por Quintín
El martes 14 de julio la doctora A de Santa Teresita adjudicó los fogonazos que veía en mi ojo derecho a un problema con la retina y sugirió una consulta con un retinólogo, o al menos con un oculista que tuviera un aparato para hacer un fondo de ojo más profundo. Ella no lo tenía como tampoco ninguno de sus colegas en el Partido de la Costa. Llegué a casa preocupado. Viajar a Buenos Aires era complicado. El auto estaba viejo y en estado precario, Flavia venía sin manejar por su fractura durante cinco meses, no hay ómnibus de larga distancia desde que empezó la cuarentena y la única opción era un taxi.
Después de dudar toda la tarde pregunté en Twitter si algún oftalmólogo podía asesorarme. En pocos minutos, me respondieron tres, los doctores I, J y K. Me dieron el teléfono para que los llame. Los llamados fueron útiles y los tres médicos hicieron el mismo diagnóstico tentativo: desprendimiento del vítreo, que es un gel que está dentro del globo ocular y se despega de la pared del ojo naturalmente con la edad. Le pasa a todo el mundo y dura unos meses, normalmente sin que uno se de cuenta. Pero puede ocurrir que el gel empiece a tirar de la retina. Los fogonazos son el signo del tironeo y las consecuencias pueden ser diversas. Lo más probable es que no pase nada, pero en algunas ocasiones la retina se desgarra, en cuyo caso se sutura con láser (una intervención relativamente simple), y en otros se desprende, un asunto delicado que requiere una cirugía importante y puede terminar con la pérdida de la vista. El doctor I, muy amable y solidario, me indicó que viniera a Buenos Aires lo antes posible para hacerme el estudio y me ofreció atenderme en L, conocido hospital público de ojos. La doctora J, más bien brusca, fue aun más perentoria, me dijo que viajara inmediatamente y me acercara a la guardia de M, una conocida clínica privada que mi obra social cubre. El doctor K, el único retinólogo de los tres, fue menos alarmista y más didáctico. Me dijo que no había apuro, que si viviera en Buenos Aires me haría pasar en la semana por su consultorio, pero si tenía que viajar podía esperar hasta un mes, dado que las probabilidades estaban ampliamente a mi favor. Estaba decidido a consultar al doctor K cuando resolviera la cuestión del viaje y le pregunté si atendía por mi obra social. Me dijo que no, pero que no me preocupara por eso. Pero dado que podía tener que ir varias veces y hasta necesitar una intervención, la idea de no pagarle no me parecía una opción justa.
Después de una noche angustiada, el miércoles 15 mi suegra me dio el teléfono del doctor N, que la había operado de cataratas por la susodicha obra social y era, al parecer, un profesional muy prestigioso. Llamé al consultorio del doctor N, me atendió una de sus tres secretarias y al rato me llamó el doctor N. Me preguntó cuánto era lo antes que podía viajar. Me salió decir “mañana” y tomé la decisión de viajar el jueves en taxi y atenderme a la tarde. Charlamos con Flavia y llegamos a la conclusión de que era mejor que fuera solo a hacer la consulta. De lo contrario, había que preparar una mudanza, arreglar el auto que ni siquiera arrancaba y correr el riesgo de no llegar a la consulta. Estaba en la memoria de los dos algo que nos ocurrió hace unos diez años viajando de Buenos Aires a San Clemente. El auto se nos quedó en la autopista a La Plata, a la altura de la villa de Quilmes. Llamamos al ACA, pero antes de que llegara se acercó un patrullero a preguntar qué ocurría. Cuando explicamos la situación, los policías nos advirtieron que era peligrosísimo quedarse ahí, que había delincuentes especializados en desvalijar un coche en minutos y que, además, podíamos sufrir daños personales. Los patrulleros (después vino un segundo) se quedaron con nosotros hasta que llegó el remolque. Supusimos que las cuestiones de seguridad en Quilmes no estaban mejor que en aquel entonces (de hecho, los diarios hablarían de eso justo en los días siguientes) y la decisión se decantó por el taxi.
Los taxis y remises de San Clemente tienen prohibido viajar a Buenos Aires. Nuestra amiga Gabriela me recomendó a Jorge, un taxista capitalino, con el que ya había hablado para repatriar a su hermana Verónica, que estaba en San Clemente desde febrero. El valor del taxi era 10.500 pesos (ida solo), una cifra tremenda. En un estado normal del mundo hubiera viajado en ómnibus por mucho menos, pero el mundo no está en estado normal. Antes de salir, le comenté al dueño de la panadería, un próspero comerciante que iba a viajar a Buenos Aires. Se quedó horrorizado, le parecía que eso era más peligroso que internarse en el Amazonas en canoa. La mayoría de los habitantes de San Clemente piensa exactamente igual. Creen que en la Capital no hay un virus bastante poco dañino como el covid, sino una jauría de leones dispuestos a devorar al que llegue. Y también piensan que los leones nunca van a llegar a San Clemente.
Los taxis foráneos, los que no pertenecen al vallado y fortificado Partido de la Costa, no tienen permitido llegar hasta el domicilio del pasajero. Sabíamos que había que esperarlos en la rotonda de la entrada. Cuando el jueves 16, estábamos preparándonos para que Flavia me llevara hasta allí (el día anterior habíamos llamado al ACA para rehabilitar la batería), llamó Jorge para avisarnos que no podía llegar hasta la rotonda, porque el retén policial se había corrido a la entrada de General Lavalle, veinte kilómetros antes. No fuera cosa de que el pícaro virus fuera volando y entrara en las invictas casas sanclementinas. Flavia me llevó a Lavalle, allí me dejó a un lado del retén (Jorge me esperaba del otro según el protocolo correspondiente), firme un papel por el que juraba hacer una cuarentena de quince días cuando volviera y partí.
Foto: Flavia de la Fuente
julio 27, 2020 a las 11:58 am
No se puede creer todo lo que estamos viviendo, una sobre reacción mundial inédita en la historia de la humanidad. Una cosa es cuidar a los grupos de riesgo y tomar ciertas precauciones generales para que no se colapsen las emergencias pero nada bueno puede salir del pánico, el alarmismo y la obturación del debate con que se está encarando la situación. Espero que salga todo bien lo del ojo. Un fuerte abrazo para vos y otro para Flavia.
julio 28, 2020 a las 10:50 am
Gracias, Carlos! A ver cuándo nos volvemos a ver! Besos querido amigo!
F
julio 28, 2020 a las 11:06 am
Da escalofrios pensar en las miles de tremendas historias que podrían contar las personas que no tienen ni un peso y la vergüenza o la incapacidad para ir a pedirlo aquejadas por estas vicisitudes.
Ni una posibilidad de escribirlo.
Ni manera de contarlo a un amigo.
El horror crudo.