Devaneo banana (quinta entrega)

por Hernán Firpo

Devaneo banana

Jugo de rúcula

Ricardo Mollo, imaginate a Mollo, que no es Luis Luque, pero que hace unos años se parecían bastante. El Mollo pre Oreiro, ¿te acordás de ese Mollito? Luque es un genio que se levanta un bombón y le dice: bombón, yo soy así de gordo y huelo así de feo y mis camisas se achicharran con el chivo ácido de mis axilas galopantes. En cambio, Mollo, por un momento te pido que pienses en el Mollo sin guitarra, en ese hombretón que hace sorprendentes esfuerzos para que la chica linda, mucho más joven –famosa en ámbitos más geométricos y estructurales– se fije en él.

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Pilates, verde rúcula Richard, y la cinta, papi. Veinticinco kilómetros por día.

Los amigos de Hurlingham, esos que lo ven venir cada tanto, cuando Ricardito se da una vuelta por sus pagos, lo ven, dicen ahí viene Ricardito y hacen como si nada, se hacen los bobos, cruzan, no quieren compartir ni un birra con Ricardito, y Ricardito ve que sus amigos cruzan. Cruzan y le hacen chau Ricardo, con mímica de dicha, pero en movimiento de locomoción y manteniendo una distancia prudente, nunca menos que desde la vereda de enfrente.

Ricardito sabe los acordes de La cantanta de los puentes amarillos y las calorías de un especial de cantimpalo y queso. ¿En serio? En serio. Y aceptaría una cervecita, una sola, porque el consumo contenido y moderado no dilata el peso de la masa corporal. Un artista no mide consecuencias.

Continuidad de una continuación posible

El tema de la soledad y las fobias que fue adquiriendo El Artista con el paso del tiempo, la compulsión por los VHS, la lectura imaginaria de autores inéditos, ese modo ligeramente esmirriado, discepoliano que asume El Artista al caminar. El paquete de medidas formales, todo, todo eso que tiene que ver con una soledad mucho menos cursi que la soledad de Salinger, célebre entre los gloriosos artistas de clausura.

Los tiempos del escritor, se sabe, los encierros, la bandejita con la que le llevaban el desayuno a Gabo cuando estaba recluido, concentrado de aislamiento, y a seguir escribiendo su best seller. O Cortázar posando con el cigarrillo apagado. Ningún retrato tan retrato como ese. Una foto con dimensión de postal blanco y negro nacida y crecida para ser abrochada  en el corcho del escritorio. Un retrato con el temperamento no de adorno sino de musa inspiradora.

Esa soledad empezó siendo una soledad adquirida desde un abandono aprendido a corta y temprana edad. Cuando El Artista quería hablar de fútbol con los de las Beca sólo podía hacerlo un rato, siempre y cuando estuviera por los pasillos el perito plástico Milo Lockett.  Al resto, el fútbol no le importaba para nada.

Milo había estado dando el seminario de Imagen sin Sonido. Consistía  en trabajar el look de los artistas. En un momento de la cursada les tocó revisar el perfil público del escritor Martín Kohan. La cosa fue más o menos así: Milo estaba haciendo un power point de escritores contemporáneos que venden más de 1.500 ejemplares y en el slide que mostraba a Kohan, de frente y de perfil, El Artista reparó, como quizás ningún otro becario, en el detalle de la campera Adidas. Y en un bolsito de mano Adidas. Y en la remera Adidas. “Hay un denominador común”, levantó la mano, luego de observar la ropa deportiva. “Las tres tiras en todo, incluso en el bolso.”

Un acierto, más teniendo en cuenta que el adminículo de mano se hallaba fuera de foco.

“Argentino tenías que ser”, le dijo Milo, con una sonrisa campechana, chaqueña.

La sonrisa chaqueña es, de todas las sonrisas provincianas, la más expresiva, escribiría más tarde El Artista. La sonrisa chaqueña mueve facciones, no se ve tanto en la boca como en los ojos, no es una sonrisa dental sino que es una sonrisa que sospecha el alma.

El Artista y Milo Lockett salieron de la clase y fueron al Guggenheim Coffe, una especie de Starbucks donde hacían el mejor caffe latte de la ciudad. Lejos de hablar de Martín Kohan, se acordaron –Milo, en verdad– del look de Mario Kempes, con las “pantalonetas” –por alguna razón Milo dice pantalonetas– cortas, cortísimas. Una moda que, según el pintor, volverá a las canchas el año próximo.

El Artista, sin recurrir a la memoria emotiva, escuchó Kempes y lloro. Lloró a mares. Como un niño lloró. Como si llorar le sirviera para volver atrás. Y no por el apellido de Kempes y los recuerdos buenos y malos que le traía su familia y el tratamiento al que lo habían sometido: lloró por el jugador que pudo haber sido si se sometía a la prueba del hambre, por los gatos que se hubiera comido si sus padres aceptaban el experimento. Y lloró por el fútbol y la pelota, por su destreza para pegarle con tres dedos y por los cabezazos de gol con su parietal bueno. Por la chilena que hizo en un intercountries, lloró, y por las chilenas que nunca más pudo repetir debido a la curva que ya comenzaba a dibujar su columna en la  insensata búsqueda de armonía bohemia, como él mismo bautizó esa atrofia autoprovocada, ese signo de distinción que lo volvería inconfundible. Inconfundible a un kilómetro, la espalda doblada como una c. Un cuerpo extraño y tullido, improbable para el futbolista que pudo haber sido.

Por suerte, esto corre por mi cuenta, el organismo tiene un registro indestructible del pasado, y más aún de un pasado deportivo. El único riesgo viene siendo que El Artista se siga autoflagelando; por lo demás, yo doy fe, durante largos períodos él ha llevado una vida equilibrada, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Sólo en los últimos años, y premeditadamente, El Artista evitó las legumbres y el pescado para volcarse, pero en su justa medida, a las grasas saturadas. Un aspecto que no descuido nunca fueron los dientes y la piel. Una de sus máximas contradicciones toda vez que ensaya sobre el nulo escalafón de la forma. El sabe que hay que tener en cuenta ciertos cuidados de la piel porque “eso nos ayuda a mejorar el semblante (…) Es muy importante la exfoliación”, dijo en una oportunidad y me pidió prudencia.

Por las dudas se le ocurriera dejarme de lado, lo grabé. Al principio no comprendí de qué hablaba y supuse que “exfoliación” era una técnica literaria para modelar un tipo de relato. Lo cierto es que El Artista y Milo Lockett hablaron del look de Kempes y después Milo le habló de Kempes y el partido contra Holanda. Pidieron más café latte y Milo siguió hablando como sólo él puede hacerlo, utilizando esa tosca heterosexualidad que lo hace diferente en el ambiente, en su propio ambiente.

Le contó el último gol cuadro por cuadro. A la semana siguiente, Milo terminó su seminario y partió. El Artista logró sobrellevar la ausencia de la mejor manera. En esa época, copiaba a Duchamp: A El Artista también le salían muy bien los bigotitos en la Gioconda. Tanto manipular La Gioconda, se enteró que  también le decían Mona Lisa y que la pintura era de un señor llamado Leonardo Da Vinci.

Pero a El Artista le importaban las vanguardias. Por suerte existió Duchamp para desmitificar el arte sublime, dijo. “Sólo desmitificando el arte sublime es posible reproducirse”. El Artista se dio cuenta de que podía hacer una Gioconda con diferentes bigotes, bigote anchoa, bigote tipo rienda de caballo, bigotín Pachano, bigote manubrio, bigote incipiente sin barba, incipiente con barba, con barba tipo chivo, etc.. Estaba fascinado con el bigote, tal vez por ser poderosamente lampiño y a pesar de sus bizarros esfuerzos por afeitarse cada mañana.

Hizo una muestra en el Moma, aprovechando la pasantía que le consiguió la Casi Guggenheim, y expuso Giocondas bigotudas y revisitadas. Un éxito. Después siguió con la artista Frida Kahlo, sin bigote y sin barba. Su cara plasmada con un método de depilación definitiva “resignificó” a la mexicana y rápidamente fue considerado un trasgresor: de golpe había logrado que Frida tuviera rasgos atractivos para el sexo opuesto.

Pese a que el hallazgo le valió un reconocimiento de las SS (Surrealismo Sobreviviente), su técnica de rasurado irreversible fue lo último que hizo en el campo visual antes de pasar de lleno a su nueva vocación: la literatura.

Su propósito no era pintar. Ni instalar. Ni intervenir. Hizo un posgrado de Artista Pluridisciplinario y ahí fue que le encontró un gustito inesperado a las bibliografías obligatorias.

Su docente de Aira l y ll fue la mismísima  Pola. Pola Oloixarac.

Gracias a la Casi Guggenheim se vieron las caras por primera vez.

Ella ahora no se acuerda. No se acuerda porque, como le confió a El Artista, las clases se dictaron íntegramente bajo el influjo canábico de la variedad Pineapple Chunk, y en ese período aéreo Pola apenas conservaba la sabiduría del presente. Un ánimo extrovertido, verborrágico, incapaz de entender la existencia del otro. Ideal para la arenga. Perfecto para el tuiteo. Superlativo para un curso.

De esa práctica, dice Pola, sólo retiene una tarima, un vaso de agua, el sánguche necesario para el bajón del último cuarto de hora y el sentimiento de que sólo le faltaba un palito para saber que se encontraba dirigiendo una orquesta.

Si Milo Lockett lo había cautivado, lo de Pola no tuvo comparación. El Artista dejó de buscar los minishorts Adidas del Mundial 78 y empezó a comprar un antecedente de la THC edición yanqui. En sus páginas aprendió técnicas para el cultivo de semillas en balcones franceses y de contrafrente. En esa época aún plantaba y creía que esa era la verdadera reforma agraria. Después –quedó documentado– firmaría el petitorio para la legalización del dealer de barrio. Eran los días de la representación y la forma, las temporadas en las que El Artista aún dormía sentado como un elefante para lograr el physique du rôle de artífice atribulado que había logrado exhibir con éxito en su tesis.

Foto: Flavia de la Fuente

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Devaneo banana 3

Devaneo banana 4

13 respuestas to “Devaneo banana (quinta entrega)”

  1. Gerard Asterión (@asterionmusic) Says:

    No se que puta quisiste decir, millones de palabras escritas y no te entendi un carajo.
    Soy músico me considero artista y vivo solo, me junto con gente una vez a la semana pero casi ni hablo, y no entendi un carajo de lo que escribiste.
    No se de que soledad hablás. No se de que artistas hablás. Mollo? a Mollo lo inventó Luca, a ese si le entendia su soledad.

  2. Alen Says:

    «Cortázar posando con el cigarrillo apagado. Ningún retrato tan retrato como ese. Una foto con dimensión de postal blanco y negro nacida y crecida para ser abrochada en el corcho del escritorio. Un retrato con el temperamento no de adorno sino de musa inspiradora».

  3. hernan Says:

    bueno, gerard asterión, es que esto viene de antes, es algo así como un relato, con el perdón de la palabra, y es probable que debas leer alguna de las otras entradas para saber por qué hay tantas letras escritas. No quiero, sin embargo, dejar de agradecerte el comentario y decir que me llamó mucho la atención esa referencia que hacés al encuentro semanal con gente para quedarte mudo. Lo contrario de hablar no siempre es escuchar. Pasame un mail tuyo si sos tan amable.
    Gracias
    h.

  4. Yupi Says:

    La postal de Cortázar con el cigarrillo, la postal de Cortázar con el cigarrillo madre querida… Las infinitas reservas de estupidez que derivaron de esa postal no tienen perdón posible. Alguien debería reconocer lo extraordinariamente afectuoso y comprensivo que es Aira cuando habla de Cortázar, que no sé si se lo merece. Mollo vendría a ser el mismo caso pero muy distinto. Una prueba del consejo apenas adaptado de Mansilla: “Después de los 50 años, lo mejor es pegarse un pistoletazo”.

  5. saint jacob Says:

    …Aguante Cortázar (el de los cuentos)… no leí ‘Devaneo…’ por prejuicio, pero creo que me voy al 1…

  6. Yupi Says:

    Una rareza que acabo de descubrir en internet: Cortázar y Saer hablando de la relación entre cine y literatura.
    http://www.youtube.com/watch?v=jqvW2Q4rTEA

  7. hernan Says:

    ¿qué prejuicio saint jacob? ni que me publicaran en radar…

  8. saint jacob Says:

    …ja ja, buen comentario… quiza erré en decir ‘prejuicio’, es que en su momento algo me molestó en la publicación de tu 1er novela aquí, lo vi como un ¡eh, eiditores, mirennn! (de hecho, algo así sucedió, y hoy no lo veo mal)… o sea, ¡sí fue un prejuicio! (y sin base aparente, mirando bien… lo que no habla muy bien de mi)… Yupi, esa ‘sobremesa’ salió editada (hace muchos años) en VHS… yo enloquecía, en su momento, por verla, pero cuando lo hice no me pareció gran cosa…

  9. hernan Says:

    saint jacob me fue tan bien desde esa primera novela que ahora firmo contratos donde una cláusula exige que siga autopiratéandome. shhh, entre nosotros.

  10. saint jacob Says:

    …ja ja ja…

  11. Yupi Says:

    No sabía, saint, gracias. Me había olvidado completamente de Saer. Es el turco vendedor de ropa que pasaba por el campo. Da la sensación de que en cualquier momento sacará unos peines de abajo de la mesa y se los ofrecerá a los contertulios.

  12. hernan Says:

    Yupi, es verdad, nunca entendí la fama de esa foto de cortázar. o sara facio debe creer que un tipo posando con el cigarrillo apagado es arte o cortazar tenía una capacidad de ironía descolocada, que nunca puso en práctica en sus cuentos.

  13. Yupi Says:

    Lo peor es que debo tenerla en algún cajón. Había otra foto tocando la trompeta, que si mal no recuerdo era el instrumento fundamental de los cronopios… en fin, ahora hay que apechugar. Para el querido tío Julio donde quiera que esté.
    http://www.youtube.com/watch?v=diIobjZRQMQ

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