por Hernán Firpo
Devaneo banana
Livertad
Escribir bebiendo. Detestar a esos viciosos que no toman nada. Fumar o tomar. Esa es la única manera en que se puede correr el eje y evitar caer en los residuos conscientes del relato, en sus crisis, sus objetividades, nudos, desenlaces. Bebiendo nos volvemos dispersos, perdemos la continuidad, somos perfectamente reales. Ese es el existencialismo que se pretende de los escritos en general. La prosa afectada de los literatos o los que viven de la escritura no puede ser igual a la de los virtuosos. El novelista es aquel que quiere ganarse la vida, a todas luces un miserable que piensa en el mercado. Nada que ver nosotros que, sin la necesidad de volvernos insulares, trabajando en empresas, en fábricas, en fotocopiadoras o en locutorios, podemos abstraernos y generar la propia revolución interior.
Si Kafka no ha vivido ni un solo peso de la literatura, qué derecho hay de que existan concursos que vayan perpetuando la especie escritoril. Hay que odiar a los escritores que concursan. Odiar a los prosistas que se someten a la mirada del otro.
Oh, my Lord, eso no nos sirve para nada. Hay que escribir para sentirse libre y que esa libertad vaya golpeando puertas de gente que quiera sentirse como uno. Ese el triunfo del escritor, sea al género que fuere. La literatura no debería dar plata nunca y casi lo logra, salvo malas excepciones que trascienden, se promocionan y obtienen la ominosa fantasía de creer que uno puede vivir de esto.
Odiar a ellos, a los funcionales que creen ser libres y son livres.
Conocemos escritores que alguna vez fueron buenos y después se dedicaron a escribir por encargo. Los mejores, nosotros, los anónimos aquí presentes, los que no queremos dejar huellas de estilo ni marcas fundantes, nos los representantes del fondismo ilustrado, pretendemos garrapatear con absoluta independencia y juramos con gloria nunca soñar que el éxito de un libro signifique llegar al cine o el teatro.
Nadie necesita leer para vivir. Se puede ser exitoso y tener mucha guita sin haber leído un solo libro. Los libros deberán ser un producto marginal. Es necesario.
La primera edición de El juguete rabioso es inaccesible. Averigüen. ¿El que consiga un ejemplar será un fanático de Arlt o un coleccionista de primeras ediciones? ¿Sera arltiano o será un gastador compulsivo disimulado tras la ingenua máscara del hobbie? El coleccionista quiere tener el ejemplar. Es así. Se compra el libro y lo coloca en una biblioteca. Lo cuida del hollín, de los olores. Lo trata como a un bebé. Mucho más no se sabe. Se hizo una tesis sobre bibliofilia sin llegar a ninguna conclusión.
Asumir lo que pasa. Ni más ni menos que eso. Todos los años leemos en los diarios que un millón de personas desfilaron por la Feria del Libro. ¿Y?, ¿qué quiere decir esa estadística? Nada, solamente que a la gente le gustan las ferias. Después, las editoriales siguen sacando ediciones de 500 ejemplares que ni siquiera se agotan.
7
Contemplativo ciento por ciento. El Artista sabe que la literatura perdió terreno frente a la soberanía audiovisual. El sabe, supo, que con Pola tirada horizontalmente resultaba mucho más excitante presenciar un robo a mano armada.
A pesar de que Pola estuviera desnuda y semileyente.
El Artista vivía para la tentativa física, pero Pola no se le entregaba como uno de esos escritores medianamente probados y exitosos que circula entre las masitas de la cultura mostrándose como gente sencilla, y ni se te ocurra tratarme como a un intelectual. Somos iguales, parecen decirte, empeorando deliberadamente sus formas con licencias de frivolidad aptas para la cercanía.
No señor, Pola no adhiere al neopopulismo ni al anti-eruditismo intelectual. No nos garantiza nada de nada y lee, se auto lee con autoafectación. Ese era el fondo de esta materia y El Artista tampoco estaba preparado. La evolución natural del arte, pensaba, susurraba, escribía, ¿dónde habrá quedado la irracionalidad, o seré yo un mártir de los temperamentos extravagantes?
La irracionalidad –decía El Artista, justificando su devoción culposa por las formas–, la irracionalidad es un poco incómoda para la crítica mundial y el orden que supuestamente merecen las historias. La realidad cordial, el estilo que se refiere al mundito del espectáculo con fraseos del tipo Un ataque relámpago a los sentidos o un show sin narrativa central, así como la fórmula de teatro de impacto o teatro danza, sólo ayudan a encontrar casilleros para la comprensión: post punk, new romantic, happy tour.
Todo es culpa de la crítica de rock, se quejaba El Artista, odiando particularmente al periodismo del palo. “Ajustadores de calidad”, “simplificadores”, “etiquetadores”. Así lo llamaba.
8
“Me siento agredido, Pola.”
Se lo dijo mientras ella seguía leyéndose y el problema es que si insistía dejaría en evidencia la falla: ¿El razonamiento o el pantalón desabrochado? ¿Llenar de nuevo el vaso para que su prosodia atendida patine, o la pija?
–No hay nada más lindo que coger con la ropa puesta –le dijo él.
Ella sonrió y le pidió que lo repitiera.
Y lo repitió: “No hay nada más lindo que coger con la ropa puesta”.
–El sexo está hecho para las mujeres. La naturaleza las benefició. Por eso el feminismo nunca será suficiente –El Artista.
–¿Vos decís que el sexo fue inventado para complacer a las mujeres? –Ella.
El Artista no tardaría en retomar esa línea de perorata. Las mujeres, tan fácilmente violables, le dijo, no requieren ningún otro esfuerzo que el de abrirse de gambas.
–No conozco ninguna mujer que haya podido violar a un hombre haciendo la pose del misionero –El Artista.
El Artista esta vez tomó nota sin preocupación:
No conozco ninguna mujer que haya podido violar a un hombre haciendo la pose del misionero.
Y después de un silencio le dijo algo más:
–Ultimamente me acuesto con hombres porque el puto es más agradecido. El puto comprende la irrigación de la sangre en el momento adecuado. Sabe que esa especie de amotinamiento en cualquier momento se llama deseo, y que ese deseo no es una responsabilidad ni una cultura. Yo no soy nada, por lo tanto puedo permitírmelo todo.
El Artista no era nada, por lo tanto podía permitírselo todo. Esa frase se la había tatuado.
Pola ni se dio cuenta.
El sí.
El: su chongo.
“Yo no” está escrito en la pantorrilla derecha con unos puntos suspensivos que ascienden hasta la flexión que hace la rodilla. “soy nada” está suelto en el torso. Justo arriba del culo dice “por lo tanto” y “puedo permitírmelo”, con letra más chiquita y tipografía arial 9, se lee en la espalda. El “todo”, más grande y tipo verdana, está a la altura del bicep derecho. Pola ni se dio cuenta del rompecabezas. Siendo justos con Pola, ella sólo lo había visto puntualmente desnudo a la altura de los genitales.
Después de los cuarenta, las erecciones no son lo mismo y la ciencia inventó una ficción acorde, duradera, a veces realmente impresionante, a veces perfecta. Y todo esto para la breve historia del coito.
Si le dieran a elegir, repite El Artista, preferiría los 60 a los 20. Tener 20 siempre es un problema. El pibe de 20 tendrá que dar explicaciones, tendrá que someterse a los dictados de la generación pasantía y tendrá que consumir para ser sociable, para bailar, para coger.
El Artista dice que no conoce ningún viejo que vaya a bailar. Tampoco conoce viejos que escuchen rock.
Si después de los cuarenta uno no tiene más voluntad que para relacionarse con comerciantes y vecinos, después de los cincuenta la compasión es un sentimiento que, en determinados casos, ya se aleja felizmente del individuo.
A El Artista últimamente le gusta declarar cuatro o cinco años más de los que realmente tiene. A su chongo le dijo 54. Le gusta exagerar la edad porque la gente se pone obvia y en su obviedad la gente eleva la autoestima sin inmolaciones:
“¡Qué bien te mantenés!”
A los 20 acabar rápido es una enfermedad, y no acabar es otra enfermedad. A su edad real o exagerada, lo que sobran son excusas. El Artista ni siquiera siente el remordimiento de la influencia. Es libre para sentir, para percibir, para afectarse. Es una esponja porque puede permitírselo todo.
El todo tatuado es un poco violento, reconoce, porque plantado en su bícep le obliga a un ejercicio permanente con mancuernas. Debe lograr que semejante absoluto no se arrugue en la laxitud del brazo. Sabe que por alguna razón decidió que la palabra todo fuera a parar a ese lugar.
(Continuará…)
Foto: Flavia de la Fuente
Entregas anteriores
febrero 5, 2014 a las 11:12 am
feroz sátira sobre las indigencias del mundo editorial, debería decir la faja del libro. Abrazo de soles desde uruguay