Nuestra pandemia privada (I)

por Quintín

Hace dos semanas empecé a ver luces y fogonazos en un ojo. Como pude comprobar en otras oportunidades, la medicina en San Clemente es precaria en general, tanto la pública como la privada. Los vecinos recomiendan solo a una oculista que vive y atiende en Santa Teresita, la doctora A. La habíamos consultado en otra oportunidad, para medir el aumento de los anteojos y me pareció una profesional competente. Nuestro auto, un viejo Golf del 96, no estaba en un estado muy confiable. En el verano había tenido problemas de temperatura y nos dejó de a pie dos veces, primero de camino a la Feria del Libro de la Costa en Santa Teresita y después a treinta kilómetros de Pinamar cuando íbamos a comer un asado a lo de Musu. Las dos veces tuvimos que volver en el remolque del ACA. Como dicen los del gremio, “se sopló la junta”. Nuestro mecánico, el gran Poti Salvático, un personaje con cierto parecido a Harry Dean Stanton, que podría hacer de un secundario duro en una película americana, lo arregló. Pero inmediatamente, antes de que pudiéramos probarlo, Flavia se rompió la muñeca (yo no manejo).

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La fractura de Flavia ocurrió a fines de febrero y fue una pequeña odisea. Fuimos a la guardia del hospital, donde le hicieron una radiografía. La atendió una médica de guardia, la doctora B y le dijo que ella no veía una fractura, pero que por las dudas se pusiera una manopla inmovilizante y consultara a un traumatólogo. En el hospital no hay traumatólogo de guardia ni residente, vienen de otros lugares en la semana a los consultorios externos. Nos recomendaron al doctor C, que atiende los viernes en el consultorio particular del doctor D y allí fuimos. Era martes y decidimos esperar hasta el viernes para la consulta. Pero en el consultorio del doctor D nos dijeron que el doctor C no atendía ese viernes porque tenía un congreso en Mar del Plata. Una vecina, sin embargo, nos informó que el miércoles, el muy confiable doctor E atendía en el centro F de consultorios privados en San Clemente. Llamamos y nos dieron turno para el jueves con el doctor E. Pagamos la consulta 700 pesos (el doctor E no tenía nuestra obra social). Nos atendió muy amablemente y nos dijo que la radiografía del hospital no era buena, que él sospechaba una fractura de radio sin desplazamiento, pero no podía confirmar el diagnóstico con esa placa. En el centro F no tenían aparato de rayos porque se habían mudado en diciembre y todavía no habían acondicionado la habitación para las radiaciones. Nos dijo entonces el doctor E, un señor de edad, muy campechano y amable, que lo fuéramos a ver al día siguiente a Mar del Tuyú, donde él atendía en el centro público de salud G. Mientras tanto, que F siguiera con la manopla y el brazo en cabestrillo. Fuimos en taxi (la otra opción era un colectivo a la terminal de San Clemente, otro de la terminal de San Clemente al centro de Mar del Tuyú y caminata de varias cuadras o taxi interno. Duración del viaje dos horas en cada dirección (Mar del Tuyú queda a 25 kilómetros). Era temporada y había mucha gente en el centro G. Esperamos primero la radiografía y luego al doctor E, quien confirmó el diagnóstico, ofreció la posibilidad de enyesar, pero si Flavia estaba más cómoda con la manopla y el cabestrillo podía seguir así y volver en dos semanas para observar la evolución después de una nueva radiografía. Volvimos a casa y pagamos los 1500 pesos del taxi con la espera (no estoy totalmente seguro del precio). Volvimos a las dos semanas al centro G, esperamos menos porque ya no era temporada alta, a Flavia le hicieron otra radiografía, el doctor E la miró, dijo que todo iba bien. Nos mostró las dos radiografías para que las comparáramos. Flavia no quiso mirar porque se impresiona (ve los huesos y piensa en calaveras) y yo miré de compromiso, porque nunca logré ver nada en una radiografía. El bueno del doctor E decía “mire acá como se va soldando lo que antes aparecía separado y yo “ajá, ajá”. Nos citó para el control final tres semanas más tarde en el centro F de San Clemente.

Pero tres días antes de que Flavia se sacara la manopla en presencia del doctor E se declaró la cuarentena (la primera, la que iba a durar quince días). Llamamos al centro F para pedir turno pero ya nadie atendía el teléfono ni ninguna otra cosa. El lugar estaba cerrado y tampoco teníamos un teléfono para llamar al doctor E. Viajar a otro pueblo estaba enteramente prohibido, los vecinos empezaban a barricar las entradas para que nadie entrara y nos pareció lo más lógico que yo le sacara la manopla a Flavia y que ella empezara a hacer algunos ejercicios que su traumatólogo de Buenos Aires, el doctor H, le indicó por teléfono. Es que en el invierno pasado, Flavia se había roto el hueso troquiter en el hombro al caerse de una silla y tuvo varios meses de cabestrillo vietnamita, visitas al doctor H y recuperación siguiendo los ejercicios del protocolo de Rockwood (fuimos pioneros en lo de familiarizarnos con la palabra). Flavia se liberó de su prótesis, empezó a mover la mano y todavía le duele. Todo salió bien, pero tuvimos la oportunidad de pensar en qué hubiera pasado en materia de atención médica si la fractura hubiera sido más seria. Podría decirse que fue un aviso.

Ahora declaro solemnemente, por si a alguien le da por pensar mal, que las dos fracturas de Flavia fueron culpa del can llamado Solita, que la tironeó en las dos oportunidades con las consecuencias citadas. Así terminó el episodio de la muñeca de Flavia. La cuarentena recién empezaba. En los próximos capítulos contaremos cómo se vivió la epidemia en San Clemente, qué está pasando con mi ojo y mis viajes a Buenos Aires. Esto recién empieza.

Foto: Flavia de la Fuente

2 respuestas to “Nuestra pandemia privada (I)”

  1. Ignacio Says:

    Q maestro! Les mando un gran abrazo a ambos y le deseo una pronta recuperación a Flavia. Una pesadilla esta pandemia/cuarentena. Que pase rápido.

  2. lalectoraprovisoria Says:

    Gracias, Ignacio! Cariños y que estés bien, pese a todo!

    F

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