La fallida película inaugural
por Quintín
Aunque Mariano Llinás no inventó la voz en off, no hay duda de que El muerto y ser feliz (un título espantoso) de Javier Rebollo —la película que inauguró Mar del Plata— le debe su estructura narrativa (casi podría decir su existencia misma) a Historias extraordinarias. En ambas hay un relato omnisciente que confirma, complementa, anticipa o comenta el que muestran las imágenes. A veces, una escena desarrolla cierta autonomía y también es cierto que Rebollo y su fotógrafo cuidan con minuciosidad lo que se ve en la pantalla.
La pregunta inevitable es por qué, cuál es el sentido de usar esta forma narrativa. En el caso de la película de Llinás, la respuesta era bastante evidente, porque sin ese dispositivo no había película: desde una cuestión presupuestaria pero, sobre todo, desde un principio borgeano de la economía, la multiplicidad de relatos aglutinados en Historias extraordinarias se esboza más que de lo que se cuenta y es en la alegría misma de la multiplicación que el film alcanza su plenitud. Las historias de Llinás son oblicuas, absurdas, cómicas, ficticias en el mejor sentido de la palabra, mientras que con la película de Rebollo ocurre más bien lo contrario. El muerto y soy feliz, una coproducción de tres países que parece bastante cara, invierte la idea de Historias y en lugar de alimentar el procedimiento de relatos, lo pone al servicio de un relato único —una relato convencional, tópico— que fue contado muchas veces y podría contarse de cualquier otra manera. Sin embargo, la voz en off así utilizada —con sus despliegues ostensiblemente literarios, aquejados por una solemnidad que deja muy poco lugar para la ironía— tiene una ventaja innegable: aunque irrite un poco, aunque neutralice la emoción, mantiene al espectador atento. En el fondo, es posible que lo que Llinás inventó —y Rebollo utiliza para ocultar las debilidades de su film— sea un método para que el cine no aburra, o al menos para que no aburra en el momento. Oír permanentemente la narración no deja pensar y cancela, por un efecto conductista, la libertad del espectador. Incluso cuando se interrumpe la voz de dios, Rebollo parece decirnos: “ahora es el momento de mirar las imágenes, de ver la escena como en una película normal”. Y hacia el final, cuando la cosa se pone surrealista y mística, con planos ampulosos y declamaciones un poco pesadas, el director ratifica una vez más la voluntad de llevarnos por la nariz, esta vez hacia un cine “poético”. O alternativamente, cuando superpone las dos voces que narran (son Rebollo y su coguionista Lola Mayo), le indica al espectador que piense que la película puede tener múltiples desenlaces. Si no fuera porque últimamente se abusa un poco de la palabra, diría que este cine tiene algo de fascista. Pero dejémoslo en “autoritario”.
El muerto y ser feliz es una road movie, en la que Santos (José Sacristán), un asesino a sueldo moribundo, recorre media Argentina a bordo de un viejo Falcon cargando sus inyecciones de morfina. En el camino, tras dejar atrás a otras chicas, se encuentra por casualidad con Erika (Roxana Blanco) una mujer que terminará siendo su compañera de viaje, su enfermera y su amante. El resultado es previsible: un poco de morbo, chicas lindas, postales para el turismo, el toque con las drogas, la infaltable pincelada de violencia, un apunte social por allá, el momento cómico, la recatada historia de amor. Rebollo utiliza en parte su dispositivo para evitar las escenas difíciles de filmar y sustituye las elipsis por fragmentos literarios. Por ejemplo, en la culminante escena de amor, Erika deja que Santos la vea desnuda en el baño. Esto se ve parcialmente. Pero luego, sobre la imagen de una cama vacía y perfectamente hecha, se escucha decir algo así: “Entonces, Erika masturbará a Santos y, más tarde, después de compartir la cocaína, harán el amor”. El texto es tan explícito como desabrida es la imagen. Lo que podría ser un recurso formal, termina siendo una cuestión de oportunismo. Si la película va a hablar de sexo y de drogas, es mejor que los muestre o que se calle y deje al espectador suponer lo que ocurre. Después de todo es de eso —de no saber exactamente lo que pasa— que se trata el cine. La literatura, en cambio, es mucho más explícita.
¿Es un mamarracho El muerto y ser feliz? Bastante, sí. Su costado supuestamente experimental es puro chasco y su lado convencional es demasiado obvio. Si de algún modo la propuesta se sostiene es por lo más comercial que siempre tuvo el cine, que son los actores. A Sacristán le sale bien hacer de un cabrón español moribundo y Roxana Blanco es una revelación, el acierto más redondo de la película, que hasta se permite la inspiración de declararla “la chica que no parece la chica de una película”. Pero lo es, ampliamente. Pocas actrices muestran esa presencia y esa seguridad en la dicción, esa autoridad dramática. Y Rebollo la filma cuidando especialmente los ángulos de la cámara. Finalmente, Sacristán y Blanco son muy creíbles interpretando sus viñetas (la película es eso, una colección de ilustraciones) de un asesino en sus últimos días y de una mujer libre que también tiene un pasado. Lástima el resto, aunque hay algunos buenos paisajes.
noviembre 20, 2012 a las 12:13 pm
Tanto jodian con «Q, volve a hacer criticas de cine» y ahora que las hace, nadie opina! Me aburro.
Perdon por la falta de tildes.
Slds
noviembre 20, 2012 a las 12:15 pm
¡Ingratos!
Q
noviembre 20, 2012 a las 2:09 pm
Es verdad. Noté lo mismo en silencio, silencio que no merece: Es notable cuánto se aprende y se disfruta con estos textos brillantes, aunque uno no haya visto la película. Producen la sensación de que leer críticas así es más rico que ver las películas que las originan.
noviembre 20, 2012 a las 2:28 pm
Aprovecho que los muchachos brigadistas se tomaron unos días para hacer dieta,maquillarse y dar bien en cámara para el 7D y no escriben que soy un chupamedias de Montañés y Quintin para decir que sus críticas son mejores que los libros y las películas casi siempre.
noviembre 21, 2012 a las 12:28 pm
Creo que las criticas que faltan y esperamos son sobre Favio y sobre Escenas en el mar. un saludo.
noviembre 25, 2012 a las 12:20 pm
Coincido plenamente con la crítica. Afortunadamente este engendro pedante no se llevó nada, ya que se presentó en sus sucesivas pasadas como una especie de «operación rebollo» donde salía el director, exponía en fila a su actor uruguayo y a dos personas más (un niño y un señor, santiagueños) como si fueran especies exóticas que se encontró en el camino y no paraba de hablar, tirando líneas de lectura, diciendo lo mucho que había visto cine y condicionando cualquier visión crítica («no se lo tomen en serio»). Encima, empieza la película y no paran de hablar, así que cartón lleno. Un fiasco irritante.
noviembre 25, 2012 a las 3:27 pm
Gracias por la Crítica Q!