Un cuento filosófico
por Vera Rubinstein
¿Te acordás del día en el que te pusiste a pensar? Estabas sentado en un banco en la Plaza Güemes, allá por Palermo. Todavía vivías con tus viejos porque ibas al secundario. Lo que hacías ahí vos lo sabrás, no tenés un narrador omnisciente, sólo omnipresente. Si pagabas más plata tal vez te conseguías uno.
En fin, estabas mirando el cielo, un poco nublado pero un poco nomás. Notabas que era celeste, que los árboles eran marrones y verdes, porque era verano. Si hubiera sido otoño habrían sido marrones, rojos, amarillos y naranjas. ¡Cómo te gusta el otoño, eh! Las hojas que crujen debajo de tus pies, los carteles del gobierno diciendo que hay que barrerlas para adentro y tirarlas al tacho, y los porteros que hacen exactamente lo contrario. Las ramas peladas… ¿por qué dejás que me vaya por las ramas? Te estaba contando otra cosa que no tiene nada que ver con el otoño.
Como te decía, estabas tan a gusto con esos colores, y te repetías “qué celeste está el cielo, qué blancas las nubes, qué verdes las hojas”. Y de repente apareció una señorita que se sentó al lado tuyo. Venía con unos anteojos. También se puso a notar las mismas cosas que vos, supongo. Miraba lo que vos mirabas. Ya te dije que no soy omnisciente.
Te preguntaste si tenía mucho aumento o no, si veía las cosas mal cuando se sacaba los anteojos. Por un momento sentiste pena por toda la gente que usa lentes. Después pasó un pajarito por enfrente y te distrajiste, porque así de fácil se te corta la línea de pensamiento a vos. A mí también igual, eh.
Al día siguiente tenías un oral de biología, ¿te acordás? Sobre aves y mamíferos. Entonces agarraste el libro de Curtis y Barnes que tenías en tu casa y empezaste a leer. Estabas re embolado, nunca entendí por qué no te gustaba la biología. Hasta que en una de esas leíste la frase “Algunos mamíferos, como los perros, ven en blanco y negro.”, pero eso ya lo sabías. No era esa la frase, entonces, era otra. A ver…era…¿cuál era? Ah, ¡sí!: “Los pájaros y los humanos no ven los mismos colores: ven muchos más.”. Ese fragmento te voló la cabeza y te distrajiste de nuevo. Volviste a pensar en el cielo, en los árboles, en los anteojos de la chica que se sentó con vos. Decí que estabas sentado, porque si no te caías. Entonces te pusiste a pensar que las cosas no son un blanco y negro (sí, re irónico, pero si no te gusta te devuelvo la plata y te conseguís a alguien mejor), que el cielo no es sí o sí celeste, que las hojas en verano no son necesariamente verdes; que simplemente vos, y supuestamente todos los humanos que no son daltónicos, las veían verdes, y que si fueras un pájaro, vaya uno a saber cómo las verías.
Como buen curioso que sos, decidiste ir a buscar los lentes de tu mamá, esos que son de color rosa. Los agarraste, te los pusiste, y te los sacaste al toque porque tenían mucho aumento y no veías nada. Buscaste entonces los lentes azules de cotillón que te habías comprado para la fiesta de disfraces a la que fuiste vestido de John Lennon. ¡Qué bien que la pasaste! Fue increíble, la música, todos tus amigos disfrazados, los sanguchitos de miga…¡pero, che! ¡Te dije que me avises cuando me salgo del centro de la cuestión!
La cuestión es que saliste a la calle con esos anteojos y, además de ver la cara de la gente cuando te miraba, te fijaste en los colores de nuevo. Todo era un poco más azul. Sí, ya sé, es re obvio lo que digo, ¡pero qué se yo! No invento las conclusiones que sacás en tu vida, ¡es lo que vos dijiste en el momento!
Entonces después hondaste en el tema y llegaste a algo mejor, algo más profundo: las cosas las vemos no por como son, sino por nuestras limitaciones. Que hay más versiones que la humana, que el pobre perro ve en tonos de grises y blanco y negro, el humano ve algunos colores y los pájaros ven otros mil más.
Y tal vez eso no pasaba nada más por los colores. Tal vez los otros sentidos eran diferentes, y seguramente lo eran, porque las moscas se revuelven en las cloacas y entre la gente sucia. Tal vez lo rico y lo que tiene buen olor para nosotros, a las moscas no les gusta, y por eso no las vemos entre flores. Tal vez las moscas son aliens. Y ahí es donde te fuiste al carajo de nuevo. ¿Por qué siempre lo mismo? “Mantenete dentro de lo real” te dijiste. Y ahí empezaste: ¿pero qué es lo real? Estabas re escéptico, no creías en nada. Si los colores no son reales y los gustos no son reales, nada es real. Si lo más básico de nuestras vidas no es real, ¿qué lo es? “Hay más de una realidad, pero todo es real”, dijiste. “La realidad humana no es la realidad de las aves, y la de éstas no es la de las moscas ni la de los pájaros”. Linda conclusión, más interesante que la de que todo era más azul.
Entonces habría que definir esa realidad, y trataste. Agarraste el diccionario que tiene tu hermana en la habitación, el que usa en las noches de insomnio (no para aprender palabras, sino para poder dormir tranquila) y trataste de buscar en esas palabras formas de definir las otras realidades. Llegaste a un callejón sin salida. Lo único que pudiste escribir en tu cuaderno fue “Los pájaros ven”, de ahí no pudiste seguir. “¿Qué ven? ¿Cómo defino que ven muchos colores sin nombrar los colores que yo conozco?” pensaste.
Como buen obsesivo que sos te pusiste a inventar palabras. A los colores que ven los pájaros los llamaste “rubidubios”. Entonces pusiste en tu hoja: rubidubio s.m: color que ve un pájaro.
Sí, sos un mediocre para definir las cosas que inventás. Pero bueno, no voy a criticarte tus definiciones, porque son tuyas.
Después escribiste “El espectro de rubidubios es mayor al de colores”. Pero de nuevo te encontraste con que no podías hablar de los rubidubios sin compararlos a los colores, que son parámetros humanos. Como te dije antes, un callejón sin salida. Sólo te quedaba dar marcha atrás, y eso hiciste. Dejaste el tema ahí en donde estaba, decidiste rendirte ante el concepto humano. Total, sos humano, ¿por qué te importaría definir cosas que no podés sentir?
Al día siguiente el profesor te preguntó qué sabías sobre los pájaros. Te llevaste la materia a diciembre.
Foto: Flavia de la Fuente
diciembre 10, 2013 a las 11:08 am
Un par de piernas subiendo esas escaleras no hubieran quedado nada mal.