¿Nuestro destino sudamericano?

por Pablo Anadón

Como es sabido, hace algunos días hubo elecciones en España. Tengo no pocos amigos españoles, la mayoría poetas e intelectuales: entré en estas semanas a sus muros de Facebook, y me llamó la atención ver pocas proclamas políticas, y las declaraciones que había raramente eran seguidas por comentarios en los que los interlocutores se trataran de rojos o de negros o de alguna otra variedad cromática, así como escasas invitaciones a trasladarse al Carajo, por ejemplo, esa localidad turística muy concurrida por estas latitudes. Dudo asimismo de que los antagonismos partidarios hayan derivado en rupturas amicales, familiares o laborales, ni siquiera facebookeanas.

Me preguntaba si esto era un bien o un mal, si deberíamos atribuirlo a indiferencia por la cosa pública o a una mayor sabiduría democrática. Evidentemente, no podemos suponer que la sangre hispánica sea precisamente flemática (recuerdo haber asistido en Logroño a una encendida discusión entre mis amigos de allá sobre la conveniencia o no de que una calle céntrica fuera abierta al tránsito), y tampoco podemos olvidar que su país padeció en el siglo pasado una cruenta guerra civil. Mi hipótesis es la siguiente: en la España actual, como en general en el resto de Europa, los partidos que disputan el poder, aunque por cierto tengan orientaciones ideológicas diferentes y representen intereses diversos, se enmarcan en los parámetros de la convivencia, las normas y el respeto de las instituciones democráticas.

Quiero decir: si de pronto surgiera en España un partido que propusiera volver al régimen franquista (el régimen, oh casualidad, que diera asilo político al líder del partido con mayor permanencia en el poder en la Argentina de los últimos tres cuartos de siglo), u otro que enarbolara un lema semejante al “Vamos por todo” local, y sus acciones demostraran que, en efecto, se está yendo por todo lo que impide que un gobierno adquiera rasgos totalitarios o semitotalitarios, como ocurre en las democracias latinoamericanas asediadas o dominadas por partidos de idiosincrasia populista (recordemos, una vez más, al teórico mayor del populismo, Ernesto Laclau: “En América Latina, por razones muy precisas, los Parlamentos han sido siempre las instituciones a través de las cuales el poder conservador se reconstituía, mientras que muchas veces un Poder Ejecutivo que apela directamente a las masas frente a un mecanismo institucional que tiende a impedir procesos de la voluntad popular es mucho más democrático y representativo”), me imagino que los antagonismos asumirían otro temple y otro tono, porque ya se trataría, de hecho, de un conflicto entre quienes defienden un estado de derecho que se ajusta al sistema democrático ―ya sea que una vez esté en el poder un partido de izquierda, otra vez uno de derecha, u otra uno de centro―, y quienes defienden por el contrario un modelo político que de democrático sólo conserva el voto y progresivamente anula la división de poderes ―esa división de poderes que nació, no olvidemos, como un límite a la voluntad omnipotente del absolutismo monárquico―, refuerza ese “Poder Ejecutivo que apela directamente a las masas” y, llegado el caso, se sostiene a través de las fuerzas armadas y las fuerzas policiales.

Esto, en cambio, es lo que está en juego en las arduas discusiones que tienen lugar en las crueles provincias de nuestro destino sudamericano, y esto, me parece, es lo que hace tan difícil el diálogo y la convivencia pacífica en nuestras sociedades: no es una discusión, por así decir, en el mismo idioma político, entre quienes sostienen a un partido u otro, sin poner en entredicho las bases institucionales del sistema democrático, sino entre quienes sostienen un pleno funcionamiento de la democracia y quienes invocan la democracia sólo para acceder al poder y, en caso de crisis, como actualmente en Venezuela, para mantenerse en él.

Una respuesta to “¿Nuestro destino sudamericano?”

  1. Don NaiDe Says:

    La diferencia entre el RÉGIMEN de Maduro y la «Democracia moderna» de Guaidó es que uno es un Neototalitarismo descubierto y el otro es encubierto.

    Imprescindible lectura:

    «Y yo me cuestiono, ¿fue contrarrevolucionario o antirrevolucionario el PC? Puede parecer lo mismo pero…¿querían construir, en su lucha a dos bandas, contra el franquismo y activos revolucionarios, un estado comunista en la otra punta de Europa que funcionase como eje transversal para con sus intenciones totalitarias? o ¿simular el PC, como fuerza política ya historicamente reaccionaria y autoritaria, una lucha revolucionaria que ocultase sus verdaderas intenciones: usar la victoria franquista para empezar a justificar ante el resto del mundo revolucionario su inevitable deriva totalitaria como única via posible para contrarestar el auge y avance del fascismo y ocultar así su inherente ideología antirrevolucionaria basada en el control total del movimiento reivindicativo obrero por parte del partido? Es decir, el gran eufemismo totalitario.

    También me pregunto: ¿Y si, a raiz de ese eufemismo sobredimensionador de la imagen revolucionaria, creador de un espejo deformador que reflejaba la parte por el todo, sobreconstruyeron las democracias modernas otro eufemismo sobredimensionador para desacreditar desde la base teórica y no práctica cualquier otra fuerza revolucionaria autenticamente reivindicativa y totalmente autónoma, para reducir a ésta, de la imagen superpuesta diabólica y liberticida, a la nada emborronada de la autocensura prolongada del olvido?

    ¿Es posible que, la intención de las democracias modernas en este sentido, no solo sea para justificar entonces su autoridad política como única via posible ante la temida salida de la “idea diabólica y liberticida revolucionaria”-instaurada ya eficientemente por la vanguardia propagandísitca del Estado “democrático” en el subsconciente colectivo-, sino también para dictar sentencia sobre todo tipo de capacidad social reivindicativa y constructiva como activo transformadorar de la sociedad en la que vivimos, para hacer caer a ésta en el olvido gradualmente como acto de autocensura, para establecer una nueva dimensión política, libre de cualquier tipo de obstaculo crítico, sobre la cual dominar todo y a todos? ¿No es eso un especie de totalitarismo encubierto (Neototalitarismo)?»

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