Intrascendencias (46)

Wilcock

por Quintín

Siempre tuve curiosidad por Juan Rodolfo Wilcock pero nunca lo leí. Como estas Intrascendencias son la gran oportunidad para desempolvar la biblioteca, descubro que compré dos veces La sinagoga de los iconoclastas, publicada por Anagrama en 1982 por primera vez. Elijo la reedición más nueva (2010), con la alegría que siempre me produce abrir un libro nuevo, y leo los primeros cuatro capítulos. Son 35 en total, dedicados cada uno a un personaje ficticio poseído por una obsesión disparatada. Dicen que el género «Vidas imaginarias», del que Borges fue uno de los máximos practicantes, es una invención de Marcel Schwob.

ventana

Wilcock nació en Buenos Aires en 1919, se recibió de ingeniero, dejó la profesión y empezó a publicar poesía. Pertenecía vagamente al círculo de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Con ella escribió una obra de teatro en colaboración y con el matrimonio Bioy viajó por primera vez a Italia, donde se radicó en 1958. En los veinte años que van desde esa fecha a la de su muerte, en 1978, Wilcock se pasó como escritor al italiano y se transformó en un personaje con cierto reconocimiento de culto en el ambiente literario. Traductor de cuatro idiomas, crítico refinado, publicó una serie de novelas, poemas y piezas teatrales que solo fueron traducidas al español después de muerto. Aunque trabajaba de periodista y traductor, Wilcock vivía solo en una especie de rancho en las afueras de Roma, al parecer en en condiciones de extrema pobreza. Pero no dejaba de tener gestos extravagantes. Se cuenta que en un momento estaba encargado de la crítica teatral en el L’Osservatore Romano, el diario vaticano. Pero como el teatro lo aburría enormemente, dejó de asistir a las funciones y se dedicó a reseñar obras inventadas. Otra incursión en el género de lo imaginario, esta vez al modo de Stanislav Lem.

Dije que Wilcock se trataba con Borges y no hay duda de que lo admiraba. Encuentro en el primer texto de La sinagoga de los iconoclastas, que se ocupa a un tal Jose Valdes y Prom, cuyo nombre y apellido se escribía distinto según el país. Escribe Wilcock:

Su fama, como la de Buda y de Jehová, estaba por encima de la ortografía.

Un giro típico, en la construcción y la ironía, en el que suelen (solemos) incurrir los imitadores de Borges. En disculpa de Wilcock habría que decir que en 1972, cuando lo publicó Adelphi, escribir como Borges no era un cliché como lo fue después. Creo incluso que Mariano Llinás no había nacido entonces. En el mamotreto de las memorias de Bioy, descubro que la admiración de WIlcock por Borges no era correspondida. Una noche de 1956 (página 244), Borges y Wilcock cenan en casa de Bioy. Wilcock comenta que está muy de acuerdo con un libro de E. M. Forster sobre la técnica de la novela y va comentando los procedimientos que Forster considera ilícitos. Borges refuta una a una las afirmaciones. Wilcock dice que no se debería hacer tal cosa y Borges le cita un caso en el que la técnica se usó con buen resultado. Por ejemplo, Wilcock dice que el autor y el lector no deberían saber más que el personaje y Borges le retruca que Víctor Hugo hace que, en Los miserables, Jean Valjean tenga un sueño y después lo olvide, lo cual le parece perfecto. Pero el remate, cuando se va Wilcock, es de una crueldad tremenda por parte de Borges, aunque en todo el libro, Bioy lo deja mal parado a Borges, lo hace mezquino y cobarde cada vez que puede. Comenta Bioy que dijo Borges de Wilcock:

«Tal vez lo que él tiene de odioso asoma en sus libros. O es odioso o es servil, o peor aun, las dos cosas a un tiempo. No es un caballero. No parece independiente nunca, depende de uno, está atado a uno por la hostilidad o por la obsecuencia.» Defiendo un poco al pobre Wilcock.

Esto ocurría tres años antes de que Wilcock se fuera definitivamente a Italia. Se podría hacer una interpretación al paso y decir que Wilcock se independizó entonces de Borges y que la distancia le permitió reinventarse como escritor, aunque necesitó otro idioma además de otro país. Se podría arriesgar que como era hijo de madre italiana, Wilcock manejaba esa lengua como un nativo. Pero no es así: en la web hay una entrevista al director de teatro Sergio Longobardi, quien puso en escena una obra de Wilcock, donde comenta que la gracia de la escritura de Wilcock residía en una musicalidad proveniente de que el italiano era para él una lengua extranjera.

Vuelvo a La sinagoga de los iconoclastas. Los cuatro capítulos que leí son muy divertidos. El de Jose Valdes y Prom es de un ingenio deslumbrante. Está dedicado a un mentalista portugués que vive en París a fines del siglo XIX. Como Valdes podía leer el pensamiento a distancia, se le ocurrió fundar una agencia de prensa dedicada a consignar la actividad de los soberanos de Europa.
Esta fue la primera agencia de prensa de tipo moderno, en el sentido de que todas las noticias que ofrecía se referían a jefes de Estado dedicados a sus normales actividades cotidianas, por ejemplo, «Roma, el Papa ha celebrado su octogésimo segundo aniversario oficiando una misa en la Capilla Sixtina»; «Berlín. El Canciller de Hierro ha inaugurado una estatua de bronce a la Nación Prusiana». «Montreux. Ha sido recuperada la maleta de la Reina de Nápoles». No estaban maduros los tiempos para este periodismo de alto nivel y la agencia no tuvo éxito.

La segunda parte del relato está dedicada a la batalla que libra Valdes contra los delegados al Congreso Internacional de Ciencias Metafísicas, que en realidad es una maniobra de la Iglesia y de los científicos para desacreditarlo. Valdes es un milagrero y, por su parte, la ciencia no quiere milagros mientras que la Iglesia pretende su exclusividad.

Eminentes teólogos, cardenales, y obispos se habrían unido, siquiera por una vez, con los nombres más prestigiosos de la física y de la química, incluso con los irrumpientes evolucionistas, para aplastar aquellas turbias manifestaciones del espíritu denominadas entonces metafísicas: hipnotismo, telepatía, espiritismo, levitación. Por su parte, Valdés se había propuesto aplastar, sin necesidad de salir de casa, Congreso y congresistas.

No les cuento cómo termina todo, pero es delicioso. El segundo capítulo es una falsa reseña sobre Jules Famart, creador de un nuevo género literario: la novela-diccionario. Flamart construye un diccionario en el que en cada entrada, los ejemplos que ilustran a la palabra definida tienen una ilación narrativa. Wilcock transcribe algunas páginas de la obra y termina con esta explosión de ironía:

Y así sucesivamente hasta el deslumbrante final, basado en una orgía de zythum, cerveza de los antiguos, y especialmente, de los egipcios. Didácticamente impecable, especialmente adecuada para los jovencitos y estudiantes en general, la obra de Flamart es de aquellos —¡desgraciadamente escasos!— vocabularios que se hacen leer de un tirón de la primera a la última página, aquellos diccionarios que han nacido llevando en la frente el signo de la epopeya.

Una frase digna de Bustos Domecq, sin duda. El tercer capítulo es sobre Aaron Rosenblum, autor de un proyecto para llevar de vuelta la civilización al siglo XVI. El cuarto sobre Charles Wentworth Littlefield:

Con la fuerza exclusiva de su voluntad, el cirujano Charles Wentworth Littlefield conseguía hacer cristalizar la sal de cocina en forma de pollo o de otros animales pequeños.

La sinagoga de los iconoclastas (aún ignoro de dónde viene el título) promete otros 31 textos desopilantes. Pero además, me hace pensar mientras escribo esta línea que estoy irremediablemente condenado a escribir como las caricaturas de crítica de Wilcock.

Wilcock es lo que se considera un escritor menor. Ahora bien, ¿qué es un escritor menor? Tal vez consideremos como tales a quienes no se relacionen del mejor modo (para su propia fama y prestigio) con el mundo literario de su época. Porque un escritor menor no es un escritor malo ni mediocre, es otra cosa. Tal vez alguien cuyas ideas (como las de Valdes Prom) están en desfasaje con las de sus contemporáneos. Por ejemplo, Wilcock pensaba que la gran lengua era el latín, y que sus derivadas eran simplemente eso, dialectos de ese idioma esencialmente neutro al que la escritura no debía degradar cayendo en los folklores particulares. De ese modo (y eso justificaba su propio caso) era indistinto en cuál de los idiomas se escribía y todo se podía traducir sin pérdida al resto de los dialectos. En cambio el inglés, según Wilcock, no tenía arreglo porque era esencialmente folklórico, irreductible a una lengua madre común para la humanidad. Creo que esa idea era una pequeña venganza contra Borges por parte del no tan sumiso Wilcock.

Foto: Flavia de la Fuente

21 respuestas to “Intrascendencias (46)”

  1. La novia de Troll Says:

    Bueno lo Famart suena a otra gentileza para con Don Jorge Luis!!
    Las traducciones de Kafka de W son muy buenas pero siempre me extraño que no tradujera (por lo que sé) otros autores del alemán…

  2. lalectoraprovisoria Says:

    «Flamart» me suena más bien parecido a «Flaubert». Pero no veo la analogía.

    Q

  3. La novia de Troll Says:

    Ops «inflamado» por el artículo creí leer que el diccionario de Flamart narraba desventuras con vidas, obras y países imaginarios mientras que la unidad es más «narrativa»…seguramente Flaubert es la referencia (también es la probable inspiración del diccionario de Bioy!!)

    Sdos

  4. La novia de Troll Says:

    Revisando el breve texto de W, sí, es claro que la referencia sería Flaubert. Sin embargo el texto «a lo Domecq», que citás y cierra, bien podría decirse, no sin malicia, de los tardíos diccionarios de JLB.
    Igualmente sospecho que mi errónea y sesgada interpretación provienen de los autores previamente invocados: Schwob y Llinás.
    La nombre del primero sugiere otra dirección y, para los creyentes en los «efectos» -gracias a Dios existen los equívocos!-, el segundo es acaso una refutación de Borges, :D

    Sdos

  5. Yupi Says:

    Era bueno Wilcock. Borges lo llamaba «el Pumita», apodo perfecto si los hay.

  6. La novia de Troll Says:

    …y para finalizar con un off topic, cómo fue que la Shoah de Lanzmann se privó de utilizar la primer sentencia en los Diarios de Kafka (?!) que, traducidas por Wilcock, reza:

    «Los espectadores se inmovilizan cuando el tren pasa a su lado»…

  7. Una Hortensia Says:

    lo de pumita es lindo pero es apócrifo

  8. Yupi Says:

    Sería incluso más adecuado. ¿Cómo supo que es apócrifo? ¿Quién fue el inventor?

  9. Una Hortensia Says:

    Y cómo sabés que es cierto?

  10. La novia de Troll Says:

    Se lo contó Wilcock, en un restaurante de Londres que frecuentaba Stevenson.

    -disculpe Y, el chiste fácil me gana de mano!! :D

  11. Yupi Says:

    Ya ves, un centro guitarrístico notable.

  12. dasbald Says:

    Yo creo que Wilcock era una especia de romántico tardío, sus poemas en español lo demuestran, si bien sus mejores poemas están escritos en italiano. Ahora, como en todo romántico el juego de luces y sombras es siempre engañoso e invertido, perdón esta palabra que a Wilcock se le puede aplicar de muchas maneras. Quiero decir que lo que es luminosidad generalmente representa un lado oscuro y lo radiante es oscuridad que refulge. O dicho de otro modo, todo romántico tiene un deseo por una pasado clásico que no puede alcanzar ni revivir, o dicho de otra manera, todo romántico desea ser un clásico, cosa imposible tal vez por la historia ya no se lo permitirá. El caso ejemplar de la literatura inglesa para leer a Wilcock para mi es Walter Landor. El genial Landor que escribió cientos de poemas en latín, nada extraño por otra parte ya que muchos poetas de esa época escribían en latín y trigo sus poemas. Pero también me parece interesante porque, si bien no escribió unas vidas imaginarias, si escribió una conversaciones imaginarias entre gente real e imaginaria de la Roma y la Grecia clásica.
    Aunque más interesante que lo del latín y los laberintos que se entretejen entre clarísimo y romanticismo es el paso de Wilcok al italiano, donde realmente se luce como escritor. La lengua ancestral de su madre es la que lo crea como genial, un autor nada menor en Italia. Lo admiraron Desde Pasolini hasta Manganelli, también otro redactor de vidas y conversaciones imaginariasEstos latinistas anglófilos!

    Borges siempre habla mal de Wilcock, siempre lo trata de frívolo, justo él que queda como el más frívolo y repulsivo a lo largo de las miles de páginas que le dedicó su mejor amigo.

    Quiero decir la que obras de teatro que escribió con Silvina Ocampo es una de las mejores cosas que se escribieron en Argentina.

  13. lalectoraprovisoria Says:

    Lo que me gusta de las intervenciones de Dasbald es que siempre nombra a un autor genial del que nunca escuché hablar.

    Q

  14. Yupi Says:

    Borges, thou once wert almost too august
    And high for adoration; now thou’rt dust.

    Descreo de sus dichos, Dasbald, como descreo de las aguas del Leteo. Si uno tiene en cuenta el lugar y la época y los diversos testimonios, entre ellos el mamotreto de Bioy, como invariablemente lo llama nuestro anfitrión Quintín, al punto de que ya no sé si el libro se llama “Borges” o el “El mamotreto de Bioy”, título que dicho sea de paso vendería más ejemplares, decía, en este caracoleo sintáctico que puede confundirse con un párrafo de Proust, o con los convúlvulos más desesperantes de Luis Chitarroni, decía y digo, Dasbald, que teniendo en cuenta lo mencionado puede inferirse que Borges respetaba mucho a Wilcock, tanto como para señalarle la salida. Cuál es mi fundamento, se preguntará usted en la soledad de su gabinete. Muy fácil. Wilcock era puto. Se tragaba la bala, la miraba con cariño, elija la expresión más pintoresca. Y un puto con talento de aquella época sólo tenía un camino: Ezeiza. Aquí cabe retomar a Landor y la eterna letanía de Borges sobre la puntuación en el célebre verso de Milton: “Eyeless in Gaza, at the mill,…” etc.

    Dicho esto, hago votos para que vuelva maiakovski y diga que Landor le chupa, redondamente, un huevo. Saludos.

  15. dasbald Says:

    Quintín, lo genial de Wilcock es que es un escritor y a la vez personaje. Tiene esa característica. Bioy lo usó para un cuento, así como Dickens usó a Landor para Casa Desolada o Powell a MacLaren-Ross para crear a X Trapnel. Lo de Landor lo asocié con Wilcock y con Schwob.
    Me acuerdo de una anécdota donde Wilcock dice desde Italia que aún tiene unos poemas en español pero que no los manda porque no le parecen lo suficientemente mediocres como para el gusto argentino. A mi me interesa mucho ese paso del español al italiano, es un caso único en Latinoamérica.

  16. dasbald Says:

    A Landor lo conocí por una carteo entre Mario Praz, otro italiano anglófilo, y Vernon Lee. Ellos dejaban entrever una genialidad que después pude comprobar. Lo que también era genial era el carteo entre ellos dos.

  17. Karel Says:

    Mujica Láinez vivió (casi) toda su vida acá.

  18. Yupi Says:

    Pero Borges no esperaba nada de él. Por lo demás la prueba en favor es contundente: Wilcock, Copi, Puig, Lamborghini. Casi como decir Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau.

  19. Karel Says:

    Wilcock dejó el país en el 57, no sé si puede relacionarse con la de los otros tres. Yo nunca me enteré de que ser homosexual había sido un problema para Wilcock.

  20. dasbald Says:

    Yo tampoco nunca me enteré de algún problema acerca de la sexualidad de Wilcock, más bien siempre fue una cosa con el peronismo y la política argentina y algo que le molestaba del circuito literario local. Pero también me parece que su ida a Europa es una búsqueda de la madre en un sentido familiar, genealógico pero también histórico, una búsqueda de la tradición a la que él cree que pertenece. Si no, se hubiera ido a otro lugar, no a Italia. Bah, qué sabemos igual…

  21. Yupi Says:

    Que tuvieran ideas políticas y literarias distintas e incluso antagónicas creo que juega más en favor de la hipótesis que de su refutación, pero no intento convencerlos. Sobre el respeto de Borges a Wilcock, encontré en el Borges, mejor conocido como Mamotreto de Bioy, una entrada que estaba buscando. Mi cerebro sufrió un breve colapso porque tengo la edición española y hay que buscar a poncho. Allá va:
    1963
    Miércoles, 23 de octubre. Comen en casa Borges y Livio Bacchi. Livio trae un poema, manuscrito, de Wilcock, en italiano, titulado «Al fuoco»:

    Fuoco, compagno, caro amico dell’ombra,
    ardi e ti spegni e grazie a me riprendi,
    te disperato che bruceresti il mondo
    e qui da solo bruci te stesso…

    Borges: «La primera reacción después de leer un poema que a uno le gustó mucho es el proyecto de escribir pronto ese mismo poema».

    Para que Borges diga que un poema le gustó mucho… No hay más preguntas. La fiscalía descansa.

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