Jolgorio en Chamberí

Diario primaveral (VII)

por Yupi

Lunes

De repente una explosión de algarabía incontenible se desató por las calles de Madrid, o por la noche madrileña. Miles de personas se lanzaron a festejar el final del toque de queda con música, baile, cantos, el repertorio completo. ¿Tanto jolgorio no será una prueba de la locura humana? También puede ser una prueba de su cordura, la manifestación espontánea de un organismo sano después de un año de encierro y privaciones. En definitiva todo el mundo sigue sin saber qué pasa ni menos qué pasará con el virus mutante, pero los madrileños son poco dados al flagelo psicológico. Para ellos la vida nunca es una especulación sobre la vida. De ahí que sean mejores poetas que prosistas. Bloquean las hipótesis, se pliegan sobre el presente, echan el resto en un bar o sobre un tablado, y a vivir que son dos días. Los franceses fueron todavía más lejos y para eludir la cuarentena adoptaron Madrid como segunda residencia. Llegan en avión el viernes, bailan y beben el sábado, y regresan a casa el domingo a la tarde. Su conducta tiene algo de cuerda y loca, oscila entre opuestos. No supe qué concluir del ajetreo general. Al alba, ya en cama, me topé con esta frase de Joseph Conrad: «El ser humano en la tierra es un accidente imprevisto que no soporta una investigación minuciosa».

Madridprimaveral

Martes

La descripción literaria de una mujer bella. Rara vez los clásicos la intentaron. Homero dice que Helena estaba dotada de belleza divina, pero en ninguna parte realiza un bosquejo detallado de su belleza. Y sin embargo toda la Ilíada se basa en la belleza de Helena. Para Virgilio su heroína Dido nunca es otra cosa que “la hermosa Dido”. Cuando desea ser más circunstancial, se extiende en una descripción detallada de su rico vestido, no de su persona. Parecería que la belleza sólo pudiera comunicarse a través de lo indeterminado. Todo en Shakespeare pasa, de alguna manera misteriosa, dentro de esa especie de eternidad que transforma todas las grandes obras de arte y a la vez les impide ser meras copias de la realidad. Cualquier precisión es adversa. Esto se nota incluso en las charlas de sobremesa o en las tertulias de la televisión. Suele decirse de Audrey Hepburn, particularmente: “Qué mujer elegante”. Un completo error. Semejante belleza no necesita ser elegante. Elegantes siempre son las menos bellas.

Miércoles

“Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana”. En mi opinión es el más maravilloso “Había una vez” de la literatura, al menos de los tiempos modernos. ¿Pero por qué? Nadie lo sabe del todo, y felizmente nadie lo sabrá nunca jamás. El pensamiento artístico (casi todo el pensamiento) es supra-lógico, vale decir, simbólico. Por «simbólico» se entiende una idea que significa algo y al mismo tiempo algo más, que a menudo es lo opuesto. En ese vaivén las palabras hacen que el infinito sea también finito. Sólo el símbolo golpea todas las zonas de la mente humana al mismo tiempo. A diferencia de la alegoría, que se basa en un concepto, un símbolo permanece siempre indescifrable. La prueba por excelencia es El proceso de Kafka. Desde la primera línea el lector entra en un misterioso reino encantado, un lugar entre el sueño, la vigilia y lo indecible del que ya no saldrá hasta el final de la novela. Es de notar que el único papel que nos deja un símbolo es el de espectadores. Por supuesto, despierta en el lector toda clase de asociaciones, podemos desdoblarlo en mito, religión, filosofía, arte, política, en toda la realidad mundial si queremos, y sin embargo (o por ese motivo) permanece inexplicable. Es como si el símbolo hubiera sido en los orígenes del mundo la lengua sin palabras de una humanidad mágica.

Jueves

Hoy a la tarde me dieron la primera dosis de la vacuna Pfizer. Fue todo rápido, mecánico, nada angustiante ni doloroso. De hecho el evento transcurrió con tal normalidad que la única anécdota ocurrió mientras esperaba sentado mi turno. Dos butacas más allá había una mujer, una señora debería decir, cruzada de piernas, también a la espera del llamado. Llevaba un vestido negro que dejaba al descubierto desde la mitad de sus muslos hasta los tobillos. Vista de perfil la línea de sus piernas era perfecta, como si perteneciera a una modelo muy joven. No sé en qué distracción estaría yo porque murmuré: “Qué lindas piernas”. La mujer me miró como si hubiera oído mal, vaciló un momento, y me dijo con una sonrisa: “Gracias”. Le confesé que por un segundo tuve miedo de que se ofendiera. Replicó: “¿Por qué? A nadie le amarga un dulce”. Enseguida le tocó su turno, se puso de pie, me saludó amablemente y se fue. Pensé para mí: “Mujeres, las de antes”. Si le dijeran esa misma frase a una chica vaya a saber con qué declaraciones saldría sobre el feminismo, quizá denunciaría al individuo ante el tribunal de las cariátides. Se cura uno más fácilmente de la mordedura de una cobra que de la mirada de una sacerdotisa enojada. Sin embargo, creo que la reacción natural es la de la señora. En ningún momento perdió la calma ni se sintió vejada ni menos intimidada, y hasta me parece que partió a vacunarse un poco más contenta que al principio. No hay una sola mujer sobre la tierra a quien le desagrade una muestra de admiración por su belleza física. La duquesa de mayor abolengo registra en el acto la mirada interesada de un jefe de camareros.

Viernes

S., 47 años, madrileña, directora de una galería de arte. La galería está abajo de casa. En todos los lugares donde viví siempre hubo una galería de arte abajo, o enfrente, o en la esquina, y todas las veces terminé haciéndome amigo de la directora, algo raro porque no soy un experto en arte contemporáneo y debe traslucirse aun sin abrir la boca. Una vez Aira me dijo al llegar a la puerta de una exposición: “Te libero de entrar”. No me di por aludido y entré, pero para ver qué hacía él, que en una de las vueltas se puso a soplar unas tiras extrañas, muy livianas, colgadas del techo (a mí no se me habría ocurrido soplarlas en mil años). En el caso de la directora nuestra relación tomó un sesgo tan alambicado que desde hace un tiempo vive en mi edificio. Pertenece a una generación de europeas que prefirieron no casarse, ni tener mucha relación con su familia, y se encamina hacia la cincuentena con la única compañía de un gato, como la protagonista de Desayuno de Tiffany’s. Sin duda ha de gustarle la soledad, pero me parece que el motivo de su mudanza fue el de tener cerca algunas personas a quienes recurrir en caso de urgencia. Sabe mucho de pintura, poco de literatura y es un auténtico genio de los negocios. Si hubiera seguido sus consejos hoy sería casi millonario. En más de una ocasión me recomendó comprar alguna obra que con los años multiplicó varias veces su precio inicial. Lo que desde mi punto de vista son rayas absurdas, ataques de delirium tremens, manchas esparcidas al voleo, para ella representan tal o cual indicio de valor a futuro en el mercado, y acierta siempre. De algún modo es como si hiciera magia. Puede ser un don propio o heredado, aunque no se sabe de quién. No todo el mundo tiene la suerte de nacer huérfano.

Sábado

Nueva York es un nervio al desnudo de Rodolfo Rabanal. ¿Alguien se acuerda de este relato? Yo sí. Incluso recuerdo exactamente dónde estaba al leerlo, en el cuarto de mi casa natal, tirado en la cama de respaldo de hierro, fumando con las piernas apoyadas contra la pared. Era uno de los dos textos de En otra parte. Nunca había oído la voz de Rabanal hasta hace poco que encontré unos videos suyos en la web y descubrí que hablaba como Fogwill. El mismo tono, una cierta cadencia. En otra parte y Los Pichiciegos fueron novelitas casi simultáneas, las leí al mismo tiempo. La segunda fue mucho más comentada y elogiada; no obstante, recuerdo más la primera. ¿Cómo puede ser? Quizás porque la atmósfera de Los Pichiciegos era parecida a la realidad que nos rodeaba en aquella época mientras que la otra modestamente traía algo nuevo, siquiera la ilusión de que en otra parte la vida era distinta. En lo único que pensaba yo por entonces era en salir, viajar, dar vueltas por el mundo. Los libros me parecían un triste sucedáneo de la experiencia. Y sin embargo terminé calcando al libro. Con los años pasé temporadas en Nueva York, como el protagonista del relato, y como él me crucé en el Central Park con una estrella de Hollywood. Para que después hablemos de literatura fantástica.

Domingo

Se sentaron en la terraza junto al lago y miraron el barco de velas blancas sobre el espejo azul del agua. “Este barco”, dijo la mujer, “es simplemente encantador. Se parece un poco a un cisne que acaba de sentarse en el agua para descansar. ¿O sólo nos gusta porque es tan distante y tan silencioso?”. El hombre respondió: “Este barco viene directamente de Tiro. Los piratas de la Odisea están ahora en el puente. Hombres misteriosos de barba puntiaguda hablan en cuclillas un idioma incomprensible. Llevan oro, marfil y el ámbar que se encuentra en la tierra de los bárbaros. Con estos tesoros atraen a la mujer ingenua de la orilla, la secuestran como esclava y la venden por unas monedas en los ruidosos puertos de Chipre”.

¿Cuál sería la moraleja de esta escena?, era una pregunta del examen. Un alumno contestó: “El poema es más sagrado que el autor, que con demasiada frecuencia es un miserable”.

Foto: Lisandro de la Fuente

8 respuestas to “Jolgorio en Chamberí”

  1. La Barbuda Novia de Troll Says:

    …Aha! Veo que suscribe la intuición aireana de Kafka como autor último y perfecto de la literatura infantil. Indiscutible. Siempre me sorprendió la modestia del gaucho en su “Lear”. Avanza y avanza y se detiene a centímetros de la línea ahí nomás de la conclusión y a la vista de todos: «Edward Lear como precursor de K”. Nop, sólo avanza y monta y acumula en la exégesis de las cincuenta rimas y los dibujos hasta la ebriedad de las Centurias de Manganelli…
    Sonríe.

    En fin, viva la Jarana! Hoy festejan los 80 de Bob, pero acá saludamos al Battiato que nos dejó… si hasta los desafinados comunistas italianos lo jolgoreaban!

    Saluti!

    http://www.youtube.com/watch?v=fdg5T-bXmfo

  2. Yupi Says:

    Inolvidable Battiato. ¿No se puede volver a 1990? Qué alegría cuando escuché por primera vez: “No soporto los coros rusos, ni el rock falso, ni la monserga africana”. Por no hablar de su fabuloso pasito de baile. En fin, dedicado a los parroquianos de LLP y en especial a mi amigo Enrico, que como todo hombre sensible del Renacimiento no para de angustiarse por las causas más recónditas. Salud.
    http://www.youtube.com/watch?v=0XW9XN_vDaA

  3. FedericoR. Says:

    Qué cosa elusiva es la fama literaria. Y más la perduración. Rabanal era una presencia constante en librerías en los años en que me formaba como lector, y nunca lo leí. Tampoco lo «no leí», como a tantos, gracias o a pesar del sistema de exclusiones que uno se va construyendo. Rabanal simplemente me quedó afuera. ¿Debería leerlo?

  4. Yupi Says:

    Y… mi opinión sobre su texto es afectiva, tuvo importancia para mí, más allá del valor literario. Siempre tuve simpatía por Rabanal, como por Fogwill. De hecho ves un video de Rabanal, cerrás los ojos y es como si escucharas a Fogwill. Ese tono tan nuestro, tan porteñamente nuestro, toda una época muy precisa (los años 60) expresada en la voz. Dejo una prueba.
    http://www.youtube.com/watch?v=4z17poi7POA

  5. lalectoraprovisoria Says:

    Yo también tenía a Rabanal en la lista de «excluidos no sé por qué». Leí un libro suyo hace poco, La vida escrita. Y era bueno, tal vez mejor que Fogwill. Mi modesta opinión.

  6. Yupi Says:

    Para mí son como dos mitades de una persona. Una que se quedó y otra que se fue. Hace rato que no los leo. En mi recuerdo la literatura de ambos tenía puntos débiles: Rabanal por el lado del periodismo y Fogwill por el lado de la sociología. El peor Fogwill era un bochorno. Esa postura de quien ya lo sabía todo desde antes, el más vivo de la cuadra. Rabanal nunca cayó en eso. De cualquier modo que los tengamos tan presentes no es poca cosa. Si junto coraje releeré “Nueva York es un nervio desnudo”. No lo leo desde que se publicó, sería 1983.

  7. joandemena Says:

    ¡Habla igual a Fogwill! La misma cadencia, es impresionante.
    Me cuesta hablar mal de Fogwill porque por años lo leí con veneración. Es más, quizás no leí a Rabanal simplemente porque Fogwill nunca lo recomendó. (Y por eso leí a Belgrano Rawson, que es buenísimo).
    Supongo que a Fogwill lo salvó de la sociología canchera el hecho de que la literatura le interesaba de verdad.

  8. Siri Says:

    No sé si habla igual, parecido, aunque a Rabanal le faltan mil humos de puchos en la garganta. Y putear, cómo me puteaba Fogwill. No le daba mucha bola en su momento, ahora cada tanto extraño eso.

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