por Hernán Firpo
A)
El Artista ahora está invitado a la Convención Anual de –valga la redundancia– Artistas Originales (CAAO), encuentro donde sólo se accede mostrando la Oblea de Identificación (ODI) para artífices únicos. Este año la convención anual se hace en Hebraica, en el salón Marcelo Birmajer. Los artistas originales se reúnen anualmente en una multisectorial que permite el intercambio y la correspondencia de creadores en distintos rubros. El maestro del helado artesanal y el vendedor de VHS lo definen como “un magnífico acontecimiento”. El Artista, nuestro artista, dice que se trata de “una colisión polisémica”.
Al frente de la convención, una vez más, está Dieguillo, alias artístico que el escritor sólo usa para acontecimientos y presentaciones. Dieguillo es el actual director de la CAAO. ¿Por qué? Porque Dieguillo es una persona convenientemente atormentada y con decepciones varias en nombre del arte. Algo que lo vuelve una persona sumamente confiable.
B)
En el arte y otras actividades con ciertas pretensiones, rara vez la independencia sea una ofensiva declarada. Por lo general, la autonomía ética-estética se parece a una respuesta. En otras palabras, con un mercado que suele hacerse de omisiones y descuidos, la fatigada independencia se convierte en la creación más delirante de las industrias editoriales, discográficas, etcétera.
Todo muy lindo, pero a Dieguillo, maestro de ceremonia honoris causa y escritor serial, en este momento le interesan los apoya platos que descubrió en la última presentación de su más reciente novela juvenil.
“Me fui al Once y compré cinco apoyaplatos de plástico biodegradable. Dos pesos cada uno y, como verás, PET auténtico. Te das cuenta de la calidad porque es el típico plástico que se usa apara envases de bebidas. Resistente, liviano y reciclable. El PET, no se si estás al tanto, se puede utilizar hasta en piezas de automóviles. Dos pesos. Anotá: la mejor manera de mostrar los libros es con este tipo de atril. ¿Estás anotando? Es increíble, ponelo, no existen atriles exclusivamente diseñados para libros. Encima, ahora hay muchas ediciones baratas, tapa blanda, que son imposibles de dominar.”
Dieguillo investigó sólida y solitariamente los caminos de la exposición y el reconocimiento en las redes sociales, suplementos, revistas literarias y barriales. Conoció escritores buenos, escritores del sistema, escritores malos, escritores desconocidos, gente que escribe, todo.
“Para obtener visibilidad –dice– hay que encontrarle la vuelta. Me acuerdo de un suplemento cultural que se tomó el trabajo de hablar del estilo Martín Kohan. Me guardé la nota. Alta impresión me dio saber que la arquitectura del personaje puede hacer que sepamos cómo se viste hasta Martín Kohan. ¡Y es verdad que usa Adidas! El otro día lo ví en un locutorio con las tres tiras en la campera y en las zapatillas. Azules eran las zapatillas. Además, llevaba una mochilita. Lo observé como cinco minutos y cuando me iba a acercar para preguntarle si Adidas lo estaba esponsoreando, me sonó el celular y lo perdí de vista. Puede ser que Adidas lo esponsoree, ¿no?, una mente sana después de tantos años de corpore sano…”
C)
Dieguillo: “Hay que tomarlo como una actividad que emana del escritor. El escritor como figura pública. Conozco literatitos deprimidos y medicados por la falta de gente en sus presentaciones. Una vez me acerqué a consolar a una chica que estaba muy bajoneada… ¿Estás anotando? Si hablo muy rápido, me lo decís. Bueno, una vez me acerqué a consolar a una chica que estaba muy bajoneada. ¿Anotaste? Eramos cinco gatos locos escuchándola en Hernández, la librería, y le dije que no era culpa suya. ¿Me seguís? Te lo repito: una vez me acerqué a consolar a una chica que estaba muy bajoneada. Eramos cinco gatos locos escuchándola, y le dije que no era culpa suya. Bueno, la piba lloraba y yo le decía: no llores, yo te explicó. Y le expliqué esto que te voy a explicar ahora. ¿Escribís con una Parker o me parece a mí?… A mí me encantan las lapiceras, hace años que no veía alguien con una lapicera. ¿Qué Parker es? Liadísima… Bueno, le dije: no llores, si en este momento no hay más gente en tu presentación es porque hoy, en este momento, precisamente a esta hora y de manera simultánea, existen otros escritores presentando otros libros en otras librerías. Y le dije no llores, los libros no se escriben para ser leídos sino para ser presentados. Y que la única certeza que podemos tener los que escribimos es que los libros se pueden presentar una y hasta diez veces con idéntico entusiasmo. La undécima vez, yo lo probé, el autor empieza a repetirse un poco, a mí me pasó, pero también le pasa a los actores de teatro. Sentí que ya no tenía más nada que decir sobre mi libro, ¿y entonces sabés qué hice? Empecé a escribir libro otro con el convencimiento de que iba a presentarlo. Lo único que sé cuando estoy delante de la página en blanco es que eso que esto que estoy por empezar tendrá su presentación, su brindis con amigos, el abrazo de los que te quieren, de la familia, y la curiosidad de alguno que otro que ande por ahí. Escribir debe ser una celebración. Desde que repito eso como un mantra dejé de sentir el terror de la página en blanco”.
Dieguillo tiene una agenda llena de presentaciones propias y extrañas. Una doble vida aparte de su rutina de trabajo, esposa e hijos. Averigua, por ejemplo, que hay esta semana, toma nota y va. Es posible que lo hayas visto escribiendo con la lengua ligeramente asomada y los ojos entrecerrados, mientras vos perseguís el vasito de malbec. Sí, es él, él único que usa una valija marca Primicia. Ese es el gran Dieguillo. Fabián Casas lo vio y alguna vez escribió acerca de él.
“Armar la propia escena es un ejercicio de observación. Falta muy poco –¿avisa?– para que haya gente que dude entre ir al cine o a una presentación de libros. Ponelo así: las presentaciones de libros son la vernissage más tardía del mundo artístico. ¿Anotaste? Uno escucha, pica algo, la pasa bien. La última presentación la hice en el profesorado donde doy clases. Mis libros me están llevando de acá para allá. Escribo mails a ferias municipales y provinciales. Fui a Lanús, a la provincia de Corrientes, a Coronel Suárez… Voy con mis libros, una mesita de picnic y los apoyavasos. Lo principal es que uno mismo pueda descubrirse y presentarse como un autor. Hay que creérsela un poquito. Te repito: escribir es una celebración. Cuando uno cumple años, le hacen una torta, uno permite que le canten el feliz cumpleaños con su nombre. En otras palabras, avisame si voy muy rápido, uno acepta que la canción más universal de todas, la más conocida, incorpore su nombre o su diminutivo o su alias, lo que sea, y acepta ser el centro de la escena por un instante. Un libro es un nacimiento, y esto que te digo viene a cuento de una idea que estoy poniendo en práctica con mi enésimo libro, un libro de cuentos que anduvo muy bien. Yo edité ese libro, habrás observado que no lo nombro para que no parezca un chivo, un 5 de julio de 2005. Cinco de julio de 2005, y cada año, cada 5 de julio, le festejo el cumpleaños con lectores que recuerdan las partes que más disfrutaron. Gente que cuenta su experiencia de relectura, etcétera, etcétera, En la escritura existe un trabajo silencioso y solitario y no está mal valorarlo. Darle su lugar público”.
D)
Esta vez es la Biblioteca Nacional. Hay salamín de campo, quesos, vino y libros. Dieguillo es un fiscal que saborea y anota: “Malbec es la cepa importante en las presentaciones de la Biblioteca Nacional. El cabernet no se usa más o se usa en las presentaciones de La Funesiana”. Espiamos su cartapacio, por eso sabemos lo que escribe, y por eso lo contamos. ¿Dice La Funesiana o La Funesina? La letra de Dieguillo es indudablemente prolija, pero tantos años de omnisciencia nos ha agudizado la presbicia, y para colmo olvidamos los lentes y las gotitas.
Mientras habla anota, mastica y aparte logra estar cerca del Editor Independiente. Quiere saber cómo se consigue hacer una presentación tan bien montada en un lugar semejante. La respuesta lo sorprende. “¡Me dijo que la Biblioteca Nacional da posibilidades para todos y que lo único que se necesita es pedir turno con anticipación”. Después le apunta a una mujer que resultará farmacéutica, y escritora. Ella sacó su libro de cuentos consignando, en tapa, nombre y profesión. Luciana Bonadillo, farmacéutica.
“Una curiosidad total”, agrega antes de decirle: “Su libro es como una tarjeta personal”. Y luego anotá como si fuera El Artista: la Crush en vasos de plástico sólo queda bien en las presentaciones de Dani Umpi. (Sí, sí, dice claramente Dani Umpi).
“¿Luciana era tu nombre? Luciana, ¿vos crees que la independencia es un estado o es un pasaje? Quero decir: ¿se es independiente por elección o por necesidad?”
E)
El Artista está en la mesa 5, sentado junto a Daniel Moreira, auténtico ninguneador de carreras profesionales. Años como peajista negándose a cualquier clase de ascenso.
–¿Se dice peajista? –pregunta El Artista antes de pedirle un autógrafo.
–Sí, el que atiende el peaje es peajista ¿Nunca me vio?
–Sí, claro. Lo vi.
–Hay gente que me reconoce, me dice: usté es el del peaje de Dellepiane ¿no?
Moreira mira la identificación que El Artista acaba de dejar apoyada sobre la servilleta. La mira por hacer algo mientras El Artista observa la sala que va llenándose de a poco. De un lado dice Tarjeta Personal Obligatoria (TPO). En el reverso hay una foto de El Artista con anteojos negros. Raro. Nunca usa anteojos negros. A contraluz se ve perfectamente la marca de agua donde se advierte la sigla de la CAAO. Hay como un hilito metalizado que cruza la cara de El Artista y de todos los socios. Es un sello distintivo de autenticidad. En las credenciales falsas, que las hay, y muchas, los pedacitos metálicos se desprenden muy fácilmente. Moreira raspa sobre la tarjeta de El Artista, pero el metálico aguanta.
Entonces le firma la servilleta. “¿Para El Artista me dijo?”. Y pone: Para el Artista, con todo cariño. Lo firma con la inicial de su apellido en mayúscula.
Hace un minuto que El Artista se paró, “con su permiso”, le dijo a Moreira, y fue al baño para tomarse una pastillita contra la ansiedad. Siempre le dio vergüenza hacerlo en público. En realidad sale poco El Artista, pero no puede hacer sociales sin rivotril.
Moreira está sentado allí porque enfrentó con perfecto estoicismo al poderío de la utilidad y el rendimiento. Llámenlo como quieran, pero a Moreira, hincha de Independiente, no le hablen de concebir una carrera. Moreira no sabe lo que es una meta, nunca entendió esa clase de condición.
Si esta acá es porque su nombre también suena para Artista del Año. Lo eligieron por considerarlo un indudable elogio de la insuficiencia. Daniel, tranquilo por estar con un socio original de la CAAO, bebe un tinto de su copa y espera el momento de la ceremonia.
Le cuenta a El Artista que, en un principio, no se si usted se acuerda, la autopista era un paseo. “La gente agarraba la Perito Moreno para ir de una punta a otra. Vi todos los billetes habidos y por haber. Empecé cobrando pesos argentinos, pasé por los australes, los patacones… no sabe lo que eran los patacones falsos. A lo largo de mi vida logré detectar unos doscientos billetes falsos, la mayoría de 20 y 50 patacones. Y descubrí una tercera categoría, ¿sabe? Había una tercera categoría que era los patacones escasamente confiables. Bah, yo le puse así. Esos bonos que el gobierno bonaerense había tenido que salir a respaldar, ¿se acuerda? Resulta que ante el encarecimiento de insumos importados, la imprenta había decidido rebajar la tinta con un solvente y los billetitos parecían un poco más pálidos… ¿Se acuerda de los patacones?”
El Artista negó con la cabeza. Nunca tuvo la necesidad. Sí oyó hablar de los patacones. Pero nunca los había visto.
“Yo les puse escasamente confiables y el término fue adoptado por todos los diarios. Yo fui el de los patacones escasamente confiables. Después de mi descubrimiento se escribieron infinidad de artículos periodísticos donde se planteaba la diferencia entre un patacón falso y uno verdadero. Por ahí lo leyó, no sé…”
“¿No le gusta crecer?”, le preguntó El Artista.
Daniel rió como acostumbrado a esos planteos.
“A mí no me gusta sentirme presionado, vio.”
“¿Es lo que se llama intransigencia pasiva?”, quiso saber El Artista.
“No sé, señor, no sé cómo se llama. Toda mi vida viví en el Oeste, soy de ahí, tengo la casa, estoy pagando el auto, mi mujer no cuestiona mis decisiones, hago mi trabajo de lunes a viernes y chau pinela”.
“Moreira –le dijo El Artista–, la lentitud es un frente que tiene cada vez más militantes. Lo felicito.”
F)
En el encuentro estaban los del Fondo Común de Sentencias con sus pancartas intrigantes: Es duro caer, pero mucho peor es no haber intentado nunca subir. O: Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.
Y estaban los muchachos del Círculo de los Insatisfechos, miembros de la Cámara de Creadores Solitarios, dirigidos por el distinguidísimo ensayista y poeta Luigi Amara, que también preside la Secta Casi Secreta de los Inquisidores Bostezantes.
¿Ustedes saben que el Pelado Cordera estuvo presente dos o tres años en la convención, pero lo echaron? Dieguillo en persona lo echó por declarar antiartísticamente en una entrevista donde un enviado de la CAAO se hizo pasar por periodista y le preguntó –esto está publicado, lo pueden chequear- si podía colgar online su nuevo disco. El Pelado, que venía hablando de los árboles, de su amor a los árboles, de los árboles que abrazaba cada mañana, lo miró con ojos sacados y le dijo: “No sé, no creo que a los de la discográfica les guste que cuelgues el disco”.
El infiltrado de la CAAO grabó todo la charla y un mes después la gente del directorio decidió retirarle el carné profesional de artista.
“De por vida”, sentenció Dieguillo.
G)
Había otros artistas originales invitados, como la campeona de tango María Inés Bogado, que fue noticia por ser ganadora en la categoría Salón. La chica que tanto elogió Miguel Angel Zotto trabaja a la gorra en la Plaza Dorrego. “Ya sabemos que el tango no es el fútbol, pero el tango, su universalidad y toda la encarnación de nuestro ser nacional, hace que nos dé cosita verla yendo entre las mesas de los bares de San Telmo”, dijo Dieguillo. “Es tango, che: Patrimonio de la Humanidad, Gardel, miles de turistas… No, no digas uhhh, ¿qué exagerado este flaco, ¿vos sabés dónde vive el campeón mundial de axe? Ah, bueno, entonces informate porque me parece que vive en un castillo pernambucano”.
Estos fueron los argumentos de Dieguillo para proponerla como artista del año. “El argentino es un especialista en sobrevivir, y esa rara especialidad se traslada al baile”.
Un aplauso por favor.
H)
“El artista original del año”, anuncia Dieguillo, “en esta oportunidad será una persona completamente inmaterial, una persona que ha logrado hacer del fondo una causa, una bandera, un estandarte”.
Emilio Scanappieco, un heladero con más de medio siglo haciendo la mejor vainilla de la ciudad, supone que Dieguillo está hablando de él. “¡Dijo fondo por el fondo de comercio de mi negocio!”, y bajando la voz, “de mi querida heladería de la avenida Córdoba”.
El Cotorro, cocinero y grafituitero, una especialidad a medio camino entre la vieja pizarra y los 140 caracteres del Twitter, mueve su índice como un parabrisas. “No, Emilio querido, habla de mí”. Emilio y El Cotorro comparten la mesa y a Emilio se le sube la bilirrubina cuando El Cotorro lo mira con gesto burlón.
Cotorro: “Además, no dijo fondo, dijo fonda: una persona que ha logrado hacer de la fonda una causa, una bandera, un estandarte”.
“¡Fondo!” –Emilio.
“¡¡Fonda!!” –Cotorro.
Shhhhh.
Dieguillo se detuvo un momento.
Damián Szifrón, otro candidato, tomó del hombro a Emilio y con bonhomía cinematográfica aclaró los tantos: “Fondo, Emilio, usted tiene razón… pero, con todo respeto, están hablando de mí. Yo filmé El fondo del mar, película que marcó mis inicios en el cine”.
Dieguillo esperó que se terminara el cuchicheo con su conocida paciencia de escuela pública. Lo que hizo, como si supiera de qué estaban discutiendo ahí abajo, fue releer:
“En esta oportunidad será una persona completamente inmaterial –repitió–, una persona que ha logrado hacer del fondo una causa, una bandera, un estandarte”. El Cotorro miró a Emilio pero esta vez no comentó nada. Dieguillo continuó: “El artista, el creador, el innovador infatigable es, justamente, y les pido un fuerte aplauso para… ¡El Artista!”.
El Artista se paró con la emoción de los Oscar. Las palmadas en su espalda, un beso, bravo, bravo, se abrochó el segundo botón del saco y empezó a caminar rumbo al escenario con una sonrisa apretada entre los labios. Mientras caminaba escuchó –él y todos los presentes escucharon– una voz de reprobación. Una sola voz reprobatoria que provenía, como no podía ser de otra manera, del fondo del salón Birmajer.
“NOOO”, se escuchó fuerte, con oes gordas, oes de gol, en mayúsculas como en un libro de Enrique Medina. “¡¡No!!”, ahora con admirable estridencia. El no, sin embargo, provenía de una voz finita y penetrante que primero buscaba dañar tímpanos y después estropeaba el momento cumbre de la velada.
Esa misma voz dijo: “Es una injusticia. El Artista no es un artista”.
En realidad lo dijo así: “¡¡Es una injusticia, ¡¡El Artista no es un artista!!”.
Era Pola, que no estaba sola. La acompañaba alguien que, por el aspecto, podía ser Cecilia Szperling. Las cabezas giraron al unísono. Pola hablaba y la presunta Szperling repetía tratando de duplicar el efecto o más bien haciendo un eco. Parecía una performance ensayada con la clara y firme intención de subrayar las palabras de Pola.
“Cuando yo le leía (a El Artista) Las teorías salvajes, mi libro traducido hasta entonces a cuatro idiomas, lo vi cabecear. Yo seguía leyendo y él se adormecía pidiendo café, rogando más café por favor. Ustedes entienden a qué me refiero, ¿no?”
La supuesta Szperling repetía detrás de un barbijo. Por alguna razón que no logramos entender, el eco humano llevaba puesta una mascarilla en la boca (¿se les ocurre algo?) Coreaba lo mismo que decía Pola, pero lo hacía una octava más arriba, logrando que los agudos fueran taladros. Imposible ignorarlas.
“Yo desconfiaba de sus intenciones de buscar el fondo de las cosas. Me parecía una actitud antigua como este mundo cruel en el que vivimos. Un pos dramatismo inoculado, estilístico –dijo Pola–. Cuando le preguntaba qué le parecían mis Teorías, él me decía que prefería no hablar mucho del tema porque necesitaba conservar la presión interior para poder pensar y escribir sobre mi trabajo… Eso me dijo. Y lo grabé. Lo tengo grabado todo acá”, continuó mostrando un aparatito. “¿Ustedes quieren escuchar cuando me pregunta por las siliconas… si me puse siliconas, y cuántos centímetros cúbicos…”
Se oyó un pavoroso uhhhh.
“Les hice una pregunta: ¿Quieren o no quieren escucharlo a El-Ar-tis-ta preocupado por el contenido… mamario?”
Ohhhh
“¿Ustedes conocen la voz lujuriosa de El Artista?”
Ohhhh
“… acá está todo. Acá también están sus ronquidos con mis teorías. Acá está cuando me dice: nena, mejor pasemos a las partes salvajes, dale”.
Ohhhh
“Le traje su café despertador. Sin azúcar, como me lo había suplicado. Cuatro tazas de café, una detrás de otra se tomó, pero igual cayó desplomado mientras yo le leía leía –y sacando un ejemplar de su cartera, leyó, ahora sin la supuesta Cecilia Szperling.
Esperé, esperé y esperé, y no llegabas. ¿Sería posible que vistieras una capa invisible? ¿Habías entrado ya? Ningún ente merodeador de Filosofía y Letras existe antes de las nueve de la mañana. Yo misma intenté contravenir esta ley de la naturaleza durante unas horas hasta que fui abducida por Berni Bleizik, del priorato de Metafísica, famoso por sus habilidades somníferas. Al despertar de su influjo, noté que mi puño se había cerrado sobre una crujiente medialuna de grasa, despedazándola.
“¡¡Basta!!”
La voz de El Artista tardó en hacerse oír, pero por fin llegó. Desde el pasillo, con el saco abrochado estrangulándole un poco el abdomen. Sudado. Agitado. Palpitante. Así dijo “¡¡Basta!!”.
”Pola, sos un fondo buitre.” Lo manifestó con una serenidad suya, imprevista para el momento.
Dieguillo y los Bostezantes lo detuvieron. La presunta Szperling tuiteó lo de fondo buitre rematado por un “Juá” (en tuiter, risa sarcástica).
“¡¡Te dormiste!! ¡¡Admitilo!!”, dijo ella volviendo a exponer la evidencia del aparatito. “Y también lo tengo grabado acá”, ahora mostrando un TDK que llamó la atención por vintage.
“Callate”, El Artista.
“¡Callate vos impostor!”, ella.
“Callate vos fondo de comercio”, él.
“¡Impostor!”, ella.
“¡Fondo de pantalla!”, él.
“¡Superficial!”, ella.
“¡Fondo de ojo!”, él.
“Cutáneo”, ella.
“¡Fond de cave!”, él.
“Epidérmico”, ella.
El Artista enmudeció. Tibiamente lo rodeaban Los Bostezantes. Dieguillo les había hecho un ademán de barbilla para que estuvieran atentos. El Artista caminó lo que quedaba del pasillo, pero al revés, volviendo sobre sus pasos y en dirección hacia Pola y la presunta Cecilia Szperling que, mientras, tuiteaba a toda velocidad Nos va a matar!!!
Pola no retrocedió. El Artista estaba ya a menos de cinco metros.
A cuatro.
A tres.
A dos.
A uno.
Uhhhh
Se le puso de frente, cara a cara estaban, y tranquilo como un domingo sin fútbol, le preguntó en voz baja:
“¿Vos me dijiste cutáneo?
Pola ni mú.
“¿Cutáneo me dijiste?”
“Sí”.
“¿Epidérmico me dijiste?”
“Si”.
El Artista pasó su mano por la cara, como hace siempre que se siente exhausto. Sin embargo, esta vez no parecía cansancio. Si nos permiten, más bien parecía el mohín de quien se saca una careta.
“Es verdad lo que dice Pola –apuntó, enfocado a Los Bostezantes que lo rodeaban cerrando un círculo–. Es verdad lo que dice. Yo no merezco el premio. Lo mío como artista es el ocio de los estetas que apenas pueden disfrutar de las formas. De las luces y las sombras del paisaje. Es verdad lo que dice Pola: nunca pude pasar de su forma. Es cierto que son un epidérmico, un epidérmico serial… Con ella no pude más que satisfacer las reglas del espectáculo. La exterioridad, eso. ¿o acaso el espectáculo no es el feudo de la mirada?”
Nadie decía nada, pero el reflector del escenario estaba posado encima de El Artista.
“Y es verdad que para honrar a Pola puse una foto suya. Es una foto hermosa y sexy que no me avergüenza para nada. La puse como fondo de pantalla. Es cierto, yo siempre fui de fondos lisos. Uno puede elegir diseños, colores, el tamaño que quiera, y también puede descargar el resultado en su máquina. Ya lo saben. Yo me quedé con el fondo de Pola. Es uno de mis pocos fondos. Ella merece otros, y no el de mi Flatron de LG. La Pola que me deslumbró, la de la solapa del libro, esa genialidad de la fotogenia que me llevó a comprar sus Teorías… Compro libros de mujeres por las fotos de las solapas y nunca los leo. Es verdad, Pola, es verdad, no merezco este ni ningún otro premio”.
Uhhh
Dieguillo lo miró y la miró. Pidió un misericordioso intervalo y a los diez minutos comunicó que el premio quedaría vacante.
Final Final
Juzgo yo que conozco a El Artista desde su nacimiento, que el pináculo de su intangible búsqueda, y nótese que puse el adjetivo antes del sustantivo para fortalecer la idea y lograr el necesario truco de solemnidad y dramatismo, se dio cuando El Artista decidió ir a las fuentes del fondo.
Esto que viene es una posibilidad.
Pola abandona todo y prefiere seguir el camino del perfume de una orquídea que la saca de Buenos Aires y la lleva hasta un pueblo escondido de Costa Rica.
El Artista se reinventa y se hace tuitero. Tiene miles de seguidores, pero él no sigue a nadie. “Un artista no mira ni para atrás ni para los costados. Siempre hacia delante.” Lo tuitea.
El Artista ahora da talleres de tuit. Dice que nunca vivió tan bien y cuenta que un standapero famoso se acercó y le preguntó si quería que hicieran un espectáculo juntos en la calle Corrientes.
“El tuit es un relámpago de stand up”, sentenció El Artista, antes de tuiterlo.
Nada, que El Artista lo está pensando pero va a decirle no. Stand up, puede ser. Dúo cómico, no, de ninguna manera.
No, muchachos, nada que ver, yo lo conozco. Créanme, préstenme atención de una buena vez. Nada de divismo, El Artista es como Beckett. Es de los que creen que el arte es un homenaje a la soledad.
FIN
Foto: Flavia de la Fuente
Entregas anteriores
Deja una respuesta