por Pablo Anadón
No me preocupa, francamente, que perdamos esta incipiente recuperación de la república democrática por el voto de los kirchneristas, ni de los peronistas, porque sabemos que, como decretó el General, “para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”, aunque en el cierre de campaña del propio partido en el devastado Jardín de la República (ay, donde decidimos hace dos siglos que queríamos ser libres), los veamos enfrentarse a palos, piedras y botellazos, como ya se enfrentaron a balazos en otra vergonzosa jornada, precisamente mientras aguardaban el aterrizaje del Mesías en Ezeiza. Lo que me preocupa es el voto de los “desilusionados”, no el de los peronistas, que nunca se desilusionan, aunque comprueben que los están robando Menem, Néstor o Cristina, y sus múltiples caudillos provinciales.
Me preocupan los desilusionados de este gobierno, y no porque yo esté entusiasmado con él, sino porque no tengo dudas de que será peor, mucho peor, el retorno de los que ya corrompieron y saquearon a Santa Cruz durante treinta años y al país durante doce años. ¿Puede compararse lo que se hizo y lo que no pudo hacerse a lo largo de 46 meses de mandato con lo que se deshizo en doce años?
Por lo pronto, ahora sabemos, a ciencia cierta de estadísticas públicas, la inflación y la pobreza que hay, mientras que entonces un penoso Ministro de Economía quería retirarse de la entrevista con una periodista extranjera cuando le preguntó por el índice de inflación, otro lamentable Ministro de Economía juzgaba “estigmatizante” declarar el índice de pobreza, el INDEC ocultaba o falseaba las verdaderas cifras y la presidente informaba al mundo, para su irrisión y nuestro oprobio, que estábamos mejor en la Argentina que en Alemania, Canadá y Australia. Si no podíamos confiar en el organismo estatal de estadísticas, que es como el espejo del país, ¿cómo confiar en todo lo demás, cuando veíamos la ubicua corrupción y a funcionarios, socios, jueces adictos, sindicalistas, etc., enriquecerse ante nuestros ojos de modo inexplicable, impunemente?
Podemos estar desilusionados, sin duda, del éxito del gobierno actual en superar la crisis económica, una crisis que responde tanto a causas nacionales como internacionales, pero no podemos estarlo de la transparencia y el funcionamiento democrático de las instituciones durante este mandato, transparencia y funcionamiento que son la sola base sobre la cual un día podremos liberarnos del régimen feudal, paternalista, corporativo, autoritario y empobrecedor que domina al Estado nacional desde hace tres cuartos de siglo, que compra sumisión con puestos y dádivas, y con licitaciones amañadas a los amigos del poder.
Días atrás, me escribía un querido amigo: “Pablo, yo a Macri no lo voto más. Me defraudó. A los peronistas tampoco, obviamente”, y me confiaba que lo votaría a Lavagna, como ya lo había votado en las PASO. Yo le respondí que, sí, defraudó la política económica, que no pudo controlar la inflación, que no es un mal nuevo, sino de la historia argentina de casi todo el siglo XX, siempre recurrente, pero en otros aspectos fue un buen gobierno, un gobierno auténticamente democrático, como hace décadas no se veía, exactamente desde el gobierno de Alfonsín. Y va a perder como Alfonsín, exactamente, como perdió Alfonsín por la hiperinflación.
Le preguntaba a un economista por este flagelo de la historia económica del país, la inflación, y me decía que sus causas no son sólo económicas, sino también estructurales y políticas: básicamente, no es un país estable ni confiable, el Estado es gigantesco, el sector privado no funciona adecuadamente, no invierte en producción, por las cargas impositivas, el costo laboral, la presión sindical, las coimas, etc, y no hay una política económica de largo plazo, que se sostenga más allá o más acá de los cambios de partidos en el poder.
¿Pueden revertirse esas condiciones ya anquilosadas de la economía argentina en tan poco tiempo? Son 46 meses de gobierno contra 26 años de peronismo en 34 desde el retorno de la democracia: ¿no es demasiado poco para llevar adelante cualquier cambio perdurable? Al peronismo ya lo conocemos de sobra, durante más de 70 años; lo que pueda salir de un gobierno como el de Macri, incluso en el fortalecimiento de una izquierda más madura y democrática que esa triste versión populista que tenemos, está por verse.
Personalmente, creo que la polarización es tal, que un voto a cualquier otro candidato será perdido, y si vuelven los K, como parece, los tendremos vaya a saber hasta cuándo, porque es evidente que ahora vienen realmente por todo y por todo el tiempo posible, porque su concepción es esencialmente populista, como ya fue por todo y por tiempo indefinido el populismo en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, en Nicaragua…
Él me replicaba algo que ya he visto que otros piensan, o sienten, es decir, que se trata de una cuestión de conciencia, ya sea votar a Lavagna, como él, o bien, como otros, votar en blanco.
Pues bien, yo creo que un verdadero problema de conciencia sería votar a un gobierno que ha demostrado ser corrupto, o dictatorial, o bien votar por conveniencia puramente personal, por algún beneficio privado, pero no debería serlo votar a un gobierno porque no ha tenido éxito en la economía. ¿Podrían haber solucionado la quiebra en la que se encontraba el Estado, y ya con un 30 % o más de pobreza heredada? Tal vez, aplicando medidas que no le habrían gustado a nadie, como achicar drásticamente el aparato estatal y exigir a las provincias para que hicieran lo mismo, entre otras igualmente ingratas.
Como fuere, aparte de la economía, casi todo lo que ha hecho esta administración no me parece mal, aunque también haya tenido fallas en el modo en que lo ha hecho: ha habido verdadera libertad de prensa, sin persecuciones ideológicas en ningún ámbito, que era la moneda corriente durante el kirchnerismo; ha habido transparencia institucional, incluso para que supiéramos lo mal que estábamos; se ha reactivado la producción energética, que el kirchnerismo había destruido; se usó la plata de la obra pública en obra pública, se hicieron y arreglaron rutas, líneas ferroviarias, cloacas, obras hidráulicas (qué llamativo que las zonas que ahora se inundaron sean justamente las de las intendencias peronistas, que no usaron para eso la plata girada por el gobierno, sino para asistir a un homérico asado del partido con el avión sanitario); la Justicia pudo hacer investigaciones de corrupción estatal-empresarial y enriquecimiento ilícito que antes iban siempre a manos como las de Oyarbide; no se retacearon fondos a las provincias según la mayor o menor adhesión al gobierno nacional, etc. etc. Y lo que se ha hecho, se ha hecho siempre con minoría en el Congreso, y sobre todo con el sempiterno palo en las ruedas del kirchnerismo, en primer lugar, que ha marcado la agenda año tras año, caso tras caso, y la asistencia de la estupidísima izquierda argentina y de la estupidísima derecha argentina, la que se desilusionó de que el gobierno aplicara el famoso “gradualismo”. Y sí, la situación presente me recuerda mucho, demasiado, al fin del gobierno de Alfonsín, luego de una campaña feroz del peronismo y las corporaciones del Ejército, la Iglesia (otra enemiga acérrima de este gobierno), los sindicatos, los empresarios, etc., con una prensa que, como en el caso de Illia, mostraba todo lo negativo y poco o nada de lo positivo logrado en esos pocos años. Yo mismo, me acuerdo, era crítico del gobierno de Alfonsín en sus últimos años, también por cuestión de conciencia, sin darme cuenta de que estaba favoreciendo la caída de un gobierno con grandes fallas, pero innegablemente democrático, y el ascenso, otra vez, del peronismo, que nunca ha sido democrático, siempre ha buscado perpetuarse en el poder y siempre ha sido corrupto, por su misma esencia populista.
Lavagna, aunque sea él mismo moderado, es más de lo mismo: para gobernar, tendrá que apoyarse en el aparato peronista. Eso, en el caso de que obtuviera votos suficientes para pasar al balotaje, cosa que no ocurrirá, de modo que habrá sido otro voto perdido.
Aquí la disyuntiva es extrema y dramática: o se apoya a un partido que, aunque no nos guste (a mí me resulta muy antipático, empezando por el presidente), ha demostrado ser democrático, o se apoya a un partido que ha demostrado durante décadas no sólo ser claramente populista, sino extraordinariamente corrupto.
Votar a Lavagna o votar en blanco puede calmar la conciencia, pero será cargar en la conciencia haber favorecido el triunfo de un partido de delincuentes, como cuando los argentinos castigamos a Alfonsín por la hiperinflación y así le dimos el triunfo a Menem, el viejo amigo de los Kirchner, quienes lo defendieron en todos estos años para que no tuviera que dar cuenta de la corrupción mayúscula de sus dos gobiernos ante la Justicia, como ahora lo hará el peronismo para que Cristina Fernández de Kirchner y sus cómplices de asociación ilícita no reciban condena alguna por el entramado más poderoso de corrupción que se conoce en toda la historia argentina.
No cometamos otra vez, y ya van tantas, los mismos errores.
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