Publicada en Perfil el 22/11/20
por Quintín
Hace exactamente seis meses me invitaron a un programa de radio y me preguntaron por este asunto del virus y la cuarentena. Intenté decir que en el mundo se usaban dos modalidades para combatirlo: la sueca, a partir de la ausencia de restricciones y la inmunidad de rebaño y la uruguaya, basada en el testeo y aislamiento. Pero que la Argentina no practicaba ninguno de las dos: tenía una cuarentena feroz, pero el virus circulaba igual. Era la época en la que el Presidente se ufanaba de su éxito basado, decía, en haber elegido la salud sobre la economía. No tuve mucho eco. Mis interlocutores se indignaron: elogiaban al gobierno nacional por su humanidad y su sabiduría, así como a los gobernadores e intendentes que se atrincheraban detrás de sus fronteras. La gestión argentina de la pandemia, decían, era ejemplar. Eran épocas en las que no se podía decir que los niños no solo no se contagiaban sino que tampoco eran importantes como factor de contagio ajeno. Estaba mal visto sugerir que el virus no era tan letal como lo habían anunciado, aunque los números estaban a la vista. Se seguía hablando de los famosos respiradores y de su escasez como justificación del encierro colectivo, aunque ya era evidente que los respiradores no resultaban escasos ni tampoco demasiado eficaces: los pacientes respondían, en cambio, a terapias menos invasivas.
Pasaron seis meses y la Argentina pasó a los países limítrofes, que tan mal hacían las cosas, en muertos por covid cada millón de habitantes y se convirtió en el cuarto país en ese rubro. Ya no somos un ejemplo sanitario para el mundo, además de que la economía se fue al demonio, las escuelas siguen cerradas, algunas provincias siguen actuando como territorios extranacionales y pululan los protocolos para encorsetar cualquier tipo de actividad. El fracaso nacional es especialmente estruendoso, aunque al mundo tampoco le va demasiado bien con la pandemia: los uruguayos, como sus parientes ricos neozelandeses, mantienen al virus a raya a costa de cerrar sus fronteras al turismo y de un futuro incierto. Los suecos siguen apegados a las tradiciones médicas anteriores, cuando a los epidemiólogos les parecía ridículo aislar a los sanos y aumentar así el riesgo de los más vulnerables. Pero la presión internacional y mediática es tan grande que los suecos parecen ir también rumbo a la cuarentena y la restricción. Mientras tanto, nadie sabe si el barbijo, que pasó a ser parte de la vestimenta de los humanos, tiene algún efecto sobre los contagios.
Aparentemente, ahora llega la vacuna. O las vacunas, según se anuncian cada día. Son el remedio, nos aseguran, para una enfermedad de la que sabemos muchas cosas, pero ignoramos qué importancia tuvo en relación al exceso anual de muertos en cada región del planeta. Hay, de todos modos, una certeza: estamos rodeados de más miedo, de más pobreza y de menos libertades de las que había cuando la OMS sugirió que los gobiernos debían actuar apelando a métodos medievales y a infundir el terror en la población. Ahora, algunos discutimos si podremos oponernos a que nos vacunen a la fuerza y si las distintas ofertas de vacuna serán útiles, irrelevantes o contraproducentes. Pero en el fondo, estamos resignados. No sirve haber tenido razón cuando me invitaron a la radio ni tampoco sirve tenerla ahora.
Foto: Flavia de la Fuente
noviembre 22, 2020 a las 9:04 pm
Gran resumen, increíble talento para resumir tan bien estos meses de locura y estupidez. La humanidad toda fue un desastre y obviamente acá mejoramos el promedio de cagadas hechas.
Mi resumen es más simple: hoy domingo 22/11 en un programa de A24, mientras mostraban imágenes de las playas de Mar del Plata repletas de gente disfrutando el día, sus conductores, el miedoso Paulo Vilouta y la bella Carolina Losada, aprobaban la idea de tener 10 días de encierro total en dicha ciudad para tener una temporada tranquila.
Es decir, luego de 8 meses, siguen diciendo las mismas pavadas del primer día y siguen queriendo encerrar a la gente.
No tenemos salida.
noviembre 23, 2020 a las 10:51 am
como siempre ha sido es peligroso tener la razon cuando la mayoria la ha perdido.Coincido totalmente y he sufrido el mimo rechazo al cuestionar os numeros del miedo
noviembre 23, 2020 a las 9:24 pm
Cosas del Club Bilderberg. Hay que resistir.
noviembre 24, 2020 a las 8:41 am
fate ridere:
Ieri Giorgio Agamben ha denunciato l’avvento di un nuovo dispotismo che “quanto alla pervasività dei controlli e alla cessazione di ogni attività politica, sarà peggiore dei totalitarismi che abbiamo conosciuto finora”, perché il suo apparato di vigilanza “eccede di gran lunga ogni forma di controllo esercitata sotto regimi totalitari come il fascismo o il nazismo”. Di gran lunga. Caspita. Non c’è da spaventarsi, però. Nel 1994, sul Monde, Agamben aveva scritto che in Italia potevamo aspettarci anche “dei nuovi campi di concentramento”. Anni dopo, scampati Dio sa come ai lager berlusconiani, ci piombò addosso la grande crisi e Agamben, accampato come stilita sulle colonne di Repubblica, scacciò dal tempio gli pseudosacerdoti della religione “più feroce e implacabile che sia mai esistita”, la Finanza. Ecco però che, più feroce ancora, s’insedia la religione della Scienza; e come i teologi non sapevano definire Dio ma bruciavano gli eretici, dice Agamben, così i virologi non sanno cos’è un virus ma “in suo nome pretendono di decidere come devono vivere gli esseri umani”. Queste ultime meditazioni compaiono nella rubrica del filosofo sulla pagina dell’editore Quodlibet, ma citano come fonte “un’intervista uscita oggi su un quotidiano italiano”. Perché d’accordo, il distanziamento sociale è “una superstizione medievale”, ma con i contagi intellettuali non si scherza mica, specie quando si ha l’imprudenza di schiudere il proprio intelletto all’Aletheia di Belpietro.
diciembre 11, 2020 a las 11:43 am
Mientras tanto, la radio oficial sueca dice:
Stockholm’s intensive care units almost full to capacity
https://sverigesradio.se/artikel/7620855