La guía Austral Spectator 2013
por Quintín
Hace un par de semanas, de vuelta de Mundo Marino, nos visitó brevemente Diego Bigongiari, cuya guía de vino Austral Spectator me produjo gran admiración cuando la descubrí hace un par de años y me provocó el interés que hoy me dura por el tema. Escribí con entusiasmo sobre ese hallazgo, pero terminé el texto con una sensación de melancolía:
Tuve la impresión de que tanta independencia y tanto brío intelectual eran más de lo que la Argentina actual tolera.
Esto ocurrió en junio de 2011 y la edición de la guía era la de 2009. La evolución del país y las ediciones posteriores, especialmente las dos últimas, demostraron que la melancolía se justificaba, aunque no puedo asegurar en qué medida ambos factores se correlacionan.
Pero empecemos por el principio. La primera edición de la guía es la de 2004, y su título era Viñas, bodegas y vinos. Era un volumen enorme, bilingüe, que abarcaba ocho países de América del Sur y prometía los 50 mejores vinos. La ambición geográfica del emprendimiento era inseparable del entusiasmo y del brillo intelectual de su autor. En esos años, Bigongiari no solo hablaba de territorios, de bodegas y de marcas, no solo describía los vinos y los calificaba después de una rigurosa cata a ciegas con especialistas, sino que se permitía artículos de fondo que iban desde la famosa estafa Greco a la filosofía del gusto, sin descuidar un análisis de las políticas estatales, de las tendencias y de la evolución del mercado.
Con los años, la guía fue mutando. En 2007 se mantuvo el tono amable, erudito e incisivo, muy atractivo para el lector, pero la publicación pasó a ser exclusivamente argentina y en castellano, mientras que los vinos elegidos fueron aumentando hasta llegar a 100 en la actualidad. A partir de 2009 se incluyó un apéndice escrito en el mismo estilo y dedicado al aceite de oliva. La edición 2011 no apareció y a partir de 2012 los cambios se hicieron más drásticos.
Ese año Bigongiari dejó de ser el único responsable y se asoció con los jóvenes Joaquín Hidalgo y Alejandro Iglesias. Editada en 2012 por Granica y en 2013 por Planeta, la guía se alejó de la literatura y se hizo más convencional, más cuadriculada; puso énfasis en todo tipo de listas y rankings («diez tintos con carácter», «15 espumosos con la mejor relación calidad-precio») y dejó de calificar vinos malos, es decir de prevenirnos contra ellos. Hasta allí, las cinco estrellas eran para el «vino excepcional» y de allí se bajaba al vino muy bueno o bueno hasta llegar a la solitaria estrella que se adjudicaba a lo que no superaba la categoría de «vino». Pero desde 2012 no hubo más vinos de una o dos estrellas ni aceites poco recomendables. Supongo que este viraje complaciente hizo a la guía más amistosa para los bodegueros, pero al lector le sacó la posibilidad de deleitarse con algunas maldades inspiradas.
La guía 2013, impresa en un formato más chico, luce un poco desangelada y mecánica. Es, finalmente, una guía de vinos y de aceites con algunos agregados, como los recorridos turísticos por las zonas de viñedos, la historia de cada bodega y poco para leer fuera de lo específico. Las reseñas de vinos tienen un formato uniforme, constan de una descripción en la nariz, en la boca y una frase final de resumen. Eso no implica que la guía sea prescindible ni mucho menos; simplemente es otra cosa. En su nuevo formato, debe ser juzgada por la utilidad, es decir por la precisión del análisis individual de cada vino y por la selección de los cien mejores que es ecléctica en cuanto a variedades y estilos y no apunta a precios exorbitantes sino que más bien se complace en encontrar grandes vinos al alcance de un público amplio y, muchas veces, preferirlos sobre versiones más de más alta gama en una misma bodega.
Como soy un aprendiz, no tengo manera de certificar que mis impresiones al respecto son correctas, pero creo de que los vinos están bien catados y adecuadamente descritos. El año pasado, con la guía en la mano, compré varios de los top 100 que estaban a mi alcance y, en general, el resultado fue satisfactorio. Este año, como no salí de San Clemente desde la visita de Bigongiari, no encontré en el pueblo más que uno de los cien mejores, causalmente un Montchenot 2002, clásico vino de Bodegas López que tantas controversias despierta entre sus amantes, cultores del viejo estilo, y sus detractores, los enólogos, sommeliers, vendedores y críticos que lo consideran una antigualla sin interés frente a los nuevos métodos de vinificación y al gusto de esta época.
No hablaré aquí del Montchenot y dejaré la discusión abierta. Para ilustrar la utilidad de la guía, me gustaría relatar brevemente la experiencia con un vino de bajo costo y sin demasiado prestigio que encontré en el supermercado. Se trata de un Callia Reserve Syrah (la etiqueta dice, a la australiana, «Shyraz») 2010. Los vinos de San Juan no tienen muy buena prensa, pero la guía le pone cuatro estrellas e invita a tomarlo con esta síntesis: «un tinto moderno sin ampulosidad y de cierta tipicidad, grato de beber y muy bueno para comer». Efectivamente, agregándole un guiso de lentejas, encontré que era muy adecuado y hospitalario. Esos términos son un poco vagos, pero es interesante comparar dos textos: el de la guía y el de la botella. La contraetiqueta dice que el vino tiene «delicados aromas de higo, guinda y casis acompañados por notas de clavo de olor y especias», es decir, esas cualidades para lucimiento de catadores que nunca podré apreciar, como le ocurre a la gran mayoría de los bebedores de vino. La guía, en cambio, dice «claramente frutado con matices balsámicos, herbales y un leve pero nítido matiz cárnico, especiado y de vainilla». Parece que hablan de dos vinos distintos. De los dos universos de aromas, diría que el segundo, el de la guía, se parece más a lo que yo huelo, aunque nunca sabré qué diablos es el aroma a casis. Es en la descripción del sabor donde la cosa se pone interesante para el lego. La botella (tratando como es lógico de vender el vino) dice que es «untuoso y vigoroso». Además del verso, no me pareció lo uno ni lo otro la guía me dio la razón: «en boca ataca frutal y fresco, con taninos presentes pero amables y con una acidez que aporta relieve e incide bien en su materia jugosa, con final largo y franco.» No podría jurar que aprecié cada uno de esos detalles pero, a grandes rasgos, me parece una descripción adecuada de lo que tomé. Era un vino fresco, con acidez, que invitaba a volver a tomarse y mucho más «franco» (un buen adjetivo) que «vigoroso». El engañoso marketing de este Callia nunca me hubiera hecho comprarlo. Pero el interior de la botella resultó mucho mejor de lo que proponía su exterior y lo descubrí gracias a la guía, que lo ubica octavo entre «los mejores tintos para la compra diaria».
En definitiva, creo que la guía sirve, es precisa, abarcativa y no creo que tenga mucha competencia local. Sin embargo, me hubiera gustado leer textos como los de la primera época y, en particular, al menos un artículo sobre la situación de la industria y las dificultades que las políticas económicas de estos años le plantean a los productores (prohibición de importar insumos, costos crecientes, problemas de competitividad para exportar). Me temo que al suprimir los editoriales y la aproximación conceptual, la guía termina inmersa en el silencio empresario que tanto ruido hace en la Argentina.
marzo 22, 2013 a las 2:53 pm
A mi los vinos de San Juan siempre me gustaron, el callia me gusta y los de bodegas Montes también.El montchenot siempre me gustó, será que es de los primeros con el chateau vieux, el comté de Beltour ,rincón famoso, etc. que en otra época eran considerados de los «finos» que tomé. Mi cariño lo guardo por el vino blanco en damajuana que probé en vacaciones de adolescente en La Rioja y cuando lo reconozco raramente en alguna botella me pone contento.
Yo digo que después de los 80 0 100 pesos no me doy cuenta de cuanto mejores son. Reconozco que otras personas pueden tener capacidades de distinguir que yo no desarrollé o no poseo.
Si, me siento capacitado para hablar sobre plantas (vides he cultivado y unas cuantas me prosperaron de semilla que es algo que se les reclama a los cultivadores actuales que cultivan de tallo casi siempre),de frutos, y aquí el punto, yo no creo que tantos conozcan el cassis, o al menos no fuera de los dulces que se hacen con el, y también creo que se hace referencia a una gama de sabores muy pobre en extensión y ajena sobre todo a nuestro continente , del que no tienen ninguna referencia. Si yo digo pitanga o ñangapiri o anacahuita o yatay o agauaribay o del perfume del espinillo (por nombrar sabores y aromas personalísimos, y de los cuales podrían también sostener sus descripciones), seguramente muchos no sabrían de que hablo. Para mi siguen con un esquema de cuando también Marco Polo acercó ingredientes a Europa y muy acotado.
La nota es muy buena.