La música de Fogwill

por Eugenio Monjeau

Hoy se cumple una semana del velorio de Fogwill en la Biblioteca Nacional. Me obligo a escribir este texto no porque crea que las anécdotas de mi amistad con él sean especialmente interesantes para los demás ni porque tenga cosas originales que decir acerca de sus escritos. Mi motivación no es personal: me siento, más bien, el depositario de una revelación trascendental, y me veo en la obligación de transmitírsela al mundo.


Decía que se cumple hoy una semana del velorio de Fogwill. El sábado estaba yo haciendo la fila para entrar a un concierto en el Colón cuando me llamó mi papá y me dijo que se había enterado de que Quique estaba muy mal, y que si podía averiguar algo al respecto. Llamé al celular de Fogwill en ese momento y me atendió una voz desconocida. Me presenté y pregunté cómo estaba Enrique. Era Andy, su hijo mayor, que me dijo que había fallecido hacía cuatro horas. No recuerdo exactamente la secuencia de mis pensamientos de ahí en adelante, desde que me enteré, lo que reflexioné con Barenboim dirigiendo la Quinta y la Sexta de Beethoven de fondo, y después del concierto, hablando con amigos acerca de la muerte del escritor, que me consolaban sabiendo de nuestra relación. Así que la voy a reinventar un poco.

Andy Fogwill me dijo que su padre había fallecido hacía cuatro horas. Lo velarían al día siguiente en la Biblioteca Nacional, a partir de las tres de la tarde. Me dijo que habría música, a pedido del padre, que él mismo había elegido. El soporte iba a ser un iPod, así que difícilmente yo, que no tengo uno de esos sino un mp3 casi genérico, podría contribuir. De todos modos, llené mi mp3 de música que Fogwill amaba y que me había hecho conocer y por la que estaré agradecido eternamente. Toda la música que a Quique le gustaba tenía una cuerda emocional evidente. El Trío de Smetana, en una versión más-eslava-imposible. El Dichterliebe de Schumann por Gérard Souzay. Música de cámara de Schoenberg. Pero también Cartola, el más melancólico (y genial) de los sambistas brasileños, cuyas letras Quique admiraba, y Eminem (!), que en algún momento también ocupó ese mp3 que llevaba colgado del cuello fuera a donde fuera.  Y, cómo no, Roberto Murolo, acaso el más extraordinario cantante que haya nacido en Italia. Su revelación de Murolo la acompañó de un PDF con todas las letras de las canciones napolitanas de la historia, que habría sacado del Emule. (Me acuerdo de Fogwill con la computadora: me exasperaba su lentitud, a él mi velocidad, pero finalmente tuve que aceptar que tenía mucho más dominio de la tecnología que yo. Una vez vino a mi casa y configuró, pausadamente, una red inalámbrica, tarea que para mí se había demostrado como imposible.)

Tuve las músicas de Fogwill en el mp3 toda esta semana, esperando que me inspiraran acerca de cómo relatar esta historia. Ilusión estúpida: la revelación ya me fue dada el sábado, y se (me) cae por su propio peso. Aunque quizás no esté bien expresarlo de esa manera, hablar de peso en un relato que tiene algo de decididamente trascendental, más aún de lo que suelen tenerlo todas las historias que se refieran a la muerte. Hace unos años fui con Quique a un concierto en el Teatro Colón, antes de que lo cerraran para arreglarlo. La ocasión tenía algo de especial, porque, salvo cuando fuimos a ver a Rudi y Nini Flores en Clásica y Moderna en diciembre de 2005 y una vez a un Festival del Chamamé en el Luna Park (mi relación con Fogwill empezó exclusivamente por un amor compartido por ese género), él en general no podía asistir a los conciertos a los que yo lo invitaba, porque solía estar ocupado durante las tardecitas-noches, que es cuando empiezan las audiciones de música clásica. Yo siempre lo gastaba por esa ocupación constante, y él me respondía, fastidiado, medio en broma y medio en serio, aunque agradecido, haciendo gala de su llamativa responsabilidad como padre de sus dos hijos más chicos. Obviamente, el reproche no era hacia ellos, sino hacia mí: llegó un momento en que me pidió que dejara de avisarle de los conciertos.

Habíamos ido, entonces, a ver al Colón un concierto muy bueno. No me puedo acordar de qué orquesta era. Tampoco me puedo acordar de todo el programa. Pero sí sé que tocaron la Séptima Sinfonía de Beethoven. Esta sinfonía tiene un movimiento lento extraordinario, muy emocionante, una especie de elegía que anticipa, de un modo un poco fúnebre, esas melodías de Schubert que cuando uno escucha por primera vez siente como si las conociera de toda la vida. Cuando íbamos a comer una pizza a El cuartito le dije a Quique: “Cuando me muera quiero que suene el movimiento lento de la Séptima”. “Noooooooooooo, ¡hijo de puta!”, me respondió, “estaba pensando exactamente lo mismo”. Esa casualidad, bastante impresionante en ese momento, quizás haya sido un anticipo de lo que voy a contar ahora. Al menos, hoy, retrospectivamente, funciona para mí de esa manera.

Cuando me enteré de que había muerto Fogwill, esperando para entrar al Colón, pensé que en cierta medida era oportuno ese momento, yo entrando a escuchar dos sinfonías de Beethoven. Pero la revelación me fue dada de a poco. Tardé algo así como una hora, en medio del concierto, para acordarme de que Quique había manifestado esa especie de última voluntad musical unos años antes. Ahí me dije que tenía que instrumentar que eso se escuchara en el velorio. Después de haber salido del concierto, hablando con amigos, emocionado por el final de la Quinta y por la muerte de un amigo (una de las primeras en mi vida), caí en la cuenta de una coincidencia extraordinaria, aquella de la que me siento depositario y de la que vengo hablando desde el comienzo de estas líneas. El domingo a las cinco de la tarde iba a dirigir Barenboim dos sinfonías. Mientras a Fogwill lo estuvieran velando en la Biblioteca Nacional y muchas músicas estuvieran saliendo de ese iPod, en el Teatro Colón iba a estar sonando el movimiento lento de la Séptima Sinfonía de Beethoven.  Se cumplió el deseo de Fogwill de una manera extraordinaria, a manos de una gran orquesta en un gran teatro; el mismo, de hecho, en el que había transcurrido la experiencia que había motivado ese deseo. Me pregunto si de no recordar yo eso que Quique me había dicho, y con él, obviamente, ya fallecido, es decir, de no mediar una conexión consciente entre esos dos fenómenos, esa última voluntad se habría efectivamente cumplido. De ahí que me sienta depositario de una especie de verdad trascendental. Como sea, celebro ese homenaje impensado que Barenboim le rindió a Fogwill, y me alegro de que los lectores también lo conozcan.

Dos personas cercanas especialistas en Jung, cuando les conté que me veía inmerso en una experiencia que ponía en duda mi escepticismo y materialismo habituales, me dijeron que Fogwill quizás supiera del concierto y hubiera elegido, en cierta medida, cuándo morirse. Yo no sé si Fogwill se acordaba de que me había dicho eso. Jung diría que esa es precisamente la clave del problema, y que así como él eligió qué sonaría en el iPod, pudo darse el lujo de elegir, inconscientemente, qué sonaría, al mismo tiempo, en el mundo.

18 respuestas to “La música de Fogwill”

  1. janfiloso Says:

    «El día de mi muerte vayan todos al entierro;
    lleven sacos colorados, lleven la trompeta;
    toquen «Rosa», «Madreselva» …
    o algún otro blues …»
    (Salzanitos de Baglietto)

    Lindo post.

  2. sebastián Says:

    muy bueno eugenio.
    y qué alegría y sorpresa encontrarte en este lugar que visito asiduamente.
    tu amigo de praga.

  3. anonimo Says:

    nada es casual, cuando jung murió un rayo partió su árbol predilecto bajo el que solía descansar y hacer esculturas.. el mismo decia q soñar con arboles q caen simbolizaba la muerte . este comentario se lo dedico especialmente a galuá.. por la redaccion digo, jeje

  4. anonimo Says:

    hace un tiempo lei en un reportaje a fogwill donde contaba q hacia las compras en el super y le preparaba la comida a sus hijos, me parecio un gesto muy tierno, q no tenia nada q ver con la imagen q tenia de el.. lo vi como una especie de idishe mame, le mande un comentario a perfil sobre eso, como un halago, pero no lo subieron

  5. The Typical Mistake Says:

    Bravo, Eugenio! Hermosas líneas. Felicitaciones.

  6. Tweets that mention La música de Fogwill « La lectora provisoria -- Topsy.com Says:

    […] This post was mentioned on Twitter by Claudia Rojas, Eugenio Monjeau. Eugenio Monjeau said: La música de Fogwill: http://t.co/tKxgwRR […]

  7. Multinick melómano Says:

    Janfiloso:
    Lo que refiere Salzano en el poema musicalizado por Oyarbide (no el Juez, otro) y que cantaba Baglietto, es «Honeysuckle Rose» («Rosa madreselva»). Se trata de sólo un blues, de Fats Waller con letra de Andy Razaf, no de dos distintos.

  8. estudio de noche: ocasiones « Habitués del Teatro Colón Says:

    […] más tarde: estas intrascendentes coincidencias relativas a Barenboim nada pueden hacer frente a esta otra, mucho más digna de atención. Gracias, Eugenio, por compartirla. Publicado por Gustavo Fernández […]

  9. janfiloso Says:

    …siempre se aprende algo nuevo…
    (nuevo para el que lo aprende)

  10. Ana María Says:

    Te felicito Eugenio, escribís muy bien y tenés una sensibilidad que emociona

  11. gabriel s Says:

    redondos el texto y su revelación

  12. estrella Says:

    Para que acompañe este sentido post, dejo el link de lo que escribió Vera Fogwill. Desde que se murió Fogwill no hago más que pensar en ella. No dejen de leerlo:

    http://aguilashumanas.blogspot.com/2010/08/la-muerte-segun-fogwill-vera-fogwill.html

  13. diego fischerman Says:

    Gracias Eugenio. En lo personal, admiraba a Fogwil pero temía sus desplantes. Nunca pude superar una cierta intimidación que me producía. Lamento, simplemente, no haberlo conocido bien. Lo que contás me hace acordar a una frase de Cortázar, creo que del vilipendiado El Libro de Manuel, donde dice que un puente no lo es si alguien no lo cruza. Y también en algo de Murakami acerca de las estrellas fugaces y de la posibilidad de que haya dos en el cielo al mismo tiempo, posibilidad que sólo se funda en la mirada de quien las encuentra. Abrazo
    Diego

  14. Eugenio Monjeau Says:

    Gracias por sus palabras. La nota de Vera es muy linda y en un par de cosas me recuerda a la mía. Especialmente, porque habla acerca de una cierta decisión de Fogwill de cuándo morirse, y por la mención de una notable coincidencia significativa.

  15. Agustín de Casamajor Says:

    Moncho, todavía sigo maravillado por esto, desde el momento en que me lo revelaste. Me contó Matías que te la publicaron en Nación, pero creo que se confundió con el blog, porque no lo he visto.

    Abrazo,

    Agus

  16. Partes del todo/13 Says:

    […] Otra despedida: La música de Fogwill, por Eugenio Monjeau. […]

  17. debocaenboca Says:

    Algo así como «Cuando me muera quiero que me toquen cumbia» de Cristian Alarcón, pero un poco menos popular :P

  18. debocaenboca Says:

    Perdón Eugenio, me olvidé de agregar que tu post me pareció EXCELENTE!

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