por Hernán Firpo
Devaneo banana
Menos YO
Putos: partido gobernante de la siempre prolífica cultura de las diferencias. Muy por encima del discapacitado, del veterano de Malvinas, del anoréxico, del bulímico y del vegano.
Las minorías son elitistas o estúpidas (muy pronto, sinónimos) y la necesidad es un camino sin retorno a la paranoia. No tengo la culpa de ninguna de esas minorías pero las padezco a todas. Es injusto, yo no les hice nada. Con la industria de la incompatibilidad, ya sabemos que hay algunas minorías que nos importan menos que otras.
Por ejemplo las tribus originarias. Los pueblos no pueden ser arrasados. Siempre hay opciones para escapar. Las tribus originarias son un ejemplo de poca actividad. Es más, con esas banderas multicolores quizás ni siquiera sean muy rencorosos. Originario es un eufemismo de extinción. De atraso. Yo, particularmente, vi más aliens que tehuelches. Vi dinosaurios en las películas de Spielberg y me encariñé. Un hombre en taparrabos queda antiestético y me da inadaptado. Si les gusta que se les marquen los huevos podrían usar chupines y listo.
El otro día leí que por culpa del conflicto que bloquea la importación de cosas, estaba por cerrar la única librería gay de Buenos Aires. Me di cuenta, leyendo, que la conocía y que había estado ahí sin saber muy bien qué era una librería gay. De hecho, no me dio vergüenza entrar.
Mientras leía la noticia me sorprendí pensando que el libro, el cuerpo vencido, el soporte rechazado, ahora resulta un objeto importante. Gracias a la sustitución de importaciones, por primera vez en mucho tiempo el libro es libro y no e-book o tablet.
Retenido en la aduana, el libro es el papel y no el Ipad. Muy bien. Lo diferente hace que las batallas se libren sin ejércitos: La librería gay lo hizo posible. A las minorías se las escucha. Son como bebés haciendo un berrinche. Los bebés no tienen autonomía, no se les entiende mucho lo que sienten, por eso papá y mamá hacen lo que pueden. Esa falta de comunicación primaria es la incipiente argolla de la insatisfacción. Es necesaria la ausencia de conexión entre el buen salvaje y el animal domesticado. Hasta que aprenda, sabrá que el deseo se parece a la frustración.
Gracias a la librería gay con sigla rara, el libro dejó de ser un asunto de las tecnologías. La crisis de las importaciones nos volvió analógicos por un rato. Hoy, ahora, en el momento que se esta tecleando esto, el debate tiene un correlato fetichista: el libro es el papel, el objeto transportable y portátil.
La diferencia es una tradición muy eficaz. Las minorías nos dicen que nunca hay que dejar de confeccionar opuestos y situaciones antagónicas. Es sabido que todo poder tiene su resistencia. Hay que moverse en extremos que permitan una rápida identificación. Los ovolactovegetarianos son algo, ¿vos que sos además de vecino?
Eso es jugársela, muchachos. Mejor que liderar mayorías, crear guetos. Es raro vivir así: somos mucho menos que dos y nos la pasamos aprendiendo a convivir.
9
–Y detesto los principios de cualquier índole, empezando por cada día y cada buen día. Así que voy al baño, me higienizo un poco, vuelvo y cuando vuelva te pido que ese libro desaparezca. Fush, fush, no me la hagas más difícil, Pola, es la última vez… Vos necesitas lubricación y punto. No te lo digo más: yo vine deseándote y lo único que quiero es irme satisfecho, ¿tá? El sexo me importa muy poco, por eso me lo permito con cualquiera, desconociéndolo todo del otro –El Artista hizo una pausa para anotar una frase y se colgó escribiendo sin observar que Pola había puesto la función full album en Youtube, y con la musiquita de Tame Impala iba quedándose completamente en pelotas. En ese estado, la gravedad corporal perdía naturalidad. O naturaleza.
Lo supo, pero no lo dijo ni lo escribió.
Hablar de sexo, eso sí que es algo asquerosamente cultural. Es peor que hablar de gastronomía. Hablar de los culos que hicimos en la mesa de los galanes… Ufff, por suerte están cerrando todos los bares y ya nadie tiene dónde contar todas esas mierdas. Las formas del deseo le quitan urgencia al sexo. Es como calentarse con los jadeos de Darín en Carancho. Martina Guzmán nunca podría arrancar jadeos. Error de guión.
Un comienzo posible
Me dijo que mi hijo era un buen jugador.
–Es un buen jugador, pero no tiene hambre.
Mis padres habían luchado para desterrar esa palabra. Los míos y los de Norma, mi señora. Ellos habían tenido hambre en la Europa de posguerra y, como buenos inmigrantes, se juraron que ninguno de sus hijos y nietos pasaría por lo mismo.
–¿Qué es el hambre en este caso? –preguntó Norma.
–El hambre que dice El Especialista es una especie de dedicación extra.
–¿Y por qué le dicen “hambre”?
–No sé, hay muchas metáforas futboleras que usan el apetito. La del defensor que ”te come”, por ejemplo, ¿nunca la escuchaste?
–No.
–Si no corrés “te come”. No sé bien por qué, pero se dice así.
Pero qué buen jugador era el chico, siempre recostado sobre la derecha, perfil de zurdo. Había sido bueno desde que tenía cuatro, cinco años. Siempre con la pelota. Dormía con la pelota en lugar de almohada y nunca le dolía el cuello. Esa anécdota familiar atravesó generaciones.
–¿Te acordás que decía “futgol”?
–Decía “futgol” y estaba bien: yo no lo corregía porque el deporte debería llamarse así, como lo decía él: “futgol”. Fútbol y goles.
Aparte el pibe era una furia. El chico jugaba, hacía goles, era fachero y usaba la mejor ropa deportiva y los mejores botines. Y también, como decía su padre, hacía goles.
Todo bien, pero según El Especialista no tenía hambre. En este contexto, hambre debería ir siempre entre comillas.
–No correspondería contarlo, pero una vuelta había llorado porque se le ensuciaron los botines nuevos que le habíamos traído de Miami, ¿te acordás? Nada de tirarse al piso, ah no, no le gustaba ni medio ensuciarse, transpirar… Pero esa zurdita estaba encantada…
Era el crack del country. Jugaba los domingos y las chicas iban a la cancha principal porque si él jugaba había que ir.
–¡¿Y por qué va a tener hambre?! –Norma se enojaba ante el insólito diagnóstico de El Especialista.
–El DT era buena gente, buen tipo, confiable. Cuando me llamó para contarme que tenía un plan, nunca pensamos llegar tan lejos. Norma y yo. Ojo, los dos, acá no hay un único responsable, eh, que por favor eso quede bien claro…
–¡Hambre…! ¡Hambre es una palabra que quedó desterrada de nuestra familia! -Sí, ¡ya te oí Norma, ya te oí!
Bueno, finalmente aceptó. Aceptaron. Un año de ese tratamiento y basta. Un año, nada más, le dijeron a El Especialista.
Al principio, el pibe no entendía bien qué había pasado, por qué cambiaba de colegio, de barrio. Por qué dejaba de ver a sus amigos, por qué ya no tenía la motito, por qué debía usar siempre la misma ropa, los mismos botines. ¿Puedo usar los naranjas?, preguntaba. No, le decían sus padres, que empezaban a decirle no demasiado seguido.
–¿Y la moto, mami, dónde está la moto? –preguntó.
–Tuvimos que venderla. Igual vos mucho no lo usabas…
–¡¿Cómo que la vendieron, ma?!
–Es así, mi vida, esto también se llama realidad.
Gran frase: “Esto también se llama realidad”.
Ese era el nombre del libro que El Especialista les había aconsejado para encarar el tratamiento sin culpas. “Un manual con respuestas impactantes para salir del paso y dejar rastro”, se leía en la tapa. En vez de explicaciones, frases alusivas, eslóganes, respuestas drásticas.
–Hay que mudarse y punto –le dijo el papá, que todavía no había leído los consejos de El Especialista.
–Se lo dije así porque no podíamos contarle la verdad. El sacrificio debía pasar inadvertido para lograr los resultados esperados. De todos modos, estábamos cerca del country. Treinta cuadritas. Norma sufría sin sus compañeras de rumy y a mí, al principio, se me hacía imposible estar dentro de la casa… Bueno, en realidad la casa tampoco era una casa con todas las letras. Más bien era una vivienda, ¿vivienda está bien dicho? Una construcción de esas con techo de chapa acanalada y sin cloacas. Parte del plan al que nos sometió El Especialista.
–Y de la abnegación –agregó Norma.
–Técnicamente estábamos en Puente La Noria, y para ir al country había que tomar el colectivo. Nada de auto, nos había pedido El Especialista.
A ver, permítanme un segundo: los sábados el pibe iba al country a entrenar y a la vuelta contaba cómo extrañaba su “verdadera casa”. Para sus padres eran todas nostalgias de una vida que se había empeñando provisoriamente. Sin mediaciones, el chico volvía a la escuela de La Noria, sus amigos empezaban a ser hijos de ferreteros, de cartoneros, de obreros, de desocupados. Quizás tenían otros oficios, pero lo que se busca en esta parte del relato es que la historia se comprenda perfectamente. Esto es un flashback. Acá empieza la cosa.
El pibe, entonces, decía sentirse “raro”. No mucho más que eso decía. O sea: ni bien ni mal. “Raro”. Raro cuando viajaba en el colectivo, cuando se sentaba en el banco con un nene que no usaba zapatillas de marca. Raro cuando usaba delantal. Raro sin sus botines nuevos con colores flúo. Raro y todo, había que verlo en la cancha. En el campeonato Intercountries seguía siendo un espectáculo con el plus del tratamiento agregado en pequeñas dosis.
Las cosas cambiaban de a poco y El Especialista grababa esos pormenores en sus camaritas.
–El DT había dicho que el problema era “la actitud”, que Alexis –así se llamó apenas unos años de su vida– tenía condiciones de sobra, pero que si realmente queríamos verlo triunfar había que modificarle el entorno socioeconómico. El tratamiento era enérgico pero prometía eficacia…
–Claro, por supuesto que sufríamos –comentó Norma–. Una noche lo encontré en la piecita haciendo los deberes… ¡¿Pero qué es ese olor? –le dije- ¡¿qué mierda estás fumando?!
De un tachito salía el tufo.
–¿Qué es eso? ¡¿Vos estás fumando?! ¡¡Los jugadores de fútbol no fuman!!… ¡Si se entera papá nos mata!
Otro día:
–¡¿Qué es esto?! –le pregunté–. Se quedó mirándome. Me miraba y me miraba sin decir nada hasta que de pronto me respondió: “¡Callate puta!”… ¡¿Puta?! ¡¿Puta, me dijiste?! ¡¿Puta a tu madre?!
Después no le dijo puta. Le dijo puta de mierda. Después fue a misa y pidió perdón. Y lo perdonaron. Dios y su madre.
–Llevarla “atada”, Norma, es una forma de decir. Lo que El Especialista nos quiere significar es que Alexis es un crack –explicaba el hombre.
Una continuación posible
–¿Ustedes querían un tratamiento intensivo? –les preguntó El Especialista.
–Sí –respondieron los padres. Los dos.
–¿Seguro?
–Sí, sí…
–Miren que hoy, así como está, el pibe es potencialmente un Diego Latorre.
–¿Potencialmente?
–Ajá.
–Mmmm, el tema es que si no me sale un Latorre, nos queda un countrista liso y llano.
–Y sí, es un riesgo, sí… De todos modos ya no hay tantos potreros como antes, así que cada vez habrá más Latorres en el fútbol argentino.
–(El señor piensa y Norma lo mira callada) No sé si quiero arriesgar…
–Entonces pasemos a la siguiente etapa.
–¿Cómo sería? –pregunta Norma.
–Es la experiencia del “hambre” propiamente dicho.
–¡¿Hay que mudarse de nuevo?! Mire que ya me está comiendo las “eses” y me responde “creo que hicimos las cosas bien”.
–Interesante. ¿Hicimos o hicimo’?
–No, no sé, pero le aseguro que en general ya se está comiendo las eses.
–Interesante –El Especialista lo subrayaba con un movimiento lento y afirmativo de su cabeza.
–Ah, y cuando se junta con sus amigos, sus nuevos amigos, se pone a gritar vocales tipo aaaaaa, oooo, y hace unos chilliditos y vuelve otra vez con las vocales aaaa, ooooo. Siempre la a y la o, y últimamente mucho “eeeeee”.
–¡Bueno, muy bien!, ¡eso está muy bien! ¡Ya empezó con la “e” en continuado, muy bien!
–¿Sí?
–¿Ya dice “eee-loco” por ejemplo?
–Todo el tiempo.
–Excelente, no se preocupe, excelente. Eso quiere decir que está formando un grupo de cumbia. Estamos completando la fase. Igual, todavía falta. Falta que hable con la “e” todo el tiempo. Cuando destaque la “e” delante de cada frase y le adose un “loco” o un “vieja” podremos decir misión cumplida.
–¿Grupo de cumbia dijo?
–Sí.
–¡Ya lo tiene!
–¡Pero me lo hubiera dicho antes, mujer!
–…
–Está muy bien, y dígame, ¿cómo se llama el grupo?, ¿se acuerda?
–Devaneo banana.
–Devaneo banana. Suena bastante bien.
–Raro.
–Cumbia con resabios de colegio privado. Devaneo: es de esas palabras que nunca se mencionan en escuela públicas –sentenció El Especialista.
–¿Por?
–Está estudiado. Devaneo, luctuoso, oxímoron…
–Mire lo que uno viene a enterarse… –se sorprendió Norma.
–Y fijesé más, Norma: devaneo no tiene “eses”.
–Es verdad, no me había percatado –dijo el padre.
–Percatar es de escuela rural, ¿sabía?
–No.
–Percatar, escampar. Estos son vocablos predominantemente rurales, de todos modos, no se preocupe, es un detalle menor. Posiblemente él ni siquiera sepa lo que significa devaneo. Debe ser un juego de palabras, un detalle que no afecta en lo más mínimo el tratamiento.
–¿Está seguro?
–Seguro.
–¿Mire si el chico anda leyendo libros…?
–¿Usted quemó la biblioteca?
–Todita.
–Entonces no se preocupe… Devaneo banana. Interesante.
–Raro.
–Más que raro, interesante. ¿Usted sabe la historia de Carlitos Tévez? –preguntó El Especialista.
-¿Tévez?
–El apache. Un chico de las inferiores que en cualquier momento va a triunfar en Boca. El pibe padeció desnutrición en grado uno y se cuenta que Mario Kempes, el Matador, ¿se acuerdan del Matador? El también fue un típico come gatos.
–¿Qué quiere decir con eso de “típico comegatos”?
–Bah, hubo muchos jugadores. Digo Marito Kempes porque seguro lo conocen.
–Sí, claro, cómo olvidarlo.
–Cómo olvi-dar-la, cómo ol-vi-dar-la… Si se llevó de mi vida lo mejor… Cómo ol-vi-dar-la…
–¡¡Norma!! Por favor…
–Interesante lo que le está pasando a su señora.
–¿Usted cree, doctor?
–Totalmente. Y no soy doctor. Dígame Especialista, El Especialista… Bue, en fin, ¿en qué estábamos? Ah, parece que en su primera época de Rosario Central Kempes desayunaba, almorzaba y cenaba gato. Y que después, cuando empezó a ganar algo más de dinero se llegó a comer un American Curl. En España, ya jugando para el Valencia, dicen que habría contratado un cocinero taiwanés que le hacía tiernos fetos gatunos y le preparaba gatos bonsai en escabeche…
–¿Qué asco!
–Uno té con leche precioso el gatito, eh. Y persiguió al bengalí moteado de un vecino, lo atrapó y se lo comieron para una Navidad. Esa anécdota figura en una biografía no autorizada e inédita de Kempes, el Matador.
–¿El Matador era por lo gatos? –quiso saber Norma.
–Un bengalí se comió. Le tomó el gustito a los gatos… Se habla poco de esto, casi nadie lo sabe. Los periodistas creían que a él le gustaban las vedettes, pero a Kempes le gustaban los gatos de verdad. Cuando anda por Buenos Aires, todavía hoy, su paseo es el Botánico…
–Dele, doctor… –a Norma se la oía desconfiada–. Y me va a decir que su bebida favorita es la Gatorade, jeje.
–No soy doctor, señora. Soy El Especialista. Y si no me cree… Sigamos: la experiencia del “hambre” consiste en no comer.
–¿En no comer qué?
–Nada.
–¿Nada?
–¿No escuchó lo que le conté de Mario Kempes?
–Bueno, pero mi hijo no va a comerse un gato…
–¿Por qué? Es sólo una prueba de carácter. Kempes tuvo esa dieta y fue el goleador del Mundial 78.
–¡¿Usted pretende que mi hijo se coma un gato?!
–A ver, señora. Para que quede claro: un artista en toda su dimensión o un resplandor en la noche. Usted elige.
–No entiendo. Pero “resplandor en la noche” no suena mal –respondió Norma-Un poco largo para que la gente lo coree en la tribuna, pero nada mal…
–Quise decirle: una refulgencia, una especie de… de… reflejo pasajero. Es fácil, señora: arte o pornografía.
–¿Refulgencia y devaneo son sinónimos?
–No, señora.
–¿Latorre fue arte o pornografía?
–Pornografía.
–¿Kempes?
–Arte.
Todos hacen una pausa de no más de siete segundos.
–No puedo matar un gato. Ni yo ni Norma. Y si lo mato no voy a poder convencerlo de que se lo coma.
–Escúcheme bien lo que le digo: hay recetas en Internet para que el gato se confunda con la carne que se usa en guisos comunes y silvestres. ¿Probó la milanesa rosarina?
–No. Jamás oí hablar de la milanesa rosarina.
–¿Ninguno de los dos la probó?
–No.
–Yo tampoco la probé –dijo El Especialista–, pero me dijeron que es bastante parecida a la carne de nalga.
–No, no, discúlpeme, pero yo no voy a andar pro ahí matando gatos, ¿me entiende?
–¿Está segura?
–¿Cuánto dura la prueba del “hambre”? –quiso saber Norma.
–Un año.
–¡¿Qué?! Usted está completamente loco. ¡¿Un año matando gatos para que mi hijo se convierta en futbolista!? No, no, paso, gracias…
–Ustedes deciden.
–¿No puede ser una dieta de arroz?
–Señora, su hijo se constiparía con arroz. Se le formaría un tapón de almidón que, en una anatomía constipada como la suya, representaría un alarmante aumento de peso. Demasiado riesgo para su condición física.
–No, tá bien, tá bien, pero no puedo andar matando gatos…No puedo, no podemos…
–Les puedo pasar un teléfono –sugirió El Especialista.
–¿Un teléfono?
–…
–¿Tiene matones?
–Jeje, los llamo de otra manera, pero sí, suponga que son sicarios. Sicarios de gatos, digamos. Muchos pibes que no llegaron a la primera se la rebuscan, vio… grandes proyectos que quedaron en el camino… Ustedes saben, siempre conocemos la historia de los que ganan.
–Usted nos dijo que el nene era “potencialmente” un Latorre. ¿Es así?
–Exacto, usé esa palabra.
–“Potencialmente”.
–Potencialmente, así es.
–El 90 por ciento de los potenciales son falsos –dijo el hombre.
–No conocía ese dato –se sorprendió El Especialista–, pero puede ser… Su hijo necesita la prueba del “hambre”. Sí o sí. A él le sobra, no se preocupen. El chico se crió con todo el zinc y la vitamina b2 que se necesita para carecer por completo de ambición. Este tratamiento, Norma, es absolutamente necesario en una persona como él. Créanme.
–¿Carece de ambiciones?
–Por completo.
–¿Qué es “potencialmente” para usted? –intervino el padre de la criatura.
–Una posibilidad.
–¿Una en diez? ¿Una en diez mil? ¿Una en un millón?
–Buena pregunta. Entiendo su desconfianza porque, periodísticamente hablando, los potenciales se usan para calumniar y vilipendiar a las figuras mediáticas.
–No podemos matar gatos ni mandar a matarlos –se plantó Norma–. Dejemos todo acá. Mi santa madre, que en paz descanse, amaba a los gatos. No puedo, señor.
–Otra opción, ustedes saben, es el desvío vanguardista.
–Ahhh, sí, lo leí en el folleto –intervino Norm–. Pero no le preste demasiada atención. Bah, no lo entendí.
–El desvío vanguardista o desvío de vanguardia, es un estadio diferente del tratamiento. Siempre partamos de la base de que un chico bien alimentado, es un chico sin temperamento.
–No me diga eso…
–La verdad no ofende amigos.
–Lo de la vanguardia cómo sería. ¿Eso también incluye gatos? Si es así mire que…
–No, no, no, nada de gatos. Su hijo tiene un gran potencial artístico. Futbolista talentoso, músico de cumbia… ¿Cómo me dijo que se llamaba su grupo de cumbia?
–Devaneo banana.
–Interesante. Su hijo podría obtener una especie de Beca Guggenheim y empezar ya mismo.
–¿Una beca qué…?
–Guggehneim.
–¿Y cuánto sale esto?
–El precio se lo debo. Tengo que averiguar, pero desde ya que hablamos en dólares.
–¿Y para qué sirve? ¿De qué sirve hacer esa beca?
–Para ser Artista mayor de obras.
–Artista mayor de obras… ¿Un Picasso?
–Un Milo Lockett.
–¿El de las alarmas?
–Ese es Lo Jack.
–Ah, sí, perdón.
–¿Instalaciones les suena?
–…
–¿Intervenciones? ¿Saben lo que es una intervención artística?
–Algo quirúrgico –dijo Norma.
–Sí, claro, también. Pero con esto que les ofrezco, su hijo puede hacerse rico, tener prestigio, ganar subsidios, patrocinios, y todo sin riesgos de lesiones ligamentarias ni dietas de gatos, ¿ustedes me comprenden ustedes?
–Jajaja… Perfectamente. Dele para adelante, nomás.
–¡Buenísimo!
–¿Milo qué?
–Milo Lockett.
–¿Un artista?
–Gran artista… ¿Nos hablamos a más tardar la semana que viene?
El Artista está lleno de contradicciones. Se lo decimos: che, ¿y entonces por qué vas a Farmacity? ¿Qué es toda esa fascinación dentífrica? Y él, hábil declarante, te espeta –único ser humano que sabe espetar considerablemente bien–: “La duda es el parnaso del errante” y “la contradicción es un ejercicio aeróbico ante el sedentarismo que implican las certezas”
El Artista no se llena con las cosas indiscutibles. Se aburre, y el aburrimiento lo transforma en un desprecio que –y acá vamos– “yo sería capaz de rechazar con halitosis”, dice.
Es prefabricada su antipatía. La aprendió en una beca donde cursó Fobia de Autor. Observen ustedes de qué manera usa la boca. La usa como una cloaca. Eso es lo que nos quiere decir. Un sumidero que no agita gruesos epítetos. El hombre que pide pasar inadvertido, que se jacta de ser individuo, indiviso, unidad, silencio, factoría y acopio, está preocupado por su risa, y tiene una risa uno y una risa dos para momentos determinados.
El Artista dice preferir la impotencia. El Artista sabe que ahora mismo puede ser tema de conversación entre amigos, familiares y conocidos. Es un artista y comprende que debe trascender su propia obra.
Trascender, ese más allá que significa hablen de mí.
Debe ser radical El Artista si quiere evitar que lo interpreten. Y visceral para que no crean que se equivoca. La interpretación mata al intérprete y es preciso que el lector vuelva a confiar.
¿Qué pasaría con el lector si el argumento no existiera? Se pregunta si habría más o menos lectores, y se pregunta: ¿La trama será la corporación de la ansiedad?
En su mar (mar de fondo, claro) logra reconocerse. Es él, siempre él, maquillado, pero él, broncodilatado, pero él, petitero, bien despierto, pero él. El Artista me dijo que está afectado, aunque no mucho más que esos entristecidos escritores de la tercera persona. Evolucionamos, ya no se preguntan ciertas cosas. Se afirman. Movimiento. Maratón o habitación pascaliana. Lo que sea, pero que sea en extremos. Escándalo de la pasión o de la contemplación. Como sea, cualquier cosa que altere la forma humana estará bien.
Siempre Ello en primerísima primera persona pide El Artista. Quizás esté haciendo un esfuerzo y necesite un empujoncito. ¿Vale la pena la voluntad de ser entrañable pero inconexo? Las terminaciones nerviosas están carbonizadas por el intento y es posible que en este período, El Artista ande necesitando un envión de 0.50 gramos de arplazolam y tres secas antes y después de las comidas.
“Hay que colaborar con el Ello”, repite. “Nadie socialmente integrado, nadie con familia, trabajo, horarios, impuestos, etcétera, puede pretender volver a los orígenes –o al menos al reposo– después de la feroz golpiza anímica que hemos recibido en todos estos años de gente”.
Anota en su libretita material para un próximo devaneo:
La trama es la fundación de la ansiedad. La nostalgia es el verdadero motor de la historia. Como diría Pascal, nada malo habría pasado si nos hubiéramos quedado encerrados entre las cuatro paredes de nuestra habitación. Seguramente haya que ocuparse de tener mejores miedos. Miedos más sanos, menos contaminados. Ojalá viviéramos soñando con Chucky o con el Enigma de otro mundo. Volver al sueño infantil porque después se crece, el miedo se transforma y los sueños tienen caras demasiado cercanas. Se crece y el sueño empieza a estar podrido por caras próximas, vecinales, y el corazón se agita a punto de explotar. Entonces pedís por dios, por cualquier dios, volver a la pesadilla de Jason, a las criaturas concebidas para el miedo. Cuándo éramos chicos, arena que la vida se llevó, el miedo era trivial, menos privado que público, tenía formitas juiciosas, felizmente diseñadas para el desasosiego.
¿Y ahora? Ahora se hace lo que uno puede: donde había instinto y fantasía, hay disciplina y colesterol. Donde había azúcar, hay aspartamo. Lo bueno de tener hijos a los cuarenta y pico es que disfrutás una sola evidencia: sabés que no habrá tiempo de sentir el síndrome del nido vacío. Un paquete de síntomas menos es una buena señal. ¡Mi reino por otra pesadilla con Los Gremlins! Por favor, Maestro, un sueñito con las serpientes de Silvio, Maestro.
Uno solo.
(Continuará…)
Foto: Flavia de la Fuente
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