Un cuento
por Vera Rubinstein
Salió de la prueba de geografía y se dio cuenta de que no había unido los puntos del gráfico de curvas. Deseó tener el látigo de Indiana Jones para autoflagelarse. Lo deseó más fuerte que nunca, realmente se odiaba y quería hacerse daño. Bueno, al menos en ese momento.
Subió al gabinete de informática, los tres pisos que eso implica. No subía desde hacía cuatro años y hasta ese momento no pensó que iba a tener que subir nunca más en su vida. Mientras pisaba los escalones pensaba que todo era muy raro, que la estructura de las cosas era la misma pero que los detalles habían cambiado. Era como si hubiera entrado a su habitación y la cama, en vez de estar contra la pared, estuviera contra la ventana.
Además estaba con su grupo de amigos de primero, sintió una regresión. Por un momento ella tenía trece años de nuevo y todo era un sueño didáctico, el cual le enseñaba qué caminos debía tomar y cuáles no.
Cuando entró al aula de informática notó que estaba cambiada, pero claro, después de cuatro años, después de que mejorara tanto la tecnología ¿por qué no lo estaría?
Sus amigos decidieron quedarse en el colegio hasta las siete de la tarde, no solían hacer eso. Tal vez era raro, o tal vez la situación lo ameritaba; decidió no darle mucha importancia, se tenía que ir rápido porque tenía turno con la depiladora.
Bajó las escaleras y vio a un amigo con el que disfruta hablar pero a quien no ve nunca. Por alguna razón no lo saludó.
Salió del colegio. Llovía. ¿Por qué llovía? El pronóstico decía que iba a llover, pero siempre decía lo contrario a lo que realmente pasaba. Le convenía que lloviera e hiciera un poco de frío, le refrescó un poco la cabeza y las ideas, la hizo feliz por un momento; tan feliz que iba cantando en voz alta por la calle, sin que le importaran los peatones.
Llegó al subte. Se metió y había cola, y estaba bien, porque era hora pico, las cinco y media de la tarde. Se ubicó en un lugar del andén con poca gente y le tocó puerta. Aprovechó y se sentó, pensó que después le iba a costar llegar hasta la puerta porque en la estación siguiente se iba a llenar de gente. Pero llegó a 9 de Julio y se subieron dos gordos. Tal vez era una broma del universo, tal vez dos gordos eran como cinco personas. De todas maneras ella se esperaba al menos veinte personas, u ocho gordos. Hasta Bulnes no hubo más de cinco personas paradas en el vagón, ¡y eso que llovía!
Se bajó, caminó hasta su casa y se percató de que estaba pensando en castellano. Ella siempre pensaba en inglés, estudiaba las cosas en inglés, hacía todo en inglés. Pero no, ahora castellano. Y fue ahí que se dio cuenta: estaba muerta.
Foto: Flavia de la Fuente
octubre 28, 2013 a las 4:29 pm
Inesperado y súbito final. Muy bien, aunque una prueba de geografía no vale tanto la pena. :)
octubre 28, 2013 a las 8:23 pm
Me gustó.