Abrazos culturales y liderazgos fuertes
por Pablo Anadón
Leía en el periódico Página 12 del 9 de agosto, la noticia del «abrazo cultural en defensa de Hebe», un abrazo en el que me entero que se han reunido numerosos «referentes intelectuales y artísticos», y el texto en que se fundamenta tal abrazo verbal me confirmaba lo que pensaba días atrás sobre la pulsión simbolizadora que mueve a muchos de estos referentes, si no queremos pensar en la necesidad ―estuve a punto de escribir necedad― de defender lo que se defendió por años para no tener que aceptar un posible error o un defecto de credulidad.
En efecto, el abrazo, que incluye asimismo a Milagro Sala, está sostenido por la convicción de que «Milagro y Hebe son símbolos que se busca golpear, mujeres que proponen trayectorias biográficas ancladas en la lucha». Podemos coincidir en tal valor simbólico; lamentablemente, el «anclaje» de sus trayectorias biográficas de los últimos años aparentemente muestra algunas derivas hacia procedimientos no justamente legales, procedimientos que habrían perjudicado a muchos conciudadanos y beneficiado a ellas mismas. Pero a estas derivas y procedimientos, que son los que la Justicia investiga (tiene el deber de investigar), los intelectuales y artistas que adhieren al abrazo solidario no les otorgan siquiera el beneficio de la duda, dado que la preeminencia y la imperiosidad del símbolo obnubila toda disposición crítica, toda razonable duda, e incluso toda sensatez, llevando a los propulsores del abrazo al contrasentido de afirmar que «no vamos a avalar de ninguna manera esta avanzada represiva, cometida por jueces y fiscales serviles y reaccionarios, que hasta ayer nomás cajoneaban las causas de acuerdo al gobierno de turno». Desde luego, en su ofuscamiento, a nuestros referentes intelectuales y artísticos no se les ocurre detenerse a pensar que los «gobiernos de turno» que tuvimos «hasta ayer nomás», los que habrían impelido a tales «jueces y fiscales serviles y reaccionarios» a «cajonear las causas», fueron justamente los gobiernos kirchneristas.
En el mismo periódico leía también, en página enfrentada, unas reflexiones de Horacio González tituladas «Pensar los liderazgos» (título que, notablemente, podríamos encontrar asimismo en algún módulo de un curso de universidad empresarial), en las que el siempre diáfano y siempre preciso estilo del nunca confuso referente de Carta Abierta dedicaba su precioso tiempo y su claridad mental a comentar concienzudamente las entrevistas a la pensadora política Cristina Fernández de Kirchner, no privándose de citar, por cierto, a Jacques Rancière. Destaca, así, en las declaraciones de la ex presidenta-filósofa, «la visión de la geopolítica internacional como punto fuerte de su análisis, en coincidencia, hay que decirlo, con Putin», uno de los líderes actuales que el autor de La ética picaresca pareciera presentar como un modelo de liderazgo actual (digo «pareciera» porque sabemos que nuestro sociólogo siempre «pareciera» hacer afirmaciones, dejando al lector la libertad de tomarlas, por ejemplo, como negaciones). Dice González:
Creo que no está mal ese enfoque, que la llevó [a CFK] a juzgar a Putin como «un líder moderno de la era de Perón», o sea figuras únicas y fuertes, y no comités centrales (como China) o el aparato industrial-militar como EE.UU. («donde no importa quien gane»), o si no ese islamismo radical, «el difuso Estado Islámico». A estos últimos los calificó de liderazgos posmodernos, mientras el de los estilos personales fuertes, Chávez, Perón, Putin, de «modernos».
En fin, Fernández de Kirchner, Putin, Chávez y Perón, un solo corazón. Dejemos a Perón y a Chávez, para no herir sensibilidades, y se me permita, dado que la desventurada Rusia mi sta a cuore, recordar que, desde que el ex agente de inteligencia de la KGB Vladimir Putin ejerce su «liderazgo moderno», en el país eslavo se registra un formidable, un llamativo incremento de leyes represivas y discriminatorias; violaciones de los derechos humanos; racismo; persecución de las minorías sexuales y étnicas; más de cincuenta asesinatos ―la mayoría no esclarecidos― de periodistas, activistas y disidentes políticos, entre los cuales los legisladores y periodistas opositores Anna Politkovskaya (autora de los libros La Rusia de Putin y El infierno de Chechenia), Yuri Schekochikhin, Galina Starovoitova y Serguei Yushenkov, Anastasia Baburova; el encarcelamiento de defensores de derechos humanos; la declaración, por ley, de las organizaciones de derechos humanos como «agentes extranjeros», etc. etc. Sería muy interesante asimismo, se me ocurre, que el Dr. Horacio González, Premio José Aricó de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, consultara la opinión de los intelectuales de Cechenia y de Ucrania sobre el «liderazgo moderno» de Vladimir Putin.
La página de González alberga otras sorpresas: gracias a ella venimos a saber que la ex presidenta no es sólo una avezada especialista en geopolítica internacional, sino también una suerte de filósofa ética y metafísica. Así nos la descubre el referente intelectual de Carta Abierta:
Cristina reapareció pensando la política sobre las coordenadas de la vida inmediata y la muerte posible. Con palabras parecidas a esta glosa, lo ha dicho. La muerte de su marido la llevó a una nueva reflexión sobre el poder, entendiendo al fin que el poder es la excepcionalidad del luto y retiene también desconocidos despliegues de éxtasis colectivo, que son centellas que pueden pasar sin que las percibamos. Ya antes insinuaba la fugacidad de las cosas, la vanidad suprema con que el poder hacía creer en una insustancial inmortalidad.
Luego de leer este párrafo a alguien puede ocurrirle que se encuentre dudando: ¿está hablando González de reflexiones de nuestra conocida «abogada exitosa” o de un meditativo Marco Aurelio en posmodernas vestes femeninas de costosas marcas y ―para medir la vanidad del tiempo ante la eternidad― relojes Rolex Lady Date Just? Evidentemente, la comprensión de la «vanidad suprema» del poder no le ha impedido a la ex presidenta extraer ciertos pingües beneficios materiales de tal vanidad. Así como Hannah Arendt habló, como es archisabido, de la “banalidad del mal”, estas disquisiciones de Horacio González permiten conjeturar que existe también algo que podríamos definir como la banalidad filosófica cortesana, vale decir, un pensamiento que, consciente o inconscientemente, adopta un tono solemne y sapiencial ―viene el recuerdo de los parlamentos del Polonio hamletiano― para referirse halagadoramente a conductas y discursos de los poderosos que merecerían un análisis bastante menos sublime.
En fin, la cercanía de las notas de Horacio González y del «abrazo cultural» se diría que no es sólo gráfica: en ambas, además de una pulsión simbolizadora tan miope cuanto maniquea y fundamentalista (todo lo que pareciera «de izquierda» es bendecido acríticamente), además de tal «banalidad» desligada de los datos concretos de la realidad, se verifica una semejante predisposición, que no puede sino definirse como antidemocrática, ya sea por el desconocimiento o el desprecio hacia uno de los pilares del sistema democrático como es la Justicia, ante cuyo derecho de investigar cualquier sospecha de ilegalidad y corrupción se pretende erigir una valla solidaria de presión, creando un inaceptable precedente de privilegio y de inequidad, ya sea por el enaltecimiento de «líderes fuertes» que han demostrado con amplitud su vocación autoritaria, personalista y nada o escasamente republicana.
Foto: Gabriela Ventureira
agosto 12, 2016 a las 8:54 am
Debe ser triste ser Horacio González, con ese look de un Frankenstaien del Third World y esa prosa engolada y pretenciosa que hubiera hecho reír incluso al Roland Barthes de los 70′.
«Cristina reapareció pensando la política sobre las coordenadas de la vida inmediata y la muerte posible». Es casi imposible superar la estupidez de esta frase, y es sólo una entre tantas. Lo preocupante es el país que hizo posible a este hombre y le ha dado un puesto institucional como mentor y guía cultural. Toda esta clase excrementicia desaparecerá, naturalmente, pero al modo argentino: reproduciendo los viejos discursos franceses de hace cuarenta años, y reblandecidos por el modo en que el poder y los privilegios les estrujan el cerebrito.
agosto 12, 2016 a las 11:50 am
Uno debería sacudir los textos glosados en la nota, y una vez que se caiga todo la hojarasca se encontraría con la desnudez de tres mujeres -Cristina-Milagro-Hebe- ilícitamente asociadas para saquear a la sociedad, confundiendo lo público con lo privado, al mejor estilo de los regímenes patrimonialistas africanos. Dios las cría y los vientos judiciales las amontonan.
agosto 16, 2016 a las 3:11 pm
Las tragedias en escala nacional marcan a los paises en que pasan. En ese sentido, es comprensible que la represión del Proceso haya marcado a Argentina con tanta fuerza. Pero eso ha pasado en otros países, como Alemania, Espana y tantos otros en que la brutalidad nazi/fascista de los 30s/40s mandó a millones a la muerte.
Puede ser grotesco hablar de cifras, un asesinato despiadado por razones politicas es tan objetable como el de millones. Pero en Argentina se pone tanto enfasis en ‘la cifra’ – los benditos 9, 15 o 30 mil – que hay que mencionarlo en el contexto de lo que me refiero, el puterío intrinseco de la mentalidad que hace a Bonafini o Carlotto posibles. Bonafini es mucho mas grotesca a primera vista, porque es esencialmente una bestia promovida por las circunstancias a un rol que no le da la inteligencia para ocupar. Carlotto es mucho mas relevante, el equivalente humano de lo que somos como país, una comunidad que tiene motivos para sentirse protagonista, pero los destroza en el proceso de creerse mas importante de lo que es antes de lograrlo.
En ninguno de los paises en el mismo espectro cultural occidental al que Argentina pertenece han surgido figuras comparables a Carlotto o Bonafini, aunque ha habido casos equivalentes de gente dedicando su vida a la reparacion de danios causados por la brutalidad totalitaria. Porque en Argentina se reduce el tema de los derechos humanos( muy particularmente por quienes se declaran guiados por ellos) a algo digno de Bailando Por Un Sueno, en que la danza del cano o la ‘preocupacion’ o el ‘dolor’ por los desaparecidos son primordialmente vehiculos para el deseo de protagonismo.