Esto es cleptoescritura automática. >>>

Me pareció un tipo muy raro, no especialmente malo o desagradable, sino raro. Mi hija está con su embarazo casi a término. Mi quinto nieto. Raro. No descanso bien, hace muchísimo tiempo que no descanso bien. El relax tampoco me funciona; no puedo controlar la mente. La mente, escribe. Mientras escribo esto me río porque ustedes dirán: ¿quién mierda es este? Einstein. Oíste lo que escribió: ¡no puedo controlar la mente! No sé de dónde puedo sacar una madre, a mis años, pero al menos podría intentarlo; alguien que vigile mi descanso y me provea de alimentos durante unos días es exactamente lo que necesito para ese “retorno a mí mismo” que estoy intentando. Pero no sé cómo convocar las emociones. ¿Me estaré volviendo frívolo? ¿Me he salvado de la frivolidad todos estos años sólo por ser pobre?

Necesito ocio. Todavía no conseguí mucho. Jamás decidí dejarme la barba, simplemente fui suprimiendo la afeitada. Me enternezco. Cuando se deprime la percibo muy frágil, y de algún modo me hace bien que me llame aunque sea para comunicarme su silencio, que necesite compartir conmigo sus abismos. Yo recordé la muerte de mi padre, que fue más o menos cuando  yo tenía la edad que Pablo tiene ahora, y recuerdo que fue mucho mayor el espanto que la tristeza.

Amigo lector: no se te ocurra entretejer tu vida con tu literatura. O mejor sí, padecerás lo tuyo, pero darás algo de ti mismo, que es en definitiva lo único que importa. No me interesan los autores que crean laboriosamente sus novelones de cuatrocientas páginas, en base a fichas y a una imaginación disciplinada; sólo transmiten una información vacía, triste y deprimente. Y mentirosa, bajo ese disfraz de naturalismo. Como el famoso Flaubert. Puaj. Cuando uno es joven e inexperiente, busca en los libros argumentos llamativos, lo mismo que en las películas. Con el paso del tiempo, uno va descubriendo que el argumento no tiene mayor importancia; el estilo, la forma de narrar, es todo. Me quedé leyendo hasta el final la última, o lo que creo que es la última novela protagonizada por el el doctor Hannibal Lecter. Me resulta curioso que semejante personaje sea para mí una especie de héroe. Debe de ser porque se come a la gente que es muy mala, que uno va odiando durante todo el transcurso de la novela. Cuando aparecen esos individuos, por lo general burócratas soberbios, corruptos y canallas, pienso: “Ojalá a éste se lo coma el doctor Lecter”, y nunca me falla. Porque la inspiración que necesito para esta novela no es cualquier inspiración, sino una inspiración determinada, ligada a sucedidos que yacen en mi memoria y que debo revivir, forzosamente, para que esta continuación de la novela sea una verdadera continuación y no un simulacro. Escribo lo que recuerdo, lo que pienso que recuerdo, pero es pura información almacenada en la parte de la memoria que almacena información. No había inspiración. Por lo tanto no había (hay) estilo. La voluntad necesita obstáculos para ejercitar su fuerza. Si uno camina continuamente en un llano, los músculos necesarios para trepar una montaña habrán de atrofiarse. Estas son reflexiones trilladas pero son exactas. La cita es de un libro de Maugham. Maugham es un gran observador, pero no sabe inventar. La búsqueda de ocio se transforma en un trabajo, o sea en un negocio, o sea en la negación del ocio. Hace muchos años, un amigo me explicó que la palabra “negocio” venía de ahí, de neg-ocio, no-ocio. La adoré religiosamente. Creo que todavía la adoro, pero no me doy cuenta; he bloqueado por completo la negación de los sentimientos. Hoy se aflojó un poquito el bloqueo y pude percibir que ahí en el pecho hay algo muy fuerte. Debe de estar mal adorar a un ser humano como a un dios. Los dioses se enojan. Con esos horarios de sueño cambiados, cada vez me era más difícil buscar apartamento; mi ex esposa me ayudaba, y a veces me ayudaba Chl. Todo lo que alcanzaba a ver era terrible, unos apartamentos indecentes. En verano, la mente se me desorganiza y me paso todo el tiempo huyendo de mi cuerpo. No tenía casi existencia oficial. No pagaba alquiler, no tenía nada a mi nombre; no tenía, en rigor, responsabilidades.

Siempre supe que sufro una neurosis de abandono.

Siempre supe que sufro una neurosis de abandono.

Siempre supe que sufro una neurosis de abandono.

Las imágenes en sí mismas, las imágenes de un acto sexual normal –y por normal entiendo distintas posiciones e incluso lo que llaman sexo oral. La visión de la esperma, especialmente cuando se utiliza en forma agresiva hacia la mujer, como por ejemplo salpicándole la cara. Empezó, si mal no recuerdo, con temores de un posible embarazo, que hasta ese momento había controlado perfectamente por medio de cálculos de fechas en relación a su ciclo menstrual, y a exigir el uso de preservativo, artilugio que yo detesto. Es cierto que aprieto los dientes, especialmente cuando duermo. Nunca recuerdo las palabras exactas, pero suelo recordar con bastante exactitud los conceptos. “Dicen que para fortalecer la voluntad hay que hacer diariamente al menos dos cosas que nos desagraden. Yo cumplo rigurosamente con esta regla: me acuesto y me levanto todos los días”. Mi jerarquización de los libros a leer la voy haciendo por el tamaño de la letra. Dejo para el final los de la letra pequeña. No recuerdo quién dijo que los hombres debían hacer todos los días, por el bien de su alma, dos cosas que le desagraden. Mediocridad deliberada. Hoy tuve la voluntad de no encender la computadora. Desperdicié el tiempo. También esa contractura de la espalda genera contracturas en la nuca y en el maxilar, y de ahí la sordera del oído derecho y los dientes estropeados del lado derecho. La nuca me cruje siempre que giro la cabeza. No sabía que estaba perdido. Recién ahora puedo darme cuenta de la magnitud del desastre. Estaba haciendo un pozo cada vez más profundo. Si el espíritu sigue muerto, paciencia; escribiré con lo que soy ahora. Vale la pena llegar al aburrimiento, tocar fondo en el aburrimiento, porque de ahí nacen los impulsos correctos. Y habla suavemente, y la dificultad para narrar una historia de manera lineal ayuda a que la mente de uno comience a divagar. Pienso que esta incapacidad del Estado para defender a los ciudadanos es un poco mejor que la agresión a los ciudadanos desde el Estado, como en los tiempos de la dictadura.

Pensé que podíamos ser amantes. Lo pensé exactamente cuando me contó con lujo de detalles lo del chocolatín Jack. O sea, antes de tomar un café y antes de tomar otro.

A la semana, la llamé. Nos encontramos. Qué linda tarde, ¿caminamos? Y caminamos por Palermo. Nos burlamos de Natalia Oreiro, tan gauchita ella y viviendo en una fortaleza con soldados y unos panópticos que ni Foucault, viste. Caminando llegamos a casa. Subimos y empezamos a besarnos. La primera vez siempre es la peor, así que no nos dijimos nada y al rato tramitamos la segunda sólo para olvidar la anterior. El caso es que no llegué a tiempo. No me empalé como Ercole Lisardi (que se empala demasiadas veces por ser uruguayo).

Me tengo que ir.

¿Nos vemos otro día?

Hablamos.

El pasado da perspectiva, intervenimos como al pasar. Javier Martínez se fastidia porque el arte, como todo lo demás, necesita de sus catacumbas y el lo sabe. Para que haya historia —en este caso, casi cinco décadas de rock nacional— tiene que haber traza y horizonte. Este hombre, que parece cualquier cosa menos un rockero, es baterista, cantante y punto de partida. El dice sí, pero no. Onda te entiendo, pero me jode creerlo como a vos te jode entender que, por las dudas, debés tener un hijo de repuesto.

Todo este asunto es muy triste, me dice.

El presente no sirve. Estamos demasiado vigentes como para saber a qué cosa se refiere esta condición espacio-temporal. No existe a ciencia cierta o debería reducirse a la nimiedad de la marchita cotidiana: ir al almacén, me quedé sin luz, no hay clases en la escuela de mi hijo, llueve. El futuro es esa clase de devenir que nos vuelve ilusionistas o charlatanes. El futuro es mucho o poco. Lo único que sirve es el pasado. Ahí nace el verbo necesitar y otros verbos como padecer, aislar, mitificar.

Yo reviso el pasado para averiguar qué ocurrió con esas batallas donde fui vencido sin causa aparente. Por eso vuelvo también a las mujeres del pasado. Esa es mi clase de nostalgia selectiva. Quizás sea cierto, aun cuando se me ocurre que no sea más que un procedimiento digno de la razón. De la razón posible, digo.

Volver, para para hacerme cargo de las cosas que no supe aprovechar, quizás debido a que todo se dio de golpe, sin elección, selección ni oportunidades. Y en este punto no sólo hablo de mujeres. Ojalá se tratara de materia animal y/o satisfacción espiritual.

El pasado vuelve como relectura. Revivir podría ser como vivir en abundancia. No quiero continuar sin releer todo esto, pero lo pienso y me da fiaca ir para atrás. Qué incoherencia. Me siento como un disléxico que estudia cada línea y siente el esfuerzo de la página. Un libro bien leído. Eso quiero. Uno bien subrayado, marcado de distintas maneras, prolijamente remachado, leído de atrás para adelante, marcado con distintos colores. Por ejemplo, colores fuertes para las emociones; colores sobrios para el estilo.

Parte 1

Parte 2

Parte 3

Parte 4

Parte 5

Parte 6


Parte 7


Parte 8

Parte 9

Parte 10

Foto: Javier Legris

8 respuestas to “Todo lo que maté (parte 11)”

  1. martina Says:

    FIRPO-LEVRERO-FIRPO.buen ejercicio.
    Alguien con quien repartir la soledad
    La voluntad necesita obstáculos para ejercitar su fuerza
    El pasado da perspectiva.Yo reviso el pasado para averiguar qué ocurrió con esas batallas donde fui vencido sin causa aparente

  2. Laura Says:

    Quiero contarle a un amigo de qué se trata este coso, más no encuentro la manera. Quizás Firpo tenga la oportunidad de explicarnos un poco acerca de estos misiles disparados a alguna parte.

  3. janfiloso Says:

    asociación libre hecha cuento …
    hay empatía, se lee bien.

  4. Laura Says:

    jnfiloso, vada que sea libre puede estar asociado.

  5. Laura Says:

    oh, my dislexian: «janfiloso, nada que sea libre puede estar asociado»

  6. janfiloso Says:

    oh Laura, supongo que todo depende del contenido de las palabras «libre» y «asociado»; en estado puro supongo que tenés razón, pero como se refiere a un ser concreto con su conciente/inconciente trabajando, ya el contenido de libertad es limitado y por su parte, hasta los anarquistas podían hacer sociedades de modo que en algún punto la comunidad no limita la libertad.
    En fin, divertida digresión.

  7. Laura Says:

    «los seres concretos», estimado, están hechos de conciencia, por no decir de concreto.

  8. J Says:

    Qué lindo sos, Hernán…

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