Diario invernal (I)
por Yupi
Lunes
Hace unas semanas me llamó una periodista para que eligiera el mejor libro del año. Cité La fuente de César Aira, Tres cuentos espirituales de Pablo Katchadjián y Álbum de familia del Vizconde de Lascano Tegui. Me explicó que debía votar el mejor libro publicado en 2021. Contesté que nadie podía contestar esa pregunta, mucho menos en tiempos de un mundo multiplicado en cientos de miles de textos y pantallas. Mi comentario le pareció frío, nada empático. No le dije que no fui yo sino Stendhal quien sustituyó el corazón por el cerebro como el campo de batalla de la novela. Tampoco que la historia de la literatura es una larga serie de ejemplos de cómo la gente supo torturar a quienes se torturaron a sí mismos. En definitiva no agregué nada y nos despedimos sin mayor empatía. La chica no volvió a llamar, ni supe más de ella. Imaginé que habría olvidado el asunto. Hoy llamó de nuevo. “Tu propuesta no tuvo eco”, fue su frase inicial, “pero me gustaría leer la novela de Lascano Tegui y escribir una reseña”. Le dije que no tenía el libro en papel, pero que podía mandarle un PDF. Aceptó entre gritos de alegría y colgó. Estuve un rato largo mirando el teléfono. ¿Creerá que aparecer en los diarios es un gran acontecimiento? Quizá lo fuera veinte o mejor treinta años atrás… Lo mismo ocurre con los otros medios. No recuerdo la última vez que pasé una hora entera delante del televisor. Sólo veo los noticieros durante la cena, sin prestar atención, entre dos bocados de comida, porque todas las primicias ya las supe por la web, y no por la web de La Nación o del New York Times, sino por algún navegante llamado Isotrik IV o Prexel-95. Internet barrió con medio mundo. Entre otras cosas, barrió con el periodismo y con el libro del año.
Martes
La fuente de César Aira. Un texto que rara vez se elogia dentro de su obra. Si no es la más lograda de sus novelas breves, le pasa cerca. El fantasma tutelar de Duchamp modela en hueco el relato, así como el fantasma tutelar de Osvaldo Lamborghini le da volumen a la narración en Los dos payasos. Los artistas son los reyes de la antinomia, es decir, de la coexistencia de dos afirmaciones que, aunque contradictorias, tienen el mismo poder persuasivo y validez. La tesis dice: la literatura no es una realidad, ya que no puede fijarse claramente ni como concepto ni como hecho. La antítesis dice: la literatura es una de las realidades más concretas, atestiguada por el pasado y el presente, la vida y la historia. Pero el universo está hecho de cosas visibles e invisibles. Y así llegamos a la solución. La literatura es lo más real e irreal del mundo: una idea.
Miércoles
No sé por qué motivo nunca puedo detestar un libro de poesía. Nunca, jamás, aunque el libro en cuestión me parezca flojo. Debe ser algo relacionado con la esencia de la literatura, que a diferencia del cuento o la novela, la poesía siempre contiene, como un círculo autosuficiente. Lo propiamente poético es el remanente que queda detrás de todo análisis como inexplicable, incomprensible. La rima, la métrica, aun lo representativo, un razonamiento o un estado de ánimo, son irrelevantes para la esencia de un poema, y por lo tanto para su valoración. Si un poema puede dividirse cuidadosamente en un contenido deja de ser un poema. Esto recibe el reproche de esotérico. Pero, ¿dónde termina lo comprensible? La mayoría de las veces esoterismo sólo significa el límite de la percepción personal para aquellos que enuncian la palabra. La poesía es su propia recompensa. Una persona que logra un poema, uno solo, ya está justificada ante sí, ante los lectores y diría ante la posteridad. No es un género literario sino la materia misma de la literatura. Por eso las mejores novelas tienden a la poesía. “Tout roman qui n’est pas un poème n’existe pas”, sentenció Remy de Gourmont en 1893, como anticipando a Proust, Kafka, Lezama Lima, Lamborghini. En realidad su conclusión ya venía implícita en las premisas. La mejor poesía nunca pasa de moda; la mejor prosa, sí.
Jueves
Leo el enésimo anuncio de un libro en que el autor nos habla de sus padres. ¿Era necesario? No lo sé. Hubo un momento en la historia de la literatura en que los autores empezaron a hablar de sus padres, y ya no pudieron parar. Mis padres se divorciaron cuando yo era chico. Mis padres no me entendieron. Mis padres reprimieron mis dotes de artista. El énfasis puede caer en el padre o la madre, no importa, en este sentido son intercambiables. Páginas y más páginas dedicadas a la relación traumática con los padres, que muchas veces están muertos y por lo tanto no pueden abrir la boca. El autor no parece contemplar que del otro lado hay un lector que en algún momento se pregunta: “¿Los padres le impidieron escribir la Recherche o Le Bateau Ivre? ¿Cómo hicieron? ¿Le escondían la lapicera?”. Cuando anuncian una monserga editorial sobre los padres recuerdo este diálogo en algún libro de Bioy:
-¿Vamos al cine?
-No puedo, che. Murió mami.
Viernes
Los ingleses y el juego limpio. El 15 de abril de 1924 el señor Patrick Mahon asesinó a su amante, la señorita Kaye, en un chalet solitario de Eastbourne. Después descuartizó el cadáver con un hacha y lo incineró en la chimenea. Tuvo lugar un proceso. El jurado condenó a la horca al joven caballero nada antipático, inteligente, guapo y confiado, que se defendió con fuerza. La mitad de Inglaterra estalló de indignación contra el jurado por haberlo condenado sin pruebas. Un día después del veredicto se dio a conocer que el simpático caballero ya había sido encarcelado años atrás por el asesinato de otra amante. Los jueces y la policía lo sabían. No el jurado. Tampoco la prensa, ni el público. No lo sabían porque el jurado debe juzgar sobre el caso positivo actual, sin interferencias del pasado. Encuentro maravillosa esta historia.
Sábado
Los poseídos. La lectura de Dostoievski me sirve especialmente para comprobar cuánto le debe Aira a Balzac. Dostoievski siempre permanece esclavo de su dualidad. Pasa del ateísmo a la plegaria, de la arrogancia a la humildad, de la afirmación ciega a la negativa sorda, se destruye todo el tiempo en contrarios. Con sus personajes se supone que la acción tiene lugar de manera completamente interna en el espacio puro del alma. Si tal lugar existiera, tendría que ser un espacio vacío. En Balzac todo eso sucede sin una palabra de psicología, en armonía, conforme pasa la vida. El ritmo general de Le Counsin Pons es de una perfección natural casi incomprensible, como el movimiento de un animal, o de una estrella. Es lo que Lao-Tsé insinúa al decir que la verdad está en los opuestos al mismo tiempo, como un tercer estado.
Domingo
Mi amiga dijo: “Tener Facebook es de puto”. La frase sonó rara, como en otra escala, ya que mi amiga está lejos de ser una defensora del machismo, ni siquiera del clasicismo. Muy por el contrario, toda su vida puede presentarse como una vindicación de los derechos de la mujer. Para empezar es rica. No a través de dinero heredado sino ganado a pulso en dos divorcios con sendos maridos, a quienes les sacó un millón por barba. Su caso siempre provoca el apunte malicioso: “Nunca un novio albañil”. Un error. La conozco desde la infancia, así que puedo atestiguarlo. El albañil, o lo que significa la palabra “albañil” en esa frase, existió en la lejana adolescencia bajo la forma de un melenudo. Fue un episodio sonado y a la vez silenciado a base de estupor general. Que semejante belleza suspirara por un facineroso, casi analfabeto, y además pobre como una laucha, era demasiado para una ciudad chica, conservadora, donde todo el mundo estaba al corriente de la vida del prójimo, un crimen del que nadie hablaba por educación. Por suerte o por desgracia el romance duró lo que duran las veleidades juveniles. Con los años mi amiga volvió al redil, se casó, se divorció, tuvo hijos, en fin, la vida siguió su curso. El asunto quedó totalmente olvidado hasta recién en que algo me lo trajo a la memoria. Como si el pasado irrumpiera de forma solapada, pero nítida. Estoy seguro de que su frase no fue producto de ella, ni de la tecnología, ni menos de sus ex maridos. En cuanto al albañil, no tiene Facebook, se casó con una heredera aún más bella que mi amiga y vive en París.
Foto: Lisandro de la Fuente
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