por Flavia de la Fuente
18 de febrero
Datos del mundo exterior: Temperatura del agua: 23 grados. Temperatura del aire: 22 grados. Sol. Viento: OSO 9 km. Olas: 0,5 m. Marea: subiendo. Tiempo de natación: 35′
19 de febrero
Datos del mundo exterior: Temperatura del agua: 23,3′ grados. Temperatura del aire: 24 grados. Sol. Viento: SO 24 km. Olas: 0,7 m. Marea: subiendo. Tiempo de natación: 33′
Ayer y hoy.
Hice las mismas cosas.
Ayer me sentí pésimo.
Hoy fui una castañuela.
Así son los estados de ánimo.
Como el tiempo.
Ayer le di por primera vez el remedio a Solita.
Es para sus articulaciones.
Es un suplemento dietético.
Ya me había levantado mal por eso.
Y me la pasé toda la mañana nerviosa.
Lloraba.
Un desastre.
Finalmente, le di el remedio a la perrita.
Y fue un bodrio.
Yo sufrí, Soli también.
Me quedé mal, porque es algo de por vida.
Es para sus articulaciones.
Para que pueda envejecer sin dolores,
y con su clásica agilidad,
que a sus ya largos 12 años la va perdiendo.
Quedé nerviosa y así fui a nadar.
Q estaba contento.
Al fin un día de verano.
Yo tenía frío.
Aunque era una mañana de playa increíble.
Un día para celebrar.
No había viento.
Brillaba el sol.
La playa estaba llena de sombrillas de colores.
La alegría reinaba en el mundo.
Pero no en mi corazón.
Pensé que zambullirme en el mar me haría bien.
Pero no.
Nadamos y nadamos.
Q braceaba relajado y concentrado.
A un ritmo que me indicaba que no pensaba parar más.
Yo, en cambio, me sentía muy blandita.
Como sin peso.
Pero nada me impedía nadar.
Braceaba,
respiraba cada seis brazadas.
Pero no sentía ningún placer.
Quizás tuve un ligero ataque de pánico acuático.
Pero, se puede nadar con miedo.
Al menos yo puedo.
Porque controlo mucho la respiración.
Así que nadé hasta el fin del mundo.
Hasta el Balneario Norte.
Sufrí 35 minutos, pero lo logramos.
No habíamos llegado nunca este año.
Salimos y me sentía peor en la tierra.
No veía bien.
Estaba ligeramente mareada.
No le dije nada a Q,
porque sé que esas cosas me pasan,
a veces,
no siempre,
por suerte,
y caminé y caminé el kilómetro y medio,
usé todos los recursos que aprendí en estos años,
presté atención a mis pasos,
«left», «right», y así,
básicamente exhalaba,
o hasta contuve la respiración durante muchos trechos,
no hablé nada,
hasta fingí para mi misma que estaba todo ok,
es otra técnica,
y también pensé que bueno, que solo tenía miedo,
y que era así, y que podía caminar con mi miedo.
Que tenía que practicar el coraje, la ecuanimidad.
En fin.
Que puse en acción el arsenal del Mindfulness y
todas las técnicas respiratorias del Qi Gong.
Y lo logré.
No fui feliz.
Pero pude nadar todo lo que Q quería.
Lo pude acompañar.
Y también celebrar, que hace un año,
exactamente hace un año, me había roto la mano derecha.
Finalmente llegamos de vuelta a casa.
Sanos y salvos.
No puedo decir que contenta,
pero satisfecha de haberlo logrado.
Sin hablar, sin quejarme,
me las arreglé para convivir con el miedo,
o lo que fuera que me atacaba.
Una victoria del coraje y la ecuanimidad.
———–
Hoy fue todo lo contrario.
Me desperté a las 5.30.
Decidida a no ponerme nerviosa.
A tratar de tomarme la vida de otra manera.
No es que me levanté distinta.
Pero me puse a pensar qué podía hacer para no sufrir tanto.
Hice algunos ejercicios de Qi Gong.
Ni bien me despierto hago eso todos los días.
Unas diez respiraciones,
giro las muñecas,
en fin, que tengo una rutina mientras hago el té.
Y después tomé mis tecitos,
alternando el desayuno,
con algunos movimientos de Qi Gong sentada.
Terminó el desayuno y me puse a escribir mis páginas.
En lugar de quejarme, me puse a pensar,
cómo podía hacer para estar más contenta,
más serena.
Que no debía repetir lo de ayer.
Escribí la palabra felicidad y serenidad unas quinientas veces.
Sosiego.
Paz.
Alegría.
Calma.
Calma.
Calma.
Escribí sobre cómo darle el remedio a Soli.
Liso me dijo que me lo tome como un momento feliz.
Un momento de intimidad con la perra.
Decidí hacerle caso.
O intentarlo, al menos.
También pensé en el mar.
En lo que me había pasado ayer.
Y en que hoy no me iba a pasar nada.
Que fue algo excepcional.
De hecho me había pasado en otras ocasiones.
Mi plan del día era
pensar en cosas lindas.
Relajar un poco.
Aprovechar los pocos días en que no pasa nada malo.
Aplacar los demonios.
Bajar el stress.
Me di cuenta de que tenía que hacer algo yo.
Me fui a mi cueva de arriba a meditar.
Elegí una meditación sobre el placer.
Era, obviamente, muy agradable.
Decía que era una meditación contraria al espíritu meditativo.
Que se trataba de focalizarse en lo agradable.
Pensar en un pedazo de chocolate.
Y imaginar el goce de comerlo.
Y todo así.
Fue todo tan grato,
que terminó y me quedé dormida,
sin darme cuenta.
De pronto, lo veo al Osi en mi baticueva.
«¿Qué pasa que no me contestás», me preguntó.
«Hasta te golpeé la puerta», insistió.
Y yo no oí nada.
Me dormí media hora como una marmota.
Pero me desperté fresca como una flor,
y lista para lo que fuera.
Tomamos el desayuno catalán,
y yo seguí practicando todo lo de la meditación matutina.
Qué rico el aceite de oliva, el té, el tomate.
Qué bueno estar con el Osi
compartiendo el desayuno.
Y así.
Cuando llegó el momento del remedio,
justo cuando terminé la taza de té,
la llamé a Soli y le dije «Vení, vamos a jugar al doctor. Te voy a dar un premio.»
La perra, que no tiene un pelo de tonta,
vino sumisa, pero tenía la cola entre las piernas.
Yo no puedo soportar verla así,
asustada.
Pero decidí no asustarme yo.
Porque las dos asustadas somos un desastre.
Así que me hice la contenta.
La acaricié, le pedí que subiera a la cama.
Y le ofrecí la cuchara con el remedio.
Y, para mi sorpresa, la lamió toda, rápido, mansamente.
Aunque con la cola entre las piernas,
pero se comió toda la cuchara.
No tuve que untarle los labios, por suerte.
Miracolo!
Después le di un premio.
Otro premio.
La seguí mimando pero seguía asustada.
Ya se acostumbrará, supongo.
Esto lo tenemos que hacer durante toda su vida.
Un triunfo de la paciencia, el coraje y el amor.
Estoy contenta.
Habiendo ganado la primera batalla del día,
me puse a hacer las cosas de la casa,
a contestar correspondencia,
en fin, a vivir.
Pero sin angustiarme,
ni entristecerme nunca.
No sé cómo lo hice,
pero lo logré.
Lo que no tenía nada de ganas era de ir al mar.
Me daba miedo.
Pensé en tomarme un Xanax,
pero estoy ya tomando la mitad que hace un mes,
así que me resistí.
No tenía ningún síntoma de pánico.
Era por las dudas.
Así que de nuevo tuve que recurrir a mis nuevos poderes.
Y decidí practicar el coraje.
A nadar sin Xanax.
¿Soy la hija de Neptuno o qué?
Y allá fui.
Con Q que tampoco iba muy entusiasmado.
Yo le dije: «Hoy vamos a nadar poco, muy poco».
Porque tengo miedo por lo de ayer.
El mar parecía un lago.
A mí me aburre el mar planchado.
Pero había mucha corriente hacia el Norte.
Que a Q le encanta.
A él le importa mucho avanzar.
A mí me da igual.
Qué distintos que somos.
Yo puedo nadar en el lugar.
A Q le da tirria.
A mí me encanta el mar picado,
a Q le da cansancio.
Para mí es estimulante.
«I like tomato, and you like tomahto»
Yo me puse el traje largo,
para no tener frío.
Nos metimos como ayer, al Sur del muelle.
En nada, cruzamos el muelle.
Yo nadaba bastante cerca de la orilla.
Q iba relajado, mucho más adentro.
De pronto sentí, que la pobre nadadora de ayer hoy no había venido, por suerte.
Que hoy había vuelto la hija de Neptuno.
«Ojalá Q quiera ir hasta el Balneario Norte», pensé.
Hoy sí que estoy para celebrar.
Braceé con energía.
Me sentía con peso.
Normal.
Pero nadaba cerca de la costa.
Porque había un viento que no me gustaba.
A veces, se puede hacer difícil el regreso,
con el viento del Oeste.
Nadamos 33′ y podría haber nadado mucho más.
Y después volvimos caminando rápido,
como antes.
Y charlando contentos,
comentando la natación.
Q me decía que no entendía por qué no se avivó antes de nadar media hora todos los días.
«No lo sé», le contesté. «Te daba miedo».
Pero ya pasó.
Tenemos por delante más de un mes para seguir nadando.
Ya llegamos hasta el Balneario Norte.
Hoy era muy lindo deslizarse por el agua y ver pasar las dunas altas,
esas que están pasando el Solmar,
donde termina la civilización.
Podríamos seguir más hacia el Norte,
pero es peligroso porque está lleno de pescadores y
de trasmallos.
Sería una experiencia mística.
El paisaje.
La playa desolada.
Quizás en la próxima creciente, ya en marzo.
Antes de que haga frío.
Ahora nos falta llegar hasta el Vivero,
nuestra natación máxima hacia el Sur.
Supongo que lo haremos la semana que viene.
Ya estamos en forma.
Somos de nuevo dos dioses en la playa.
Jóvenes.
Alegres.
Fuertes.
Llenos de alegría.
Hasta la próxima.
Foto: Flavia de la Fuente
marzo 8, 2021 a las 2:16 am
No hay duda, sos la hija de Neptuno. Tus estados de ánimo son como el mar: siempre en movimiento, siempre distintos. Y eso es grandioso. ¡Marea de abrazos!