Señales desalentadoras

por Pablo Anadón

 

 

«Vecchia fotografía. Ho veduto (forse in “Crimen”)

una fotografía di Mussolini che passa in rivista i

“moschettieri del Duce”. Il petto di Mussolini è spinto

troppo in fuori; i pugnali dei moschettieri sono branditi

troppo in alto. Non si può obbiettare altro.»

Umberto Saba

 

«Partidismo: una cosa que claramente no es

humana, no es animal y no es divina, y que

destruye en el hombre al hombre, al animal

y a la divinidad.»

Marina Tsvietáieva

 

 

No pude escuchar el discurso de Alberto Fernández en el Congreso, salvo algunos fragmentos que transmitieron los noticieros (fea palabra, «noticiero», ¿no?: parece referirse a una persona, una persona chismosa). Me gustó que leyera el discurso, seriamente, aunque no pudo evitar numerosos residuos de la prédica de campaña y, siguiendo la lógica de ésta, la reiterada alusión a The Waste Land y la enumeración de ciertos alarmantes porcentajes estadísticos, económicos y sociales, que alguna organización como «Chequeado», aun a su pesar, haría bien en constatar, por la importancia pública de la ocasión.

gazañasmovida

Me llamó la atención, en uno de esos tramos, el anuncio de que se harán numerosas obras públicas (confiemos en que, esta vez, se concluyan) y, sobre todo, la insistencia en que se realizarán con pulcra transparencia, como si fuera necesario que se aclarara, como si no fuera lo que se debiera esperar (una tácita pero elocuente manera de diferenciarse de las gestiones kirchneristas, cuya extendida corrupción en el manejo de la obra pública ya está probada en demasiados casos). No sé cómo ninguna cámara, cuando él repetía la palabra “transparencia”, no enfocó en ningún momento la cara de la vicepresidente mientras seguramente tragaba saliva. (No hay caso: o los camarógrafos son unos dormidos, o los editores carecen del sentido cinematográfico, o…).

Sí vi y escuché, en cambio, los discursos de Cristina Fernández de Kirchner y de Alberto Fernández, paseando como “rock stars” por el escenario en el cierre del acto. Lo diré sin vueltas: sus discursos me parecieron tan lamentables cuanto temibles. Ella, con su elenco de palabras clave (voluntad, humildad, verdad, memoria, coraje, lealtad, jóvenes, amor), que en su boca resultaban un poco falsas, demagógicas, un poco, a veces, ridículas, y otro poco o mucho amenazantes, dejó en claro que ha vuelto tal como se fue: llena de resentimiento hacia quienes tuvieron el atrevimiento de ganar las elecciones anteriores y hacia todo lo que no forma parte de su “nosotros”.

Su “voluntad de dirigenta”, como dijo, ya se ve, por si quedaba alguna duda con la experiencia de sus gestiones anteriores, es una voluntad de poder sin límites, sin intromisiones de los otros poderes del Estado, es decir, “el líder que apela directamente a las masas”, como proponía Ernesto Laclau. Que hablara de humildad, justamente ella, y en el tono con que lo hacía, sonaba cómico. Cuando afirmó, con reiterado énfasis, que no era hipócrita, y no decía un día una cosa y al día siguiente otra, también fue una pena que las cámaras sólo enfocaran fugazmente la expresión del presidente, quien no se veía entonces alegre y debía también estar tragando saliva sigilosamente.

Pero otras señales fueron más preocupantes: su embate contra la Justicia, cuya reforma ya se advierte que será en este mandato el caballo de batalla (y de Troya, también, para conquistar plenamente desde adentro el sistema y eludir las numerosas imputaciones y condenas que la asedian); su embate contra la prensa, leitmotiv kirchnerista de siempre, justamente por ser un poder independiente del Estado, difícil de cooptar de manera unánime, como otras esferas públicas; su asociación, como al pasar, de “perseguidos políticos” y “personas desaparecidas” (penosa y cínica asociación, por la diferencia de los casos, por la fórmula “perseguidos políticos” para referirse a incriminados por delitos comunes, como ella misma, y por ser dicha por una abogada y una representante política que no interpuso un solo “hábeas corpus” en Santa Cruz durante la dictadura); y su consideración, que podría ser adscripta a cualquier ideología de estado totalitario, acerca de que el todo siempre será superior a los individuos, a tono también con la tradicional exaltación peronista de la lealtad partidaria: quien no integra ese todo, que es, por cierto, el pueblo peronista, no existe, porque ya sabemos que no hay nada mejor para un peronista que otro peronista. El hecho de que hiciera de anfitriona del acto, presentando e introduciendo al nuevo presidente ante la multitud de adeptos, fue asimismo significativo.

No fue mejor, ni menos preocupante, el discurso de Alberto Fernández, aunque está claro que, en la pareja, a él le ha tocado el papel de “policía bueno” y ella mantiene el de “policía malo”, aunque cada vez parece menos una diferencia de hecho entre ellos y cada vez más una mera estrategia de manipulación, como ocurre en los interrogatorios policiales, para persuadir demagógicamente, por un lado, y doblegar autoritariamente, por el otro, la voluntad del preso (es decir, nosotros, los ciudadanos).

La evocación inicial del heroico Néstor Kirchner, una suerte de mítico Padre Fundador, pareció una manera de legitimarse a sí mismo ante los militantes, quienes no desconocen, claro, su defección, pasible de ser definida por éstos como lisa y llana traición, durante y contra los gobiernos de su actual vicepresidente, a la vez que una manera de hallar un terreno común en el cual hacer pie y basar la concordancia presente entre ambos, para no ser tildado de lo que es, un político hipócrita y/o cínico. Que dijera que las diferencias entre Cristina y él habían sido sólo de “formas y modos” es, por cierto, una flagrante falsedad, que demasiados archivos desmienten.

También lo fue, además de una vanidosa sobrevaloración de la importancia personal de ambos en la historia del país, y una mentira tan tendenciosa como venenosa (si venían a salvar la grieta, con declaraciones semejantes evidentemente la están ahondando desde el primer día), aquello de que la distancia entre ella y él había permitido que vinieran “los otros”, presentados sin eufemismos como enemigos de la patria, como el antipueblo, otra siempre recurrente estrategia peronista, claramente antidemocrática, como si esos “otros” no representaran aún hoy a la mitad del país.

Al igual que su vicepresidente, volvió a tocar el parche de batalla contra el Poder Judicial, también soplando la trompeta, en falsete, de los “perseguidos políticos”, y contra la prensa, otro poder que, está claro, se proponen dominar. La auto adjudicación de representatividad de los pobres y la “epopeya del plato de comida”, bueno, también forman parte de la más rancia tradición peronista, retórica que décadas de gobiernos del Partido ya desautorizan con sobradas razones comprobables, de irrefutable carácter estadístico, aunque las nieguen para no “estigmatizar” a los pobres. Sus dos últimas palabras, “¡A trabajar!”, no sé cómo les habrán caído a sus seguidores (siempre suena a látigo de cómitre, la verdad) y a algunos de los que lo aplaudieron desde los sectores VIP (hubiera sido necesario ahí otro enfoque en primer plano de la cara de Máximo Kirchner).

Dejo de lado otros episodios curiosos del traspaso de poder, porque ya han sido bastante comentados, como por ejemplo el momento en que el presidente saliente le extiende la mano a la vicepresidente entrante, quien desvía la mirada con expresión “o(b)jetivamente” enfurruñada, como una adolescente a quien le toca recibir su diploma de egresada de un profesor que le es antipático, y no logra superar el rencor para estar a la altura de la feliz circunstancia. Creo que correspondía allí que Macri le susurrara al oído alguna frase cariñosa, para levantarle el ánimo, algo así como “Sonríe, ¡Dios te ama!”

Una última observación: mientras escuchaba a Sudor Marika interpretar en el escenario, donde unos minutos después hablarían la vicepresidente y el presidente de la Nación Argentina, su canción del amor piquetero, “Compañerx de piquete”, al mejor estilo de algún sketch de Capusotto (“Nos conocimos en la marcha esa vez / tirabas facha como macho burgués / todas las pibas te escaneaban la jeta / yo no saqué la vista de tu bragueta […] Compañero de piquete / cuando quieras sale un pete. / Compañera piquetera / cuando quieras hay tijeras…”), me acordaba del viejo, dignísimo, gran poeta Robert Frost leyendo con voz calma un poema en la asunción de J. F. Kennedy como presidente: la comparación mental no me resultó alentadora sobre el valor simbólico de nuestra democracia y sobre la índole de nuestra cultura nacional y popular.

En fin, los detalles, tan destacados por el periodismo, del abrazo de presidentes y del vaso de agua compartido en Luján, así como de la silla de ruedas de Gabriela Michetti empujada por Alberto Fernández (podemos imaginar un caso equivalente, inverso: la gracia inolvidable que habría tenido la expresión de Cristina Fernández de Kirchner si ella hubiera estado en la silla y la empujara Macri: habría sido digna de verse, sin duda), parecen poco, demasiado poco, francamente minúsculos, en el contexto de la transición desarreglada, los discursos facciosos de asunción y el panorama ―una suerte de déjà vu― que presenta el gabinete de ministros, como para abrigar demasiadas ilusiones sobre los años que nos esperan. Ojalá me equivoque.

Foto: Flavia de la Fuente

 

Una respuesta to “Señales desalentadoras”

  1. Luciano Tanto Says:

    «Vecchia fotografía. Ho veduto (forse in “Crimen”)
    una fotografía di Mussolini che passa in rivista i
    “moschettieri del Duce”. Il petto di Mussolini è spinto
    troppo in fuori; i pugnali dei moschettieri sono branditi
    troppo in alto. Non si può obbiettare altro.
    L’espressione di Cristina troppo vile.»
    Umberto Saba

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