por Pablo Anadón
No han hecho ni hacen la Revolución, pero la esperan y la auguran, y por ella confabulan en las mesas de café, en las redacciones, en las editoriales, en las universidades y, sobre todo, en sus activas y agitadas cuentas de Facebook: la palabra Revolución es, en verdad, su contraseña, como la de un club exclusivo, y les basta para reconocerse.
Son del partido del que conviene ser, para estar del bando de “los buenos y los justos”, aunque la historia haya demostrado que no ha sido justo ni bueno ―pero la Historia, aunque sean historicistas, no les importa demasiado: les importa su presente, y su futuro inmediato.
Dicen, repiten, que la poesía es un arma, cargada incluso, precisamente, de futuro, pero sus versos son inofensivos, pólvora vieja, balas de salva, rifles de aire comprimido: les sirven, igualmente, para ganar trofeos en las ferias literarias, el porvenir real con el que cuenta su ambición.
Su solidaridad es declarativa, verbal, se manifiesta en “gestos”, rara vez concretamente ―descreen de la caridad individual, porque de dar a cada cual lo que le corresponde ya se ocupa o se ocupará el partido―: es solidaridad consigo mismos, es parte de su contraseña revolucionaria.
Si la Revolución triunfara de verdad, una revolución auténtica, tal vez serían enviados a un campo de reeducación, bajo el cargo de inutilidad social, como Brodsky (pero sin haber escrito sus poemas, ni haber hecho sus traducciones, ni haberse atrevido a disentir), o serían más bien los comisarios de la cultura que colaboran para que otros sean enviados a los campos de reeducación, como quienes denunciaron por “contrarrevolucionarios” a Blok, a Mandelshtam, a Pasternak, a Brodsky, como los que denunciaban en nuestro país ―los extremos del autoritarismo siempre se tocan― a estudiantes y profesores en las universidades intervenidas por los militares, o aquéllos que escribían con aerosol negro o rojo, en las paredes de las mismas universidades, “Muerte a Fulano y a Mengano” (auspicios que a veces se cumplían).
Saben que valen poco, literariamente, aunque no se lo digan. Se elogian entre sí, menos por aprecio poético que por táctica política, porque la unidad y la organización hacen la fuerza. La literatura, para ellos, se divide, como la sociedad, entre aquélla de los compañeros de lucha y aquélla de los enemigos.
Odian a los solitarios, en especial a aquél que escribe, como Camus en la última línea de “Jonás o el artista en el trabajo”, “solitario-solidario”, porque el artista solitario les recuerda que ellos sólo cuentan mientras pertenecen a un grupo, a un partido, a ese Pueblo que dicen representar y al que creen dar voz (lo escriben con mayúscula, porque es una entelequia, que mientras sea más vacía, más fácil es de llenar con sus postulados, que no admiten confrontación con la realidad, y con sus frustraciones, lo más humilde y humano de su condición soberbia).
Caen siempre de pie, nunca desde muy alto. Son intrigantes, de la especie de las enredaderas, las trepadoras. Son obsecuentes con los poderosos, aunque el poder de éstos sea pequeño, el pequeño poder de los medios culturales, que es, al fin, su solo horizonte: en ese horizonte reluce el espejismo que los hace avanzar.
Mientras avanzan y ascienden, lo hacen con astucia, la astucia de los negociantes que desprecian, aunque adopten sus métodos, por ejemplo, pisar las cabezas que estorban en su ascenso (también se llama este método, entre nosotros, “ningunear”, es decir, reducir al otro, al fruto de su cabeza, a la inexistencia).
Odian y desdeñan a quienes ellos definen “almas bellas”, y odian también, y más, a los sinceros temerarios a la manera de Alcestes, porque una franqueza como la del “misántropo” de Molière les recuerda su cobardía para decir lo que de verdad piensan, salvo cuando lo que piensan (si pensar sin libertad puede llamarse pensamiento) cuenta con el beneplácito de sus correligionarios y, sobre todo y en cualquier caso, cuando no puede perjudicarlos personalmente.
Triunfarán, porque en el triunfo ―no necesariamente de la Revolución, sino de ellos mismos― ponen todo su denuedo y su dedicación: obtendrán un día, otorgado por otros revolucionarios, su Premio Nacional o Municipal, su cargo de funcionario cultural del Estado democrático que desprecian y contra el cual complotan.
Foto: Gabriela Ventureira
abril 2, 2017 a las 9:32 am
Esos ¨revolucionarios¨saben que son unos mediocres.
Gracias por el texto.
abril 6, 2017 a las 2:51 pm
Dice Pablo Anadón que «los extremos del autoritarismo siempre se tocan» y a mí me hace ruido porque me pregunto cuáles serían los extremos del autoritarismo, en qué escala lo está midiendo. Una primera aproximación ingenua nos diría que el autorismo es una magnitud escalar que se podría medir en una línea cuyos extremos serían cero, es decir la ausencia de autoritarismo, y cierto valor máximo (autoritario a más no poder). Pero en este esquema, claro, es absurdo decir que los extremos pueden tocarse. Evidentemente se refiere a otra cosa.
Creo saber a qué otra cosa se refiere. El contexto de esa frase (una comparación entre la dictadura argentina y el período postrevolucionario en Rusia) hace pensar inmediatamente en la «teoría de la herradura», un engendro que viene a ser el sustituto pop de una verdadera teoría política, más apto para un estado de Facebook o un post en Tumblr que para las páginas de un artículo académico. Según esa teoría la ultraizquierda y la ultraderecha son prácticamente lo mismo porque tienen un rostro parecido: el del autoritarismo. Es decir que los «extremos» de que habla Anadón son extremos en el espectro ideológico (izquierda/derecha) en lugar de extremos «del autoritarismo». Vale decir: el autoritarismo ES el extremo de ambas vertientes.
El problema con esta concepción es claro. Al identificar los extremos del espectro ideológico con los extremos del autoritarismo, Anadón nos está diciendo en última instancia que autoritarismo e ideología son la misma cosa. O, al menos, que toda ideología «extrema» (?) es autoritaria. Releer el post luego de arribar a esta conclusión no hace más que constatar la presencia de ese sustrato, el esqueleto de pobreza intelectual de la «teoría» mencionada.
Para parafrasear a Anadón, yo diría que «sabe que vale poco» pero igual escribe, tal vez en busca de su propia forma de triunfo.
abril 6, 2017 a las 6:00 pm
Más allá de la descalificaión gratuita del último párrafo (que bien puede aplicarse al autor de comentario), ya Koestler y Orwell comprendieron que los nazis y los comunistas se parecían más de lo que estos últimos están dispuestos a admitir.
Q
abril 7, 2017 a las 3:14 pm
Coincido con Quintin.
abril 7, 2017 a las 4:01 pm
La descalificación del último párrafo está tomada textualmente del post. No es «gratuita», en todo caso es «devuelta». (¿No es «gratuito», en un texto sobre la postura política de un grupo X, atacar su calidad literaria? ¿No es una generalización insostenible, además? Imagino que habrá buenos y malos poetas en todas partes.)
Respecto de «los comunistas»… ¿qué decir? Orwell escribía sobre Stalin. No creo que haya muchos estalinistas entre los poetas revolucionarios posmodernos. El texto de Anadón exagera con la brocha gorda, de ahí que difícilmente pueda justificar cualquiera de sus afirmaciones.
abril 7, 2017 a las 5:11 pm
Resulta graciososo ese razonamiento que le atribuye a Stalin todos los males del comunismo, como si las otras dictaduras comunistas tuvieran otros principios. ¿Algún ejemplo en contrario? Claro, todavía hay quien dice que Cuba es la verdadera democracia, con lo que se ratifica la plena existencia del estalinismo.
Q
abril 7, 2017 a las 6:08 pm
Linda voltereta lógica para seguir asimilando a los poetas de izquierda que no le gustan a Anadón con los dictadores de cualquier tipo. No me voy a meter a discutir los méritos o peligros del comunismo porque no es el tema en discusión.
Baste decir que «Si la Revolución triunfara de verdad, una revolución auténtica», probablemente ninguno de estos poetas sería reenviado a ninguna parte, ni siquiera Anadón debería abandonar su hogar, aunque seguramente muchos poseedores de tierras improductivas deberían, sí, entregarlas al Estado, y muchos capitales serían confiscados. Pero a Anadón no le interesa eso; una vez que se las ingenió para asimilarlos a los nazis (operación exitosa, en vista de tu comentario anterior), su trabajo está hecho.
Un sinsentido de punta a punta, claro. Pero hay gente para todo.
abril 7, 2017 a las 7:01 pm
Sí, sobre todo hay gente dispuesta a seguir jugando al juego de la revolución y el progresismo en un ambiente en el que nadie piensa de otra forma y toda contradicción con el dogma es proscrita. Parecen el Sindicato de Escritores de la URSS.
Q
abril 7, 2017 a las 8:58 pm
Sí, la unidad de la izquierda argentina es notable. Jamás se ha visto un ambiente más homogéneo y con menos discusiones internas. No señor.
abril 7, 2017 a las 9:25 pm
Están peleados entre sí, pero coinciden en la dictadura imperio-capialista de Macrigato. Y todos, todos apoyan a Baradel y sus movidas teledirigidas desde El Calafate. Y eso, en definitiva, es lo que importa.
Q
abril 7, 2017 a las 9:44 pm
Estás MUY desinformado respecto de lo de Baradel (basta recorrer, qué sé yo, cualquier grupo o foro o ámbito de izquierda en Internet), pero aun si tuvieras razón, no coincido en que eso «es lo que importa». El apoyo circunstancial a un gremialista o al sindicalismo en su conjunto no tiene mucho que ver con todas las cosas que Anadón larga sobre los poetas revolucionarios en este texto.
Yo te veo muy obsesionado con la política chiquita de coyuntura, Quintín. Me parece improductivo y además creo que es eso lo que te lleva al error del trazo grueso (lo que está en este texto y que estás apoyando en tus comments). Además, un tanto conspirativo lo tuyo, aunque esto ya lo conocíamos hace años. ;)
Con cariño te lo digo, no vale la pena publicar estas columnas boludas, hay muchísimo más para pensar, no sólo respecto de la posición de los poetas frente a la política, sino sobre cómo se puede en general representar al pueblo (o al Pueblo, como escribe Anadón) y cuáles son los compromisos que cualquiera que se considere progresista o incluso «revolucionario» puede admitir en pos de una reforma social. El crítico más feroz del utopismo intransigente fue Marx, que les dedicó un texto tremendo a los que, desde la izquierda, se negaban a aceptar cualquier mejora parcial en las condiciones de vida de la clase obrera para no transigir con el sistema. Y Marx, creo que estaremos de acuerdo, era revolucionario.
abril 7, 2017 a las 9:58 pm
Lo que vos llamás «chiquitito» es, para mí, la única discusión política interesante: si estamos o no con la democracia republicana. Los matices de la discusión entre revolucionarios me tienen sin cuidado porque yo estoy en contra de la Revolución. Por otra parte, la política editorial de LLP, felizmente, sigue siendo decisón nuestra.
Por último, me hace gracia eso de «hay mucho más que pensar». Nadie te impide pensar lo que tengas ganas, ahora estaría bien que dejes pensar y expresarse a los demás en lugar de pedir censura.
Q
abril 7, 2017 a las 10:52 pm
¿Quién pide censura? ¿Quién no deja pensar y expresarse a los demás? Ves fantasmas, Quintín. Consecuencia natural, tal vez, de desdeñar los matices.
abril 8, 2017 a las 5:10 am
Es un sofisma referirse a ‘línea’ o ‘herradura’ para interpretar actividades humanas como la política, que no tienen principio ni fin en el contexto de nuestras vidas, unico termino de referencia para nuestras experiencias. Si hablamos de un circulo, en que 0 y grado 360 se tocan, lo que dice Anadón es claro.
Tambien es claro que cualquier ideologia llevada al punto de revolución es extrema y autoritaria. Cualquier revolución es, por definición y experiencia, la imposición de una forma de entender la sociedad y gobernarla sobre todas las otras opciones, excluyendolas. Eso es común a todas las revoluciones, de derecha o izquierda, y el motivo por el que, a la larga, fracasan.
El totalitarismo de hablar de ‘representar al pueblo (o Pueblo)’ como hace Lalaurette es integral al totalitarismo de izquierda o de derecha. No existe ‘el pueblo’, entidad mítica útil a los dictadores. Existe una comunidad integrada por sectores muy diversos, con intereses y opiniones no coincidentes. La política democrática se basa en la alternancia y balance de esos sectores en el poder, el autoritarismo en el sojuzgamiento de todos a uno.
abril 8, 2017 a las 10:49 am
¿No es Lalaurette el que pide que no se publiquen las notas? Pero se enoja cuando le hablan de censura. No entiendo. Y eso de recurrir a los «matices» es justamente lo que señala Guillermo: el intento de disimular la evidencia de que, en el territorio revolucionario, el proyecto es siempre la dictadura, aunque se peleen por la forma de lograrla.
Q
abril 8, 2017 a las 10:51 am
Todos tienen el derecho a soñar con una «revolución auténtica». Lo que no tienen derecho es en convertir los propios sueños en una pesadilla de los demás.
En cuanto al material de esos sueños, no hay que olvidar lo que enseñaba Marx, de que la historia está sujeta a un padrón progresivo que puede ser detectado en el pasado y extrapolado al futuro.- Una de esas leyes, quizás la más importante para su teoría, aunque él no llegara a conocerla, se expresaría así “Toda aplicación del sistema marxista a una sociedad concreta lleva inexorablemente al estalinismo y al triunfo de la burocracia”.- La historia lo confirma. El marxismo en las sociedades poscapitalistas se transforma en ideología de Estado, al servicio de un orden opresivo y explotador, conformando un Estado totalitario, monopolizado por una capa estamental con intereses propios, distintos y opuestos a la de los trabajadores.-
Por eso, como recomienda el poeta, a los soñadores:
Mantén tu espada en la vaina,
y que todos estén de acuerdo.
mejor que el mundo siga dormido,
que ser despertado por ti.
Los insensatos son solo más débiles
con todo nuestro coste y cuidado;
pero ninguna de las partes ha ganado,
porque la cosas siguen como eran.
John Dryden.
abril 8, 2017 a las 4:04 pm
Yo no pedí que no se publiquen las notas, dije que no vale la pena publicar notas boludas. Decir que algo no vale la pena no es lo mismo que impedir que se haga, es simplemente emitir una opinión.
Matices hay siempre, en todo asunto y especialmente en la política y en el arte.
Guillermo, ¿no creés que vas un poquito lejos al asociar la idea de «representar al pueblo» con el autoritarismo? Después de todo, la democracia representativa se basa justamente en esa idea… y creo que es el sistema menos autoritario con el que contamos hoy, ¿no? A menos que solamente te parezca válida la democracia directa al estilo ágora griega.
abril 8, 2017 a las 7:58 pm
Nadie «representa al pueblo» como un todo unánime. Eso es lo que creen los totalitarios (cuya oposición es, por definición, el antipueblo). La democracia represrntativa es lo contrario.
Q
abril 8, 2017 a las 10:44 pm
¿Ves cómo hay matices?
Por eso, justamente, escribí: «hay muchísimo más para pensar, no sólo respecto de la posición de los poetas frente a la política, sino sobre cómo se puede en general representar al pueblo (o al Pueblo, como escribe Anadón) y cuáles son los compromisos que cualquiera que se considere progresista o incluso “revolucionario” puede admitir en pos de una reforma social.» Porque hay, en efecto, mucho para pensar. Porque hasta vos, en tu fanatismo, te das cuenta de que analizar la realidad en términos de negro y blanco es un despropósito.
abril 8, 2017 a las 11:46 pm
No sé de qué fanatismo hablás. El fanatismo, para mí, es no aceptar que el mundo se divide en revolucionarios/porgresistas por un lado y fanáticos/fachos por el otro y que los primeros son los que valen.
Q
abril 9, 2017 a las 12:36 am
Es que acá nadie dijo tal cosa. Le estás contestando a un fantasmita que te armaste en la cabeza, no a nadie que haya intervenido en esta línea de comentarios.
Cuando hablo de fanatismo, hablo de tu obsesión carrioísta de ver en cualquiera que no comparta tus ideas la obsesión de destruir la república para instaurar el totalitarismo y el terror. Anadón y su brocha gorda siguen la misma línea, aparentemente. La realidad admite lecturas un poco más complejas.
abril 9, 2017 a las 12:41 am
«Fantasmita». «Obsesión carrioísta». ¿Pretendés que te respeten para discutir cuando no respetás? ¿Quién carajo te creés que sos?
Q
abril 9, 2017 a las 12:46 am
Para que quede claro, por si hiciera falta: cuando me achacás (a mí, creo entender) que divido el mundo entre «revolucionarios/progresistas» y «fanáticos/fachos» te estás equivocando. Para mí, «revolucionarios» y «progresistas» son categorías distintas, igual que «fanáticos» y «fachos». Yo creo que vos sos un fanático, pero no un facho, y creo que claramente hay progresistas que no son revolucionarios.
Pero yo creo que ya sabés esto, porque soy yo justamente el que pedía considerar los matices y vos el que dividía a la gente en dos bandos bien determinados: los que están a favor de la democracia republicana y los que están en contra de ella.
abril 9, 2017 a las 1:16 am
Esa es la división que me importa. Mientras un progresista sea, como ocurrió desde la Revolución Rusa, furgón de cola, idiota útil o camarada de ruta de los revolucionarios, es uno de ellos. Es la historia que vivimos todos y que seguimos viviendo. Lo demás es paja.
Q
abril 9, 2017 a las 1:34 am
Me cansé, Quintín. Un abrazo.
abril 9, 2017 a las 7:15 am
Para Lefort, la democracia es una forma de sociedad en la que la gente se relaciona a partir de la creencia de que el poder ya no tiene dueño (como se creía en otra forma de sociedad, el Antiguo Régimen, donde el poder era propiedad del rey). Por esta circunstancia, el poder es un lugar vacío . Lo pueden ocupar distintas personas o grupos durante algún tiempo, pero nadie lo puede “llenar”, ni se lo puede apropiar. Además, la sociedad democrática es la única en la que, como dice Lefort, se han separado las esferas de la ley, el saber y el poder. Esto significa que es la única sociedad donde ya no creemos que la verdad (el saber) es un atributo exclusivo de los gobernantes. En la sociedad democrática ya no hay una única verdad, y toda verdad tendrá que surgir de una discusión. El poder tampoco es el dueño de la ley ni del derecho. Así, la sociedad democrática es una sociedad inquieta, llena de interrogantes, abierta a múltiples respuestas y siempre dinámica, en la que todo está en discusión permanente. La discusión, el conflicto y la división constituyen el modo en que la sociedad se da permanentemente forma a sí misma, y encuentra su unidad a partir de las diferencias.”
Cuando ese lugar vacío es ocupado por alguien, que se considera dueño del mismo, invocando al pueblo, a la revolución o al mandato de la historia, la democracia ha dejado de ser tal, y es reemplazada por un orden totalitario, no importando su ideología, puesto que en definitiva los distintos modelos históricos del Estado totalitario convergen en un mismo trabajo práctico de destrucción de lo político como lugar de confrontación de la pluralidad y de la diversidad humana.