Todo lo que maté (tercera parte)

por Hernán Firpo

JCD es un hombre que vive preocupado y el inconveniente es que materializa sus preocupaciones. O sea: las convierte en ocupaciones. Su dogma es freudiano sin darse cuenta. Cree que el hombre es suficiente y por eso sufre y se permite el ateísmo. Allá él. JCD ahora está preocupado y ocupado en encontrar un dibujante para su historieta sobre León Gieco.

Lo viene siguiendo, lo investiga, jura que lo investiga, que le hace guardias periodísticas y que toma nota. Que León vive en Le Parc, dice, y que lo vio salir en “limosina”. Que habla con alguien que podría ser Dromi.

¿Quién?

Dromi, Roberto Dromi, el ministro del menemismo.

Alterna JCD. A veces le hace guardias a León, a veces a Liniers, a veces a Rep.

JCD escribe pero no sabe dibujar. Escribe guiones. Y es poeta. Para ganar plata, se dedica a la poesía. Pero a él le gustaría ser un guionista reconocido.

“Ojalá pudiera vivir guionando”.

JCD se convenció de que no hay ningún dibujante que quiera hacer una historieta sobre León Gieco. Mejor dicho, en contra de León Gieco.

¿Y si le ponemos las aventuras de León Greco?

No, no, no –Rep, con gorrito, Rep sin gorrito.

¿Y si firmás con un seudónimo Rep?

No, no, no –Rep: hombre de una sola palabra.

¿Y si le pongo el Puma Greco?

No, no, no.

¿Otro felino? El que vos quieras Rep.

Casi todos los dibujantes son de izquierda, le dijeron a JCD. ¿Probaste con Nik? JCD anota Nik en su Moleskine, the legendary notebook of Hemingway. Pero ahora quiere a Liniers. Se le metió Liniers entre ceja y ceja. Eso, y su pedido de que vuelvan los juegos de mesa. Y si le preocupa, se ocupa y acaba de publicar un aviso en Segundamano. “Compro juegos de mesa de Yetem y Kipos”.

Dice que piensa destinar todo lo que ganó con la poesía a poner un local de juegos de mesa.

¿Vos conociste “La Casa de Tomás y Enrique”?

Clá… una cosa así.

Y también lo persigue a Liniers. Le hace guardias. Sabe que Liniers va a correr por los lagos de Palermo con su MP3. Una mañana, cuando Liniers ya terminó su rutina, lo ve sacar de su riñonera los lentes. Lo sigue. Liniers se mete en una óptica donde deben hacerle los anteojitos de dibujar.

En la vidriera hay una foto gigante de él. A su lado hay otra foto: Lucrecia Martel. La óptica se llama “Para verte mejor”. Como diría Baudrillard, y aunque eternamente existan unas formas espirituales que nos atraviesen, muy pronto los anteojos no van a ser una prótesis, sino el atributo de una especie en la cual habrá desaparecido la mirada.

JCD espera que Liniers salga y anota la hora en su Moleskine. 10.43. Espera unos minutos y se mete en el negocio.

Buen día. Ese era Liniers, ¿no es cierto?

La señora le hace un “ajá”.

Y, seré curioso, señora, ¿qué anteojos usa Liniers?

Perdón que me meta, pero soy el narrador omnisciente y quiero decirles que esto se llama perspicacia. JCD Le dice a la señora que él también dibuja y que tiene problemas de miopía y quizás, you know –duda, duda en inglés y en castellano–, quizás… Acá viene la mejor parte: la señora de la óptica cree que si él usara los mismos anteojitos de Liniers…

¿No es cierto?

¿No es cierto qué, señora?

Que usted dibujaría igual. Qué tendría idéntico existencialismo y conejillos saltimbanquis henchidos de protagonismo en sus cuadraditos.

Algo así, señora, algo así –mueve la cabeza JCD, los labios juntos, la mueca de tortuga seductora que usa para hombres/mujeres de entre 50 y 75 años.

Urgente él quiere saber, you know, quiere saber si… La señora que vuelve a entender y otra vez sale a socorrerlo.

¿Usted quiere saber cuánto salen los Lentes Liniers?”

“Lentes Liniers”.

JCD anota: “Lentes Liniers”.

Espacio activo (NdeNO, Narrador Omnisciente).

JCD espera a Liniers clonado a la altura de los ojos. Es otra mañana aeróbica en los lagos de Palermo. JCD sabe horarios y recorridos. Viste un jogging que hace juego con el marco de los “Lentes Liniers”.

Liniers abre la puerta y advierte su presencia o advierte la presencia de sus lentes en un otro. JCD pasa por la puerta de su casa. Finge casualidad. Y de casualidad lleva un libro de Liniers, usa los mismos anteojos de Liniers y tiene ropa deportiva, como Liniers. Lo ve arrancar al trote. Trota y se le pone a la par.

“Sólo con el consentimiento de León”, dice Liniers.

“Diez cua-dra-di-tos”. JCD se fatiga en sílabas.

No puede seguir el tren de Liniers porque JCD tiene sus lentes y su libro más su moleskine y su guión, pero le falta estado físico. Y Liniers no para. No puede parar un minuto.

Liniers, perdoname, soy yo otra vez: un minuto te está pidiendo JCD. ¡¿No podés parar un minuto?!

“Que espere a que termine mi rutina”.

JCD lo espera en la puerta del Museo Sivori.

Liniers toma Powerade y ahora lo escucha. JCD se presenta: poeta profesional, guionista en apuros.

Diez cuadraditos para un suplemento de rock. La idea se podría llamar “Las aventuras de León Greco”.

“Ya me lo dijiste”, le dice Liniers.

Quedan pocos segundos.

“Primer cuadradito, ¿se dice cuadradito?”, quiere saber JCD.

Más Powerade. Liniers escucha recuperando los líquidos y sales minerales que su cuerpo necesita.

Primer cuadradito. JCD lee. Está nervioso. Se le caen unas hojas y el viento las empieza a llevar. Liniers estira su pie derecho y logra aplastar la carátula. Puntos suspensivos. ¿La carátula o la idea? (esto queda a la consideración metafórica del lector). JCD finalmente arranca.

León en el yacuzzi de su casa y Rosa, la mucama, que lo interrumpe.

“Del comedor Margarita Barrientos, señor León”.

“¡Pero no ves que me estoy bañando!”.

“Se lo dije, señor León”.

“¡No me digas señor León! Decime solamente Señor…!

“Se lo dije señor”.

“No. Así no, Rosa”.

“Señor”

“Te sale senior, Rosa, con “i”, y se escribe con “ñ”. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

“Se-ñor”

“Se lo dije señor. Todo junto Rosa”.

“Se lo dije señor”.

“Buá”.

“Dicen que va la Presidenta”.

Silencio.

“Dicen que va la Presidenta, señor”.

“A ver: –el globito dice “a ver”, dos puntos. ¿Vas entendiendo Liniers?»

Hola Marga (León al teléfono). “Mmsé, mmsé… Ajá, ajá. Si, ¿y a qué hora? Cinco de la tarde en punto. Bueno Marga, sí, sí, sí quedate tranqui, ahí voy a estar… Obvio… Guitarra y armónica”.

León sale envuelto en su bata que tiene la letra “L”, cursiva y dorada, a la altura del corazón. Le pide a Rosa que vaya preparándole el uniforme de barrios carenciados y comedores.

Rosa se acerca con una percha.

“¡Rosa!, por favor… Barrios Carenciados y Comedores, te pedí. ¿Vos sabías leer? Fijate en el placar donde dice Barrios Carenciados y Comedores. Ese no, Rosa, ese… ¡¿pero vos no ves lo que dice el cartelito?! ¿No ves que dice Asuntos del Corurbano. Es otra cosa Asuntos del Conurbano… Y pasame un par de borcegos en uso, por favor”.

“¿Cualquiera de los que están sucios?”

“Cualquiera, Rosa”.

Más tarde, León baja por el ascensor que hace una escala en el piso octavo. Sube Dromi.

“Qué hacés León”.

Bien, ¿vos?

“Vas a trabajar?

“Voy al comedor de Maragarita Barrientos…”

Dromi lo mira.

“Una que tiene un comedor para pibes”.

León tiene las cocheras 12 y 14. En la 12, la camioneta; en la 14, el Taunus azul. León se dirige al Taunus. Dromi lo mira. Sonríe. Se miran, se sonríen.

Ah, la corrección política, todo lo que implica ser políticamente correcto. La tolerancia como virtud, la comprensión parcial y benemérita de la hipocresía. No soy tolerante y acá está Bernardo Stamateas diciéndome que debo intentarlo.

Bernardo (llega el café, “gracias”), disculpame: vos, tu secretaria y esta iglesia son un encanto, y disculpame porque sé que me dedicaste dos veces “Gente Tóxica” deseándome “la mejor suerte del mundo” y deseándome “la mejor suerte del mundo”. Pero no, Bernardo, la tolerencia es como un estado de afirmación de la hipocresía. La tolerancia es la hermanita políticamente correcta de la hipocresía, ¿me entendés?

La corrección política alimenta guettos. Bernardo, ¡no te rías, boludo!, ¡en serio te hablo! ¿No te acordás cuando se podía ser más simple y despiadado? ¿No te acordás cuando se podía ser más bruto? Cuándo decías puto sin ser tildado de homofóbico. Ahora, fijate, vos mostrás la bandera de Paraguay en la tribuna y el INADI te mete una contravención. ¡No te hagás cargo, INADI! ¡Es la bandera de un país, no es la esvástica, INADI!

Bernardo te mira con cara de ay, ay, ay (no se acuerda tu nombre y en el ay, ay, ay, piensa, revisa, unos papeles, una libreta, ay, ay, ay… Germán. Y después llega el alivio del interlocutor identificado que es mucho peor: Germán tal cosa, Germán tal cosa y tal otra. Germán, tal cosa, tal otra y tal otra).

¿Un ejemplo? “Los emos”, Bernardo. Esos no se diferencian, son autoconcientes. Y eso es lo que particularmente nos irrita. ¿Quién puede esperar tal cosa del arte? Ese punto enoja como enoja que la orquestita de Barenboim sea mixta y lo sepamos. Que sea casi lo único que sepamos de Barenboim, que no sabemos si es con “m” o con “n”. Que tenga un cellista judío o un contrabajista nacido en Egipto. ¡Guau! ¡Qué importante, che! Sabemos más del cellista que del cello, que ahora dudamos si se escribe con doble ele o es chelo, como el Chelo Dlegado. ¡Vamos, Bernardo, dejame de joder! Nadie espera eso de un artista. Es apenas una cuota. No lo redime ni lo condena. Y, a nuestro modesto juicio, hasta nos hace levantar sospechas. ¿A quién le importa la relación de Dalí con el franquismo? ¿Resiste alguna clase de análisis para su figura? Bernardo, ¿quién va a decir alguna vez, “Maradona era amigo de Menem”?

Leamos a Cassavettes. «Gena y yo somos unos freaks. Estamos absolutamente idiotizados con querer convencer a alguien de que, para nosotros, es muy difícil expresarnos en nuestras vidas. Descubrir el delicado equilibrio entre vivir y morir. Quiero decir, pienso que éste es el único tema que hay».

Primero existe el potencial y luego el mercado. El consumo y la novedad hacen a la reverencia pública y populista. Como los libros de escritoras menores de 30. ¿Quién puede aceptar leer y, peor, escribir –prestarse, participar, figurar– en un libro que supone una especie: mujeres de pelo largo y menos de un metro setenta que saben escribir o tipear. O Mujeres de pelo largo y menos de un metro setenta que no cocinan. ¿Qué quiere decir esa búsqueda de singularidad? ¿Eso es lo que llamarán producción de sentido?

¿Y eso de exaltar la juventud? ¿A quién se le ocurre? ¿Esta vez a qué generación hay que matar? A Flavia Palmiero no me la toquen. Flavia trabaja para parecer joven, que es otra cosa, que es muy distinto a ser joven. Ella es más inteligente a sus cuarenta y pico que a sus veinti y no quiere fotos porque no tiene ganas de producirse, pero te dice: “Mirá mi cara —y se saca los anteojos negros y ovalados—. ¿Operaciones en esta cara? ¿Podrías operar esta cara? Si vos me ves con esta piel, con este espíritu, es porque llevé una vida sana durante muchos años. Tengo energía de sobra”.

Con Mireia Gubianas, la actriz de “Gorda”, estamos en un bar. Nos hicimos re-amigos y lo hablamos todo. Y con Ricky Pashkus, que en estos momentos anda cómo loco en la producción de “Hairpsray” y busca gorda-con-condiciones-de-cantar. Seamos vocacionalmente gordos, vocacionalmente putos y vocacionalmente panelistas en los turnos de la tolerancia top.

Ricky, cómo va. Che, leí que que para quedar seleccionado en el casting de tu obra hay que vomitar antes de presentarse. Que eso de vomitar da más seguridad.

“No concuerdo, dónde lo leíste”.

¿Y no pensás que la cultura del diferente es funcional al régimen? “El sistema necesita de su rebeldía y de su corrección política. En esta obra, el personaje tiene que ser una gordita. Igual que en Broadway. Y también tiene que haber negros, porque si no, no hay obra. Igual, te digo una cosa: en las audiciones obvio que hubo gente que se disfrazó de gorda. «¿Esa se puso un almohadón, no?”.

¡¿Vos oíste Mireia, oíste lo que dijo Ricky?! Mireia mandibulea. ¿Se dice madibulear? «Yo quiero traeme una medialuna de manteca”. Ella prefiere llamar a las cosas por su nombre y en el escenario se muestra casi desnuda sin importarle que sus medidas remitan a la figura de Moby Dick.

Paréntesis: esto no es discriminación, es asociación libre. Uno en realidad desearía el éxito de Saint Exupéry y que lo esencial realmente fuera invisible a los ojos.

”Para mí es así. Yo soy muy de las utopías. Creo en lo que dice Saint Exupéry. Pero no habrá caso, los periodistas me dirán: muy lindo, Mireia, ¿pero te acuerdas de Gorda?” ¿Y qué respuesta se te ocurre? “Ninguna otra que no sea mandarlos bien a cagar”. O tal vez estés más flaca y… “Sí, sí, eso también lo pensé. Me van a venir con el rollo de que tracioné mis ideas y tal. No sé acá, pero en España el ciego sigue siendo un no vidente”.

¿No hay nada de La Vela Puerca?

No.

Y de No Te Va Gustar.

El grupo: No Te Va Gustar. ¿Lo conocés?

No, no lo conozco.

Son rioplatenses.

Mmm… no.

¿La Renga?

No.

Yo soy amigo del batero.

A Cristina se le hacen unos pocitos en el culo. Se le nota cuando está en bombacha templando la parte de los isquiones para llegar al tercer estante de discos. Cristina tiene una arañitas en las piernas. Hasta dentro de cuatro o cinco años, una arañitas nada más. Nada venenoso, nada llamativo.

¿Quién es el Cardenal Domínguez?

Un flaco que canta tangos.

Le gusta estar desnuda en la casa de otros. Pocitos no tiene ningún tipo de complejos, mientras que el anfitrión, un verdadero desastre de inseguridad, siempre juega de visitante. Rápido los slips, ahora los pantalones, el cinturón, la remera.

Ella revisa discos en bombacha y pocitos sabandijas.

El piensa: puedo quedarme descalzo once minutos más.

Ella pone un disco de Cat Power.

El se pone las medias.

Los discos están acomodados. Los libros siguen en unas cajas.

¿Cat Power no era medio hardcore?

No.

Es la primera vez que escucho a Cat Power en mi nueva casa de soltero. Me hace bien sentir que recupero algunas rutinas. Lo que hago de vuelta por primera vez queda anotado en un cuaderno.

Anoto:

Escuché a Cat Power.

Enchufé el microondas.

Tomé té de pasiflora y valeriana.

Compré Uvasal.

Acomodé los discos.

Cogí.

Me hice canelones de La Juvenil.

Compré dulce de leche diet.

Saqué la basura a horario.

Vi al Manchester y al Inter, pero el Inter no sé cómo salió porque, curiosamente, me quedé dormido en el segundo tiempo.

Capítulos anteriores:

Parte 1

Parte 2

5 respuestas to “Todo lo que maté (tercera parte)”

  1. Yo Says:

    «La corrección política alimenta guettos». Una de las al menos tres frases que memorizaría.

  2. janfiloso Says:

    Asociación libre como herramienta de la literartura ¿por qué no?

  3. h Says:

    Hace dos meses que vengo contando los pasos que doy cada vez que ando por la calle, ya sea en veredas, avenidas, subtes, colectivos, incluido el pasito que uno da cuando sube al taxi. Con esfuerzo, he notado que logré bajar considerablemente mi cantidad de pisadas diarias. Por ejemplo, para ir al trabajo cambié mi medio de transporte y ahora tengo que dar exactos 348 pasos hasta la parada del colectivo 39.

    Estipulé que sólo si faltara agua y bananas me iría hasta el chino de enfrente. Me hice adicto a los deliveris y últimamente, y en pos de someterme a otra clase de equilibrios, me inscribí en un curso de skate con el profesor Bam Margera, un campeón colombiano que da cátedra en la Facultad de Derecho. Bah, en la puerta.

    Quiero decirles que si me levanto con la respiración atlética de un Thomas Bernhard, es posible que reduzca los 348 primeros pasos a 283, debido a que mi tranco de trote es realmente mucho más etéreo y jorgedonneano que mi habitual desembarco trasatlántico. Como si pisara con las puntas, en mi Moleskine llegué a anotar 280 pasos, todo un record en mi historial agorafóbico.

    La pregunta que me hago a las 18.13 del 1ro de enero de 2011 -sin siquiera haber debutado del espacio público- es: ¿Cuántos pasos menos daré este año?

    h

  4. Laura Says:

    Que malo el artículo sobre el etólogo que salió hoy en Clarín. Era mucho más interesante el entrevistado que el autor de la nota, pero el narcisismo pudo más.

  5. Germán Perazzo Says:

    Me divierte mucho la forma en que ficcionalizas la realidad. Todos están allí, Gieco, Barrientos, Liniers, Nik, Rep y tanto otros personajes que dejan sus infiernos cotidianos para vivir en un mundo de palabras concretas.

    Y también las marcas (labels) que son usadas sin temor ni respeto, con firmeza, como sucede en el mundo cotidiano. Porque se toma un Uvasal, no un polvo digestivo.

    Espero con gula la nueva entrega.

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