Lo que quedó del verano
por Quintín
Por distintas circunstancias, no bebí mucho desde la temporada de los espumosos. Pero aquí están algunas las experiencias de estos dos meses, relatadas a través de la bruma de la memoria. Hubo de todo, pero unas mayoría de experiencias placenteras. Acá vamos.
Rocamadre Tinto (2019). Este es un blend de Malbec y Cabernet Sauvignon que me trajo Tomi Lebrero el día de mi cumpleaños. También llegó munido de su bandoneón, de modo que me cantaron el feliz cumpleaños con música en vivo. A los 70, ya era hora. Pocos días antes, Javier Porta Fouz me había reglado un Rocamadre Pet Nat, como conté en la nota anterior. Juanfa Suárez, el winemaker, también es músico, pero no sé qué instrumento toca. Está bien el vino, aunque tengo algún reparo por el exceso de diseño. La etiqueta es muda y solo detrás dice que viene del Paraje Altamira. Toda la línea Rocamadre tiene etiquetas parecidas, en las que el dibujo se diferencia por algún color o detalle. En una descripción del vino que encontré en la web dice que «Rocamadre es un proyecto de vinos artesanales de montaña», que la fermentación fue natural y la crianza en barricas usadas y que hacen «vinos del lugar, frescos y puros», que el suelo es aluvial y pedregoso con carbonato de calcio. Entre los elaboradores del vino figura Cecilia Durán, «Arquitecta e historiadora» a cargo del «Diseño y curaduría». En Chile, un «curado» es un borracho, pero no sé en qué otro sentido la curaduría tiene algo que ver con el vino. Pero, en fin, el marketing del estilo Palermo-Mendoza no logró arruinarme un vino interesante y con algo de silvestre.
Malma Universo (Blend 2011) Hace unos días encontré dos botellas de este vino, un blend de Malbec y Cabernet Sauvignon, en una valija (¿qué hacían ahí?). Tiendo a pensar que los compré hace unos diez años, cuando visité la bodega, que entonces era parte de Fin del Mundo. Fue una experiencia rara. Lo abrí, lo probé y no me gustó nada. Sentía la madera y que el vino estaba desarmado. Al otro día lo volví a probar y había mejorado, estaba más ensamblado. Al tercer día se había descompuesto de nuevo. Pero no sé si era yo o el vino. Probablemente era yo.
Pintom Rosado Subversivo (Pinot Noir, 2020) Hace un par de años probé un Pet Nat de la bodega (Canopus) en una feria que organizó Musu. Me encantó y, además, me parecieron gente seria y dedicada a crear vinos nuevos. Hace unos meses, pasé por lo de Musu y había sobrado algo de un rosado de Canopus, aunque no sé si era este, pero había un personaje bastante pesado, que decía que era un vino con defectos y no sé qué. Bueno, finalmente probé un Pintom tranquilo, en condiciones apropiadas y me pareció una maravilla de finura. Rico como pocos rosados que haya tomado, es mucho más que fresco, que es con lo que la gente suele conformarse con los rosados. Este me pareció un vino de gran categoría. Viene de El Cepillo, que creo que es la zona más aislada, fría y árida del Valle de Uco, y está elaborado con procedimientos manuales y experimentales. Un hallazgo.
Doña Paula Sauvage Blanc (Espumoso de Sauvignon Blanc) Un día vino a visitarnos Gonzalo Castro, nuestro talentoso amigo multifunción (no hay arte ni oficio que no practique con eficacia, desde la carpintería japonesa a la literatura). Trajo el vino que trae siempre (ver más abajo) porque supone que me gusta, pero no es el caso y ese día me animé a decírselo. Fue un momento difícil, que recuerda una anécdota familiar. Mi suegra solía cocinarle a mi suegro usando apio. Después de décadas de matrimonio, mi suegro se animó a decir que el apio no le gustaba y ella le contestó que a ella tampoco, pero le ponía siempre a la comida porque creía que a él le encantaba. A mí tampoco me gusta el apio, pero eso no viene al caso. De modo que no abrí el vino de Gonzalo y procedí a ofrecerle este espumoso, ya que necesito clientes para tomarlos: cuando estoy solo mi ración es de un tercio o un cuarto de botella y los espumosos no se pueden guardar para el otro día porque se quedan sin burbujas. Vayamos al vino en cuestión. Es el primer espumoso de Sauvignon Blanc elaborado en la Argentina y no se parece mucho a sus contrapartes de otras cepas (y menos al clásico Pinot-Chardonnais). Es un Brut Nature, pero no le noté el mínimo que tiene de azúcar, parece ultra seco. La segunda fermentación no está hecha en botella como ocurre con los mejores espumosos y eso lo es lo que me parece que lo hace un poco tosco, aunque tiene su personalidad y vale la pena. Todavía me queda el recuerdo de un sabor áspero pero agradablemente ácido. Valió la pena probarlo, aunque no sé si lo convencí mucho a Castro, al que no logro enganchar con el tema de los vinos, tal vez porque si se interesa en algo en seguida quiere hacerlo él, lo que lo convertiría en un viñatero urbano.
Argento Cabernet Franc Single Vineyard (2018) Este es un vino orgánico de Luján de Cuyo con bastante alcohol (14,5%) y no hay duda de que el Cabernet Franc es una cepa que da vinos expresivos, ricos. Pero es un vino muy concentrado para mi gusto, con demasiada madera. Los vinos con madera me producen en general la sensación de que el roble se interpone entre el paladar y el vino y aunque no se note el particular gusto a vainilla, que es tan molesto, es como que el vino está oculto detrás de algo que le impide presentarse a cara limpia. Supongo que hay vinos en los que se logra suavizar al máximo ese efecto, pero en verdad no los conozco, tal vez porque no pruebo vinos con muchos años de añejamiento, que es cuando se supone que la madera los armoniza.
Lurton Fumées Blanches (Sauvignon Blanc, 2018) Este vino me lo regaló Javier Porta Fouz, que se lo compró al misterioso vinotequero de la esquina (JPF vive en San Cristóbal). Y resultó un vino francés, algo que nunca se me hubiera ocurrido comprar ya que los vinos importados son los únicos a los que creo que se les puede aplicar lo de la relación calidad/precio. Me extiendo un poco al respecto. La famosa relación es un concepto equívoco, no quiere decir nada. ¿Cómo se mide una cosa semejante? Si es una relación se debería expresar en números. Así, por ejemplo, se diría que un vino tiene una RP/C de 3,8 y otro de 4,5 haciendo una estimación de la calidad de ese vino contra la calidad de todos los vinos del mismo precio. O del precio de ese vino con el de todos los de la misma calidad. Desde luego, es absurdo (habría que conocer todos los precios y estimar todas las calidades), pero supongamos que quienes usan la referencia del P/C quieren decir, a grandes rasgos, que un vino es muy rico para lo que cuesta o muy caro para lo que gusta. He dado aquí ejemplos de vinos baratos y ricos y de otros caros que no son tan ricos. También es cierto que si uno compra un vino rico se alegra de que además sea barato, del mismo modo que uno se amarga si no le gusta un vino y además es caro. Pero esto lleva a dos clases de abuso, por defecto y por exceso. Hay gente que dice: «este vino es mediocre, pero por ese precio no puedo esperar nada mejor». Error: nunca hay que tomar vinos mediocres, hay vinos decentes por poca plata. Y otra gente que dice: «Ese vino no está tan bueno, pero lo compraría si le bajaran el precio». Nuevo error: si el vino no está bueno, por qué pretender que les bajen el precio. Simplemente, no hay que tomarlo. Además, el precio de los vinos no es algo tan transparente como muchos creen. Hace poco, en lo de Musu, alguien dijo que un vino de cierta uva debía ser más barato y el enólogo le explicó que, si bien la cepa era más barata que otras, el trabajo que ese vino llevaba era enorme y justificaba su precio.
Espero haber sido claro. Pero en el caso de los vinos importados (especialmente de Francia) me he topado en el pasado con vinos muy malos a precios altísimos, fruto de algún vivillo que compró vinos berretas en Francia y quiso vendérselos a los aborígenes. Pero, de todos modos, este no es el caso. Lurton es una bodega francesa y también argentina. Elabora vinos a ambos lados del charco y el intercambio que hace es muy interesante. El «fumée» o ahumado es una cualidad del vino que se puede lograr ahumando las vides pero también sin ese procedimiento como se explica en este buen artículo. No sé si logré detectar ese ahumando pero este vino de Gascuña (Costa del Atlántico) con gran acidez y sin madera me gustó mucho. Y, de paso, me hizo vencer el prejuicio de comprar vinos franceses en la Argentina (mientras se pueda). En cuanto al carácter varietal, me pareció bastante distinto a los Sauvignons Blanc de acá, pero no sé. Valió la pena de todos modos.
Angelica Zapata Chardonay Alta (2018) Bueno, este es el vino que trajo el pobre Gonzalo y sobre el que siempre tuve muchas reservas. En primer lugar por la botella: pesadísima, suntuosa, con una enorme hendidura en la base. Por no hablar de la etiqueta posterior, dedicada al árbol genealógico de una familia que proclama su abolengo. No es más que una forma de marketing como cualquier otra, dirá alguien, pero su apelación a la distinción social me molesta. En cuanto al vino, debo decir dos cosas. Una es que no logro llevarme bien con el Chardonnay (aunque supongo que debería) y la otra es que, a pesar de que el vino se promociona diciendo que todas las añadas son parejas, a veces siento más la esquizofrenia que produce la madera, aunque esta vez lo noté más homogéneo, aunque algo dulzón. Agradable en algún momento, empalagoso en otros.
Malbec de sed (2020) Como contraste frente a la presuntuosa familia Catena, decidí elegir la botella más simple de las que me quedaban. Resultó esta, sencilla, liviana, sin contraetiqueta y con una etiqueta que dice solo el nombre del vino y la procedencia: El Cepillo, Valle de Uco, Argentina. Lo probé y descubrí que el contenido hacía juego con la forma y honor al nombre. Un vino de una sencillez noble, con carácter, que llama a ser bebido. Busqué el vino en la web y descubrí que tiene 7% de Sauvignon Blanc, que es orgánico y que está elaborado por la bodega Canopus, la misma que el Pintom rosado del que hablé más arriba. Esta gente sabe lo que hace.
Isman Sangiovese – Merlot (2020) Otra gran experiencia. Nunca había oído hablar de este vino, pero venía teniendo suerte con los Sangiovese, como se puede comprobar en notas anteriores. Pero este me sorprendió con una frescura que sentí en pocos de los vinos que probé. Encantado, intenté averiguar un poco más y solo logré saber que hicieron pocas botellas, que el viñedo es del Valle de Uco, que el enólogo se llama Hugo Velarde, que no tiene madera, que está elaborado para Passionate Wine. ¡Alto ahí! Esa es una marca de la familia Michelini. Y en verdad noté un aire de familia con muchos de los Michelini que probé. Quedé maravillado con este vino.
Altos La Ciénaga Syrah (2019) En general, lo mío no son los vinos del Norte, que en general tienen una gran concentración y me resultan pesados, difíciles de tomar. Pero, aunque prefiero los vinos más ligeros, a veces rompo con los prejuicios con buen resultado. Este me lo recomendó Musu y dijo que me iba a gustar a partir de una experiencia anterior con vinos paradójicos del norte, muy bebibles, con una inesperada frescura a pesar del alto índice alcohólico y la zona. Fue el caso, me encantó este vino, que tiene 15,3% de alcohol, elaborado por Rolo Díaz en la zona tucumana de los Valles Calchaquíes, en un viñedo de pocas hectáreas a 2300 metros de altura, con un suelo muy especial. Es una bodega artesanal, orgánica y sofisticada que hace vinos con y sin paso por barricas. Este es de los que no tienen madera y se agradece, aunque alguna vez probé otro con algo de madera y casi no se notaba. Pero, insisto, es realmente rico este vino. Y distinto. Vale la pena probarlo.
Un final espléndido para la temporada veraniega del bebedor inquieto. Veremos qué nos depara el futuro.
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