por Quintín
14 de septiembre
Ayer me enojé con Juan Forn. Estaba mirando el segundo volumen de Los viernes, la recopilación de sus contratapas en Página/12 (este corresponde a 2008), anticipando que el placer de leerlo sería análogo al que me deparó la primera entrega. En eso me encontré con un artículo sobre Cabrera Infante titulado Caín viendo llover en La Habana. Desgraciadamente, Forn lo escribe desde el progresismo, es decir ignorando que el régimen castrista fue (y es) una tremenda desgracia para el pueblo cubano. Desde el progresismo supone (como es reglamentario en ese diario) que haberse opuesto con toda el alma a los Castro como hizo Cabrera es un acto indigno, lamentable, en todo caso un capricho.
Forn dice una serie de tonterías, la peor de las cuales es suponer que no fue el régimen lo que le arruinó la vida a Cabrera Infante privándolo de la posibilidad de vivir en la ciudad que amaba, sino que todo fue su culpa, o en todo caso de la psiquiatría americana que lo sometió a electroshocks cuando ya el exilio lo había alterado. Incluso, con insólita frivolidad, sugiere que Cabrera se debería haber quedado a morir en Cuba como hicieron Lezama Lima y Virgilio Piñeyra. Forn sostiene que Cabrera no escribió nada bueno en el exilio. Por un lado descalifica Mea Cuba, el brillante libro de escritos políticos disidentes que incluye en particular Quién mató a Calvet Casey, un ensayo ejemplar, desgarrador, sobre el efecto de un poder totalitario sobre un individuo débil y desprotegido.
Por el otro, Forn sostiene que Cabrera escribió La Habana para un infante difunto ocho años antes de publicarlo, porque esa peregrina idea abona la teoría de que ningún cubano escribió nada decente desde la disidencia y que todo lo que tuvo algún mérito en su prosa fue anterior a que se pusiera en contra de la Revolución. Cargando las tintas más allá de lo decoroso, Forn llama «tristemente célebre» a la entrevista que le hizo Tomás Eloy Martínez a Cabrera Infante en Primera Plana, en la que el escritor anunció que había dejado de ser un compañero de ruta. Volviendo al tema de la esterilidad de los disidentes cubanos, a Forn se le pasa por alto algo mucho más evidente: la absoluta inanidad de la literatura cubana desde que se afianzó la Revolución. En medio siglo, los cubanos no han producido un escritor (ni un cineasta) a la altura de los que tenía en 1960. Pero Forn se la agarra con el pobre Cabrera, que murió lejos de su lugar por culpa de la vana ambición totalitaria de los hermanos Castro.
Al final, Forn se arrepiente un poco y rescata Vidas para leerlas, un libro de Cabrera Infante que tiene mucho que ver en su formato y propósito con las contratapas de los viernes de Forn, que seguiré leyendo aunque prevenido ante la posibilidad de encontrarme con otro acto de crueldad como el que el autor comete con la memoria de Cabrera.
Para calmarme, escucho a Lee Konitz, en Motion, un disco muy corto grabado en 1961 en el que tocan Konitz en saxo alto, Sonny Dallas en bajo y Elvin Jones en batería. Leo que es de lo menos experimentales, «más accesibles» de Konitz.
En estos días, con Flavia reincidimos en la política local. La coyuntura que atraviesa la Argentina es muy peligrosa y requiere hacer algo para que cambie. La semana pasada, fuimos a la inauguración de un local de Cambiemos en San Bernardo, en el que estuvo el Momo Venegas, con el que no resistí la tentación de sacarme una foto. Era raro ese acto, porque en el Partido de La Costa, Cambiemos lleva como candidato a intendente a un peronista, Marcos «Cotoco» García, que le ganó la interna al radical Alonso. Es interesante esa perspectiva de unidad contra el kirchnerismo en la que los peronistas por fuera del aparato estén incluidos. Por eso, el domingo también fuimos a un asado en el local de San Clemente, típica y folclórica reunión cuya función no me queda del todo clara. Allí hablamos unas palabras con el candidato, quien más allá de su necesidad de agradar parece un tipo afable. Le propuse hacerle una entrevista para el blog porque creo que tiene cosas que decir. Por ejemplo, nos dijo una: que un importante porcentaje de los habitantes del partido viven todo el invierno de la caza y de la pesca (literalmente). Espero que se concrete esta semana.
Vi los diez partidos de la fecha de la Premier League. Es algo que no hacía desde la temporada anterior, cuando cometí esta locura un par de veces. Fue muy entretenido. Hubo un partido lamentable como West Bromwich – Southampton (el único cero a cero) y fue bastante malo también el que perdió mi equipito el Swansea con el Watford. Pero hubo otros fantásticos, como el que Leicester, conducido por un gran jugador como el argelino Mahrez, le dio vuelta al Aston Villa, para el que previamente habían hecho dos golazos Grealish y Carles Gil, dos juveniles que nunca habían convertido en la Premier. Ayer vi otro partido interesante, el que el West Ham le ganó al Newcastle con dos goles de otro crack, el francés Dimitri Payet, que ya tiene 28 años y el año pasado lo pasó en el Olimpique de Bielsa. Para disfrutar de la Premier es muy importante seguir la transmisión en inglés, porque los relatores conocen lo que pasa en cada momento y le dan a las situaciones la emoción adecuada, sin gritar ridículamente los goles.
Eso nos lleva a la epifanía futbolística de la jornada. Jugaban el Manchester United y el Liverpool. Hace unos días, por causalidad vi jugar a un tal Anthony Martial para el Mónaco contra el Valencia en un partido clasificatorio para la Champions League. Me impresionó enormemente la habilidad que tenía, la capacidad para generar jugadas en ataque. Se ve que impresionó a alguien más porque hace dos semanas, poco antes de que se cierre el libro de pases,
lo compró el United por 35 millones de libras, la cifra más alta de la historia por un jugador menor de veinte años (tiene 19). El sábado, Van Gaal lo puso en el banco. El primer tiempo fue muy malo y terminó sin goles. En el segundo, el United hizo un gol de entrada y, al rato, Van Gaal hizo entrar a Martial y se escuchó el murmullo que acompaña a los debuts muy esperados. Cinco minutos más tarde, el United hizo el segundo gol de penal y el partido parecía terminado porque el Liverpool jugaba muy mal y no había pateado al arco. Pero Martial, completamente inexpresivo en sus gestos, no tocaba la pelota. Tuvo una sola intervención de interés, cuando agarró la pelota pegado a la línea lateral y la defendió contra tres contrarios hasta que el réferi le inventó un foul a favor. Se levantó y siguió con su cara de malo. Los relatores se preguntaban si Martial era tan bueno como para justificar los 35 millones y que se hablara de él como del nuevo Thierry Henry. Faltando 7 minutos, desde la nada, descontó el Liverpool mediante un golazo de tijera del belga-congoleño Christian Benteke.
De pronto, la tranquilidad del United se esfumó y parecía que el Liverpool lo arrollaba. Allí Martial pescó una pelota sobre la izquierda del área. Era su primera participación neta en ofensiva. Tenía un defensor adelante. Lo gambeteó con un amague (no me hagan decir «amago»), quedó frente al arquero y definió abajo al segundo palo, abriendo el pie derecho (sí, a lo Henry). Todo ocurrió en un segundo, pero de un nivel de emoción superlativo. El relator inglés colocó la voz y dijo: «They said the boy could play. And the boy can play!». Sublime.
Foto: Flavia de la Fuente
septiembre 15, 2015 a las 12:14 pm
Buena, buena entrada. Me resulta inexplicable que no hayas incursionado nunca en el periodismo futbolero entre otras cosas. The boy can play!
http://www.youtube.com/watch?v=087Bv3p4KLQ
septiembre 15, 2015 a las 7:21 pm
Le iba a proponer una lectura de «Unguión para Artkino» de Fogwill, pero una búsqueda en el blog (https://lalectoraprovisoria.wordpress.com/comentario-fogwill/) indica que ya lo leyó. Aunque sin dudas son tiempos para comentarlo y ponerlo de nuevo en circulación…
septiembre 16, 2015 a las 7:30 am
En Literatura y Revolución (1924), León Trotsky dice:
«Entre el arte burgués, el cual desperdicia repeticiones o silencios, y el aún innato nuevo arte, que será definitivamente marxista, se está creando un arte de transición, que está más o menos orgánicamente conectado con la Revolución, pero que, al mismo tiempo no es todavía formalmente el arte de la Revolución. Ellos no son los artistas de la Revolución proletaria, sino sus «compañeros de ruta», en el sentido que los viejos socialistas le han dado a esa palabra. Con respecto a los compañeros de ruta, la pregunta que siempre surge es ¿qué tan lejos irán? Este interrogante no puede ser respondido de antemano, ni siquiera aproximadamente. La solución de aquél depende no tanto de las cualidades personales de tal o cual compañero de ruta, sino de la tendencia objetiva de las cosas durante la década siguiente».
No sé si las condiciones objetivas de las transformaciones kirchneristas alcanzarán para que Juan Forn dé el paso definitivo hacia las filas de la Revolución y ayuda a transformar a Página 12 en Granma. O seguirá viviendo más o menos como hasta ahora en una plácida radicalidad. Veremos.
septiembre 16, 2015 a las 8:02 am
Quintin: Te cuento algo una anécdota sobre el tema del que hablás. No me extraña lo de Juan Forn, aunque, me gustan muchas de sus contratapas y le tengo una simpatía especial. Pagina 12 siempre denostó a Cabrera Infante y su nombre solo se lo permitia pronunciar para injuriarlo. Uno de los libros de Alvarez Tuñón tiene una contratapa de Cabrera Infante y eso bastó para que lo censuraran en Radar y el lo contó en un reportaje. Alguien le dijo «Te arruinó que te alabara un gusano». Pero tampoco debemos ensañarnos con Forn, creo que no debemos ser como ellos y ,repito, disfruto mucho sus textos., Un abrazo
septiembre 16, 2015 a las 10:51 am
Pobre Cabrera. Fue de los pocos, quizás el único del llamado Boom Latinoamericano que sufrió verdaderamente el exilio, algo para agriar el carácter del más templado. Sin embargo no permitió que la tristeza pasara a su escritura. Sólo al final, cuando comprendió que ya no volvería, se permitió una licencia. Es una página triste en todo sentido, aun así no pudo con su genio y le puso un título feliz.
http://elpais.com/diario/2005/02/27/opinion/1109458807_850215.html
septiembre 16, 2015 a las 4:14 pm
Jack Palance imagino al auténtico Fidel, en «Che!» de nuestro héroe Richard Fleischer… y nadie le creyó!! :D
septiembre 16, 2015 a las 8:30 pm
Forn, por más que intente disminuir la importancia de Cabrera Infante como escritor, no puede dejar de reconocérsela. El mensaje que contiene su nota de Página 12, me parece claro: Es preferible vivir como un esclavo en la tierra de la revolución, que como un ser libre en la del imperialismo, puesto que la libertad termina por destruir el cerebro de los intelectuales. La pregunta obligada: ¿qué fue lo que le destruyó el cerebro a Forn para que piense así?
septiembre 17, 2015 a las 12:04 pm
Había en Cabrera Infante un eco como de vieja nobleza. Me recuerda la anécdota que refería Junger sobre el conde Schulenburg. Mientras éste escuchaba al tribunal popular que terminaría ahorcándolo, que lo trataba de “canalla” Schulenburg, un juez se distrajo y lo llamó “conde”. El acusado corrigió con una ligera inclinación:
-Por favor, canalla Schulenburg.
mayo 3, 2023 a las 9:53 pm
[…] blog La Lectora Provisoria donde un tal Quintín, en la entrada del 14 de septiembre de 2015 – “Diario intermitente (37)” – comienza su pieza, “Hoy me enojé con Juan Forn…”. El escritor del blog la emprende […]