El Zelig de las cepas
por Quintín
El otro día escuché el siguiente comentario: “Con el Malbec pasa algo curioso. Todos hablan bien de él, pero no hay nadie que lo elija como su cepa preferida”. Debe haber pocas excepciones a la regla y, si las hay, es a la segunda parte, aunque esto puede ser consecuencia del deseo de apartarse de una preferencia mayoritaria y terminar así integrando la mayoría. El Malbec, dice el refrán repetido hasta el hartazgo “es la nave insignia de la enología argentina”, una metáfora que hace pensar en una armada imperial con la vocación de conquistar el mundo. Como todos los lugares comunes, parece una verdad evidente pero no está del todo claro lo que quiere decir. En principio, se trata de una afirmación sobre el mercado internacional: gracias al Malbec, impuesto como marca durante el auge de la globalización, la venta de vino argentino en el exterior creció considerablemente. Por eso, algunos dicen que si uno no habla bien del Malbec no es un patriota y si alguien tiene una crítica es mejor callársela porque perjudica a la industria (esta especie de censura me hace acordar a algunas cosas que escuché en mi vida sobre el cine argentino). Lo de la nave insignia puede ser una verdad comercial, pero ¿qué pasa con el Malbec en sí, más allá de que no solo domina el panorama internacional sino el nacional también? No es el momento de contestar esa pregunta pero es cierto es que el Malbec es muy elogiado, entre otras cosas, por su versatilidad. Se hacen Malbecs en el sur y en el norte, en las alturas y en el llano, en todo tipo de condiciones y segmentos de precios. Y esa variación produce Malbecs muy distintos entre sí. Por otro lado, como la uva es más cara que otras, hay muchos vinos baratos que pasan por Malbec pero tienen una importante proporción de otras variedades. El Malbec termina siendo así el Zelig de las cepas, un personaje que está en todas partes pero cuya identidad es muy difícil de establecer.
Claro que hay muchos productores dedicados al Malbec. Una bodega que nació con la intención de ocuparse de él fue Alto Las Hormigas a partir de su filosofía de hacer un vino de terroir, con la idea de que menos es más en materia de intervención en la elaboración del vino. Empezaron en Luján de Cuyo y después adquirieron viñedos en distintos lugares del Valle de Uco. Hubo en la bodega varias etapas y una muy interesante tuvo que ver con el enólogo chileno Leonardo Erazo. Escuché que a Erazo lo despidieron hace poco, pero dejó algunas leyendas en su paso como director técnico de la bodega. Una de ellas dice que, como Hernán Cortés, quemó las barricas de roble que se usaban para hacer vino. Erazo detestaba el Malbec amaderado y quemó todo, aunque llegó a criar algunos vinos en fudres, enormes toneles que se usan durante años, un procedimiento tradicional que casi no tiene continuadores (hay excepciones como López o Weinert). Hace poco pude tomar el Appelation Gualtallary, el más alto de la línea (un poco más de 2000 pesos la botella) y lo encontré delicioso.
Hace unos años, Altos Las Hormigas salió de la exclusividad del Malbec para cultivar y elaborar en Luján de Cuyo Bonarda, una variedad muy implantada en la Argentina, pero que se solía usar para vinos a granel. La idea de ennoblecer la Bonarda (como otras cepas consideradas poco apropiadas para los vinos de calidad) es de esas ideas con las que simpatizo. Aunque continúan con sus Bonardas, la etiqueta se abrió a otras variedades. Y, por supuesto, al Malbec. En estos días abrí un Colonia Las Liebres Malbec Reserve 2018 Orgánico, criado en vasijas de concreto, de esos vinos firmes pero amistosos, frutales, frescos, que dan al probarlos una alegría sencilla (otros vinos producen sensaciones tristes o abrumadoras). Zelig había elegido esta vez una buena caracterización.
septiembre 11, 2020 a las 12:56 pm
¡Muy bueno este post, Q!
Es verdad lo del Malbec, es nuestra cepa pero casi todos tenemos otra como favorita (en mi caso ahora es el Pinot Noir, antes el Cabernet Franc, antes el Petit Verdot, y así). Y la anécdota del chileno es tremenda, un antimadera como pocos.
Lo genial es que escribis de vinos que tomo o que tengo en lista para tomar. Bueno, he probado lindos Altos Las Hormigas pero no aún esa bomba de Appelation Gualtallary. Pero sí me encanta el bonarda de Colonia Las Liebres, un vino que tomo seguido, y hablo del orgánico clásico, aún no probé el reserva.
Saludos.
septiembre 11, 2020 a las 6:41 pm
Gracias. Justo ayer compré le compré a Musu un Bonarda Clásico, que nunca lo probé. Vamos a tener que juntarnos a tomar unos vinos.
Saludos
Q
septiembre 11, 2020 a las 8:35 pm
¡Ya nos veremos en alguna reunión organizada por Musu!
septiembre 11, 2020 a las 9:48 pm
Un buen bonarda puede ser excepcional; de hecho, hay uno de Catena carísimo –y que dicen que es excelente, aunque dudo, por prejuicio nomás, de que valga lo que cuesta–.
Luego, concuerdo, el malbec es el gusto diario, nunca el especial. No cansa, no desentona, y cada tanto sorprende. Otros, como el petit verdot, el pinot noir y otros ofrecen otras dimensiones; pero no son para el diario –creo, o al menos en mi caso, que sigo comprando principalmente malbec–.
El caso de Altos Las Hormigas fue interesante al comienzo; creo que hubo movimientos extraños y perdió esa mística inicial.
Por último: los nombres de las cepas van en cajas bajas; leerlas en altas sugieren para algunos pequeños dardos oculares.
Los abrazo