Diario invernal (IV)
por Yupi
Lunes
Es probable que dentro de algunas décadas las generaciones más jóvenes recuerden la época presente como mítica. Vivíamos un tiempo tan simplificado que todo era culpa del virus. Si el canario no cantaba, si tardaba el delivery con la pizza, si los impuestos subían por las nubes, la culpa era del virus. La humanidad caminaba por la calle con máscaras y nadie se tocaba con la mano. Como mucho a uno le daban el codo. Los viejos estaban tan aterrorizados que se aplicaban nueve o diez vacunas seguidas, y aun pedían refuerzos, una dosis triple o cuádruple a prueba de bacterias, cepas, microbios. Por suerte la producción de robots había empezado y pudimos darles un abrazo sin peligro. Fueron nuestra salvación. Los únicos que mantuvieron la sensatez en medio de la histeria colectiva. Etc. No me parece imposible que cada época tenga sus enfermedades definidas, que son parte de su naturaleza tanto como todo lo que produce, el arte, la física, la economía, el erotismo y todas las demás expresiones de la vida. Serían, en cierto sentido, sus propias invenciones y descubrimientos. En tal caso nuestra época inventó y descubrió el amor por la distancia y la abolición de la materia. Un erudito de Oxford observó una vez que su única objeción al progreso moderno era que avanzaba en lugar de retroceder.
Martes
El teatro chino se basa y vive en gran parte de la acrobacia y de la voz. Los gestos flexibles del actor, los tonos delicados y aprensivos del falsete. Una vez vi en un parque de Pekín a cuatro hombres en un ritual extraño durante una mañana de febrero. Se habían quitado los abrigos y estaban frente a un pequeño estanque bajo una helada cortante. Parados allí con las piernas abiertas, balanceaban el cuerpo con movimientos rítmicos. Los brazos se doblaban con mucha suavidad hacia la izquierda como serpientes lentas, se elevaban a la altura de los ojos, bajaban ondulantes hasta la rodilla, muy lentos, y de repente se disparaban hacia la derecha con una velocidad pasmosa, como un relámpago, como si quisieran derribar a un oponente invisible. La alternancia de movimientos muy lentos y muy veloces se repitió durante un cuarto de hora, el tiempo que pude ver a los hombres congelarse bajo la fría luz del invierno, en unas veinte variaciones distintas. Siempre con la sucesión de graciosa lentitud y feroz relámpago. Pensé que serían maestros de artes marciales, wushu, o probablemente kung-fu. En ese momento mi intérprete dijo que los cuatro eran famosos actores de uno de los mejores teatros de Pekín.
Miércoles
J., 26 años, alemana, estudiante de postgrado. Mi nueva vecina de arriba. Recién conversamos largo y tendido en el café. Una criatura notable. Muy inteligente, educada, entre sosegada y anarquista. Dijo que quería conocer la Pampa argentina. Le aclaré que esa mercadería era un invento de Valentino. A cambio me habló de su niñez y de la casa de sus padres. Su padre es un empresario judío de Berlín. Cuando me informó que estaba molesta porque sus padres la presionaban con sutileza para que se casara con un judío, espontáneamente le sugerí que se casara conmigo. Ambos nos reímos. Pero creo que en un mundo paralelo la relación no sería mala para ninguno de los dos. Sin duda mi padre habría estado encantado si le hubiera traído una novia judía tan atractiva y simpática. Le pregunté si permanecía soltera por una cuestión de principios. Contestó que no tenía principios de ningún tipo. Piensa terminar el postgrado y después verá qué hace con su vida, tal vez se instale en Francia, en Italia o en el sur de España, quizá Formentera, en cualquier caso lejos de Berlín. La independencia en una mujer es una carta ganadora infalible. Me gustó. Por una hora nos convertimos en un buen matrimonio.
Jueves
Neil Young y Joni Mitchell –me informa Spotify– eliminaron su catálogo de Spotify como represalia contra la política liberal de la plataforma. Una excelente manera de no entender el tiempo en el que viven. El mundo cambió. Joe DiMaggio no batea más, como dice la canción. Con esta decisión las canciones de Mitchell y Young volverán al Winco de tres velocidades, salvo que estén convencidos de que los millones de usuarios de Spotify abandonarán la plataforma por ellos, artistas que tuvieron su cuarto de hora hace medio siglo. Bob Dylan dijo una vez que las estrellas de rock eran anteriores a Internet. Una verdad obvia, pero irrefutable.
Viernes
Roland Barthes par Roland Barthes de Roland Barthes. Después de este título supongo que lo más apropiado es dar paso a los avisos publicitarios. Se diría que el autor quiso ser un artista, no un ensayista, ni un teórico. Todo arte aspira a la condición de la música. Para la literatura francesa habría que invertir esta frase de Walter Pater, tantas veces citada por Borges, y decir: la poesía francesa tiende irresistiblemente a la prosa. ¿Qué otra literatura tiene dos personajes tan distintos como Rabelais y Montaigne en el siglo XVI? En cuanto al siglo XVII, como reconocen los propios franceses, su peso está en la prosa, por no hablar del XVIII, XIX y XX. La herencia cartesiana domina a través de la historia. Francia es el país clásico de la prosa, o el país donde la prosa se ha vuelto clásica. Todo lo que leemos en prosa, cartas, memorias, ensayos, presenta una extrema delicadeza y corrección. La propia Academia es una gramática a perpetuidad. ¿Y en poesía? Chénier, parte de Victor Hugo, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y Mallarmé. Puede objetarse que con los citados alcanza y sobra, pero es un consuelo a la baja si pensamos en los prosistas. Aun es raro encontrar un simple ciudadano que no sepa expresarse en prosa. Esto quizás explique la paciencia general ante el narcisismo sin límites de las estrellas de la teoría literaria. Basta hojear este libro: Barthes a upa de su mamá; Barthes de pantalón corto; los abuelos de Barthes. Gracias a Dios no aparece Barthes vestido de marinerito arriba de un triciclo. El público francés es un público que acepta a todos con mansedumbre cristiana.
Sábado
En trance de explicarme la idolatría por la literatura francesa me pregunto si no vendrá de una educación a medias. Un lector que no haya pensado en la diferencia entre griego y romano, clásico y clasicista, cualquiera que no llegue a la literatura francesa desde la literatura universal, la sobrestimará, así como todo el mundo sobrestima Francia siempre y cuando no conozca Italia. Es como el descenso de una escalera: Grecia, Roma, París. En la actualidad una distinción de esta clase requiere otro escalón más abajo, ocupado por el reino de la imagen. Junto con Internet surgió una generación que directamente salteó el arte de la lectura; que no entiende la lectura como la entendía, digamos, un aficionado culto del siglo XIX, como un arte con leyes específicas, sino que tiende a verla como un documento. Es significativo porque clásicos y vanguardistas estuvieron de acuerdo en una sola cosa: no son documentales.
Domingo
Leí en la jungla digital: “Aira me hace reír”. Por suerte no nos hace llorar. ¿Cuántos libros escribió Aira? Creo que más de cien. El público prefiere ceñirse al resultado, sin los cien libros. Le encanta el procedimiento abreviado. Es para fórmulas concisas y únicas. Por ejemplo: «El hombre desciende del mono». Listo. Los volúmenes de Darwin pueden dormir el sueño de los justos. La voluntad de cifrar, como podría llamarse a esta tendencia general de la multitud, es algo muy loable, pero el cifrado debe ser el resultado de un desarrollo extenso. No se puede omitir arbitrariamente este desarrollo porque entonces la conclusión final será una tontería. Sin duda Aira puede ser divertido, pero en cada novela lo es de un modo completamente distinto, y en muchas con total seriedad. Los internautas son difíciles de instruir pero fáciles de agitar. Por eso mismo me pregunto si Aira no habrá cometido una equivocación al llamar novelas a sus escritos. La historia de la literatura y hasta el sentido común son elocuentes. Un novelista es remplazado por otro mucho más fácilmente que un cuentista o un poeta. Como enseñó el clásico: “Historiola animae, sed historiola”. Había que inventar algo nuevo. Aira lo hizo, es cierto, pero se quedó del lado interno de su invención, por así decirlo, anclado a un soporte viejo y pesado, algo bastante incongruente ya que su obra parece preparada para la ingravidez. Día tras día el mundo pierde sustrato material a velocidad supersónica. No es difícil imaginar cómo será dentro de cien años, casi no hace falta tener imaginación. La solución completa era inventar también un nombre para sus escritos y una editorial futurista exclusivamente para sus textos. Ahora ya es tarde. ¿O todavía hay tiempo? La literatura tiene algo de futuro pasado, uno nunca sabe si está adelante o atrás. De momento las llamaré novelairas. Una mezcla de novelas, Aira y otarias. Para la editorial propongo Novelairas Press.
Foto: Lisandro de la Fuente
febrero 16, 2022 a las 2:55 pm
El último seminario de Barthes se llamó «La preparación de la novela». Estaba preparándose para pegar el salgo (a la novela, claro) justo cuando el camión de la lavandería lo interrumpió. Capaz que en un sentido (un único sentido) tuvo suerte.
Dedicó medio seminario a hablar del haiku como lo que no es novela. De todos modos, es el único de todos esos que hicieron eso que se llamó «teoría literaria» que se puede leer. Siempre me resulta agradable y cortés y fue maoista poco rato.
febrero 16, 2022 a las 4:37 pm
Más vale que tuvo suerte. Preparar una novela es más sugerente que escribir una novela. El formato novela es el más maleable y a la vez el más inflexible. ¿Los textos que escribe Aira son novelas? De los años 90 para acá, que es cuando encuentran su forma propia, decididamente no. No sé por qué siguió llamándolos novelas, o novelitas. Hay algo sentimental en esa decisión.
Barthes tiene pasajes de una claridad y lucidez deslumbrantes. Mis ensayistas preferidos sin embargo son de otro club: Blanchot, Paul de Man, Lévi-Strauss.
¿Viste la visita a Notre Dame a través del metaverso? Madre querida. Vaya a saber dónde terminará todo esto. Salud.
http://www.youtube.com/watch?v=nkXyreJV604
febrero 21, 2022 a las 2:48 pm
» Dijo que quería conocer la Pampa argentina. Le aclaré que esa mercadería era un invento de Valentino.» ¡Excelente! :)