por Flavia de la Fuente
Buenos Aires, 20 de septiembre de 2021
Todo empezó con la cuarentena, a principios de 2020.
La vida era muy complicada, aun en San Clemente.
Me había roto un hombro el 23 de junio de 2019.
Y, ocho meses más tarde, el 13 de febrero, el brazo derecho.
Un desastre.
Solo podía escribir con la mano izquierda.
Me pasaba los días estudiando portugués con el Duolingo.
Con un dedo de la mano nula.
Porque soy demasiado diestra.
Lo acompañaba a Q a la playa a nadar.
Sin nadar.
En fin, hacía lo que podía.
Hasta que empezó la cuarentena.
Justo cuando me dieron el alta.
Y, por suerte, las indicaciones para la recuperación.
Tenía que mover el brazo en una palangana con agua tibia con sal.
Para un lado y para el otro.
De la fractura de la muñeca, me recuperé sola.
De la del hombro también.
Pero quedé muy afectada.
Temerosa.
Más que siempre, si es posible.
Ya no me animo a sacar a pasear a Solita
(por sus tirones me lesioné las dos veces).
Siempre temo romperme algo.
Así que tengo más aprensiones que nunca.
Me cuesta ir a cualquier lado.
Apenas me animo a ir al parque,
que queda a cinco cuadras.
Pero, cuando hay sol lo hago.
Salgo a pasear con mi miedo.
Y respiro y hago lo que tengo que hacer.
Por algo soy la monje zen.
De respiración lo sé todo.
Pero el miedo al miedo no me lo saco.
Todavía.
Porque lo voy a lograr.
Estoy trabajando seriamente en eso.
Como nunca en mi vida.
Tomo menos Xanax.
Casi la mitad que antes.
Porque no quiero ser una vieja sin cerebro.
Y ya me queda poco.
Pero es un objetivo muy difícil.
Es una droga muy adictiva.
Y la tomo desde 1990.
Cuando salió la maravillosa medicación para el pánico.
A los 35 años, llegué a tomar 12 mg.
Como los veteranos de Vietnam.
También tomaba 0.50 mg de betabloqueantes.
Porque si no, mi corazón latía a 155 pulsaciones por minuto.
Ahora vamos mejor.
Tomo 2.5 o 3 mg.
Pero me gustaría no tomar nada.
Me cansé.
Y del betabloqueante tomo 0.25.
Eso no me afecta.
No es adictivo.
Y me protege de mi corazón acelerado.
Según mi médico, el doctor Semeniuk,
todavía no está estudiada la relación entre el cerebro y el corazón.
Así que tengo que seguir sufriendo.
O iluminarme.
El Xanax es una peste.
Es imposible sacárselo de encima.
Al menos a mí me cuesta un montón.
Pero quiero lograr lo imposible.
Como quien soñó hacer el tren bala en Japón en los sesenta.
Sentirme libre del miedo del miedo.
El viernes cumplo 62 años.
Y estoy harta de mí y de mis terrores.
Quiero vivir mejor.
Animarme a recorrer los parques.
Hacer las cosas que me gustan.
Ahora solo me animo a estar en casa.
Y mirar Heidi o La dama y el vagabundo.
Ni puedo leer el diario.
Tengo terror del virus.
Tengo terror de las vacunas.
Tengo terror de la violencia política.
Vivo en un tuper.
Y lo peor de todo, es que no puedo dormir.
Así que decidí sumergirme en el mundo del Qigong.
Y del mindfulness.
Hago Qigong y medito todo el día.
En serio.
Todo el día de verdad.
Quizás me convierta en una yogui.
O acaso no logre nada.
Y muera extenuada de tanto respirar.
Flaca y consumida de tanto ejercicio.
No lo sé.
Mi maestro (él no me conoce)
se llama Lee Holden.
Vive en Santa Cruz, California.
Y yo hago religiosamente sus clases,
tres veces por semana.
La suscripción me la regaló mi amiga Gabi.
Y fue una ventana a algo desconocido.
Un mundo maravilloso.
Misterioso.
Al que me entregué.
Como a un asunto de vida o muerte.
También tengo otras clases, muchas,
que me compró mi hermano Liso.
Hoy por hoy, el Qigong es lo único que me hace sentir bien.
Eso y mirar mi balcón lleno de malvones coloridos.
Y Solita y Q, que hacen lo que pueden por mí.
No debe ser fácil vivir con una chiflada como yo.
No veo a nadie.
Salvo a Gabi que me saca a pasear por el Botánico.
Y me llena de mimos y regalos.
No filmo, no edito lo que filmé.
Estoy rara.
Solo quiero escribir y hacer Qigong.
Foto: Gabriela Ventureira
septiembre 21, 2021 a las 9:38 pm
Mientras leía me reía solo. ¡Esa cabeza no tiene descanso! El miedo es el resultado de una sobreproducción de pensamientos. Bien por la vuelta del diario, un preliminar de la vuelta a San Clemente, que cura todos los males.
Dejo un bálsamo para practicar el portugués. Salud.
http://www.youtube.com/watch?v=vEdVkWDFJYQ
septiembre 21, 2021 a las 9:52 pm
Hermosa nota Flavia, a mi se me acelera un poco el corazón cada vez que hallo rastros de humanidad.
No te pierdas el mariposario del Botánico por octubre, es increíble que todavía esté cerrado.
septiembre 22, 2021 a las 7:20 am
Querida Flavia, he sido phosphorus gran parte de mi vida y sé tan bien lo que es el miedo. El último año y medio fue como caminar bajo una lluvia ácida que no se veía ni mojaba, pero que igual podía matar a unos y, peor, a otros, de rebote.
El miedo es la puerta a todo lo demás, a todo lo malo, a todo lo que envenena; porque luego se hace cierto.
No hay locura, toda emoción es subjetiva e injuzgable. ¿Quién puede opinar de mi dolor?
Pero seguro que el camino es ese, abismarse, meditar, rezar, respirar, leer, lo que a cada uno le haga bien.
Te comparto algo personal: a los veintiún años me medicaron –tomaba dos pastillas, una era Rivotril y la otra no sé–; unas semanas más tarde, sentí que no iba bien y lo dejé. Al año siguiente, comencé con homeopatía, y lo que antes era dolor de pronto era el aire que ardía todo el tiempo. «Ahora estás bien», me decía mi médico; «me voy a morir», respondía; «no, no te vas a morir, ahora estás bien».
El psiquiatra insistía con medicamentos y aposté por la homeopatía; un año después, salía, y ya nunca más volvía a una depresión de ese tipo.
El miedo es como esos personajes que imagina Nash hacia el final de la película (al menos en la versión fílmica): uno no deja de ver que eso está, solo que empieza a entender que no es –del todo– cierto.
Te abrazo grande y te deseo lo mejor, detrás del abismo siempre está el cielo.
septiembre 22, 2021 a las 11:58 am
Flavia querida, un abrazo y el recuerdo de un hermoso paseo por Viena.
septiembre 22, 2021 a las 12:41 pm
Gracias, Yupi! Vos me insististe en que hiciera un diario porteño y acá está. No veo la hora de volver al mar y a la casita sanclementina. Allá me siento mucho mejor.
Hugo, siempre voy al Botánico con Gabi. Me encanta también el mariposario, pero nunca entré. ¿Se puede? El otro día estaba hermoso, con la primavera que estallaba, los brotes pequeños y verde fresco. Es un sueño ese parque.
Y, por último, gracias querido Juan. Hace ya veintidós años, cuando cumplí 40, fui al homeópata. Me dio un remedio que tomé descreída y casi muero del ataque de pánico que me dio. Tal como decís vos, al día siguiente lo llamé al doctor y me dijo: ¡Genial!. Pero es difícil aguantar los ataques de pánico. Y me duró mucho tiempo la inquietud, te diría que meses. Así que abandoné. Ahora pienso, muy seguido, en volver al mismo médico. Estoy considerando el asunto. Por el momento, estoy dándole una chance al Qigong, que es una rama de la medicina china. Veremos qué pasa. No quiero hacer dos aventuras a la vez. Gracias por compartir tu historia. Y por los buenos deseos.
Besos a todos!
F
septiembre 22, 2021 a las 12:45 pm
Hermosa la canción, Yupi. Me calmó y me hizo llorar. Gracias!
F