De la educación pública

y las campañas de carteles en las redes

por Pablo Anadón

Soy Pablo Nicotra, o bien, según mi personal esquizofrenia, Pablo Anadón, egresado como Bachiller en Letras de la Escuela Normal Superior “Dalmacio Vélez Sársfield” de Villa Dolores, un colegio público, laico y gratuito, y egresado como Licenciado y Profesor en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, donde me doctoré y di clases (por lo estudiado ahí, entre paréntesis narcisistas al uso, tuve asimismo la oportunidad de obtener una beca que me permitió hacer cursos de perfeccionamiento en la Universidad de Florencia y enseñar en la Universidad de Cosenza), y gracias a ―o a pesar de, vaya a saber― todo eso, no me chupo el dedo: si algo he aprendido en tantos años de lectura y estudio, en especial de la poesía, es a distinguir la palabra falsa y la verdadera, la palabra manipuladora y la palabra auténtica, y si algo sé olfatear desde lejos, desde muy lejos, como el caballo el olor del peligro en el viento, son los signos inconfundibles de los peligros para el intelecto, entre ellos los que evidencian las oleadas de falsedad y manipulación colectiva, que en los últimos años parecieran estar a la orden del día, merced a la difusión novedosa de las redes sociales, como procedimientos de persuasión política de masas, tales como los carteles semejantes que se leen en estas semanas acerca de la educación y la universidad pública. Veamos algunas de sus características.

1) Por lo general, en vez de textos personales, se recurre a formatos fácilmente reproducibles: basta cambiar algunos datos individuales, “e il gioco è fatto!”. Esto garantiza que la pereza no jugará en contra de su difusión masiva, y garantiza asimismo que la eventual reflexión sobre la propia experiencia universitaria no desviará demasiado el texto de la eficacia tempestiva e impugnadora del mensaje político.

2) En vez de argumentos, se emplean eslóganes de fácil e inmediato efectismo, tales como “la educación pública está en peligro”: no se ofrecen datos verificables, sino que se apela a sospechas y prejuicios; no se hace un examen de virtudes y defectos de una determinada situación, se ofrecen arengas taxativas. Por ejemplo, en este caso (pero puede constatarse una parecida “operación” en otras circunstancias), ante un problema habitual en toda ocasión histórica de crisis económica, como es la negociación salarial, esta problemática puntual es magnificada de manera exorbitante, transformándola en un plan siniestro de atentado contra la educación y la universidad pública, un plan de cuya existencia no hay evidencia alguna.

3) Como en otros tristes casos, se apela a temores de la ciudadanía ―fundados o infundados, para el impacto de la campaña poco importa―: por ejemplo, la identificación del gobierno presente con la pasada dictadura militar ―identificación instigada por el kirchnerismo desde su derrota en las elecciones del 2015 y periódicamente reiterada―, asociación que tendría tanto o menos sentido que asociar al gobierno anterior con el Proceso por haber elegido a César Milani como Jefe del Ejército, es decir, a un militar sospechado y luego condenado por participación en la represión. En este caso, la apelación es a otro temor, otro leitmotiv de la Resistencia y Aguante, tan falso como aquél, un estribillo que repetía en el 2015 la propaganda de las autoridades de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, entre otras muchas universidades bajo el dominio kirchnerista: vale decir, que la nueva administración tiene el firme empeño de destruir la enseñanza pública.

4) Otro signo claro de esta operación manipuladora de la opinión consiste en dar a una reivindicación gremial la entidad de una empresa mayúscula, heroica, en aras de un ideal caro a la ciudadanía, como la Defensa de la Educación y la Universidad Pública (¿quién puede estar en contra de ellas?), educación y universidad que, evidentemente, a menos que el actual gobierno tenga vocación suicida, no necesita ser defendida, porque tampoco hay visos de que se la quiera atacar, ni extinguir, ni tampoco dominar o cooptar, cosa que, en cambio, sí fue una tarea llevada a cabo minuciosamente, no siempre con medios legítimos, durante los doce años del gobierno anterior: todavía no puedo creer, con vergüenza ajena pero sin sorpresa (conozco a varios de sus funcionarios, algunos de los cuales tuve de compañeros durante mi carrera, ya entonces más dedicados a la política universitaria que a otra cosa), que la Facultad en la que estudié y enseñé haya incitado públicamente, hace un par de años, a votar por el candidato de un partido político (Daniel Scioli, claro), incitación que ya entonces se fundaba en tal defensa de la educación pública en presunto peligro inminente, así como el rectorado de la ex diputada del FpV Carolina Scotto otorgó oportunamente el doctorado “honoris causa” a Ernesto Laclau, y así como la mencionada Facultad concedió el Premio “José María Aricó” a Milagro Sala, Horacio González y Horacio Verbitsky, referentes claros del mismo partido por el que se hizo proselitismo institucional.

5) Por último, otra mentira eficaz y efectista a la que se echa mano para justificar esta campaña exitosa (no es casual que sea montada justamente cuando la líder otrora “exitosa” y todo su entorno de poder se encuentran seriamente impugnados judicialmente), es que la misma debe cumplirse a través de la participación de todos y todas a través de las redes sociales porque los “medios hegemónicos” no dan espacio al conflicto universitario, mentira que recurre nuevamente a otra mentira ―puede verificarse mayor pluralidad de opiniones en el presente, incluso dentro de los mismos medios de prensa, de la que se verificaba durante los gobiernos anteriores―, para desbaratar las cuales basta leer los periódicos y escuchar los programas políticos de la más variada orientación, donde tal conflicto está bien presente.

En fin, para cerrar del modo consabido: estoy a favor de la educación y la universidad pública, por cierto, y siempre, llegado el caso, las defenderé ―pero, como decía, no me chupo el dedo, entiendo que hay que darle a cada problemática su justa dimensión (o bien, para decirlo con García Márquez, “no hay que confundir el culo con las témporas”) y, sobre todo, conozco muy bien los bueyes mañeros con los que se ara en la actual hora política.

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