Bitácora de la hija de Neptuno (231)

por Flavia de la Fuente

31 de enero. Datos del mundo exterior: Temperatura del agua: 24,8. Temperatura del aire: 26 grados. Viento: ESE= 25 km. Olas: 0.6 m. Marea: bajando. Tiempo de natación: 21′

Aprendimos la lección.
Así que hoy,
para evitar la canaleta asesina,
nos metimos al Norte del muelle.

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Allá pasaba lo mismo que ayer,
la misma corriente, las olas fuertes,
pero era pura diversión,
no corríamos peligro alguno.
Neptuno, mi padre, esta vez no se pudo propasar conmigo.

Caminamos unos minutos con esfuerzo por el agua que me llegaba hasta el pecho.
En un momento dado,
me di cuenta de que era peligroso que Q me sostuviera de la mano derecha.
Y que yo llevara el torpedo en la izquierda.
Esa posición podía terminar con otra lesión en mi hombro.

Las olas estaban tremendas.
Pero como no corríamos ningún riesgo,
no había nada contra lo que chocar,
me solté de la mano del Osi y
me zambullí bajo una ola y me puse a nadar.
Y estuvo buenísimo.

Braceamos sorteando las olas,
hasta llegar al mar calmo,
esta vez no muy lejos de la orilla,
porque la marea estaba bajando todavía,
aunque ya era la estoa,
o sea, el momento en que se puede nadar en contra de la corriente.
Porque el mar no crece ni baja, supuestamente.
Ese fenómeno ocurre una hora antes y una hora después de la pleamar o la bajamar.

Nadamos entonces hacia el Norte.
Contra la corriente.
Aunque con un fuerte viento de cola.

El mar estaba delicioso.
Verde, tibio a casi 25 grados.
Y movido.
Un masaje corporal muy delicado.

Una vez más, salimos en el Solmar.
Esta vez porque Q tiene lesionado un dedo del pie.

Para que el dedo del Osi no sufriera,
yo propuse volver nadando
(esa es la ventaja de la estoa)
y a mí me encanta hacer ese esfuerzo,
pero no hubo quórum.
Q prefería lastimarse el pie a seguir cansándose en el agua.

Y así lo hicimos.
Porque somos un equipo.
Nadamos juntos.
Y hay que ponerse de acuerdo.

Hoy volví a caminar por la arena caliente,
porque tenía frío y también sentía algún dolor en un dedo.
Q fue por la orilla.

En un momento de mi caminata caliente
sentí un leve mareo.
Muchas veces me pasa.
Puede ser un cambio de luz, o no sé qué.
Pero ya sé lo que tengo que hacer.
Camino sin respirar un poco, unos pasos.
Y después hago la respiración 4×4 (inhalar 4 segundos., sostener la respiración 4 segundos, exhalar 4 segundos, sostener la respiración 4 segundos).
Esa respiración se la enseñan en EE.UU. no solo a los fóbicos sino también a los policías,
para que la usen cuando tienen que enfrentar una situación de gran estrés.
Es muy útil.
Saca el miedo y da energía.

Una vez más tranquila,
me puse a cantar «Oh what a beautiful morning», mi canción del agua y la arena.
Y así llegué lo más bien de vuelta al muelle.

En el camino, un hombre le pidió el torpedo al Osi,
para sacarse una foto y mandarse la parte con su hermano.

Llegamos contentos a casa.

Hoy no hubo clase de wolof.
El políglota no se nos cruzó en el camino.
¡Menos mal!
Porque me había olvidado todas sus enseñanzas.
Hoy voy a repasar: mar, playa y ve con Dios.
Si no, el poeta me va a retar.
Me va a decir que nade menos y estudie más.

Pero el wolof lo puedo aprender en el invierno,
o los días de lluvia que no existen este año.

El verano se va acabando.
Ya lo siento.
El sol se pone antes de las 8 de la noche.
No me lo pienso perder estudiando wolof.

Como ya es habitual,
nos dimos la ducha fría.
Q se fue al café.
Y yo hice mi súper respiración con apneas, tres rounds.

Y acá estoy.

Leyendo el Tao,
que no entiendo nada,
pero trato.
Creo que nunca entenderé nada.
Pero tiene encanto.
Y hay frases poderosas.

Para mi cumpleaños, Q me regaló una edición del Tao Te King.
Y una interpretación de Alan Watts, El camino del Tao.

Ambos me resultan incomprensibles.

Pero mi maestro Lee Holden nos lee siempre cosas del Tao,
y como soy una traga,
trato de entenderlo.
O al menos de leerlo de tanto en tanto.

«El que conoce a los demás es inteligente.
El que se conoce a sí mismo es iluminado.»

«Quien se ofusca se pierde a sí mismo»

Nada, unas frases sueltas del Tao.
Seguiré leyendo.
E intentando vivir como los sabios taoístas.
Al menos tomo mucho té como ellos.

Y también practico el Qigong.
Medito.
Trato de dominar mi respiración.
Contemplo la naturaleza.

Intento disfrutar de la sabiduría de la vejez.
(O mejor dicho de construirla.)
Y tener un cuerpo sano y fuerte.
No sé si lo lograré.
Pero es un camino.

Sin camino, no hay vida.
La vida sin esperanza es muy dura.

Hasta la próxima.

Foto: Gabriela Ventureira




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