Publicada en Perfil el 3/3/13
por Quintín
En la última edición de este suplemento, Gonzalo León se queja de que un artículo mío hace referencia a su país de origen. Dice León que se siente discriminado cuando va a comprar agua mineral al kiosco y le preguntan por su nacionalidad. Aunque la pregunta podría demostrar cierto interés por el prójimo, él cree que la conducta apropiada se da cuando «la gente que atiende en un kiosco o en cualquier comercio no se preocupa de qué nacionalidad es quien compra, o al menos lo disimula bien.» Disimular bien es una de las reglas de la Corrección Política, esa ideología por la cual las diferencias nacionales, étnicas o religiosas entre las personas son invisibles y cualquier referencia a ellas convierte a quien las enuncia en un nazi. No exagero, al menos en este caso: como esta polémica comenzó a raíz de una reseña suya a un libro de Marcelo Birmajer, León afirma que «sacar a relucir mi nacionalidad es lo mismo que sacar a relucir la religión de Birmajer». No advierte, sin embargo, que la corrección política produce todo tipo de berenjenales semánticos y que él se ha metido en uno. Dado que los apellidos tienen connotaciones, lo que quiso decir es que hablar de su propia nacionalidad es equivalente a señalar que Birmajer es judío. Como León es políticamente correcto, no puede escribir la palabra «judío»; pero se la da a entender al lector y así la frase despide cierto aroma antisemita, ya que los eufemismos siempre subrayan lo que quieren disimular.
Pero supongamos que León tiene razón y sea discriminatorio decir de qué país viene la gente. Extrapolando un poco, tal vez no sería del todo correcto decir de qué país es una película. O contar de qué nacionalidad eran las personas que en mi pantalla de Twitter se sintieron muy decepcionadas el domingo pasado porque el film No de Pablo Larraín no ganó el Oscar a la mejor película extranjera (en este contexto, vacilo ante la sola mención de la palabra «extranjera»). Agrego que entre esas personas había connacionales del director pero también de otros países vecinos, ya que la solidaridad oscariana es una práctica obligatoria entre críticos de cada región del planeta (apreciarán mi esfuerzo por no mencionar de cuál se trata en este caso). Se supone que uno debe alegrarse por los triunfos de los vecinos y es mejor una mala película de cerca que una buena de lejos.
En este caso, la película no es muy buena. Cuenta la historia del plebiscito que el sangriento dictador de cierto país convocó una vez para ver si sus conciudadanos querían que siguiera en el poder. Larraín hizo dos películas más que transcurren bajo ese mismo dictador. Vi la primera de ellas, Tony Manero, una alegoría truculenta en la cual el director sugería que ese pueblo cobarde y sumiso se merecía ser maltratado por el tirano. Aquí pasa algo parecido: en ese país, eternamente gobernado por las mismas familias, ni el pueblo ni sus políticos fueron capaces de derrocar al dictador y solo lo lograron gracias a un publicitario genial que les vendió el voto con los mismos argumentos con los que les vendía gaseosas o telenovelas. Los borregos que se habían dejado maltratar por Tony Manero no tienen, dice Larraín, la conciencia cívica ni la inteligencia que sus cineastas y publicitarios monopolizan. El protagonista de No se llama Gael García Bernal. No puedo decir si Bernal, que actúa muy mal y aparece en demasiados primeros planos, es del país en el que transcurre la película, pero para qué mencionar lugares si la película es aplaudida en todo el mundo porque, como la campaña del No, utiliza «un lenguaje universal, familiar y atractivo.»
Foto: Flavia de la Fuente
marzo 3, 2013 a las 11:11 am
Cuando ando por ahí las raras veces que me preguntan por mi nacionalidad siempre digo, en el tono mas sombrío que puedo, que soy israelí y pongo cara de enojado. Es notable como cambian de tema y con que rapidez.
marzo 3, 2013 a las 11:47 am
He seguido esta pequeña polémica con mucho interés. Por un lado pone de relieve la jocosa ausencia de sentido común de un bando (Gonzalo León), y, por el otro, muestra interesantes tensiones (odio la palabra, pero ya qué) en la comunicación literaria translatinoamericana (me superé a mí mismo).
Al leer la reseña de León me sorprendió la docilidad con que acepta el canon argentino propuesto por cierto sector (los tabarovskys), el cual, visto desde fuera, resulta tan sugerente como desquiciado, pero en fin. La obediencia de León es tal que sólo me la explico por las ganas que debe de tener de que los inviten a los asados domingueros y por el complejo de inferioridad cultural y racial que padecen los chilenos frente a sus vecinos patagónicos (la relación cultural Chile-Argentina promete volverse muy divertida conforme la prestigiosa Argentina se convierte cada vez más en una república bananera y sojera, mientras Chile mira sorprendido cómo se vuelve más próspero, pero eso es otro asunto).
León le reprocha al pobre Birmajer escribir como si no hubieran existido Lamborghini, Copi o Libertella. Quienes hacen este tipo de afirmaciones en realidad proponen algo insólito: que se debe escribir como si sólo hubieran existido Lamborghini, Copi o Libertella, pero pasemos eso por alto. Estábamos en que el internacionalista y universal León le reprocha a Birmajer no imitar a Aira, lo que deben hacer obligatoriamente todos los escritores argentinos, por argentinos, a riesgo de cometer alta traición a la literatura nacional de Coronel Pringles. Si el escritor en cuestión fuera cubano, supongo que León vigilaría, con asesoramiento de los hermanos Castro, que imitara a Piñeira o a Lezama. No se necesita ser muy perspicaz para imaginar que a Birmajer (no he leído su última novela, aclaro) no le interesa en lo absoluto esa rama (repito, “rama”) de la literatura argentina y que se identifica más con narradores judíos (repito, “judíos”) como Singer o Roth. Esta influencia (las cosas que hay que aclarar en estos tiempos) no responde a una condena bíblica ni mucho menos, sino que así le dio la gana escribir a Birmajer. La actitud de León sería equivalente a, en una reseña de una novelita de Aira, escandalizarse porque parece que no ha leído a Mujica Láinez o a Lugones.
Después Quintín responde que los escritores chilenos son más libres porque no deben soportar el peso de una tradición prestigiosa, con lo que, de manera involuntaria, da a entender que, en efecto, los argentinos, más que escribir, tienen que decidir a quién imitar (y por cierto, no pocas veces, para quitarse de problemas, se acaban decantando por… Carver). En lugar de compadecerlos (¡pobrecitos!) habría que preguntarse en qué momento los argentinos decidieron que como son tan buenos están predestinados a repetirse. Y hasta acá comento, que esto ya se extiende mucho, y la respuesta de León es tan contradictoria con su reseña, y tan tonta (desde cualquier punto geográfico), que para qué seguir.
marzo 3, 2013 a las 1:13 pm
¿Soy el único que ve en “No”, en la estructura circular que se repite tres veces en tres campañas publicitarias diferentes, más un cuestionamiento al sistema de representación democrático post-pinochet que un retrato de los chilenos borregos sin conciencia cívica? ¿No se puede pensar ”No” de manera más global, teniendo presente el triunfalismo de los vencedores por decisiones populares contemporáneas (y no solo en chile)? ¿No será que ese momento histórico, la victoria del pueblo democrático sobre los dictadores, tratado en la cinematografía continental de forma épica-emotiva, reducido a una simplona pero calculada campaña política dice otra cosa que es perfectamente aplicable al actual “contexto argentino”?
Mi sorpresa fue grande cuando vi a mi mama llorando durante la proyección. ¿Cómo era posible si toda la emotividad de la película estaba enfrascada, contenida dentro de un trabajo publicitario? Fue ella misma la que me dijo posteriormente que consideraba cesgado a Larraín por reducir la derrota de Pinochet a eso, a marketing.
¿Y si fue eso? ¿Si nuestras democracias son eso? Una continuidad terrible cubierta de chocolate progresista.
Quizás entendí todo mal, quizás Larraín nunca quiso darnos un caramelo envenenado, quizás soy un pendejo alienado que se atreve a comparar las intachables democracias sudamericanas del siglo XXI (todas con sus respectivos endulzantes) con las terribles dictaduras del XX.
marzo 3, 2013 a las 1:14 pm
Sorry, pero mi curiosidad supera mi corrección política, ¿ de qué nacionalidad es Gonzalo León ? ¿ qué aspecto tiene ?
Es que me parece rarísimo. Viajo bastante y – dejé las gaseosas y nunca tomé alcohol – así que compro bastante agua mineral en kioskos y no recuerdo que nunca me preguntaran de dónde soy. Sólo lo hacen, en las estaciones y lugares céntricos, los típicos mangueros como mecanismo para entablar contacto («¿ Italiano?»).
marzo 3, 2013 a las 1:18 pm
Aunque releyendo la nota infiero que es chileno … Pero me sigue pareciendo muy raro. Y un poco presuntuoso.
marzo 3, 2013 a las 1:46 pm
Manuel3Santos. Yo diría que se trata de una película banana, cuyo mensaje es el mismoq que intentás pasar acá: que no hay demasiada diferencia entre la dictadura y la democracia, que hace falta una revolución, pero como no la hay, mientras tanto hacemos publicidad o cine, que está bueno y se gana plata. Burlarse de la democracia conseguida en Chile es la moda banana que termina identificando a la Concertación con Pinochet para poder introducir el caballo de Troya de la dictadura populista. No, las democracias no son intachables, por eso son democracias, al revés de las dictaduras del futuro que tanta perfección prometen.
Q
marzo 3, 2013 a las 3:48 pm
Manuel3Santos, ¿ y si tu vieja no lloraba qué ?
Por otra parte tenés razón, parece que sos un pendejo alienado Que, como dice Q, cree que una dictadura y una democracia no utópica son más o menos lo mismo. Ojalá que no te enteres por experiencia propia las diferencias. Y si querés evitar ser manipulado con el viejísimo cuento revolucionario y aprender qué distingue una de otra, antes que sea «demasiado tarde para lágrimas» , podés empezar leyendo a Orwell y seguir con Berlin. Un poco de Tito Livio tampoco estaría mal.
marzo 3, 2013 a las 3:50 pm
Comparar no es mismo que igualar. Negar la continuidad me es inevitable. Nunca use la palabra revolución como no me imagino a un Larraín revolucionario. No se trata de una burla, si no de establecer una continuidad. Tampoco se plantea, ni de cerca, el llamado a un resurgimiento populista. De hecho los mecanismos de marketing son tan usados por el populismo kirchnerista como por el populismo piñerista. Que el ultimo no logre fidelizar a los clientes es decidor respecto a cuales estrategias van siendo mas efectivas.
Negar la relación marketing-política también me parece inevitable. Observar esto puede parecerte banana, a mi me parece necesario.
PD: Soy del mismo país de origen que Gonzalo León. Revelar su nacionalidad no me parece discriminatorio. León es un llorón.
marzo 3, 2013 a las 3:51 pm
Qué manera de enroscarse en la nada, el chileno.
marzo 3, 2013 a las 5:37 pm
Manuel: sí, sos el único. Saludos.
marzo 4, 2013 a las 12:45 am
Adhiero a la opinión de Pustulio, la obligatoriedad de ser como Aira, Lamborghini o Libertella, esos señores arruinaron con sus manierismos la literatura argentina (perdón por discriminar). Se llevaron la alegría del cuento, buscaron ser diferentes y terminaron ahuyentando lectores. Dentro de veinte años nadie va a saber ni que existieron.
marzo 4, 2013 a las 1:20 pm
Estimado Q.:
También adhiero a las palabras de Pustulio y lamento que el señor León haya optado en su réplica en Pefil y en su participación en el programa radial de Piro y Genovese por hacerse la víctima en lugar de ahondar en el fondo de la cuestión: ¿Por qué Birmajer tiene qué escribir como A, B. o C.? ¿En nombre de qué teoría descabellada?
Tengo para mí que se trata de un lugar común, una fórmula repetida hasta el hartazgo en la Academia y la reseña dominical: “No se puede escribir hoy, como si XX no hubiera existido”. Leemos el cliché cientos de veces por año. Sirve para cualquier circunstancia y demuestra tanto una visión equivocada del fenómeno artístico como un matiz autoritario y pobreza intelectual. Confunde Literatura, el reino de la libertad absoluta, con Historia de la literatura, que necesariamente debe ser esquemática por comodidad intelectual.
Además, ¿repudiar un perro porque no es un gato? ¡Qué tontería! En todo caso, podría decirse que Birmajer se encuadra en una corriente vigorosa (respetable) de la literatura argentina, corriente que, por cierto, se verifica en cualquier producción nacional: el costumbrismo, con o sin picaresca. Hay en sus “Cuentos de hombres casados” algunos relatos muy buenos, divertidos, casi todos amenos. Ha inventado incluso a un personaje entrañable Javier Mossen, mezcla neurótica de Zeno Cossini y Woody Allen. No obstante, las influencias de Birmajer más notorias, me parece, son Somerset Maugham y Isaac Bashevis Singer. El quiere ser el Singer del Once. ¿Explíqueme por favor, señor León, por qué Birmajer tiene la obligación de imitarlo a Lamborghi?
En el fondo, todo se hace o se dice por figurar.
Mis respetos
G.B.
marzo 4, 2013 a las 1:53 pm
Ahí coincido tambien, la literstura es elreinodela libertad sbsoluta. Y Birmajer eligió ser el Singer del Once. Lei la nota de Gonzalo Leon y tambien otra en la que ninguneaba a Sarlo, y entre otras cosas se pregunta quien le habrá pagado los pasajes para ir a Harvard cuando estuvo la presidenta Fernández. Por supuesto, entre lineas se lee «la corpo». Sin saber que Beatriz estaba allí por un cuatrimestre para dar un seminario. La critica tambien debeis ser el reino de la libertsd, claro que ateniéndose a la pertinencia de lo que se dice, porque no e el reino dela aociavion libre. Esto ultimo queda para los cuadernos personales, que, en el caso de Gonzalo León, espero que nunca se publiquen.
marzo 4, 2013 a las 6:03 pm
Decile a Leon que venga al kiosco de enfrente de casa en Piedras entre Belgrano y Venezuela Es un kiosco de unos chilenos De hecho cuando quiero comprar una coca le digo a mi mujer -Me voy al kiosco del chileno, queres algo?
No jodamos: una cosa es la discriminación, otra es no poder utilizar el idioma
marzo 4, 2013 a las 7:40 pm
León nunca se sintió discriminado por el artículo de Quintín. Usó el recurso políticamente correcto de la discriminación racial porque sabía que lo que estaba escribiendo era para la sección cultural de un medio masivo de comunicación. Ese es el lugar en donde esas lamparitas más posibilidades de prender tienen. Pero el asunto no tiene trasfondo; el tema de la discriminación no se lleva a término en la actualidad en los términos que empleó León, y él, fan de la Literatura de Izquierda Argentina, lo sabe. Lo único que de esa página podía salir era Quintín herido.
La Literatura de Izquierda no discute en el fango, y eso León también lo sabe. Los que quieran saber de qué se trata, qué vayan a buscarlos.
marzo 4, 2013 a las 8:23 pm
¿Te parece que salí herido de esa página? ¿Podrías aclarar?
Q
marzo 5, 2013 a las 12:08 am
En la semiótica de los suplementos culturales de los diarios que te marquen una falla a la corrección política, mancha. Eso que te dijo ahí mancha más que en cualquier otro ámbito de la sociedad argentina. Por eso te lo dijo, porque «su batallón ideológico» no discute en esos términos (ni en esos lugares) principios éticos e históricos e incluso geográficos como llega a ser el de la discriminación en el siglo XXI. Saca a relucir un tema sensible a la corrección política, que no venía siendo señalado, solamente para marcarte a vos.
marzo 5, 2013 a las 9:18 am
Entendí. Gracias.
Q
marzo 5, 2013 a las 10:17 pm
Tanto lío por esto; yo estuve en varios lugares de Chile, Guayaquil, Quito, Lima, Potosí, etc., y al oírme hablar TODOS me preguntaban de dónde era; en el hotel, teatro, restaurant, que no joda, que se haga hombre; esto es ver fantasmas en todos lados. Yo viví un mes en Santiago en casa de un amigo y fui el ‘argentino a linchar’ de su familia, amigos, etc., pero todo con buena onda. ¡Cuánta sensiblería mi cristo abandonado por mi Bene XVI!
marzo 5, 2013 a las 11:35 pm
buen provecho
Haz clic para acceder a 21_El_Caso_Kastner.pdf
marzo 6, 2013 a las 3:28 pm
Me van a perdonar la intromisión pero necesito cierta información y creo que he caído en un sitio adecuado si no perfectamente idóneo.
Asumo que estoy interrumpiendo.
Verán. Andaba por ahí, por aquí, trasteando y llegué al post en el que la chica Flavia escribía hace un par de años sobre Vilá-Matas y su “biblia” las “Conversaciones con Duchamp”, que era lo que iba buscando. Me enredé y seguí leyendo más escritos, viendo más fotos (preciosas), algún vídeo y, en fín, llegué a la conclusión de que ustedes son personas que, si yo metiera la pata, me sabrían disculpar. Que son aficionados a la literatura si no profesionales y que si hago una pregunta saben de qué les hablo, mucho antes de que no les guste o no deseen contestarla.
No me voy a enredar más.
Hace tres o cuatro meses compré en un puesto de lo que aquí llamamos “rastro”, mercado dominical de toda clase de cosas, el libro “Radiguet y la Torre de Humo” de Julio Ellena de la Sota, publicado por la editorial La Pléyade en 1979 y les copio el texto de la última portada para ayudarles a entender porqué me gasté un par de euros en una obra de la que no tenía noticia ni conocía al autor:
Radiguet nació en 1903 por error de una cibernética todavía en pañales. Raymond no fue un precursor, sino simplemente la intromisión intempestiva de algún espermatozoo despistado en un óvulo que no correspondía. Cuando los expertos encargados de los advenimientos y salidas de este mundo advirtieron su error lo corrigieron de raíz. Es decir, arrancándolo. Lo cual era un poco tarde a decir verdad, pues ya Radiguet tenía veinte años, había escrito y publicado “El Demonio en el Cuerpo” –que llevaría Gérard Philipe a la pantalla-, preparado “El Baile del Conde de Orgel” y reunido el manojo de “Les Joues en Feu”, poemas alérgicos, polinizados, estornutatorios, hechos de infancia sin pudores, de una crudeza fetal aún no violada por la mirada del hombre que la recordará alguna vez, pringándola y envileciéndola. El hecho es que los funcionarios responsables del error inicial –les piaba lastimeramente la computadora- se apresuraron a anonadar a Radiguet devolviéndolo a ese estado de plasma del que no ha nacido todavía, a ese tercer mundo de los que esperan nacer alguna vez.
Pero sucede que quizá Radiguet anda ahora por estos mundos, aunque ya legítimamente contabilizado esta vez. (Lo piensan, lo sospechamos, Jacques Bergier, Fulcanelli, Sábato y Borges). Estuvo, se asegura, en el París del 68 y fue el autor de esa frase que un cronista delicuescente tradujo como: “La Imaginación al Poder”, cuando Radiguet había dicho sin duda alguna: “Es preciso polvorizar la razón, destruir ruedecilla por ruedecilla y resorte por resorte su estúpida relojería. Pero es preciso destruirla desde adentro y con sus propias armas. ¡Suicidémosla, pues!…” J.E. de la S.
Llegó el momento de leerlo pero no hacía pié. Necesitaba algún dato sólido sobre el que fijar lo que me sugería la lectura. Pero yo, además de no ser argentino no soy especialista (llevo toda la vida luchando contra el riesgo de ser especialista), así que miré en (la) internet, a ver qué encontraba y solo hallé alguna referencia a su militancia, pero nada sobre su vida, su trabajo alimenticio, sus otras obras, etc., por lo que, ya llego al final, necesitaba que alguien me contara algo o me orientara bibliográficamente sobre este sujeto.
Y en eso aparecieron ustedes, a los que lanzo la pregunta.
También asumo que, si se dan determinadas circustancias, si mis intuiciones acerca de las distintas tradiciones y grupos se convierten en datos ciertos, puede iniciarse un cierto debate que, sin saber si está localmente resuelto o no, puede ser interesante ¿no? En cualquier caso, sea cual sea su respuesta, los de este lado del océano sabremos algo más.
Muchas gracias de antemano.
abril 13, 2013 a las 11:58 am
Bueno, bueno… no se me amontonen en la fila para darme información; ni me den tanta, que no sabría qué hacer con ella.
¿No tienen secretaria/o ahí para solventar este tipo de cotidianeidades menores? ¿o un perro al que dar a roer estos huesos?
Si he vuelto es solo para decirles que ya tengo un poco de idea sobre Julio Ellena de la Sota, poca, y lo que no sepa, he decidido que me lo voy a imaginar. Total, para leer un libro no hace falta conocer toda la biografía del autor ¿no?
También quiero decirles que lo que sé lo sé porque me lo contó el mismísimo Julio Cortázar, en su avatar de 1951 que, ocupadísimo viniéndose para Europa, fue capaz de escribirle una larga y muy amable carta al otro Julio.
Nada más. Si la otra vez les daba las gracias de antemano, confiado, en esta ocasión, me llevo la mano al sombrero y les digo, escaldado, ¡Con dios!