Batalla en el suelo

Sobre Petróleo sangriento de Paul Thomas Anderson

por Quintín

El lunes fui al cine Tuyú de San Clemente por primera vez en la temporada. El programa es cada vez más incompatible con mis gustos y las butacas (probablemente las mismas en las que me sentaba en la década del 50) cada vez más incompatibles con mi aburguesada noción del confort. Pero daban Petróleo sangriento de la que tenía muy buenas referencias, aunque la película más famosa del director Paul Thomas Anderson es la infame Magnolia. De Anderson había visto también la sobrevalorada Boogie Nights y la más promisoria Punch-drunk love.

 

1img_3917.jpg

 

Me sorprendió la originalidad de la película. Para ser honesto, uno nunca sabe si una película es original o lo que ocurre es que no vio los antecedentes adecuados, o los vio pero no hizo la conexión mental correspondiente. Navegando un poco en la internet, encontré una buena crítica de Jim Hoberman en el Village Voice, en la que se menciona El ciudadano como influencia y homenaje consciente de la película cuyo título original es el misterioso There will be blood, algo así como Va a haber sangre (escrito en la pantalla con una caligrafía gótica y chorreante), del que no puedo encontrar el origen y que nada tiene que ver con Oil! (¡Petróleo!), la novela de Upton Sinclair en la que se inspira parcialmente el film.

Efectivamente, hay algo de Citizen Kane en Petróleo sangriento: es también la historia de un magnate, de un magnate ambicioso, desequilibrado y, finalmente, muy infeliz. También, como el film de Welles, es una excursión a los orígenes del capitalismo corporativo, lo que en 1941 era un asunto histórico o más bien político (el modelo real para Kane, William Randolph Hearst, estaba bien vivo cuando se filmó la película) pero hoy es más bien arqueología: vivimos bajo la idea de que el capitalismo siempre estuvo allí y el descubrimiento de los primeros pozos de petróleo es tan viejo como los faraones. Por otra parte, la película está fuertemente organizada alrededor de la metáfora de desenterrar lo enterrado: el petróleo, el pasado, el odio.

Petróleo sangriento empieza poniendo en escena esa metáfora de lo enterrado. Una larga secuencia muda narra el principio de la carrera del protagonista y expone su tenacidad casi inhumana, acorde con el esfuerzo y el peligro del trabajo en las minas y los pozos. Después de ese prólogo, el espectador no tiene dudas de que Daniel Plainview se hizo de abajo, ni de que su cuerpo quedará marcado por los golpes de su juventud. A diferencia de Kane, muy poco sabremos de la historia familiar de Plainview y no podremos identificar el momento del trauma que lo convirtió en un monstruo que, según su propia confesión, odia a todos los seres humanos casi por igual y lo que menos soporta es asistir al triunfo ajeno aunque él mismo nade en la abundancia.

Hay una prepotencia de lo físico en Petróleo sangriento. La película transcurre casi siempre al aire libre, en la cercanía de los pozos, fuera de las ciudades. En eso es también lo contrario de la urbana película de Welles, donde las pasiones están siempre mediadas por una capa de civilización, incluso de refinamiento. Aquí, todo es mucho más primitivo. Plainview es un self made man integral. No solo ha elaborado su fortuna de magnate petrolero partiendo desde la nada, sino que ha cavado los pozos, negociado los contratos y cometido los asesinatos con sus propias manos. Y le gusta seguir haciéndolo. El mayor logro de la película de Anderson es haber hecho de ese curriculum un cuerpo, por supuesto con la colaboración de Daniel Day-Lewis, un actor masoquista, especializado en personajes que llegan al extremo de su resistencia física. La tarea de Plainview como buitre solitario de la industria petrolera, enfrentado simultáneamente a los obreros, a los ciudadanos y a los ejecutivos de las corporaciones es no sólo sobrehumana sino absurda: cuando su pequeño hijo sufre el accidente que lo deja sordo, no le queda nadie que lo quiera, ni siquiera —obviamente— que lo escuche: sus olímpicos rencores serán también su impenetrable secreto.

Plainview es, como los villanos de Shakespeare, más grande que la vida y más malo que el demonio. Su dimensión es descomunal, operística. Hay quien le reprocha a la película su final desbocado. Creo que el final es no solo necesario sino brillante: evita que el film caiga en el academicismo que lo acecha: convertirse en el estudio de una personalidad difícil y en el exponente alegórico de una circunstancia vagamente histórica. Pero no es así: en su final desaforado, al borde del disparate, de una violencia psicológica y física casi animal, pocas veces vista en el cine, la película alcanza un desenlace tan inesperado como justo y llega más allá de lo que suelen hacerlo las historias dedicadas a los millonarios que edificaron su fortuna sobre la sangre ajena.

Hay algo que ennoblece a un chacal como Plainview y son sus adversarios. Especialmente Eli, el predicador corrupto y ambicioso, contra el que se batirá toda la película, al que odiará con más fuerzas que a los capitalistas rivales, aristócratas que no han pasado por las pruebas a las que él ha sido sometido. Eli es otra cosa: la hipocresía y el engaño llevados a su extremo más repugnante. El relato de Petróleo sangriento tiene como eje la batalla entre Plainview y Eli, en la que el segundo intenta controlar al primero y aprovecharse de su obra. Pero Plainview no le reconoce a la secta de Eli ningún derecho y lo desprecia como el peor ejemplo del parásito. El enfrentamiento, pero también la complementación entre los dos personajes, es toda una definición sobre la base ideológica de la expansión económica de los Estados Unidos que sigue vigente en nuestros días. Por un lado, la crueldad sin freno del patrón. Por el otro, la cobertura espiritual de una religión a su servicio siempre que el capital contemple el enriquecimiento de sus sacerdotes. Pero Daniel Plainview es un ateo irredento, que quiere imponerle su ley al mundo y no admite que el dios de Eli (falso o verdadero) le ponga límites. La guerra entre estos dos colosos que se necesitan mutuamente, la codicia y la hipocresía (con sus inevitables pactos de colaboración), es la que engendra el mundo moderno. La intensidad de Petróleo sangriento (aunque Anderson es siempre un cineasta del tour de force), tiene que ver con la trascendencia y la actualidad de esa metáfora.

Paul Thomas Anderson ha hecho un sorprendente intento de extraer la metafísica que rige una parte importante del mundo desde una película anclada en la materia. Pero, ¿de dónde obtiene el cineasta la fuerza y el valor para mostrar desde afuera esa batalla y esa alianza entre la acumulación ciega y la religión adulterada, representadas por un padre cruel y un falso pastor? Upton Sinclair, el autor de la novela original, supo ser un militante socialista. No he leído el libro (espero hacerlo en los próximos días) pero sé que Anderson solo toma una pequeña parte. De lo que falta, queda en la película un residuo que parece secundario y que no tiene un gran desarrollo: el amor entre el hijo de Plainview y la hija de Eli (de paso, Plainview, “mirada chata”, es un nombre elegido por Anderson y no por Sinclair). Pero su presencia en el film puede ser más esencial de lo que aparenta. Esa alianza generacional representa, a diferencia de la guerra entre los padres, la de un capitalismo más humano con una religión más piadosa. Después de una película tan definitivamente árida, Anderson no se atreve a un final esperanzador ni sentimental como el de Magnolia. Pero me temo que Petróleo sangriento remite en el fondo a un horizonte más justo y más piadoso como contracara (y resultado) de su terrible anécdota. Al menos, hay una contradicción y un misterio: a qué tiempo histórico se refiere Anderson cuando nos advierte que habrá sangre.

Foto: Flavia de la Fuente

15 respuestas to “Batalla en el suelo”

  1. Addison Says:

    No me remitió a tantas cosas y me parece obvia la alusión al presente, por más que Anderson la niegue «porque sería muy pretencioso» según sus propias palabras. La peli es pretenciosa y no está mal que lo sea.

    Me pareció una obra menor dentro del cine de Anderson. Como ya dije me gustaron las actuaciones de Day-Lewis y Dano y la música de Jonny Greenwood es original para este tipo de propuesta. Uno de sus mayores defectos es una edición no del todo lograda.

  2. Galois Says:

    Al final, parece que lo del título no era tan interesante como prometía.
    Al menos, por lo que dice P. T. Anderson:
    http://s122587669.onlinehome.us/manhattanmoviemagazine/newsite01/webdata_mmm-home-page-test.pl?fid=1197568078&cgifunction=form

    La crítica, poderosa.

  3. Arturo Says:

    Me remitió mucho más a Scarface que a Citizen Kane…

  4. René Naranjo Says:

    Notable comentario, Quintín. Y además muy estimulante, ya que no tenía mayor interés en ver esta película (pienso lo mismo que tú de Boogie Nights, Magnolia y Punch-drunk love) y hoy mismo parto a buscarla en los cines.
    Un abrazo desde SCL.

    René

  5. Juan Says:

    Quintín: Esta clase de plainview existen. Hoy y siempre. Si quieren desde el corte de cintas que inauguró el siglo xx.
    Los que encuentran excesivos a los personajes son en su mayoría burócratas que deben su existencia a este tipo de hombres.
    ¿y si no de donde creen que salen sus suelditos sinó de las espaldas y la mente afiebrada de este tipo de emprendedores.
    Los telefonitos,los blogitos,el culo caliente en la silla varios meses por año sin crear riqueza, ¿como creen que se sostiene su existencia globalizada de niños levantiscos y dispuestos al pensamiento libre doce horas por día?.
    Hay un fogonero que palea carbón y estos amantes de los ademanes nimios no quieren reconocerlo.
    Escupen la mano que les dá de comer. Lo detestan.

  6. Marto Stef Says:

    Hay que prepararse para las películas de la administración Obama.

    Como ya dije:
    En Citizen Kane, el efecto Rosebud no molesta porque sabemos que es Orson Welles en 1941 cambiando la historia del cine, pero… hoy en día esa explicación psicológica del desapego es bastante rompepelotas. ¡Explicación!

    :) http://martostef.wordpress.com/2008/02/25/petroleo-sangriento-paul-thomas-anderson/

  7. Germán Says:

    Me gustaría saber por qué te pareció infame «Magnolia».
    Si tenés algo escrito en otro lado, puedo ir a eso.
    Saludos,

  8. Carrera Says:

    El final estaba en el titulo (que raro que no lo tradujeron como «mas odio que corazon»). Y su actualidad la podemos ver en el diario de hoy:
    http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-100679-2008-03-14.html

  9. janfiloso Says:

    El comment de Juan me hizo acordar al último monólogo de Jack Nickolsosn en «Cuestión de honor» : «disfrutan la libertad que les doy y luego me objetan la forma en que les doy esa libertad». ¿ Te acordás como termina la peli Juan ? De la misma forma en que termina tu seudo discurso.

  10. Lytton S. Says:

    Coincido con el sólido comentario de Mr Q.
    El argumento y el guión son impecables. También las actuaciones. Lamenté ver a Ciarán Hinds en un papel menor. Paul Dano, veinticuatro años, una agradable sorpresa. En cuanto a lo estrictamente narrativo no creo que la película aporte nada bueno ni nuevo, a excepción de esa «larga secuencia muda», como bien indica Eduardo, que es un ejemplo de buen cine y que recuerda lo mejor que dio el biógrafo silente.

  11. Tommy Barban Says:

    Lo que más me gustó fue el plano de DDL con la ola creciendo detrás suyo mientras se le borra la sonrisa de la cara y su falso hermano duerme en la playa.

  12. estrella Says:

    Como tommy bardan, es la escena que más recuerdo.
    Muy buena nota, Q.

  13. » Cinelinks al 16 de marzo » Cinencuentro - Todo el cine del Perú Says:

    […] escribe sobre Petróleo Sangriento y No Country for Old Men, por separado, y también de ambas a la […]

  14. LucasA Says:

    PUBLICADO ORIGINALMENTE EN COMUNICA (REVISTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE GENERAL SARMIENTO)

    DE SANGRE SOMOS
    Un comentario acerca de las últimas películas de Cronenberg, Burton y P.T. Anderson

    Hay algo que se filtra y pasa de Eastern Promises a Sweeney Todd, The Demon barber of Fleet Street y de allí a There will be blood. Las últimas producciones de Cronenberg, Burton y P.T. Anderson destilan sangre.
    En Eastern Promises la sangre juega un doble papel. No sólo cobra importancia en su aspecto absolutamente material, cuando salta a chorros de los cuellos de los mafiosos rusos, sino también por su costado impalpable y espiritual. Como toda mafia que se levanta sobre los lazos y las pertenencias a una nación la cuestión sanguínea y familiar es clave. Claro que las cosas en el cine de Cronenberg no son tan simples. Semyon, el mandamás de la banda, le dice a su hijo y al chofer (Vincent Cassel y Viggo Mortensen) que no se mata a uno de los suyos sin razón. Pero ese “suyos” varía constantemente. Para salvar al hijo, Semyon decide sacrificar al chofer paradójicamente haciéndolo parte de la familia mediante unos tatuajes que marcan pertenencia quizás más que la sangre. Sin embargo hacia el final, cuando un estudio de ADN parece llevarlo a la ruina, la muerte de su hija bebé no le presenta mayores dificultades.
    Como ocurría en Charlie and the Chocolate Factory con las barritas de chocolate, en los títulos de Sweeney Todd hay un protagonista indiscutible: la sangre que lo cubre todo. Aquí el sueño de la familia feliz tiene un final siempre trágico. Por eso cuando un juez rapta a la mujer de un barbero se desata la furia. La venganza no tiene objeto, la sangre sale a borbotones de la yugular de todos los clientes de Sweeney Todd. Pero también en Burton la sangre tiene doble función. Si el rico chocolate de Charlie empalagaba los estómagos de insoportables niños burgueses aquí la sangre derramada vuelve hacia los hambrientos hombres en forma de pasteles sabrosos.
    Si en la de Burton el rojo furioso de la sangre está tan presente que hace evidente el artificio mismo del cine al manchar la cámara lo mismo ocurre en la P.T. Anderson con el petróleo pues, como sugiere el título, donde hay petróleo habrá sangre. La contrafigura del protagonista, un magnate genialmente interpretado por Daniel Day-Lewis, es un predicador, Eli Sunday, que en sus sermones grita desaforado que los pecados se limpian con la sangre, que hay que bañarse en la sangre del señor, que obras maravillosas hace la sangre. Y si finalmente confiesa obligado que es un falso profeta de Dios no lo es tanto de su propia vida. Cuando, pasado los años, Eli visita al magnate (que en su oscura y barroca riqueza recuerda a la figura del ciudadano Kane) éste lo asesina a golpes de bolo y su sangre se esparce lentamente por la pista de bowling mientras el asesino dice: “Todo acabo”. Pero nada acaba porque Anderson vuelve a imprimir el profético título.

  15. Jordi Cuerell Says:

    Por fin una película buena de este Daniel Day Lewis por Dios… Tan «actor» de método que se cree y no ha hecho más que puras cagadas.

Deja un comentario