por Hernán Firpo
Devaneo banana
EnjogginizArte
Sospechemos del running. Es hora de que así sea, si es lunes feriado, 2 de abril y Ricardo Mollo anda corriendo enjogginizado por los bosques de Palermo como su mujer, linda mujer, mucho gusto Natalia. Pero decíamos: el running nos remite al auge maratonista y nos lleva a querer saber por qué corremos aún cuando no hay que trabajar y es feriado. Qué nos inculcaron esos nuevos lobos disfrazados de corderos a los que llamamos profesores de gimnasia, step, su ruta, y los más acabados y perfectos “funcional training” –la vanguardia es así–. Correr, digámoslo de una vez, es la nueva gran cosa del capitalismo socarrón y solapado en la buena vida, en nuestro presunto ocio. ¿Será un funcional training quien logre un poder de transformación superior al de Patricia Bullrich?
Maratón en feriado quiere decir que el tiempo es oro. Nunca más se pierde tiempo.
¿Dónde habrá quedado la mitad haragana de la fábula de la liebre y la tortuga?
¿Se acuerdan de la tortuguita paciente, seguramente ilustrada, sabia, muy Manuelita que llega a la meta? (Sabiduría: palabra que tiene los días contados.)
¿El rock de estadio será otra propaganda subliminal? Los músicos corren. Eso no les pasaba a los pioneros de La Cueva. Moris, autor del El Oso, consultado sobre esta inquietud, respondió: “¿Correr? Si apenas nos podíamos mantener en pie, jé”. El que empezó a correr globalmente en los escenarios de aquí y de allá, fue Axl Rose y ahora se dice que han visto correr a León Gieco en un teatro de Guaminí. Por eso está de moda el funcional training (que ha castellanizado una parte, pero no todo para que la tilinguearía crea que sigue siendo una colonia).
Un 2 de abril Mollo y señora se meten en la cinta de montaje. El despliegue físico que demanda el rock de estadio, y que los críticos interpretan como “entrega”, “actitud” y flores de demagogia, exige el estado físico del frontman. A saber: hasta la fecha, los piques de Axl Rose, allá lejos y hace tiempo, yendo de una punta a la otra, fueron los únicos que lograron que la bandera argentina flameara más que en los cuadros del Instituto Nacional Sanmartiniano. El rock es una nueva forma de revisionismo y exaltación patriótica.
Por todo esto los líderes de las bandas corren.
Corre el de Foo Fighters, corrió Axl Rose, Jagger sigue corriendo. Hasta Sabina corre.
4
El Artista, en su incesante búsqueda del fondo, piensa escribir sobre sus ídolos particulares. Ahora le interesa Daniel Moreira. Dice que tendrían que conocerlo. Daniel está en contra de la dictadura del rendimiento. Llámenlo como quieran, pero nunca dejen de recordar su nombre: Daniel, DNI 14.986.345, 52 años. Nunca le hablen de la posibilidad de concebir una carrera, una meta, un destino o similares supersticiones. Ni se lo preguntes siquiera, no vale la pena. No te entiende y si insistís descubrirás que su mirada hacia lo que lo rodea es mitad asombro, mitad hombros simétricamente encogidos.
Pésimo ejemplo o elogio de la incompetencia. Lo que quieran, igual Daniel sonreirá y seguirá haciéndolo cuando le asegures que su caso es materia de estudio. Hace 30 años que Daniel es cajero de un peaje.
Este es el tema que le interesa a El Artista.
¿Cómo se le dice? “Peajista”, responde Daniel.
En 1980 Daniel vio unos avisos clasificados donde pedían cajero para la primera autopista que hubo en la Argentina, la Perito Moreno. Daniel, que había sido canillita, le hizo caso a su señora y fue a ver de qué se trataba eso de la autopista.
¿Autopista? Vía de circulación rápida de vehículos. Ajá. “Cuando se abrió, hace un montón, me acuerdo que la gente agarraba la autopista como paseo. Se usaba ir a pasear n domingo a la autopista con toda la familia”.
Daniel podrá ser cualquier cosa menos un fóbico social. El ni sabe cuánta gente atiende por día y debe hacer memoria.
“Vi todos los billetes. Empecé cobrando pesos argentinos, pasé por los australes, conozco los patacones. Me guardé uno.” Cuenta que pudo ser “administrativo”. Lo cuenta en la oficina de su jefe, sin reflexionar, sin conciencia escalafonaria ni nada. “No sé lo que quiere decir jerarquía”, sonríe el peajista que se negó al cargo administrativo y que hizo lo mismo (dijo “no, gracias”) cuando le ofrecieron un cargo de supervisor.
Ante cada nueva propuesta, Daniel repite un cordial “me gustaría seguir atendiendo al público”. O un afectuoso “elijo el contacto con la gente”. Sin saberlo, sin conocer siquiera al personaje, sus argumentos están a un minuto del preferiría no hacerlo de Bartleby.
¿Qué es la meta, Daniel? Daniel ríe.
“A mí no me gusta sentirme presionado. Me interesa estar cómodo y volver a casa con mi familia. Como mucho, cambié de cabina: hace diez años que estoy en el peaje de Dellepiane –dice–. Me gusta trabajar, hacer mi turno de nueve horas. Me hace bien volver con los míos.”
Daniel tampoco leyó el cuento marxista de los hombrecitos grises que llegan a un pueblo y los habitantes, de a poco, empiezan a ganar mucha plata y a desconocerse más y más. “Yo quiero estar tranquilo. Me dicen que soy el peajista más antiguo de todas las autopistas argentinas y que a fin de año me van a dar una placa. Con eso estoy feliz”.
En medio de la línea recta de asfalto, El Artista piensa que Daniel debería ser considerado un manifiesto de intransigencia pasiva.
“Toda mi vida viví en el Oeste, soy de ahí, tengo la casa, estoy pagando el auto, mi mujer no me cuestiona mis decisiones, hago mis nueve horas de lunes a viernes… Me siento bien.”
Soberano asalariado.
El Artista lo escribe en su libretita. ¿Existen monumentos a asalariados soberanos?
Daniel, su brazo mecánico, su historia, su tendinitis estructural.
5
Severo catador de idiosincrasias, El Artista va hasta las últimas consecuencias. Es decir, hasta el fondo.
Decide que fondo no es sólo fondo blanco y fue hasta su mantero más cercano, “mi videoclub posible”, dice, y pidió El fondo del mar. Le preguntó si podía alquilarla pero el mantero le respondió que no, que el cine sólo va en camino de aceptar el concepto de propiedad. Por alguna razón, propiedad lo llevó a Casas, Fabián Casas, y también le encargó Ocio.
Hay algo de feng shui en las maneras de El Artista. A Regina Spector le pasa lo mismo, dice. Cuando era adolescente, Regina empezó a sentir que no tenía las propiedades necesarias para la música clásica. “Un artista no se preocupa por la polución que crea.” Con esa frase El Artista se hizo una remera.
Obviamente a él no le gusta hablar con propiedad y obviamente detesta a los apropiadores, tanto o más que a la propiedad intelectual y por favor no le hablen de las propiedades del té verde porque, bueno, you know, El Artista detesta abierta y públicamente el orientalismo palermitano.
De acuerdo con la sociedad en la que vivimos, propiedad podría ser fondo y no forma, le digo, pero El Artista pide que no lo dispersen con sugerencias y distintas posesiones. El fondo es El fondo del mar (Damián Szifrón, 2003) y dentro de un rato, después de un almuerzo al paso, dos panchos y coca, será el Fondo Nacional de las Artes.
Cuando El Artista llega al edificio de Alsina 673 pregunta por el escritor Pablo Ramos. Lo dice así: “Con el escritor Pablo Ramos, por favor”. No sabe, sólo intuye que allí puede encontrarlo.
De verdad, se los juro: yo no tengo nada que ver con sus intuiciones.
Yo hice un taller con Pablo Ramos, le dice a la empleada, y la empleada marca un interno.
“¿De parte?”, pregunta ella, apretando el tubo con su hombro.
En realidad falta un detalle clave, o en clave. El Artista no dijo Pablo Ramos, ni dijo señor. Dijo “maestro Pablo Ramos” y enseguida comentó lo del taller. Ahí vino el llamado al interno y por eso El Artista ahora está sentado en la silla del hall de entrada, esperando los minutos que le pidieron que esperara.
El Artista está ansioso. O nervioso. Es difícil describir la actitud de un hombre que zapatea por un pasillo. Si la observación busca ir un paso más allá del lugar común, el lugar ya existe. Una vez que reparamos en el lugar, la indagación puede tornarse demasiado contaminada, contaminada como la de todos esos cronistas, juventudes alarconistas y guerrieristas, que describen con mucho oficio y miniaturismo, pero sin corazón.
Si es con oficio, El Artista va y viene “ansioso” o “nervioso”. Punto.
Si es con el corazón, y conociéndolo un poco, está tremendamente nervioso. Vive nervioso últimamente. Los nervios adelgazan y el saco de pana ahora le baila como a David Byrne en el la tapa del disco Stop Making Sense.
La ansiedad, cuando en su caso es ansiedad, resulta más un tamborileo de tres dedos sobre la mesa.
Ir y venir es más nervios que ansiedad. Más energía que naufragio.
Baja Pablo Ramos y le estrecha la mano con firmeza. El Artista siente la presión. En ese vaivén aprovecha para pedirle disculpas por haber escupido su nombre un par de novelas atrás, porque en el fondo, Pablo, maestro, yo estaba equivocado con usted –de pronto un pedestal de distancia le impide tutearlo–. El Artista estaba equivocado si creía en el reconocimiento y si tenía sueños de canon literario.
Cuando uno sueña con el canon, se agita y la agitación te desvela, le dice. El Fondo de las Artes no es nada más que un principio y los comienzos, Pablo, son el vestíbulo de una nueva decepción. Ramos lo mira sin decir nada y El Artista repite la frase tres veces para recordarla (le da no sé qué sacar la libretita).
Suponiendo que esas palabras han sido aprehendidas, prosigue.
Por eso Pablo, maestro, siempre estoy con la misma mujer, por eso nunca compro libros, sólo releo, por eso nunca juego a uno de esos juegos de mesa que tienen una largada y una llegada. No quiero empezar, Pablo, y mucho menos terminar. Nada de desenlaces, maestro. Usted sabe de lo que le estoy hablando, además, Pablo, en el fondo, la literatura es lo de menos.
–¿En el fondo qué…?
Pablo comprendió el doble sentido: en el Fondo (fondo en alta) la literatura es lo de menos.
No había equívoco en las premeditadas palabras de El Artista. Si se leyera de corrido sería así: “En el Fondo Nacional de las Artes la literatura es lo de menos”.
Si pasa, pasa, pensó El Artista. Si no, detiene el discurso, se encaja el neoprene del Yo y sigue siendo un caballero español.
A Ramos se le frunce el entrecejo y se le ve el enojo por todas partes. En alguna gente la irritación nace desde la coronilla.
–En el fondo del espíritu. A eso me refería, Pablo. El fondo como oposición a la forma, usted sabe.
Recién cuando observó que los gestos de Pablo se suavizaban, se fue no sin antes halagarle la barba y repetirle –ya se lo había dicho una vez; o sea, tampoco era el comienzo de nada– que “El origen de la tristeza” era el mejor título que contenía la palabra tristeza.
–Mejor que “Tristeza de la ciudad” y ni que hablar del librito de “Mis putas tristes”, del difunto realismo mágico.
6
Sin embargo. Empero. De todos modos. Como sea. En fin.
Tocar forma es más inquietante que andar tocando fondo.
–Vení –le dice Pola.
Y él va, pero pasa algo raro.
Pola, su forma horizontal sobre la cama, Pola tendida de izquierda a derecha, tan parecida a las letras de un libro, pero de un best seller. Redondita donde debe, chata donde debe. Lisa y montañosa. Tan parecida a uno de Dan Brown, especula.
Consciente de su lucha contra la representación, le molesta que Pola tenga partes que puedan leerse con tanta facilidad. Le pide que se pare, “rápido, nena, rápido”, que se levante, que abandone la horizontalidad. Eso quiere. Habría que volver al comienzo y poder releer este párrafo con legítimo arrebato.
–Mmmm… fantasías marciales. Me gustammm –dice ella.
-Levantate, ¡rápido!, ¡vertical, ¡¡enhiesta!!, ¡¡firme!!, ¡¡firrrrme!!
–¡¡¿Firme?!! –redice ella, un poco incrédula y descerrajando una sonrisa menos placentera que burlona–. ¿Y ahora qué querés que te haga?
Lo que no quiere El Artista es leerla. Agobiado por la certidumbre del fondo, ya sabe lo que le pasa cuando la lee.
No la quiere horizontal.
La quiere parada, firme, enhiesta, vertical.
Así la quiere.
Así le gusta.
El Artista ahora tiene una amenaza en la mirada y ella ahí, firrrr-me.
Que se quede parada,
que no pueda leerse.
La lectura vertical, eso es lo que pretende El Artista.
–La lectura de sentido, Pola.
Pola no entiende, cree que es una broma, un fetiche. Ella ahora se está sacando la ropa de a poco y con un cotonete haciendo de micrófono, le lee el comienzo de su libro. Le da la entonación exacta a cada línea. En algunos pasajes lo mira y recita de memoria. El Artista la mira sin decirle nada. Pola se mueve y se lee. El Artista sonríe, se excita, la quiere vertical, más firme, más erguida.
La quiere colgada como uno de Fuerza Bruta.
Mientras esté vertical, todo bien. Lectura rápida, él se toca, se empieza a pajear, ella lo mira participando de lejos, el se pajea más rápido, ella lo mira queriendo acercarse, él le señala el lugar, le dice, quedate ahí, firme, parada, ahí, y él sigue pajeándose mientras entrecierra los ojos.
No te muevas, Pola, no te muevas, por favor, quedate ahí.
Pola se saca la remera.
El Artista se da cuenta de las intenciones de Pola y cuando ella se tira sobre la cama él le dice…
–Coger de parados reduce el riesgo de embarazo, ¿sabías? Los espermas tienen un ascenso complicado. Es una posición fantástica.
Ella no responde y él sigue haciéndose la paja hasta que Pola empieza a jugar con el libro, con una versión, otra, de Las teorías salvajes, esta vez traducidas al portugués. Pola empieza a pasar la lengua por el canto del libro, arriba, abajo, chupa la solapa, se tapa las tetas con el antebrazo y con la ayuda del libro abierto entre las páginas 100 y 101.
El Artista se esfuerza, la pija se le baja, ahora pito, ahora pitito, ahora pompón afelpado, ahora una manualidad de Utilísima.
Pola no entiende y cuando alguien no entiende pueden pasar dos cosas: o se deja llevar o se reprime. Pola decide acostarse con la mano sobre la cabeza, el codo en punta haciendo un hueco sobre el colchón. Estira un brazo, el mismo que sostenía su cabeza, y vuelve a agarrar Las teorías salvajes traducidas al portugués. El ejemplar estaba apoyado en la mesita de luz como una biblia de hotel de provincia.
El Artista deja de hacer lo que más le gusta: contemplar. Pola ahora es un accesorio más del ambiente y el ambiente –El Artista recién se da cuenta– está lleno, repleto de ejemplares del libro de Pola.
Pola tiene sus Teorías desparramadas por el cuarto. Mete la mano debajo de una almohada roja con forma de corazón y encuentra otro libro. Y tiene otro a la altura de los pies, tapa dura, letras raras, cosmogonía asiática. ¡Y otro que le sube por el cuerpo como una planta carnívora rozándole el antebrazo derecho!
–¿De dónde salieron todos estos libros? –quiere saber él.
Ella cogotea.
–Ese que se arrastra es mi preferido. Miralo, ahí viene, miralo cómo me busca. Duermo con él. Es el primer ejemplar que tuve en mis manos. Fui a la imprenta con los de la editorial y cuando me lo dieron, la tinta todavía estaba fresquita. Dejalo, dejalo, no lo toques: él sabe venir solito con mami… Eeeeso, así papito –dice acariciándolo mientras el libro se le acerca como un caniche toy–. Eeeesso, mi vida, así, venga… ¡venga con mamy! –y el textito da como un pequeño salto y se escurre entre las sábanas–. Igual, no te preocupes –ahora mirando a El Artista–: nadie se va de casa con las manos vacías.
El estilo de El Artista está más definido por los hechos que por las ideas. En el fondo lamentaba saber que su punto de vista estuviera rodeado de lugares comunes. Se odiaba en voz baja ante su evidente objetividad, pero se conformaba con no haber convertido la objetividad en materialismo.
Había demasiado orden, demasiada claridad.
Salió de esa casa y lo escribió en su libretita: Mi estilo está definido por los hechos. Tengo que luchar contra mi liviandad. Me gustaría ser un poquito más parisino.
Se fue caminando a paso vivo. Caminar con ritmo es, dice, quemar calorías. Después del primer hervor a la altura de la sien, los pensamientos le chorreaban. ¿Qué hacía Pola leyéndose en voz alta? ¿Qué buscaba hacer con esos párrafos que, parada como estaba, caían como yunques? ¿Creía firmemente –como había correspondido al momento- que sus palabras, las de Pola, y leídas por ella, harían que los símbolos se estrellaran en un virtuosismo de ideas inalcanzables?
Anotó.
(Continuará…)
Foto: Flavia de la Fuente
Entregas anteriores
enero 28, 2014 a las 3:30 pm
la bananalidad del mal
enero 28, 2014 a las 4:05 pm
Querido, la diferencia entre «el que sale a correr» (o esa nueva gran cosa del capitalismo socarrón y solapado en la buena vida, en nuestro presunto ocio -como lo llamás vos), y «el fondista», es que el primero busca un motivo para detenerse, y el segundo, un motivo para seguir.
Muy bueno lo suyo.
Salute,
APG
enero 28, 2014 a las 4:39 pm
¿El Artista?
enero 28, 2014 a las 8:01 pm
jajajajjaa jajajaj !!!